Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero
de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una
ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio,
traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa
para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador
oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida
normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus
ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de
ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia
hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona
después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a
separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su
contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar
extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un
demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus
acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda
deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que
hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más,
él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le
convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de
su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el
amor que merece...
La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!
Kyrian observaba, asombrado, el anillo de casado en su mano izquierda. Aún no podía creer que la
buena fortuna hubiese puesto a Amanda en su camino.
Habían pasado siete meses desde que ella lo devolviera a la luz. Siete maravillosos meses de pasar
noche y día sin separarse de Amanda. Ayudándola a aceptar, desarrollar y controlar sus poderes, que
ahora eran incluso mayores que los suyos. Y no es que eso le importara; los poderes que conservaba de
sus días de Cazador Oscuro eran suficientes para mantenerla a salvo. La seguridad de Amanda era lo
más importante para él.
Eso y despertarse cada mañana para ver una sonrisa en su hermoso rostro.
Y ahora estaban casados.
Amanda lo abrazó desde atrás y lo apretó con fuerza.
–¿Qué estás haciendo aquí solo? –le preguntó.
Se dio la vuelta para contemplarla con su vestido de novia. El color blanco resaltaba la perfección de
su piel. Tenías las mejillas sonrojadas por la excitación y la luz de la luna se reflejaba en sus ojos.
–Tomando un poco de aire fresco.
Ella le dedicó esa sonrisa que lo desarmaba y a la vez lo hacía sentirse el ser más poderoso de la tie-
rra.
–¿Quieres que abandonemos la fiesta y salgamos corriendo?
Él soltó una carcajada.
–Sólo ocho personas de esa monstruosa multitud son invitados míos, el resto son tuyos.
–¡Vaya! –exclamó Amanda, arrugando la nariz–. No importa. La cosa podría ponerse fea. Además, mi
tía Xenobia podría lanzarnos una maldición.
Él le pasó el brazo por los hombros mientras Amanda lo guiaba de nuevo hacia el interior del salón
de baile de su mansión. Al ritmo de la orquesta, los ciento cincuenta miembros del clan Devereaux-Flora
bailaban, comían y hablaban. Miguel, Rosa y Liza estaban sentados en una mesa con la hermana de
Amanda, Selena, riéndose de las gracias del bebé de Grace.
Amanda dejó a Kyrian un momento para acercarse a sus padres.
Talon, Nick, Julian y Acheron lo rodearon. Julian lo felicitó.
–Ésta es de las que merecen la pena. –le dijo
Kyrian asintió.
–Sí, lo es.
–Tío –le dijo Talon con tono melancólico–. Voy a echar de menos nuestras chácharas de las tres de
la mañana y Wulf ya se está subiendo por las paredes porque dice que se ha quedado sin su mejor ad-
versario en el Doom20
Kyrian sonrió al recordar las solitarias noches que había pasado chateando con sus hermanos y her-
manas Cazadores.
–Dile al vikingo que no se preocupe. Me escaparé de vez en cuando para desafiarlo a una partida.
Acheron bebió un sorbo de champán.
–¿Y qué vas a hacer con tu corta vida?
Kyrian observó a Amanda, que había cogido a Niklos, el hijo de tres años de Julian, y bailaba con él.
Algún día sería una madre estupenda.
–Voy a vivirla. Y a ser feliz.
Nick, que tenía las manos en los bolsillos de los pantalones, se unió a la conversación.
–Supongo que tendré que empezar a buscar otro Cazador Oscuro... –Y miró de forma intencionada a
Talon.
–¡Una mierda, aperitivo de caimán! No me hagas ojitos. Yo no soy tan paciente como Kyrian y, ade-
más, en mi cabaña apenas hay espacio para mi ordenador y yo.
–No te preocupes –le aseguró Ash–. Ya te encontraré a alguien.
Nick lo miró, horrorizado.
–Ni se te ocurra hacerme un favor. Ya te veo enviándome a Alaska como Escudero de ese psicópata
de Zarek.
Kyrian rió hasta que Amanda se acercó a ellos con expresión ceñuda.
–¿Qué pasa, nena? –le preguntó.
–Es que hay... estoooo... mmm...
Los hombres la miraban, expectantes.
–¿El qué? –la instó Kyrian.
–Una flota de furgonetas de UPS en la entrada de la casa.
Todos se miraron, extrañados, antes de encaminarse en grupo a la puerta principal, donde estaban
alineadas siete furgonetas de UPS.
Uno de los conductores se acercó a Kyrian.
–¡Hola! –lo saludó–. Estoy buscando al señor K. Hunter.
–Ése soy yo –le contestó Kyrian.
–Bien. ¿Me dice dónde podemos dejar la mercancía?
–¿Y qué es la mercancía?
El conductor le entregó un albarán con los nombres de todos los que enviaban los objetos.
–Wulf Tryggvason, Zoe, Blade Fitzwalter, Diana Porter, Cael, Brax, Samia, Arien, Kyros, Rogue, Kell,
Dragon, Simon, Xander St. James, Alexei Nikolov, Badon Fitzgilbert...
La lista seguía y seguía con los nombres de los Cazadores Oscuros.
–¿Sabes lo que te digo, Kyrian? –comentó Acheron entre risas–. Que vas a tener que comprar una
casa más grande.
–Sí –afirmó Talon–, pero espera a que tengas hijos. Te apuesto lo que quieras a que será el doble de
esto.
Todos estallaron en carcajadas.
Amanda se acercó más a Kyrian y lo miró a los ojos mientras él la rodeaba con los brazos.
–Creo que tus amigos Cazadores van a echarte de menos. ¿Estás seguro de que no te arrepientes?
Kyrian le dio un beso ligero en la mejilla.
–Para nada. ¿Y tú?
–Jamás.
Acheron observó cómo los recién casados se perdían en el interior de la casa.
–¿Apostamos dónde van? –preguntó Talon.
Ash se rió.
–Yo no apuesto. Ya lo sé. –Se dio la vuelta para mirar al conductor y le dijo que dejara los regalos en
el salón–. Creo que mi regalo de boda va a ser contratar a una compañía que se encargue de desenvol-
ver paquetes.
Nick se unió a las carcajadas.
–Voy a decirles dónde colocarlo todo para que Kyrian no se cabree.
–Te ayudo –le dijo Talon.
Ash los observó alejarse; Nick abría la marcha delante de los conductores y Talon los seguía a un pa-
so más tranquilo. Mientras tanto, a sus oídos llegaban los sonidos de la oscuridad y de la noche que co-
nocía tan bien. De repente, sintió un ligero estremecimiento a sus espaldas.
Se trataba de una presencia que conocía mucho más íntimamente que la misma noche.
Apuró la copa de champán antes de hablar.
–¿Qué estás haciendo aquí, Artie? No sabía que estabas invitada.
Una mano delicadamente esbelta se posó en su hombro y su calor se filtró a través del esmoquin. La
diosa era de una altura poco común entre los humanos y se movía con la gracilidad y la sensualidad del
viento. Era elegante y delicada.
Y capaz de destruir cualquier cosa si se agitaba demasiado.
–Soy una diosa –le dijo con su acento griego suave y refinado–. No necesito invitación.
Acheron giró la cabeza y vio que Artemisa estaba a su izquierda. Su espeso cabello de color cobrizo
brillaba bajo la luz de la luna y esos ojos verdes, iridiscentes, lo miraban lanzando destellos.
–Espero que hayas venido a desearles buena suerte –le dijo Acheron.
Ella lo miró de soslayo mientras jugueteaba de forma distraída con un mechón de su cabello, recién
teñido de negro. En sus labios se dibujaba una ligera sonrisa.
–Por supuesto. Pero la cuestión aquí es: ¿y tú?
Ash se tensó por la indirecta.
–¿Qué tipo de pregunta es ésa? Ya sabes que les deseo lo mejor.
–Sólo quería comprobar que ese pequeño monstruo de ojos verdes no te metía ideas en la cabeza.
Él la miró con los párpados entornados.
–El único monstruo de ojos verdes que conozco eres tú.
Ella jadeó al escucharlo, sin dejar de sonreír.
–¡Ooooh! –canturreó con un tono definitivamente erótico–. Acheron se está volviendo grosero a la
vejez. –Apoyó la barbilla en su hombro y comenzó a acariciarle el mentón con una uña–. Menos mal que
me gustas porque, de otro modo, ahora estarías estofado.
Él dejó escapar un suspiro.
–Sí, qué suerte tengo... Y, por cierto, se dice «frito».
Artemisa nunca conseguiría adaptarse al vocabulario callejero, pero parecía disfrutar mucho usándo-
lo. O, bien pensado, haciendo un mal uso de él. Acheron sospechaba que, en ocasiones, lo hacía inten-
cionadamente para retarlo a que la corrigiera.
–Mmm –murmuró ella, abrazándolo por la cintura en actitud retozona–. Me encanta cuando te pones
tan agresivo.
Acheron se alejó de ella.
–¿A quién vas a trasladar a Nueva Orleáns para que ocupe el puesto de Kyrian?
Ella se humedeció los labios con un gesto travieso y un brillo juguetón en los ojos, pero antes de que
pudiera contestarle, Julian se acercó a ellos.
–Primita Artemisa –le dijo, a modo de saludo.
–Julian de Macedonia –contestó, ella con frialdad–. No sabía que estabas aquí.
–Lo mismo digo.
–Bueno –los interrumpió Acheron–. Ya veo que las presentaciones no son necesarias.
La diosa lanzó una amenazadora mirada a Julian.
–Sí, bueno. Me gustaría quedarme pero no puedo.
Antes de desvanecerse, se inclinó hacia Acheron y le susurró algo al oído. Él se quedó petrificado al
escucharla. Artemisa se esfumó dejando un rastro vaporoso tras ella.
A veces era la zorra más grande de la tierra.
Julian lo miró, alzando una ceja.
–¿Qué te ha dicho?
–Nada. –Lo último que quería era dejar caer esa bomba sobre Julian y Kyrian. Y menos aún en mitad
de una boda, así que cambió el tema–. Entonces, general, tu mejor amigo está de vuelta. Me apuesto lo
que quieras a que acabaréis metidos en serios problemas.
Julian rió.
–Para nada.
Pero a Acheron le resultaba muy difícil de creer.
Tan difícil como imaginar que Artemisa lo dejara en paz durante un tiempo.