Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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jueves, 18 de febrero de 2016

Los placeres de la noche * Capítulo 12

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 12

Amanda se despertó sobresaltada y tardó más de un minuto en darse cuenta de que se había que-
dado dormida, apoyada sobre Nick, en la habitación del hospital donde Tabitha estaba ingresada. Su

madre dormía en la cama plegable, mientras que el Escudero y ella lo hacían en las dos incómodas sillas

cercanas a la puerta.

Tabitha seguía dormida. Los médicos querían que permaneciera en observación hasta el día siguien-
te. Uno de los Daimons le había hecho un corte en la mejilla que le dejaría una fea cicatriz. Tenía todo el

cuerpo lleno de heridas y moratones pero, según los especialistas, no era nada grave y se recuperaría

completamente.

Sus hermanas se habían marchado a sus respectivos hogares, siguiendo órdenes de la señora Deve-
reaux, pero ella había preferido quedarse, por si necesitaban algo. Aún con los nervios de punta, miró

hacia la puerta y vio que su padre regresaba con dos tazas de café, una para él y otra para Nick.

–¿Quieres la mía, gatita? –le preguntó a ella, ofreciéndole su taza.

Amanda respondió al ofrecimiento con una sonrisa, hasta que recordó el sueño.

–¿Estás bien? –le dijo el señor Devereaux.

Ella miró a Nick, notando como el corazón comenzaba a latirle más rápido.

–Kyrian tiene problemas.

El Escudero soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de café.

–Ha sido un sueño.

–No, Nick. Está en peligro. Lo he visto.

–Tranquilízate, Amanda; lo que pasa es que has tenido un mal día y estás preocupada por Tabitha.

Es comprensible, pero Kyrian nunca se mete en camisas de once varas. Seguro que está bien. Hazme

caso.

–No –insistió ella–, escúchame Nick. Soy la primera en admitir que odio mis poderes, pero en este

momento no me están mintiendo. Puedo percibir el dolor y el miedo que está sufriendo. Tenemos que

encontrarlo.

–No puedes salir, Amanda –le recordó su padre–. ¿Qué pasa si Desiderius te está esperando? ¿Y si

envía a alguien para que te haga daño, como hizo con Tabitha?

Amanda miró los ojos azules de su padre y le sonrió débilmente.

–Papi, tengo que ir. No puedo dejarlo morir.

Nick suspiró.

–Venga, Amanda. No va a morirse.

Ella cogió el abrigo del Escudero y comenzó a hurgar en los bolsillos.

–Entonces dame las llaves de tu coche y voy yo sola.

Nick le quitó las llaves con un gesto juguetón.

–Kyrian pedirá mi cabeza por esto.

–Si lo matan, no podrá hacerlo.

Amanda vio la expresión indecisa del Escudero. Nick dejó la taza en el suelo, cogió el móvil y marcó.

–¿Lo ves? –le dijo ella–, no contesta.

–A esta hora, eso no significa nada. Puede estar en mitad de una pelea.

–O gravemente herido.

Nick sacó la PDA de la funda del cinturón y la encendió. Tras unos segundos de espera, el color

abandonó su rostro.

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–¿Qué pasa?

–Tiene el dispositivo de rastreo apagado.

–¿Y eso qué significa?

–Que no sé dónde está. Ningún Cazador Oscuro desconecta el transmisor; es su salvavidas. –Se pu-
so de pie de un salto y cogió el abrigo–. Muy bien, vámonos.

El señor Devereaux se interpuso entre ellos y la puerta. Era casi tan alto como Nick y estaba prepa-
rado para pelear.

–No vas a llevarte a mi niña ahí afuera, donde pueden hacerle daño. Antes te mato.

Amanda pasó junto al Escudero y le dio un beso a su padre.

–No pasa nada, papi. Sé lo que estoy haciendo.

La mirada del señor Devereaux dejó muy claras las dudas que tenía al respecto.

–Deja que se vayan, Tom –dijo su madre desde la cama–. Esta noche no corre ningún peligro. Su

aura es pura.

–¿Estás segura? –le preguntó su marido.

La señora Devereaux asintió.

Su padre suspiró, sin estar del todo convencido, y miró furioso a Nick.

–Que no le ocurra nada.

–Puede estar tranquilo –le aseguró él–. He dado mi palabra de que la cuidaré a una persona que me

asusta mucho más que usted.

De mala gana, el señor Devereaux dejó que se marcharan.

Amanda salió del hospital a toda prisa y cruzó el estacionamiento hasta llegar junto al Jaguar de

Nick. Una vez en el coche, hizo todo lo que pudo para recordar el lugar donde había visto a Kyrian en el

sueño.

–Estaba en un patio sombrío y pequeño.

Nick resopló.

–Estamos en Nueva Orleáns, chère. Con esa descripción no hacemos nada.

–Ya lo sé. Creo que tenemos que ir al Barrio Francés, pero no estoy segura. Joder, no lo sé. –

Observaba con atención las calles oscuras por las que pasaban–. ¿No hay algún Cazador Oscuro al que

podamos llamar para que nos ayude a encontrarlo? ¿Y si se lo decimos a Talon?

–No. Está ocupado persiguiendo a su objetivo –le contestó, pasándole el móvil–. Pulsa el botón de

rellamada e intenta localizar a Kyrian.

Lo hizo, repetidas veces, pero no hubo respuesta.

Con la inminente llegada del amanecer, Amanda comenzó a desesperarse. Si no lo encontraban

pronto moriría. Completamente aterrorizada, hizo lo que no había hecho nunca: reclinó la cabeza en el

asiento y recurrió de forma intencionada a sus poderes, dejando que la poseyeran por completo. La re-
corrió una terrorífica descarga, inundándola de calor y dejándola temblorosa. Su mente se vio asaltada

por multitud de imágenes, algunas antiguas y otras imprecisas. Justo cuando estaba segura de que así

no conseguiría nada, vio algo con total claridad.

–St. Philip Street –susurró–. Allí está.

Aparcaron en la calle y salieron del coche. No sabía muy bien por dónde buscar, pero guió a Nick por

los callejones traseros, directa a un patio muy oscuro. Rodearon el edificio sin ver nada.

–Joder, Amanda, no está aquí.

Ella apenas lo escuchaba. Haciendo caso a su instinto, rodeó un seto muy alto y se detuvo, paraliza-
da.

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Kyrian estaba colgado en una valla, tan maltrecho que no se sostenía en pie.

–¡Dios mío! –exclamó mientras corría para acercarse a él.

Con mucho cuidado, le alzó la cabeza y jadeó al ver su rostro ensangrentado. Le habían golpeado

tanto que casi no podía abrir los ojos.

–¿Amanda? –susurró él–. ¿De verdad eres tú o estoy soñando?

Ella sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

–Sí, Kyrian. Soy yo.

Nick soltó una maldición al llegar junto a ellos y extendió un brazo para tocar uno de los clavos que

atravesaban el brazo de Kyrian. Apartó la mano, sin llegar a tocarlo, por si el simple roce pudiera hacerle

más daño. Amanda vio la furia en los ojos del Escudero y lo escuchó maldecir otra vez.

–¡Por amor de Dios! Lo han clavado a una tabla.

Amanda sintió nauseas sólo de pensarlo. Nada más ver a Kyrian supo exactamente lo que Desiderius

había hecho: había recreado su ejecución.

–Tenemos que sacarte de aquí –le dijo.

Kyrian tosió, medio ahogándose con su propia sangre.

–No hay tiempo.

–Tiene razón –confirmó Nick–. Amanecerá en cinco minutos, como mucho diez. No podremos llevarlo

a casa antes de que salga el sol.

–Entonces llama a Tate.

–No llegará a tiempo. –Un músculo comenzó a palpitar en la mandíbula del Escudero mientras toca-
ba la mano de Kyrian, de cuyo centro sobresalía un clavo–. No estoy seguro de cómo vamos a poder li-
berarlo aunque Tate llegue a tiempo.

–No pasa nada –dijo Kyrian, con voz cansada. Tragó saliva y miró a Nick a los ojos–. Lleva a Amanda

con Talon y dile que las proteja, a ella y a su hermana.

Nick se alejó corriendo.

Ignorando al Escudero, Amanda se concentró en Kyrian.

–No voy a dejarte morir –insistió con voz chillona y brusca–. Joder, Kyrian. No puedes morir así y

convertirte en una Sombra. No voy a permitirlo.

La ternura con la que la miró le robó el aliento.

–Siento mucho haberte fallado. Ojalá hubiese podido ser el héroe que mereces.

Amanda le tomó el rostro entre las manos y lo obligó a mirarla a los ojos. Le limpió la sangre que le

manchaba los labios y la nariz con manos temblorosas.

–No te atrevas a rendirte, ¿me oyes? Si te mueres, ¿quién dice que Desiderius no acabará también

con Talon? Lucha por mí, Kyrian, ¡por favor!

Kyrian esbozó una sonrisa.

–Está bien, Amanda. Me alegro mucho de que me hayas encontrado. No quería morir solo... otra vez.

Al escuchar sus palabras, Amanda comenzó a llorar y el corazón se le subió a la garganta. ¡No!, gritó

su alma en ese instante.

No podía dejarlo morir. Así no. No después de que la había protegido y la había cuidado. No cuando

se había convertido en algo tan importante para ella.

Su mente no dejaba de imaginarse a su adorado Cazador Oscuro vagando por la tierra, atrapado en-
tre dos mundos. Siempre hambriento. Siempre solo. No podía permitir que sucediera algo así.

Nick regresó con una barra de hierro.

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–¿Qué es eso?

El Escudero la miró, furioso.

–No voy a dejar que muera de esta manera. Voy sacarlo de ahí. –E intentó arrancar el clavo que in-
movilizaba la mano de Kyrian que, nada más rozarlo, se tensó por el dolor.

–¡No! –gritó Amanda.

Nick siguió intentándolo.

–¿Qué coño...?

Antes de que Amanda fuese consciente de lo que hacía, sus poderes comenzaron a agitarse y surgie-
ron en cascada, escapando a su control. Los clavos salieron disparados de los brazos de Kyrian, que ca-
yó sobre ella al perder el punto de apoyo.

–Ayúdame, Nick –jadeó mientras intentaba mantenerse en pie con todo el peso de Kyrian encima.

Nick se había quedado pasmado, pero hizo un esfuerzo por salir del estupor y se acercó para sujetar

a Kyrian. El peso lo hizo tambalearse, aunque consiguió llegar al coche tan rápido como sus piernas se

lo permitieron.

–No nos dará tiempo a llegar a su casa antes de que amanezca –dijo entrecortadamente, jadeando

por el esfuerzo.

–Podemos llevarlo a casa de mi hermana. Vive muy cerca de aquí.

–¿Cuál de ellas?

–Esmeralda. La conociste hace un rato; la del pelo largo y negro.

–¿La Suma Sacerdotisa de Vudú?

–No; la comadrona.

El Escudero llegó a casa de Essie en un tiempo récord; ninguno de los dos habló durante el camino.

Les costó bastante trabajo pero, al final, consiguieron sacar a Kyrian del coche y llevarlo hasta el

porche en el mismo instante en que el sol se alzaba sobre el tejado del edificio situado enfrente de la

casa de Esmeralda.

Amanda golpeó con fuerza la puerta de la casita victoriana de su hermana.

–¿Esmeralda? ¡Date prisa! ¡Abre la puerta!

Vio la sombra de su hermana a través de las cortinas de encaje victoriano un momento antes de que

el pomo de la puerta girara. Amanda la abrió de un empujón y Nick metió a Kyrian en el recibidor sin

perder un segundo.

–Baja las persianas –le ordenó el Escudero a Esmeralda mientras dejaba a Kyrian en el moderno sofá

verde.

–¿Cómo dices? –le preguntó Essie–. ¿Qué está pasando aquí?

–Hazle caso, Essie, y te lo explico todo en un minuto.

Sin demostrar mucho entusiasmo, Esmeralda siguió las órdenes de Nick.

Amanda acarició el rostro de Kyrian.

–Te han dejado hecho un desastre.

–¿Cómo está Tabitha? –le preguntó él con voz débil.

A Amanda le enterneció que demostrara esa preocupación por su hermana, estando tan malherido.

–Voy a llamar a una ambulancia –anunció Esmeralda mientras cogía el teléfono.

Nick se lo quitó.

–No.

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La mirada que le dedicó Essie hubiese hecho retroceder a la mayoría de los hombres, pero Nick se

limitó a contemplarla con una expresión igual de desagradable.

–No pasa nada, Essie –la tranquilizó Amanda–. No podemos llevarlo a un hospital.

–Pero si no lo trasladáis, va a morir.

–No –le aseguró Nick–. No morirá.

Esmeralda alzó una ceja en un gesto de incredulidad.

–No es humano –le explicó Amanda.

Essie la miró con los párpados entornados.

–¿Y qué es, entonces?

–Un vampiro.

La ira desfiguró el rostro de Esmeralda que, en ese momento, se lanzó a por todos ellos, echando

humo por la nariz.

–¿Has traído a un vampiro a mi casa? ¿Después de lo que le ha sucedido a Tabitha? ¡Por el amor de

Dios, Amanda! ¿Es que no tienes sentido común?

–No va a hacerte daño –insistió Amanda.

–Estás como una puta cabra. Voy a llamar a...

Nick se interpuso entre Esmeralda y el teléfono.

–Si intentas marcar cualquier número, arranco el teléfono de la pared.

–Tío –lo increpó Essie a modo de advertencia–, ni creas qu...

–¡Ya basta! –gritó Amanda–. Kyrian nos necesita, Esmeralda, y, como tu hermana pequeña, te supli-
co que nos ayudes.

–Pero...

–Essie, por favor...

Amanda observó la indecisión en el rostro de su hermana y supo que se debatía entre la negativa a

ayudar a un no-muerto y la imposibilidad de dar la espalda a su hermana.

–Por favor, Es; nunca en la vida te he pedido un favor.

–Eso no es cierto. Me pediste prestado mi jersey favorito cuando estábamos en el instituto, para po-
nértelo el día que Bobby Daniels jugaba aquel partido.

–¡Es!

–De acuerdo –se rindió–, pero si muerde a alguno de los habitantes de esta casa, le clavo una esta-

Kyrian permaneció inmóvil mientras Esmeralda y Amanda lo despojaban de las ensangrentadas ro-
pas. Era tal la agonía que estaba padeciendo que apenas podía respirar. Le resultaba imposible dejar de

ver el momento en que los Daimons lo habían atacado y ansiaba desquitarse exigiendo su sangre.

«Dejemos que el sol acabe con él», seguía diciendo la voz de Desiderius en sus oídos. Ese cabrón iba

a pagarlo con creces. Ya se encargaría él...

Amanda sintió el corazón en un puño al ver las heridas del cuerpo de Kyrian. Tenía los brazos y las

manos agujeradas a causa de los enormes clavos. Nunca había odiado a nadie, pero en ese momento

odiaba a Desiderius con tanta intensidad que, si lo tuviese delante, lo destrozaría tan sólo con las ma-
nos.

Se apartó de Kyrian un minuto para llamar a sus padres y preguntar por el estado de Tabitha. Mien-
tras tanto, Essie siguió vendándole las heridas y Nick continuó paseándose, nervioso, de un lado a otro

de la habitación.

–¿Qué quieres que haga con Desiderius? –le preguntó el Escudero a Kyrian.

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–Que te mantengas alejado de él.

–Pero, mírate...

–Soy inmortal; sobreviviré. Tú no lo harías.

–Sí, claro. Si hubiésemos llegado tres minutos más tarde tú tampoco habrías sobrevivido.

–Nick –lo advirtió Amanda–; tu actitud no nos está ayudando en nada. Kyrian necesita descansar.

–Lo siento –se disculpó, inquieto, pasándose la mano por el pelo alborotado–. Suelo atacar cuando

estoy preocupado; es un mecanismo de defensa.

–No importa, Nick –lo tranquilizó Kyrian–. Vete a casa y duerme un rato.

El Escudero asintió con una expresión tensa. Antes de marcharse, miró a Amanda.

–Llámame si necesitas cualquier cosa.

–De acuerdo.

Esmeralda acabó de atender a Kyrian justo cuando Nick salía por la puerta.

–Debe dolerte mucho. ¿Qué te ha sucedido exactamente?

–He sido un imbécil.

–Muy bien, Imbécil –continuó Esmeralda, con brusquedad–, vamos a tener que entablillar esas pier-
nas y aquí no tengo lo necesario.

–¿Puedo usar el teléfono? –le preguntó Kyrian.

Esmeralda se lo acercó, mirándolo con el ceño fruncido.

Mientras marcaba, Amanda continuó limpiándole la sangre del rostro.

–¿Cómo puedes actuar con tanta normalidad? –le preguntó–. Debes estar sufriendo una agonía.

–Los romanos me torturaron durante un mes, Amanda. Créeme, esto no es nada.

Aún así, ella sufría por él. ¿Cómo era capaz de soportar todo ese dolor?

No pudo evitar escuchar la conversación de Kyrian con la persona a la que había llamado.

–Sí, lo sé. Nos vemos dentro de un rato.

Cuando terminó de hablar, Amanda cogió el teléfono para dejarlo en su sitio y Kyrian cerró los ojos

para descansar, mientras Esmeralda se llevaba a su hermana a la cocina.

–Quiero una explicación. Ahora. ¿Por qué hay un vampiro herido en mi sofá?

–Me salvó la vida. Sólo le estoy devolviendo el favor.

Essie le lanzó una furiosa mirada.

–¿Te has parado a pensar lo que haría Tabitha si lo descubriera?

–Lo sé, pero no podía dejar que muriera. Es un buen hombre, Es.

Esmeralda abrió la boca, totalmente pálida.

–No, Amanda. Esa cara no.

–¿Qué cara?

–Esa mirada emocionada que pones cuando ves a Brendan Fraser en la pantalla.

–¿Cómo dices? –preguntó Amanda, ofendida.

–Estás loca por él.

Amanda sintió que se sonrojaba.

–¡Mandy! ¿Por qué no usas el cerebro?

Ella evitó la mirada inquisitiva de su hermana volviendo la vista hacia el sofá donde yacía Kyrian.

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–Mira, Essie; no soy una estúpida, ni tampoco soy una niña. Sé que nunca podrá haber nada entre

nosotros.

–¿Pero...?

–¿Qué quieres decir con «pero...»?

–Me da la sensación de que hay un pero... al final de esa frase.

–Pues no lo hay –le contestó, empujándola ligeramente hacia las escaleras–. Y ahora, vuelve a la

cama y duerme un poco.

–Sí, claro. ¿Vas a asegurarte que el señor Vampiro no nos utiliza de aperitivo mientras duermo?

–No bebe sangre.

–¿Y cómo lo sabes?

–Porque me lo ha dicho él.

Essie cruzó los brazos delante del pecho y la miró, ofendida.

–¡Ah, claro! Y nosotras nos lo creemos a pies juntillas, ¿no?

–¿Puedes dejarlo ya, Essie?

–Venga, Mandy –la increpó, señalando con la mano hacia el sofá–. Ese hombre es un asesino.

–No lo conoces.

–Tampoco conozco a ningún caimán y estoy segura de que no dejaría entrar a ninguno en mi casa.

¡Joder, Amanda! No puedes domesticar a un animal salvaje.

–No es un animal salvaje.

–¿Estás segura?

–Sí.

Pero Essie seguía mostrándose escéptica; los ojos la delataban.

–Ya puedes estar en lo cierto, mocosa, o vamos a acabar todos bien jodidos.

Horas después, mientras Essie se vestía para ir a trabajar, Amanda preparó a Kyrian un ligero desa-
yuno.

–Te agradezco la intención, pero no tengo hambre –lo rechazó él amablemente.

Ella dejó el plato sobre la mesita y deslizó un dedo, con mucho cuidado, sobre el vendaje que le cu-
bría el brazo; había seguido sangrando y las gasas estaban manchadas.

–Ojalá me hubieses hecho caso y te hubieses quedado en casa.

–No puedo hacer eso, Amanda. He hecho un juramento y tengo obligaciones.

Su trabajo. Eso era todo lo que le importaba y ella comenzaba a preguntarse si la protegía porque su

preocupación era genuina o como parte de su deber como Cazador Oscuro.

–Pero me dijiste que confiabas en mis poderes y cuando te dije que...

–Amanda, por favor. No tenía otra opción.

Ella asintió.

–Espero que lo mates.

–Lo haré.

Amanda le cogió la mano y le dio un apretón.

–No pareces tan seguro como antes.

–Eso es porque he pasado la noche clavado a una tabla y esta mañana no estoy en mi mejor mo-
mento.

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–No tiene gracia.

–Ya lo sé –contestó él–. Es que me molesta que supiese exactamente dónde golpear para hacer más

daño. Directo a...

Ella esperó unos minutos para que continuara, pero Kyrian permaneció en silencio.

–¿Directo a dónde? –lo instó ella.

–A ningún sitio.

–Kyrian, cuéntamelo. Quiero saber cómo consiguió hacerte esto.

–No quiero hablar de eso.

Antes de que pudiera presionarlo más, alguien llamó a la puerta.

–Por favor –le dijo en voz baja–, deja entrar a D’Alerian.

–¿El Guardián de los Sueños?

Kyrian asintió.

Muerta de curiosidad, se levantó para abrir la puerta principal y, al hacerlo, retrocedió unos pasos. El

hombre que estaba en el porche no se parecía en nada a como lo había imaginado. Mucho más alto que

ella, el Guardián de los Sueños tenía el pelo negro como la noche y unos ojos tan pálidos que parecían

resplandecer con luz propia. Vestido por completo de color negro, como si fuese un Cazador Oscuro, lo

habría devorado con la mirada de no ser por la extraña tendencia que tenían sus ojos a apartarse de él.

Era muy raro. Muy curioso. Tenía que esforzarse para mirarlo, ya que sus ojos lo evitaban en contra de

su voluntad, y eso que cualquier mujer ardería de deseo y se quedaría boquiabierta de la impresión con

sólo echarle un vistazo.

Sin pronunciar una sola palabra, el hombre pasó junto a ella y se acercó a Kyrian. La puerta se le es-
capó de la mano y se cerró con un sonoro portazo, impidiendo la entrada a la luz del sol.

D’Alerian se movía con elegancia y agilidad. Al acercarse al sofá, se quitó la chaqueta de cuero y se

alzó las mangas de la camisa negra.

–¿Desde cuándo llamas a las puertas? –le preguntó Kyrian.

–Desde que me preocupo por no asustar a los humanos. –El Guardián de los Sueños observó el

cuerpo de Kyrian de la cabeza a los pies–. Estás hecho un desastre.

–Todo el mundo se empeña en decirme lo mismo.

No había rastro de humor en la expresión de D’Alerian. Ni de cualquier otra emoción. Parecía mucho

más sereno e imperturbable que Talon; como si no tuviese sentimientos.

El Guardián de los Sueños alzó una mano y uno de los sillones se movió hasta quedar justo al lado

del sofá. Sin prestar atención a Amanda, colocó la mano sobre el hombro de Kyrian.

–Duerme, Cazador Oscuro. –Y, antes de que acabara de hablar, Kyrian ya estaba profundamente

dormido.

Amanda observó la escena. D’Alerian no movió la mano que tocaba a Kyrian; tenía los ojos cerrados.

Y, en ese preciso momento, su expresión cambió y su rostro adoptó la rigidez de aquél que está siendo

sometido a una intensa agonía. De hecho, estaba reflejando todo el dolor que Kyrian debía haber sufri-
do.

Tras unos minutos, apartó la mano y se reclinó en el sillón, respirando laboriosamente. Se cubrió la

cara con las manos, como si con ese gesto pudiese alejar la pesadilla. Cuando la miró, la intensidad de

sus ojos hizo que Amanda diera un respingo.

–Nunca, en toda la eternidad, había contemplado algo así –le susurró con voz ronca.

–¿El qué?

Suspirando entrecortadamente, D’Alerian continuó.

–¿Quieres saber cómo logró capturarlo Desiderius?

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Ella asintió.

–A través de sus recuerdos. Jamás he experimentado tanto dolor en otra persona. Cuando esos re-
cuerdos lo inundan, Kyrian se queda indefenso y es incapaz de actuar con cordura.

–¿Qué puedo hacer?

–Nada; a no ser que se te ocurra el modo de erradicar esos recuerdos. Si continúan torturándolo de

este modo, está perdido. –Antes de seguir hablando, miró a Kyrian–. Dormirá hasta que caiga la noche;

no lo molestes. Cuando se despierte, podrá volver a andar, pero aún estará débil. Intenta que no vaya

tras Desiderius durante un par de días. Hablaré con Artemisa y veremos qué se puede hacer.

–Gracias.

D’Alerian le respondió con un leve gesto y desapareció con un destello de luz dorada. Unos segundos

después, su chaqueta también se evaporó.

Amanda se sentó en el sillón que el Guardián de los Sueños acababa de dejar libre y, mirando al te-
cho, lanzó una carcajada. Estaba histérica. Lo único que siempre había deseado era una vida normal. Y

ahora tenía un vampiro por amante y un Guardián de los Sueños –concepto que aún no estaba muy se-
gura de entender–, apareciendo y desapareciendo como por arte de magia de la casa de su hermana,

mientras otro vampiro estaba intentando matarlos a todos.

La vida era una ironía.

Ladeó la cabeza y observó a Kyrian. Se le había normalizado la respiración y el ceño de dolor que le

arrugaba la frente había desaparecido. Las heridas seguían siendo espantosas, pero algunas de ellas ya

empezaban a curarse.

¿Qué le habría hecho Desiderius?

Kyrian despertó y vio que la luz de la luna entraba por las ventanas abiertas del salón. No recordó

dónde estaba hasta que intentó moverse y el dolor lo atravesó. Apretó los dientes y se incorporó lenta-
mente para sentarse. En ese momento, vio a Esmeralda delante de él, con una enorme cruz en una

mano y una ristra de ajos colgada del cuello.

–Tío, no se te ocurra moverte de ahí. Y no intentes el truco de controlar mi mente.

A pesar del dolor, Kyrian soltó una carcajada.

–¿Sabes una cosa? Ni las cruces ni los ajos tienen efecto alguno sobre nosotros.

–Sí, claro –le contestó ella, acercándose un poco más a él–. ¿Dirías lo mismo si te toco con ella?

Cuando estuvo lo bastante cerca, Kyrian extendió un brazo y le quitó la cruz.

–¡Ay, ay, ay! –gritó, fingiendo estar dolorido y acercándosela hasta el pecho–. En serio –le dijo, dán-
dosela de nuevo–, no tiene ningún efecto. Y en cuanto al ajo, si a ti no te molesta el olor, a mí tampoco.

Esmeralda se quitó la ristra de ajos.

–Entonces, ¿a qué eres vulnerable?

–A ti te lo voy a decir...

Essie ladeó la cabeza.

–Mandy tiene razón; eres exasperante.

–Deberías haber tenido una charla con mi padre antes de que me lo comiera.

Esmeralda palideció y retrocedió un par de pasos.

–Está tomándote el pelo, Es. No se ha comido a su padre.

Él se dio la vuelta y vio a Amanda de pie, en el hueco de la puerta que había a sus espaldas.

–¿Estás completamente segura de eso?

Ella sonrió.

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–Sí, completamente. Y supongo que debes sentirte mejor, si tienes ganas de bromear. –Se acercó y

apartó las vendas que le cubrían los brazos para ver las heridas–. ¡Dios Santo! Están prácticamente cu-
radas.

Kyrian asintió, cogió una de las camisas que Nick había dejado allí esa misma tarde mientras él des-
cansaba, y se la puso, al tiempo que les explicaba lo de las heridas.

–Gracias a D’Alerian, en un par de horas más habrán desaparecido por completo.

Amanda lo observó mientras se levantaba del sofá. El único indicio de que aún no estaba en forma

era la lentitud de sus movimientos.

–¿No crees que deberías seguir acostado?

–Necesito moverme para aliviar la rigidez. –Mientras pasaba a su lado, murmuró de forma casi inau-
dible–: Al menos, parte de ella.

Amanda lo ayudó a llegar hasta la cocina.

–Essie, ¿quedan espaguetis?

–¿Es que come espaguetis?

Amanda alzó la cabeza para mirarlo.

–¿Los comes?

Él miró a Esmeralda de forma amenazadora.

–No resulta tan satisfactorio como chupar el cuello de un par de italianas, pero no están mal.

Amanda soltó una carcajada al ver la expresión espantada de su hermana.

–No le tomes más el pelo o te clavará una estaca mientras duermes.

Kyrian se sentó y la miró de arriba abajo con los ojos cargados de deseo.

–A mí sí que me gustaría clavártela mientras estás despierta.

Ella sonrió al escuchar la indirecta mientras le servía el plato de espaguetis.

–Me alegra muchísimo ver que tienes ganas de bromear. Pasé mucho miedo esta mañana; pensé

que iba a perderte a pesar de haberte encontrado.

–¿Cómo está Tabitha?

–Muy bien. Ya le habrán dado el alta.

–Me alegro.

Amanda se dio cuenta de que estaba muy preocupado; tenía una expresión extraña.

–¿Qué te pasa? –le preguntó mientras colocaba el plato en el microondas.

–Desiderius está ahí fuera y volverá a matar de nuevo. No puedo quedarme aquí acostado y esper...

Amanda le tapó la boca con la mano, impidiendo de este modo que siguiera hablando.

–¿Y qué conseguirás dejándote matar?

–Ayudar a Nick, ya que heredará todos mis bienes.

–No tiene gracia.

–Siempre me dices lo mismo.

Ella sonrió débilmente.

–Antes de que vuelvas a salir en busca de Desiderius, tenemos que trazar un plan. En estos momen-
tos te da por muerto, así que contamos con el factor sorpresa.

–¿Contamos?

–No voy a dejar que vuelvas a luchar solo con él. Nos está amenazando a mi familia y a mí y no

pienso quedarme en la retaguardia esperando a que vuelva a atacar.

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Él alargó un brazo y le acarició la cara.

–No quiero que te haga daño.

–Entonces enséñame lo necesario para que pueda ayudarte a darle una buena patada en el culo.

Kyrian sonrió al escucharla.

–Hace dos mil años que lucho solo.

–Bueno, nunca se es lo demasiado viejo para aprender.

Kyrian resopló.

–No puedes enseñarle nuevos trucos a un perro viejo.

–Borrón y cuenta nueva.

–El tiempo es oro.

–Dios ayuda a los que se ayudan.

Él soltó una carcajada.

–No vas a dejarme ganar, ¿verdad?

–No. Voy a acabar de prepararte la comida y después te contaré todo lo que he averiguado mientras

dormías.

Kyrian observó cómo echaba queso sobre la pasta. Nunca había conocido a una mujer como ella.

Después de que Desiderius lo abandonara para que el sol acabara con él, había cerrado los ojos para re-
cordar la imagen de Amanda en su cama y la sensación de tenerla entre sus brazos.

Pensar en ella lo había reconfortado de un modo que no se merecía.

¿Y si fallo de nuevo y no mato a Desiderius?

La idea lo horrorizaba. Ella se quedaría sola. Cerró los ojos y la vio en una cama del hospital, como

Tabitha. O aún peor.

No. Ella tenía razón. Necesitaba enseñarle unas cuantas cosas para que pudiera defenderse. Deside-
rius era demasiado peligroso. Demasiado ladino. Era un cabrón y no se había tirado un farol cuando

afirmó saber dónde atacar.

–¿Kyrian?

Él levantó la vista para mirarla.

Mientras pensaba, Amanda había servido la pasta y la había colocado en la mesa, junto con un plato

de ensalada; se acercó a él y le puso la mano en la frente.

–No le des más vueltas.

–¿A qué?

–A lo de Desiderius. Estabas tan concentrado que casi podía escuchar tus pensamientos.

En ese momento, Esmeralda se asomó a la cocina.

–Cara está de parto y tengo que marcharme. ¿Estás segura de que quieres quedarte sola con él?

–Claro que sí, Essie. Vete; fuera de aquí; ¡largo!

–Muy bien, pero te llamo luego.

Amanda le contestó con un gruñido y miró a Kyrian.

–¿Has intentando alguna vez vivir con nueve madres?

–La verdad es que no.

Una vez que acabó de comer y llamó a Nick, Amanda lo acompañó al aseo del segundo piso, para

ayudarlo a darse un baño.

Kyrian permaneció totalmente inmóvil mientras ella le desabrochaba la camisa, se la quitaba y hacía

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lo propio con los pantalones. Su miembro se endureció con el roce de sus dedos.

–En realidad, hace siglos que no tomo un baño de verdad. Siempre me ducho.

–Bueno, bañarse es mucho más divertido... te lo prometo. –Poniéndose de puntillas le dio un ligero

beso en los labios.

Kyrian se dejó llevar y se metió en la bañera, siguiendo sus órdenes. La sensación del agua caliente

deslizándose sobre su piel, mientras ella echaba jabón en la manopla, era maravillosa. No pudo evitar

trazar el contorno del mentón de Amanda con un dedo.

Ella se quitó la ropa y se metió con él en la bañera. La rodeó con los brazos pero, en cuanto Amanda

comenzó a moverse sobre su cuerpo, los viejos recuerdos se apoderaron de él. Al instante, volvió a estar

en su antiguo hogar y era Theone la que lo bañaba; era su mirada distante la que veía.

Amanda notó que se quedaba rígido.

–¿Te he hecho daño?

–Apártate, déjame salir –le dijo, haciéndola a un lado.

Algo iba mal. Algo malo le estaba sucediendo.

–¿Kyrian?

Estaba evitando mirarla a los ojos y, súbitamente, recordó lo que D’Alerian le dijo. Decidida a librarlo

de sus demonios, lo cogió firmemente por el rostro y lo obligó a mirarla.

–Kyrian; no soy Theone y jamás te traicionaré.

–Déjame...

–¡Mírame! –insistió–. Mírame a los ojos.

Y él lo hizo.

–Te he preparado la comida y no te he drogado. Jamás te haría daño. Jamás.

Kyrian frunció el ceño.

Ella se deslizó sobre él, inclinándose aún más sobre su cuerpo.

–Ámame, Kyrian –lo instó, cogiéndole las manos y colocándolas sobre sus pechos–. Déjame borrar

esos recuerdos.

Kyrian no sabía si eso era posible, pero al sentirla allí desnuda, con su piel húmeda y su cálido alien-
to, comprendió que no quería alejarse de ella. Había estado mucho tiempo privado del consuelo de una

mujer, de la ternura de sus caricias. Amanda volvió a moverse sobre él, acercándose a su rostro y eso le

hizo perder el hilo de sus pensamientos.

–Confía en mí, Kyrian –le susurró al oído, justo antes de trazar con la lengua los sensibles pliegues

de la oreja.

Kyrian creyó arder.

–Amanda –jadeó; el nombre salió de sus magullados labios a modo de oración. Ella era su salvación.

Había intentado con todas sus fuerzas liberarse del pasado, hacerlo desaparecer, pero no lo había

logrado; estaba allí, bajo la superficie, esperando el momento más inesperado para abalanzarse sobre

él.

Pero no iba a permitir que estropeara ese instante. No con Amanda en sus brazos.

Ella percibió cómo caía el velo que ocultaba sus emociones. Por primera vez, vio en sus ojos el alma

de ese hombre que no tenía alma. Y mucho más, vio la pasión y el anhelo. La necesidad de poseerla.

Sonriendo, se inclinó para besarlo con mucha ternura, temerosa de hacerle aún más daño. Para su

sorpresa, él tomó las riendas del beso y lo profundizó, abrazándola con tanta fuerza que comenzaba a

costarle trabajo respirar. La lengua de Kyrian se enredaba con la suya, avivando su deseo. Introdujo la

mano entre ambos y descendió hasta tomar su verga en la mano. La acercó hasta la entrada de su

cuerpo y comenzó a introducírsela centímetro a centímetro, muy despacio, hasta que la sintió dentro en

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toda su longitud y, entonces, comenzó a moverse lenta y suavemente sobre él, por temor a hacerle da-

ño.

Él echó la cabeza hacia atrás y contempló la expresión satisfecha de Amanda mientras lo acariciaba

con todo su cuerpo. Alargó un brazo y la sujetó por la barbilla.

–Eres mucho más de lo que me merezco.

Ella le contestó besándolo con ferocidad, mordisqueándole los labios. ¡Dios Santo! Ese hombre sí que

sabía besar. Le pasó la lengua por los colmillos mientras aumentaba el ritmo de sus movimientos y él

gimió en su boca, haciendo que todo su cuerpo vibrara.

Kyrian alzó las manos y le sujetó la cabeza para profundizar aún más el beso. Abrumada por todas

las emociones que la asaltaban, Amanda se corrió en sus brazos y él siguió besándola con más intensi-
dad.

–Eso es, Amanda –murmuró, cogiéndole un pecho y pellizcándole un pezón con suavidad–. Córrete

por los dos.

Ella abrió los ojos y vio el deseo voraz en esos abismos negros.

–Pero no es justo.

Él sonrió.

–No me importa, de verdad. Con estar dentro de ti es suficiente.

Ella no se dejó engañar, pero lo ayudó a salir de la bañera y lo secó con una toalla. Lo acompañó

hasta la cama de la habitación de invitados y cerró las ventanas, asegurándose de que no quedara ni un

resquicio por donde pudiera pasar la luz del sol. Se quedó allí un rato, observándolo mientras dormía. Su

maltrecho cuerpo se curaba a ojos vista. Si pudiese curar su corazón con la misma facilidad...

¡Maldita fuese su esposa por la crueldad con que lo había tratado!

En ese momento, escuchó que alguien llamaba a la puerta. Echándole un último vistazo a Kyrian, sa-
lió de la habitación sin hacer ruido y bajó para abrir la puerta. Era Nick, con una maleta pequeña.

–Pensé que necesitaría ropa y algunas cosas más.

Amanda lo dejó pasar, sonriendo ante la preocupación que demostraba el Escudero.

–Gracias; estoy segura de que Kyrian apreciará el gesto.

Nick dejó la maleta junto al sofá.

–¿Dónde está?

–Arriba, durmiendo; espero.

–Escúchame –le dijo él con brusquedad–. Talon va con Tabitha de regreso a casa de tu madre para

asegurarse de que llega sana y salva. He puesto a un par de escuderos tras Esmeralda y el resto de tu

familia. Ahora que Desiderius da por muerto a Kyrian, no sabemos qué va a hacer ni a quién va a ata-
car. Dile a toda tu familia que tenga los ojos bien abiertos.

Kyrian los escuchaba desde la cama. Percibía el miedo en la voz de Amanda; la ansiedad. Y sabía

cuál era el modo de que todos sus temores se desvanecieran. Si Desiderius se enteraba de que estaba

vivo, iría tras él y dejaría en paz a Amanda y a sus hermanas. Él era el primer objetivo en la lista del

Daimon. El resto, meros aperitivos.

Dolorido, salió de la cama muy lentamente y se vistió.

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