Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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jueves, 28 de enero de 2016

Los placeres de la noche * Capítulo 9

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 9

Kyrian atravesó el pasillo, abrió la puerta de su despacho y se encontró a Nick sentado tras el anti-
guo escritorio de caoba, de espaldas a la puerta. El sillón reclinable de cuero negro crujió cuando se

movió su Escudero, cuyos dedos volaban sobre el teclado del ordenador.

Era una imagen cotidiana.

Nick era un dios en Internet, lo que en terminología hacker significaba que podía entrar en cualquier

sitio, sin importar lo seguro que fuese el servidor. Gracias a sus habilidades, Nick, junto a Chris Eriksson

y Daphne Addams habían sido encargados del diseño y mantenimiento la web de los Cazadores Oscuros,

lugar utilizado por los Cazadores y por los Escuderos para guardar todos sus archivos y comunicarse

unos con otros.

Era bueno saber que a Nick le servía la Universidad para algo más que para conocer a mujeres de

moral cuestionable.

–Dime, ¿por qué has entrado a mi habitación sin permiso?

Nick lo miró de soslayo con una sonrisa maliciosa.

–Tío, te habías quedado dormido. Era tarde.

–¡Vamos, hombre!

Con un bufido, Nick volvió a prestar atención al ordenador, ya que acababa de recibir un mensaje.

–Eres el único hombre que conozco que puede tener un humor tan desagradable diez minutos des-
pués de haber echado un polvo con una mujer tan estupenda. Joder, ¿no sabes que el sexo sirve para

que te sientas mejor?

Kyrian puso los ojos en blanco ante los comentarios de su insolente Escudero; las normas e instruc-
ciones le resbalaban y jamás había logrado intimidarlo. Ni siquiera la noche que le confesó qué tipo de

criatura era en realidad.

–Nick... –lo increpó a modo de advertencia.

El Escudero abrió el correo.

–Vale, vale. Aquí está el mensaje de los Oráculos:

«De apolita y Daimon nacido será el que os mantenga en vilo.

Sangre de dioses corre por sus venas y la ira es su mejor compañera.

Si queréis a este ser controlar, un Cazador Oscuro con alma debéis encontrar.»

Kyrian frunció el ceño al escuchar el acertijo; la típica basura de los Oráculos. Por los dioses, cómo

los odiaba. ¿Es que no podían, por una sola vez, decir lo que tuvieran que decir hablando en cristiano?

Claro que no. No quisiera Zeus que los Oráculos los ayudaran de verdad a proteger a los humanos...

–¿Qué coño significa eso? –le preguntó a Nick.

Su Escudero giró el sillón para quedar de frente.

–Según Acheron, lo que quiere decir es que sólo un Cazador Oscuro con alma puede acabar con De-
siderius. Por eso ninguno de vosotros ha logrado matarlo antes. Es una simple profecía, ya sabes cómo

funciona esto.

–No existe ningún Cazador Oscuro con alma. Al menos, no con el alma en el cuerpo.

–Entonces, de acuerdo con los Oráculos y con Acheron, Desiderius es invencible.

Kyrian dejó escapar un profundo suspiro.

–Eso no es lo que quería oír esta mañana.

–Sí; lo único que tengo que decir es que me alegro de no estar en tu pellejo. –Nick frunció el ceño–.

Tienes los ojos verdes. ¿Qué te ha pasado?

–Nada.

Nick ladeó la cabeza y lo miró con suspicacia.

–Algo sucede –dijo antes de coger el móvil–. ¿Tengo que llamar otra vez a Acheron?

Kyrian le quitó el teléfono de las manos y lo miró con una furia asesina.

–No metas a Acheron en esto. Puedo arreglármelas solo.

–Más te vale. Eres un coñazo, pero no me gustaría nada tener que empezar a trabajar para otro Ca-
zador Oscuro.

Kyrian soltó un bufido.

–¿Y eso qué significa? ¿Es una declaración de amor?

–No, de lealtad. No quiero verte caer como le sucedió a Streigar.

La idea hizo que Kyrian dejara las bromas a un lado. Streigar había sido un implacable Cazador Os-
curo al que atraparon unos humanos, fanáticos de la caza de vampiros, que lo expusieron a la luz del

sol. Su muerte había sobrecogido a Cazadores Oscuros y a Escuderos por igual.

–No te preocupes –le dijo a Nick para tranquilizarlo–, no voy a acabar dándole los buenos días al sol.

Sé cómo arreglármelas.

–¿Qué te apuestas a que ésas fueron las mismas palabras de Streigar?

Kyrian dejó escapar un gruñido.

–¿No tienes clase hoy?

Nick soltó una carcajada.

–Tío, soy un Cajun de los pantanos, no necesito ir a clase, cher. –Se aclaró la garganta y dejó de uti-
lizar el acento cajun–. Y no, hoy hay que hacer la matrícula. Tengo que pensar las asignaturas que voy a

coger el próximo semestre.

–Genial, pero necesito que hagas unas cuantas cosas.

–¿Y qué tiene eso de nuevo?

Sarcasmo, tu nombre es Nick Gautier.

–Quiero que lleves de compras a Amanda; necesita ropa. Los Daimons quemaron su casa y no tiene

nada, excepto lo puesto.

Nick alzó una ceja.

–En ese caso, sus pertenencias son escasas porque me ha parecido que puesto, puesto... llevaba

más bien poco.

Kyrian miró a su Escudero con los ojos entrecerrados.

–No te pongas histérico –dijo Nick, alzando las manos en señal de fingida rendición–. Ya sé que es

tuya y jamás se me ocurría invadir tu terreno, pero tío, tampoco soy ciego.

–Un día de éstos... te convertiré en aperitivos para caimanes...

–Ya, ya. La amenaza tendría más peso si no supiera lo mucho que te gusta darme órdenes. Si no

pudieses mangonearme a cualquier hora de la noche, te volverías loco.

No podía negarlo. Las noches se hacían especialmente tediosas y largas cuando no había Daimons

que perseguir, y fastidiar a Nick a las tres de la mañana hacía que fuesen algo más entretenidas.

El Escudero sacó su Palm Pilot y comenzó a tomar notas.

–Vale. Misión secreta: llevar a la chica de compras. –Cuando acabó de escribir alzó la cabeza y miró

a Kyrian–. Por cierto, quiero un plus de peligrosidad este mes. Odio los centros comerciales.

Kyrian se rió.

–No hay más que mirarte para darse cuenta.

Nick fingió que el comentario le había dolido y lo miró simuladamente ofendido.

–Perdóneme, señor Armani. Es que me gusta la moda grunge.

–Lo siento, siempre se me olvida que ahora está de moda vestirse como si acabases de salir de de-
bajo de un contenedor de basura.

Nick continuó haciéndose el ofendido y le contestó con un fingido tartamudeo.

–¿Por qué no te vuelves a la cama de una puñetera vez y utilizas todo ese encanto con tu mujer?

Porque si sigues fastidiándome voy a acabar clavándote una estaca... –y en voz muy baja añadió–

...mientras duermes.

Kyrian cruzó los brazos delante del pecho.

–Vale, te daré una paga extra, pero no te pases con Amanda. Los comentarios sarcásticos los redu-
ces al mínimo.

–Sí, ¡oh gran Amo y Señor! –dijo al tiempo que añadía otra nota–: Ser agradable con la chica; man-
tener la boca cerrada. –Y volvió a mirarlo–. Por cierto, ¿algún límite de dinero para las compras?

–No. Todo lo que ella quiera gastar.

–Visitar tiendas pijas y Lord and Taylor

–Tráela de vuelta antes de que oscurezca o voy a usar tu pellejo cajun para dar de comer a los cai-
manes de Talon.

El miedo chispeó en los ojos de Nick. El muchacho odiaba a los caimanes, aunque Kyrian no sabía

por qué.

–Vale, eso sí me ha asustado.

–También quiero que vayas a casa de Talon y recojas un srad. Desiderius no se imagina la sorpresa

que vamos a darle.

Nick tembló ante la mención de las dagas circulares de Talon. Eran armas muy antiguas y, a su lado,

un Ginsu parecía un simple cuchillo para untar mantequilla.

–¿Sabes cómo usar esas cosas?

–Sí –le contestó Kyrian, respirando hondo–. Necesito dormir. Nick, lo más importante es que cuides

de Amanda.

Nick apagó la Palm Pilot y la colocó en la funda del cinturón.

–Te gusta, ¿verdad?

Kyrian no contestó; no se atrevía. Ninguno de los dos necesitaba saber la respuesta. Dándole la es-
palda a su Escudero, salió del despacho y se dirigió al dormitorio.

Tras darse una ducha rápida, Amanda regresó en silencio a la habitación para vestirse, mientras Ky-
rian dormía en la enorme cama con dosel. El lugar estaba completamente a oscuras, la única luz prove-
nía del baño. Resultaba imposible saber si era de día o de noche, aunque Kyrian siempre parecía saber

el momento exacto en que salía el sol.

Se acercó a la cama para observarlo; la sábana le tapaba hasta la cintura, ocultando su desnudez.

Ufffff, ese hombre tenía un cuerpo... Podría pasarse todo el día mirándolo, sin cansarse de observar esa

piel bronceada y exquisita que ansiaba explorar con los labios y las manos. ¿Qué había en él que le re-
sultaba tan adictivo?

Estaba deseando volver a besar esos labios exuberantes y enterrar las manos en ese pelo rubio, pero

no quería perturbar su sueño. Kyrian necesitaba recuperar fuerzas.

Salió de puntillas de la habitación y bajó las escaleras, camino de la cocina.

La luz del día se reflejaba sobre las superficies de mármol blanco, dando a la estancia un aspecto

alegre y luminoso. Rosa estaba friendo beicon y Nick ojeaba unos folletos informativos de la universidad,

sentado en un taburete.

De cuerpo esbelto y muy apuesto, el muchacho no aparentaba tener más de veinticuatro años. No le

vendría nada mal un corte de pelo, pero había que reconocer que la melena a la altura de los hombros

le sentaba muy bien a ese rostro de rasgos cincelados. Llevaba una sudadera ancha que había visto me-
jores días y unos vaqueros desgastados con un agujero en la rodilla.

–Oye, Rosa –increpó a la mujer sin levantar la vista del folleto–, si cojo español para el próximo se-
mestre, ¿me ayudarás a estudiar?, e imagino que Kyrian también te echará una mano.

–Sí

–Genial –dijo con ironía–. Entre eso y la Historia de la Antigua Grecia me lo voy a pasar de puta ma-
dre.

–¡Nick! –lo reprendió Rosa–. Ese lenguaje no es propio de un caballero.

–Lo siento.

La mujer puso un plato con beicon, huevos y tostadas delante de Nick y, al darse la vuelta, vio a

Amanda de pie en la puerta.

–Aquí está, señorita. ¿Tiene hambre?

–Un poco.

–Venga –le dijo, señalándole el taburete vacío junto a Nick–. Siéntese y le prepararé el desayuno.

–Gracias, Rosa.

La mujer le contestó con una sonrisa.

Amanda se sentó junto al Escudero, que se limpió la mano en los pantalones y se la ofreció.

–Nick Gautier –se presentó, con una sonrisa encantadora y llena de hoyuelos–. Más conocido como

Nick-mueve-el-culo-necesito-que-hagas... y ahí es donde la cosa varía.

Amanda soltó una carcajada.

–Es un poco mandón, ¿verdad?

–No lo sabes muy bien. –Nick cogió el móvil, que llevaba en una funda sujeta al cinturón, y se lo

ofreció–. Y hablando de él, me ha dicho que tienes que llamar al trabajo.

–Gracias.

Mientras Rosa le preparaba el desayuno, Amanda llamó a su jefe y le explicó lo ocurrido. Afortuna-
damente, el director se mostró muy comprensivo y le dio dos semanas libres para que se hiciera cargo

de la situación.

Tan pronto como colgó, comenzó a sentirse mal por la pérdida de su hogar.

–No puedo creer que incendiaran mi casa.

–¿Su casa? –preguntó Rosa–. ¿Quién ha hecho eso?

–Las autoridades lo están investigando –contestó Kyrian desde el salón.

Amanda se giró y lo vio de pie en la puerta. Estaba muy pálido y parecía incómodo.

Rosa le sonrió.

–M’ijo, estás en casa. Nick me dijo que ibas a salir.

–No me encuentro muy bien. –Aunque la expresión de su rostro era amable, miró a Rosa con los

ojos entrecerrados–. Esta mañana llegaste a tu hora, ¿no es cierto?

Rosa hizo caso omiso de su pregunta.

–Ven y siéntate. Te prepararé algo de comer.

Kyrian observó la luz que entraba a través de las ventanas abiertas con una mirada cautelosa y re-
trocedió, internándose en la oscuridad del salón.

–Gracias, Rosa, pero no tengo hambre. Nick, necesito hablar contigo. Sólo será un minuto.

El muchacho miró a Amanda con una sonrisa satisfecha.

–Por lo menos no me ha dicho que mueva el culo.

–Nick –lo llamó Kyrian–. Mueve el culo, chico.

Mientras Nick salía de la cocina para hablar con Kyrian, Rosa colocó un plato delante de Amanda.

–Pobrecita, ¿qué vas a hacer sin tu casa?

–No lo sé. Supongo que tendré que llamar a la compañía aseguradora; encontrar un lugar donde vi-
vir... –su voz se desvaneció al pensar en todas las cosas que tenía que hacer.

Tendría que reemplazar toda su vida. Todo: el cepillo de dientes, los zapatos, los libros... hasta los

teléfonos. ¡Ni siquiera tenía ropa interior!

Abrumada, perdió el apetito.

¿Qué iba a hacer?

Nick regresó y cogió el folleto informativo para mostrárselo a Kyrian, que esperaba en la puerta.

–Necesito que me hagas un favor. Tengo que matricularme a la una; si no estamos de regreso para

esa hora, ¿podrías rellenar el formulario en la página web? Sé que necesitas dormir, pero tengo muchas

ganas de coger Historia Griega el próximo semestre.

–¿Por qué?

–Las clases las dará el profesor Alexander y, según dicen, es muy bueno.

–¿Julian Alexander? –le preguntó Amanda.

–Sí –le contestó, Nick, mirándola sobre el hombro–. ¿Lo conoces?

Ella intercambió una mirada con Kyrian.

–Ni la mitad de bien que Kyrian.

Nick fingió un escalofrío.

–¡Ja! Tío, otro de los vuestros no. Genial. Mátame ahora mismo y así me ahorrarás el sufrimiento.

–No me tientes –le dijo Kyrian cogiendo el folleto–. A la una en punto. ¿Algo más?

–Sí; haz algo con esos ojos, me ponen la carne de gallina.

Kyrian alzó una ceja en señal de advertencia ante el tono altanero de su Escudero.

–Pasadlo bien.

–¿A qué se refiere? –preguntó Amanda a Nick en cuanto Kyrian se hubo marchado.

Él se sentó de nuevo en el taburete antes de contestarle.

–Vamos de compras –le dijo, haciendo un mohín y temblando teatralmente al pronunciar la palabra.

–¿Qué tenemos que comprar?

Nick tomó un sorbo de zumo de naranja.

–Cualquier cosa que usted necesite, señora. Abrigos de piel, diamantes... lo que sea.

–¿Diamantes? –repitió Amanda, riéndose ante la escandalosa idea.

–Paga Kyrian, así es que te aconsejo que vayas a por todas. Literalmente hablando.

Ella sonrió.

–No puedo permitir eso. Pagaré con mi propio dinero.

–¿Y para qué vas a gastarlo? No tienes ni idea de lo forrado que está. Te aseguro que si compras to-
do el centro comercial, ni siquiera lo notará.

Amanda no tenía la intención de seguir los consejos del Escudero pero, de cualquier forma, necesita-
ba algo de ropa.

–De acuerdo, ¿podemos parar un momento en casa de mi madre?

–Claro. Mi misión de hoy es complacerte... en todo lo que me pidas.

Ella meneó la cabeza al ver la pícara sonrisa en el rostro de Nick.

Se marcharon después de hacer una llamada a la compañía aseguradora para informarles del incen-
dio.

Amanda no pudo evitar sentirse más y más frustrada cada vez que Nick pagaba las facturas sin dejar

que ella se gastase nada.

–Cumplo órdenes –le dijo el Escudero por quinta vez–. Tú compras, yo pago.

Ella le contestó con un gruñido amistoso.

–¿Siempre obedeces sus órdenes?

–Siempre... pero sin dejar de quejarme.

Amanda soltó una carcajada mientras salían de la tienda y continuaban caminando por los pasillos

del centro comercial. Nick cargaba con todas las bolsas.

–¿Cuánto hace que trabajas para Kyrian? –le preguntó cuando llegaron a las escaleras mecánicas.

–Ocho años.

Ella lo miró con la boca abierta.

–Pues no pareces tan mayor.

–Sí, bueno. Es que tenía sólo dieciséis años cuando empecé.

–¿Se puede ser un Escudero a esa edad?

Nick volvió la cabeza para echar un vistazo a una joven muy atractiva, vestida con una estrecha mi-
nifalda, que bajaba junto a ellos y le dedicó su típica sonrisa plagada de hoyuelos antes de contestar a

Amanda.

–No me enteré de lo que era Kyrian hasta mucho después. Al principio, creía que no era más que un

tío podrido de dinero con el complejo de «vamos a ayudar al chico pobre».

Amanda lo miró con el ceño fruncido al tiempo que llegaban a la planta baja y se encaminaban por el

pasillo.

–¿Y por qué te dio esa impresión?

Nick acomodó las bolsas que sujetaba.

–Señora, tiene junto a usted al hijo de un criminal reincidente. Mi padre murió en Angola, hace ya

once años, durante un motín en la prisión.

Amanda hizo una mueca al pensar en lo doloroso que debía ser perder a un padre de esa manera.

–¿Y tu madre?

–Era una bailarina exótica en uno de los garitos de Bourbon Street. Crecí en la parte trasera del club

donde trabajaba, ayudando a los gorilas a echar a los clientes.

Ella sintió una punzada de dolor ante el panorama que Nick describía.

–Lo siento.

Él se encogió de hombros, como si no le diera mucha importancia.

–No te preocupes. Puede que mi madre haya cometido errores, pero es una madre estupenda; una

señora de armas tomar. Hizo todo lo que pudo con lo que teníamos. Mi padre la abandonó cuando sólo

tenía quince años y mi abuelo la echó de casa. Así es que nos quedamos ella y yo y, mientras tanto, mi

padre se dedicaba a entrar y salir de la prisión. Nunca tuvimos gran cosa, pero siempre me ha querido

mucho.

Amanda sonrió al percibir el amor que destilaba la voz de Nick. Era obvio que adoraba a su madre.

–¿Y cómo conociste a Kyrian?

Nick se detuvo unos instantes, como si estuviese sopesando el mejor modo de contarlo.

–Cuando llegué a la adolescencia, estaba ya harto de ver a mi madre agachar la cabeza, avergonza-
da; de ver cómo se quedaba sin comer para que yo tuviese un poco más. Recuerdo que la acompañaba

al trabajo y veía el hambre que se reflejaba en su rostro cada vez que miraba los escaparates de las

tiendas –dijo, suspirando–. Esa mirada hambrienta nunca la abandonaba.

El rostro de Nick adoptó una expresión dura antes de continuar.

–Mi madre es la mujer más dulce y con mejor corazón que Dios ha puesto en este mundo y no podía

soportar ver cómo se degradaba para que yo tuviese un plato de comida; ni cómo los hombres la bus-
caban a todas horas; ni la expresión de sus ojos cada vez que deseaba algo que jamás podría tener.

»A los trece años, decidí que no podía más y comencé a robar.

Amanda sintió que el corazón se le encogía. No podía felicitarlo por lo que había hecho, pero tampo-
co iba a condenarlo.

–Una noche, los chicos de la pandilla con la que me movía decidieron asaltar a una pareja de turistas

y me negué. Una cosa era robar en las tiendas y entrar en las casas de los ricos, y otra muy diferente

hacer daño a la gente. No estaba dispuesto a hacerlo.

Así que, aunque fuese un ladrón, Nick había conservado su sentido del honor, pensó Amanda.

–¿Qué sucedió? –le preguntó.

–Los chicos se enfadaron y decidieron que no les iría mal practicar unos cuantos golpes conmigo. Me

tumbaron en el suelo y comenzaron a aporrearme; pensé que iba a morir allí mismo pero, no sé cómo,

de repente, lo único que vi fue la mano de un tío que me ayudaba a levantarme y me preguntaba si es-
taba bien.

–¿Era Kyrian?

Nick asintió.

–Me llevó al hospital y pagó la factura. Me cosieron las heridas de los navajazos y las brechas de la

cabeza. Se quedó conmigo hasta que llegó mi madre y, mientras la esperábamos, me preguntó si quería

trabajar para él, haciendo encargos después de las clases.

A Amanda le resultaba muy fácil imaginarse al adolescente enterado y sabelotodo que había sido

Nick. Haber sido capaz de penetrar en esa personalidad tan cáustica y ver lo bueno que había debajo,

decía mucho a favor de Kyrian.

–¿Y accediste?

–Al principio no. No estaba muy seguro de querer estar cerca de un tío que tenía todo el dinero del

mundo. Además, mi madre sospechaba de él. Aún lo hace, de hecho. No le entra en la cabeza por qué

me paga tanto por hacer prácticamente nada –dijo con una carcajada–. Todavía cree que nos dedica-
mos al tráfico de drogas.

Ella resopló por la ocurrencia. Pobre mujer.

–¿Y qué le has dicho?

–Que Kyrian es un Howard Hughes con complejo de Dios. –Al instante se puso serio y la miró con

gravedad–. Le debo la vida. No sé dónde estaría ahora mismo si no me hubiese encontrado aquella no-
che. Bueno, seguro que no sería un estudiante de derecho de la universidad de Loyola ni conduciría un

Jaguar. Puede que Kyrian sea un capullo de primera, pero debajo de esa fachada hay un tío decente.

Amanda reflexionó sobre las palabras de Nick mientras salían del centro comercial y colocaban las

bolsas en el maletero de su flamante Jaguar negro. Nada más sentarse en el asiento, se colocó el cintu-
rón de seguridad antes de seguir con la conversación.

–¿Cuándo te dijo Kyrian la verdad?

Nick puso en marcha el coche y salió del estacionamiento.

–Cuando me gradué en el instituto y me hizo la oferta de ser su Escudero de forma permanente.

–¿Qué es exactamente un Escudero?

Nick se incorporó al tráfico y, al cambiar de marcha, Amanda vio en su mano derecha un curioso ta-
tuaje, con una extraña inscripción en griego que se asemejaba a una tela de araña, y comenzó a pre-
guntarse si todos los Escuderos tendrían la misma marca.

–Nuestro trabajo consiste en proteger a los Cazadores Oscuros durante el día y en proporcionarles

cualquier cosa que necesiten: comida, ropa, coches, mantenimiento de sus hogares... lo que sea. En una

época montábamos guardia, literalmente hablando, delante de las criptas donde dormían; y de ahí pro-
viene el mito de que los vampiros duermen en ataúdes. Como la luz del sol es su mayor enemigo, solían

dormir en cuevas o en cámaras ocultas que no tuvieran el más mínimo resquicio por donde pudiera pa-
sar la luz. Como recompensa por nuestros servicios, ellos nos proporcionan apoyo financiero.

–Entonces, ¿cada Cazador Oscuro tiene un Escudero?

–No. Algunos prefieren estar solos. Yo soy el primero que Kyrian ha tenido en los últimos trescientos

años.

Amanda se encogió al pensar en la soledad que debía haber sufrido Kyrian durante todo ese tiempo.

Se lo imaginaba vagando por su mansión, como un espíritu incapaz de encontrar el descanso, buscando

un consuelo que nunca llegaba.

–¿Y si quisieras abandonarlo? –le preguntó ella.

Nick tomó una profunda bocanada de aire y apretó con fuerza la mandíbula.

–No es tan sencillo. Hay una organización muy compleja alrededor de los Escuderos; como la del Ho-
tel California... puedes entrar cuando quieras, pero no puedes marcharte jamás. Si alguien abandona su

puesto, es sometido a vigilancia durante toda su vida y si traiciona a los Cazadores Oscuros o a los mis-
mos Escuderos, no vivirá mucho para arrepentirse.

La funesta declaración consiguió que a Amanda se le pusiera la carne de gallina.

–¿En serio?

–Sí, claro. Algunos de mis compañeros provienen de familias cuya antigüedad como Escuderos se

remonta a miles de años atrás.

–Pues a mí me parece una especie de esclavitud –dijo Amanda.

–No. Si quiero puedo dejarlo en cualquier momento, pero no puedo romper el juramento que he he-
cho como Escudero. Una vez se hace, es inquebrantable y eterno. El día que me case mi esposa no sa-
brá nada de la verdadera naturaleza de Kyrian ni de lo que hago para él, a menos que ella también haya

hecho el juramento. Cuando mis hijos se conviertan en adultos, tendré que decidir si entran a formar

parte de esto o no. Si elijo contarles todo, tendrán que presentarse ante Acheron y Artemisa; ellos estu-
diarán las solicitudes y decidirán si sirven o no.

Eso sí que resultaba aterrador ya que, mientras lo escuchaba, se le ocurrió algo espantoso.

–¿Y qué pasa conmigo? No irán a pensar que soy una amenaza, ¿verdad?

El rostro de Nick adoptó una expresión mortalmente seria cuando la miró, tras detenerse en un se-
máforo.

–Si así lo consideraran, uno de los Escuderos acabaría contigo.

Amanda tragó saliva.

–Eso no es muy reconfortante.

–No pretendo que lo sea. Nos tomamos nuestras obligaciones muy en serio. Los Cazadores Oscuros

son los únicos que garantizan que la humanidad no sea esclavizada o extinguida. Sin ellos, los apolitas o

los Daimons acabarían dominándonos.

Kyrian estaba tumbado en la cama, haciendo todo lo posible para conciliar el sueño pero, una y otra

vez, sentía a Amanda en su interior. Estaba viendo los restos de su casa. Lo sabía. Sentía sus lágrimas,

su ira y su desesperación.

Cómo la deseaba.

Cómo deseaba poder estar junto a ella en esos momentos para consolarla. Nunca antes le había mo-
lestado el hecho de no poder salir a la luz del día, pero ahora lo fastidiaba. Si no fuese un Cazador Oscu-
ro podría estar con ella y ofrecerle su fuerza y su apoyo.

Cerrando los ojos, respiró hondo e intentó alejar el dolor. Había elegido su destino en un momento

en que se encontraba cegado por la rabia y la angustia, y ahora no podía escapar a él. Artemisa guar-
daba su ejército celosamente y había puesto tan alto el listón que sólo se sabía de tres Cazadores Oscu-
ros que hubieran recuperado su alma en todos esos años.

El resto había muerto en el intento.

–¿Y, de todos modos, para qué necesito el alma? –se preguntó en voz baja al tiempo que abría los

ojos y fijaba la mirada en el dosel de tonos dorados y marrones que cubría la cama–. Lo único que hace

es debilitar a un hombre.

Su vida tenía una razón de ser. Un propósito.

¿Y entonces por qué deseaba a Amanda en lo más profundo de su ser y tan desesperadamente?

Era una sensación que no había experimentado desde hacía siglos y, en la única ocasión en la que

había sentido algo así, acabó traicionando a todos los que le habían amado.

–No volveré a ser débil –susurró. No es que es pensara que Amanda pudiera hacerle daño intencio-
nadamente, no. Lo que temía es que una vez le entregara su corazón y su lealtad, para él no habría

marcha atrás. La cosa era bien simple: estaba asustado de sí mismo y de lo que estaba dispuesto a ha-
cer para mantenerla a salvo.

Tras visitar los restos de la casa de Amanda y detenerse unos momentos en casa de su madre, Nick

condujo hasta el corazón del Barrio Francés y aparcó en una calle lateral, cerca de Chartres, hacia donde

se dirigieron a pie. El Escudero guió a Amanda a través de la concurrida zona comercial y se detuvo

frente a una tiendecita llamada Dream Dolls and Accesories.

Amanda lo miró con el ceño fruncido. ¿Por qué se detenían en una tienda de muñecas?

–¿Qué hacemos aquí? –le preguntó mientras él le abría la puerta para dejarla pasar.

–Vamos a ver a la señora que hace las muñecas.

Normal, si haces una pregunta estúpida...

Ella lo miró con escepticismo.

–¿Sabes una cosa? No creo que haga Barbies de tamaño real.

Nick resopló y la dejó pasar delante de él.

–No estoy buscando ninguna Barbie y este encargo no es para mí. Es para Kyrian.

Ahora sí que estaba preocupada.

–¿Por qué?

Antes de que el Escudero contestara, una señora mayor que estaba sentada en un banco de trabajo

situado junto a la puerta, llamó la atención de Amanda. Sostenía una Barbie a la que estaba retocando

el rostro.

La mujer llevaba un extraño artefacto de color naranja en la cabeza, con un pequeño reflector y una

lente bifocal. El artilugio le cubría el pelo, totalmente blanco, que llevaba recogido en un apretado moño.

Sus ojos marrones eran alegres y brillantes.

–Nicky, chiquitín –le dijo con tono maternal–. ¿Qué te trae por aquí en una tarde como ésta y con

una acompañante tan hermosa? Espera, creo que es la primera vez que te veo con una chica. –Mientras

hablaba lo señalaba con un diminuto pincel–. Una chica que bien merece la pena llevar al lado. Es gua-
písima, y no me refiero a su aspecto físico; tú ya me entiendes.

Nick se mesó el cabello y, avergonzado, miró a Amanda.

–Liza, amor mío –le dijo casi a gritos, dedicándole su pícara y encantadora sonrisa–. ¿Es que necesi-
to una razón para venir a ver tu encantador rostro?

La anciana rió ante el comentario.

–Puede que sea vieja, Nicholas Gautier, pero no soy estúpida –dijo dándose unos golpecitos en la

cabeza que hicieron que el artefacto se agitara–. Mi vieja antena aún funciona y, si mal no recuerdo, ha-
ce ya más de un siglo que un hombre como tú vino a hacerme una visita por gusto. Ahora, acércate y

dime al oído lo que necesitas.

Nick la obedeció y Amanda comprendió que la señora estaba sorda. De hecho, el Escudero le habla-
ba tan alto que podía escuchar todas y cada una de las palabras.

Hasta escuchó cómo le pedía explosivos plásticos.

–Recuerda –le dijo él–. Kyrian quiere uno exactamente igual al de Talon.

–Ya te he oído, Nicky –le contestó Liza pacientemente–. ¿Acaso crees que estoy sorda? –le preguntó

mientras miraba a Amanda y le guiñaba un ojo.

–¿Cuándo vengo a por todo? –le preguntó Nick.

Liza hizo un mohín con los labios.

–Dame un día o dos, ¿vale? –Alzó la muñeca que tenía en las manos y lo amonestó–: Una Barbie no

espera, ni siquiera por un Cazador Oscuro.

Nick soltó una carcajada.

–Claro Liza, gracias.

Camino de la puerta, la anciana los detuvo.

–¿Sabes, querida? –le dijo a Amanda, acercándose a ella. La señora apenas medía metro y medio. Le

dio unas palmaditas en el brazo y continuó–: Tienes un aura muy especial. Como la de un angelito.

Amanda sonrió, agradecida.

–Gracias.

Liza se alzó las lentes y se acercó a una estantería colocada junto a la puerta. Se puso de puntillas y

cogió una Barbie que había restaurado ella misma. La muñeca tenía el pelo largo, rizado y negro, unas

diáfanas alitas de ángel e iba vestida con un hermoso vestido blanco bordado con perlas.

Amanda jamás había visto nada tan hermoso y delicado.

Liza se la ofreció.

–Se llama Starla. Le pinté el rostro como el de una señora que viene muy a menudo por aquí. –Se

acercó la muñeca al oído, como si la Barbie le estuviera hablando; asintió y se la dio a Amanda–. Dice

que quiere irse a casa contigo.

Amanda la miró boquiabierta. Más aún al ver el precio en la etiqueta que colgaba de la muñeca: cua-
trocientos dólares.

–Gracias, Liza, pero no puedo aceptarla –rehusó, intentando devolvérsela.

Liza hizo un gesto con la mano, negándose a aceptar la muñeca de nuevo.

–Es tuya, cariño. Necesitas un ángel que cuide de ti.

–Pero...

–Está bien... –le dijo Nick, indicándole con un gesto que saliera de la tienda. En voz baja añadió–: Si

la rechazas herirás sus sentimientos. Le encanta regalarlas.

Amanda le dio un abrazo a la señora.

–Gracias, Liza. La guardaré como un tesoro.

Estaban ya en la puerta cuando Liza los detuvo de nuevo y cogió a Starla de los brazos de Amanda.

–Se me olvidaba una cosa –les dijo–. Starla es muy especial. –La anciana sujetó a la muñeca por las

piernas y presionó la cabeza hacia abajo. De los pies de la Barbie surgieron dos finas hojas metálicas de

unos ocho centímetros de largo.

–Especialmente diseñadas para los Daimons –anunció Lisa, tirando de la cabeza de la muñeca para

que las hojas volvieran a ocultarse–. La belleza, si es letal, resulta mucho más práctica.

Estupendo, pensó Amanda. No estaba muy segura de cómo manejar la situación.

La anciana le devolvió la muñeca de nuevo y le dio unas palmaditas en el brazo.

–Tened mucho cuidado.

–Lo tendremos –le contestó Nick y, en esta ocasión, consiguieron llegar a la calle.

Amanda no podía dejar de mirar la muñeca, sin saber muy bien qué pensar.

Nick se estuvo riendo de ella todo el camino de regreso al coche.

–Liza es una Escudera, ¿verdad? –le preguntó Amanda, al tiempo que entraba en el Jaguar y coloca-
ba a Starla, con mucho cuidado, en su regazo.

–Está retirada, pero sí. Ha sido Escudera y uno de los Oráculos durante treinta y cinco años, hasta

que dejó el cuidado de Xander a manos de Brynna.

–¿Liza es quien fabrica las botas de Kyrian?

Él negó con la cabeza mientras ponía en marcha el motor.

–Las armas más grandes las fabrica otro Cazador Oscuro; las espadas, las botas y ese tipo de mate-
rial. Liza hace armas pequeñas, como colgantes con explosivos. Es una artista consumada a la que le

encanta transformar joyas y otros objetos de aspecto inofensivo en armas letales.

Amanda soltó el aire lentamente.

–En serio, dais mucho miedo.

El comentario hizo que Nick soltara una carcajada antes de mirar el reloj.

–Son casi las tres. Aún tenemos que ir a casa de Talon y tengo que llevarte de vuelta antes de que

oscurezca, así es que hay que darse prisa.

–Vale.

Salieron de la ciudad y tardaron unos cuarenta minutos en llegar a los pantanos.

Tras descender por un largo y sinuoso camino sin asfaltar, llegaron a una enorme y vieja construc-
ción que se asemejaba a un cobertizo. Si no hubiera sido por las cerraduras que aseguraban las puertas,

Amanda habría creído que hacía por lo menos un siglo que no se utilizaba. Bueno, por eso y por el ex-
traño buzón que había en frente; negro y atravesado horizontal y verticalmente por lo que parecían ser

unos gigantescos clavos plateados.

–Talon es raro –le dijo Nick al ver cómo ella miraba fijamente el buzón–. Cree que tener un buzón

atravesado con clavos es divertido.

Abrió la puerta del cobertizo con el mando a distancia y, cuando entraron para aparcar el Jaguar,

Amanda se quedó boquiabierta. El interior, hecho de ladrillos y vigas de acero, albergaba un Viper, una

colección de cinco Harley Davidsons y un pequeño catamarán, amarrado en el muelle que había en la

parte trasera del edificio.

–¡Guau! –balbució al fijarse en una Harley que estaba apartada del resto, negra y reluciente bajo la

tenue luz. Obviamente, era una preciada posesión y recordó que era la moto que Talon montaba la no-
che anterior.

Nick ignoró tanto el descapotable como las motos y se fue directo al catamarán.

–¿Es que vive en el interior del pantano? –preguntó Amanda a Nick al acercarse al pequeño embar-
cadero, limpio y despejado, con espacio de sobra como para albergar otra embarcación más.

Nick la ayudó a subir al catamarán y fue a abrir la puerta que daba al pantano.

–Sí, siendo un antiguo celta, le encanta la naturaleza. Aunque sea espantosa.

Amanda alzó una ceja.

–¿De verdad es un antiguo celta?

–Ajá. Del siglo V o VI d.C. Era jefe de un clan. Su padre era un Sumo Sacerdote Druida y su madre

lideró al clan antes que él.

–¿En serio?

Asintió mientras soltaba las amarras del bote y saltaba a su interior. Una vez Amanda se acomodó,

Nick arrancó la embarcación.

–¿Cómo se convirtió en Cazador Oscuro? –le preguntó ella a voz en grito para hacerse oír sobre el

ruido del motor.

–Los miembros del clan lo traicionaron –le contó Nick al tiempo que salían del cobertizo y se interna-
ban en el pantano–. Le dijeron que necesitaban sacrificar a alguien de su sangre. La elección estaba en-
tre él o su hermana. Él se ofreció pero, tan pronto como lo tuvieron atado, mataron a su hermana de-
lante de sus narices. Se volvió loco pero, puesto que estaba atado, no podía hacer nada. Cuando se

acercaron a él para matarlo juró vengarse de todos ellos.

¡Jesús!, ¿es que ninguno de ellos había tenido una vida feliz?

–¿Mató a todos los miembros del clan? –le preguntó.

–Supongo.

Amanda permaneció en silencio, pensando en lo que acababa de escuchar. Pobre Talon. Ni siquiera

podía imaginar lo horrible que sería ver cómo asesinaban a una de sus queridas hermanas delante de

sus ojos. Puede que estuvieran todo el día fastidiándola, pero lo eran todo para ella y mataría a cual-
quiera que les hiciese daño.

El horror que ese hombre debía haber presenciado aquel día... Aún debía torturarlo.

Nick siguió internándose en el pantano hasta que llegaron a una cabaña increíblemente pequeña.

Amanda dudaba que llegara a los doscientos cuarenta metros cuadrados. El exterior parecía aún más

destartalado que el cobertizo donde habían dejado el coche de Nick. Los toscos tablones de madera

eran de un color grisáceo y daba la sensación de que podía derrumbarse al soplo de la más ligera brisa.

Según se aproximaban, vio un embarcadero detrás de la cabaña, con dos generadores enormes y

otro catamarán.

–¿Cómo se las apaña en la época de los huracanes? –preguntó Amanda a Nick mientras éste apaga-
ba el motor.

–Pues muy bien. Como uno de sus poderes es el de controlar el clima, no corre peligro alguno. Pero

siempre existe la posibilidad de que el lugar se desplome a la luz del día, mientras él está desprevenido,

durmiendo... y acabe frito.

–Les gusta el peligro, ¿no es cierto?

Nick soltó una carcajada.

–Sí, hay que tener bastante coraje para hacer lo que ellos hacen. Y coquetear con la muerte es un

requisito básico.

El Escudero salió del catamarán y le advirtió que no se moviera. Caminó con mucha precaución a lo

largo de un antiguo y estrecho sendero que llevaba desde el embarcadero hasta la puerta de la cabaña ,

y luego le hizo un gesto para que se reuniera con él.

–Atrás, Beth –le espetó a un caimán que había comenzado a acercarse a Amanda.

Ella regresó al bote de un salto.

–No pasa nada –la tranquilizo Nick–. Protegen a Talon durante el día. Mientras estés conmigo no te

harán nada.

–No estoy muy segura –le dijo mientras bajaba otra vez de la embarcación sin muchas ganas.

Cuatro gigantescos caimanes le lanzaron malévolas miradas y empezaron a seguirla de camino a la

puerta. Amanda sintió que el miedo le impedía respirar cuando vio al más grande de los cuatro reptiles

subir al porche tras ella y comenzar a agitar la cola con fuerza.

El animal lanzó un temible siseo.

–Cállate Beth –lo reprendió Nick–, o te juro que me haré unas maletas muy bonitas contigo. –Se dio

la vuelta y llamó a la puerta.

–Todavía no ha oscurecido, Nick –se escuchó la voz de Talon, con ese acento tan marcado, del otro

lado de la puerta; Amanda no pudo evitar preguntarse cómo sabía que eran ellos–. ¿Qué quieres?

–Necesito tu srad para Kyrian antes de que se ponga el sol.

Amanda escuchó unos ruidos en el interior de la cabina. Segundos después, sonó la cerradura y la

puerta se movió, dejando una estrecha abertura. Nick la abrió del todo e invitó a Amanda a entrar.

Ella intentó ver algo en la oscuridad que reinaba en la estancia, pero no lo consiguió hasta Nick en-
cendió una lamparita de escritorio. Cuando vio la habitación, se quedó helada. Las paredes estaban pin-
tadas de negro y aquello parecía el centro de control de una instalación militar. Había ordenadores y

equipos electrónicos por todos lados. Aunque el lugar y el aspecto externo del edificio no dieran mues-
tras de ello, ese tipo era un adicto a la tecnología.

Al mirar a Talon, su mandíbula estuvo a punto de desencajarse. El tío estaba completamente desnu-
do.

Y tenía un cuerpo increíble.

Tenía tatuada toda la parte izquierda del torso –por delante y por detrás– y todo el brazo con unos

extraños símbolos celtas en color rojo y negro. El enorme colgante, que representaba una cabeza de

dragón, brillaba en la pálida luz. Y, aunque el hombre era pecaminosamente apuesto, de algún modo

extraño, no se sentía atraída por él.

Obviamente, disfrutaba del fantástico espectáculo que tenía delante pero se dio cuenta de que no

lograba acelerarle el corazón como Kyrian. Ni siquiera le despertaba el más leve deseo sexual.

Por otra parte, Talon no parecía sentirse avergonzado por su desnudez.

Nick la miró con una sonrisa jocosa.

–Debería haberte advertido que los guerreros de la antigüedad ven el nudismo como algo natural. El

hecho de llevar ropa es una costumbre moderna que ninguno de ellos parece haber adoptado del todo –

dijo mirando a Talon–. Celta, ponte algo antes de que le dé un pasmo.

La respuesta de Talon consistió en un gruñido.

–¿Para qué? Me vuelvo a la cama. Coge lo que necesites y cierra con llave cuando os marchéis. –Se

detuvo junto al futón, situado en la pared del fondo de la estancia, y echó una mirada hambrienta a

Amanda–. Claro que, si quieres dejar aquí a Amanda, es posible que hasta me quede levantado y me

muestre sociable.

Nick resopló.

–Joder, Talon ¿es que no puedes estar una hora sin una mujer?

–Una hora no es problema, pero cuando pasan dos o tres empiezo a ponerme nervioso. –Se recostó

en el futón negro, se dio la vuelta hasta quedar de costado y cerró los ojos.

Por lo menos hasta que sonó el teléfono. Lanzando una maldición, Talon salió de la cama y contestó

mientras Nick se acercaba al enorme armario donde estaban las armas y cogía dos dagas de forma cir-
cular y aspecto letal.

–Wulf, ni siquiera estoy despierto todavía –masculló Talon–. Me da igual. Y además, ¿para qué me

preguntas a mí sobre la antigua Grecia? ¿Viví yo allí, acaso? Coño, la respuesta es no... no lo sé; no me

importa... Cuelga. –Se dio la vuelta y miró a Nick–. Nick, ¿sabes algo del culto de Pólux?

Nick lo miró por encima del hombro.

–Deberías llamar a Kyrian o a cualquiera de los griegos.

–¿Lo has oído? –Talon escuchó a su interlocutor un segundo antes de volver a hablar con Nick–. Ash

está de paseo, Brax, Jayce y Kyros están desaparecidos en combate y Kyrian no contesta al teléfono.

Wulf dice que es muy importante.

Ambos comprendieron a la vez la relevancia de lo que Talon acababa de decir.

Talon volvió a hablar con Wulf:

–¿Cuándo llamaste a Kyrian por última vez?

Entretanto, Nick cogió el móvil y marcó el número de Kyrian.

–Puede que esté en la ducha –sugirió Amanda.

Nick meneó la cabeza en forma de negativa.

–Aunque lo estuviera, Rosa contestaría al teléfono.

Tras un minuto de espera, Nick soltó el móvil.

–Algo va muy mal.


miércoles, 27 de enero de 2016

El comienzo de una nueva vida * Capítulo 31

Summary: Bella trabaja para Edward un antiguo compañero de clase que fue muy especial y es novia de Jacob. ¿Qué sucederá?
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Este fic es completamente propiedad de Mari del blog http://sangreyhielo.com.es 
Los personajes son propiedad de la espectacular Meyer.
Tengo permiso de la autora para publicar su historia en mi humilde rincón que es este blog.
Dicho todo esto, espero que la disfruten!^^
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CAPÍTULO 31: Por fin es fin de semana . Relatado por Bella


-Buenos días.- nos dijo Alice muy contenta

-Ummm…… buenos días Alice.- le dije abriendo los ojos e incorporándome en la cama

-Buenos días hermanita

-Edward, Carlisle quiere hablar contigo te esta esperando en su despacho

-Vale, me visto  y voy a verlo

-Bien, pues después nos vemos hermanito.-  dijo Alice mientras Edward entraba al baño a vestirse
Cinco minutos después salía del baño vestido

-Hasta dentro de un rato cariño.- me dijo dándome un beso.- Hasta dentro de un rato hermanita.- y salio del dormitorio

-Bueno Alice ¿Qué vamos a hacer hoy?

-Pues primero vas a ducharte y vestirte y después vamos a  bajar a que desayunes

-Vale, pues entonces me voy a la ducha

-Bien voy a arreglarte  la ropa mientras.

Cuando me duche Alice me tenia la ropa prepara y me la puse sin renegarle eran unos vaqueros y una blusa con unas bailarinas, no era ropa, formal era ropa cómoda y nos dirigimos a la cocina donde nos estaban esperando Esme y Rose

-Buenos días

-Buenos días Bella.-me contestaron Esme y Rosalie y me senté a desayunar.

Cuando termine de desayunar recogimos la cocina y nos fuimos al comedor, donde Alice lo tenía todo preparado para una sesión de manicura y pedicura

CARLISLE POV

-Buenos días Edward

-Buenos días

-Quería hablaros sobre la casita que os estamos preparando a ti y a Bella, ya esta casi lista, faltan los muebles y arreglar el exterior.

-Si pero con Bella aquí no podemos traer los muebles.- me dijo Edward

-Pues si por eso vamos a esperar a que os vayáis a vuestro viaje de novios

-Creo que es lo mejor.- nos dijo Edward

-Claro que es lo mejor hermanito, además no te necesitamos, para lo que falta, puedes irte tranquilo a tu viaje con Bella.- dijo Jasper mirando a Edward

-Hermanito disfruta con ella ahora todo lo que puedas de sonrojarla y ponerla nerviosa que una vez que os caséis y vengáis de vuestra luna de miel la tienes que convertir, se lo prometiste y no creo que a ella se le haya olvidado.- dijo Emmett con una gran sonrisa en sus labios.

-Emmett yo tampoco me he olvidado que cuando regresemos la voy a convertir y vamos a estar juntos para siempre como tu con Rose, Esme y Carlisle o Alice y Jasper

-Vais a ser muy felices, sois el uno para el otro. Pero vamos  es hora que Bella coma.

************

-Bella es hora de que comas. ¿Tienes hambre?.- me dijo Esme cuando termino Alice de hacernos y de hacerse la manicura y la pedicura

-Si tengo un poco de hambre, pero que rápido ha pasado la mañana

-Pues vamos a la cocina, creo que te están preparando la cocina.- me dijo Rosalie.- Se escucha a los hombres de la casa trasteando en la cocina

Cuando entramos en la cocina la mesa estaba puesta y Edward estaba apartando del fuego una sartén

-A comer cariño

-Nosotros nos vamos al comedor

-Vale, yo me quedo aquí con Bella.- nos dijo Edward mientras me sentaba a la mesa y los demás se iban al comedor.

Cuando comí nos fuimos al comedor y estuvimos toda la tarde hablando de anécdotas por las que habían pasado antes de conocerme y después de conocerme. Algunas eran muy divertidas sobre todo las de Emmett y Rosalie

-Creo que es hora de irnos a cazar ya esta cayendo la noche.- dijo Carlisle poniéndose de pie.- volvemos pronto.- termino de decir antes de despedirse de Esme al igual que los demás de nosotras y salir de la casa.



martes, 26 de enero de 2016

Puddle Jumping * Capítulo 17

Summary: Soy Isabella Marie Swan y esta es la historia de cómo terminé enamorada de un chico que me hizo creer que el amor es todo menos convencional.
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La autora dice: Esto es una adaptación del libro con el mismo nombre de Amber L.Jonshon. Los nombres son de la maravillosa Meyer.
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CAPÍTULO 17


Me preocupaba a cómo reaccionaría a que trepara por su ventana de nuevo, luego de las semanas que estuvimos separados. Una parte de mí se preguntaba si estallaría en uno de sus colapsos. Otra parte se preguntaba si se encontraría bien, y Esme simplemente exageró para que viniera. 

Camino a su casa, llamé a Rosalie y la conversación más o menos fue así. 

—Su madre vino... 

—La odio. 

—No tuvo intención de que esto ocurriera. Le preguntó si iba a contarme primero. 

—Hmm. Bien. Me reservo el derecho de volver a examinar mi odio en otro momento. 

—Me pintó un retrato de sí mismo. Tiene Te Amo escrito por todas partes. 

—¿De verdad?

—Sí. Me dirijo allí ahora. 

—Llámame más tarde.

Ni siquiera me molesté en aparcar mi coche al otro lado del vecindario. El cielo se estaba poniendo un poco más oscuro, y sabía que el señor Cullen trabajaba como loco, con horas desquiciadas. Y a pesar de que pude haber tocado la puerta, sentí que tenía que subir a ese enrejado por última vez. 

Lo hice, con mi corazón tronando en mis oídos y mis manos temblando por la ansiedad que me ahogaba. Pero una vez que comprobé el pestillo y me di cuenta que la ventana seguía desbloqueada, las lágrimas llenaron mis ojos y tuve que tomar un respiro antes de trepar por ella 

Me pregunté si la dejó desbloqueada todo el tiempo sin pensar en ello... o si la comprobaba todas las noches para ver si todavía estaba abierta, en caso que viniera. 

De cualquier manera... me hizo sentir horrible. 

Trastabillé en la habitación a ciegas, rezándole a Dios una vez más que no rompiera nada mientras intentaba desenredar mis pies de la ventana. Cuando me enderecé, noté que el cuarto de arte se hallaba muy vacío. Todo estaba guardado. 

Se sentía mal. Extraño. Nunca la había visto así antes. 

Por supuesto, Edward no me había dejado antes, tampoco. 

Luego de prepararme por un momento, me acerqué lentamente a la puerta y miré por el pasillo hacia su habitación, notando el suave tintineo de la música filtrándose en el espacio abierto. Vi la iluminación en su habitación cambiar, su sombra apareciendo y desapareciendo con sus pasos. 

De acá para allá. 

Preparándose para irse. 

¿O caminaba de un lado a otro? 

Ya sin preocupación para elegir el momento oportuno, me acerqué a su puerta abierta y me quedé allí, observándolo mientras movía un pie y luego hacia atrás, con la mirada baja, mientras sus manos comenzaban alcanzar algo y luego se detenía, y repetía el movimiento una y otra vez. Parecía estar muy frustrado. 

Golpeé con suavidad su pared, conteniendo la respiración cuando se giró bruscamente y se quedó mirando mi rostro. Simplemente se quedó mirando. Sin decir nada. 

—Hola —saludé en voz baja. 

Su reacción me sorprendió. En un abrir y cerrar de ojos, se lanzó hacia adelante y envolvió los brazos alrededor de mi cintura, presionándome a la pared y enterrando su cara en mi cuello mientras respiraba profundamente y sacaba todo el aire de mis pulmones. 

—Nada funciona —comenzó, con las manos amasando mis costados mientras trataba de nuevo—. Lo intento. Y lo intento. Pero nada funciona. No me puedo concentrar. No puedo... no puedo. 

—Lo siento. —Tuve que detenerme—. Pido disculpas por no haber venido a verte más pronto.

—Estabas molesta. Te lastimé. Algo debe haber ocurrido para que te mantuvieras alejada de mí. ¿Verdad? —Su nariz estaba presionada bajo mi oído, y luché contra otra ronda de lágrimas dado que él simplemente no lo entendió del todo. Él pudo haber estado repitiendo las palabras de Esme hasta donde sé. 

—Te vas. 

Su cuerpo se puso rígido, y poco a poco se apartó de mí para mirar sus zapatos. 

—¿Te gustaría más si me quedara? 

—¡No! —Era una mentira. Pero a la vez no—. Esta es una... grandísima... oportunidad para ti. Tienes que ir —sus ojos si dirigieron a los míos por unos segundos—, pero voy a extrañarte mucho durante tu ausencia.

Asintió un poco. 

—Tu mamá me entregó mi regalo de cumpleaños. Es maravilloso. Gracias. 

Una triste sonrisa curvó su boca. 

—Quería que me tuvieras contigo. 

El dolor en mi corazón creció mil veces más. 

—Lo sé. —Presioné mi mano contra su mejilla—. Fue muy considerado. Igual que las palabras que pintaste... 

Fue entonces que sus ojos se encontraron con los míos. Aún no estoy segura qué fue lo que vio en ese momento, pero se sentía como si estuviera mirando más allá de mi rostro y en mi alma. 

—Yo pinto la verdad, Bella.

Mi corazón se detuvo. 

—Lo hago... te amo. Si necesitabas que lo dijera antes, debiste habérmelo dicho. Sé lo que significa. —La forma en que lo decía era como si las palabras fueran sacadas por sí mismas de su boca casi dolorosamente, su cara retorciéndose mientras salían de sus labios y frunció el ceño—. Este vacío en mi interior aquí —puso mi mano en su pecho—, significa que te amo. Cuando no estás aquí, no me 
puedo concentrar. Hay demasiado ruido... Pero mi corazón hace esto cuando estás cerca. 

Bajo mi palma, la cadencia errática era más evidente de lo que nunca había notado antes. 

—Sueño contigo. Y no me gusta cuando no puedo hablar contigo o verte o tocarte. —Sus ojos se encontraron con los míos de nuevo—. Eso es amor.

Un sollozo salió de mi pecho mientras él reflexionaba sobre ello. —Sí, lo es.

—¿Mi amor te pone triste? —La preocupación apareció en las comisuras de sus ojos. 

—No, no estoy triste porque me amas.

—Entonces, ¿por qué lloras?

Tuve que reír un poco. 

—Porque estoy feliz.

Estaba más confundido. 

—Pues, eso no tiene sentido. El llanto es de tristeza. 

—A veces —me reí más fuerte—, significa felicidad. Pero... las chicas somos extrañas. 

Su cabeza se inclinó un poco mientras pensaba. 

—Eres más experta en eso que yo. 

Lo acerqué más, rodeando su cintura con mis brazos y escuchando su respiración mientras nos quedamos allí, presionados uno contra el otro. Me disculpé, él aceptó y estábamos bien, una vez más. Era lo bello de nosotros. Era lo que era. Sin juegos. Sin pretextos. Sin reproches o culpa por enfrentar las cosas de forma innecesaria. 

—¿Me necesitas para ayudarte a terminar de empacar? —le pregunté con mi rostro presionado en la parte delantera de su camiseta gris. 

—Prefiero besarte por un rato antes de que tengas que volver a casa.

Mi sonrisa empezó, y luego vaciló. 

—Olvidé traer mi cepillo de dientes. 

Se fue y volvió en menos de cinco segundos, sosteniendo un nuevo cepillo frente a mi rostro. 

—Mi madre compró uno extra para mi viaje.

Una vez más, estaba agradecida con Esme algo. 

Observó, como siempre lo hacía, causando que me hiciera una imagen mental de él inclinado contra la pared mientras escupía y me enjuagaba. Y tan rápido como pude llegar a él, estaba en sus brazos. 

La puerta se cerró con pestillo. La música estaba puesta. Quiero decir, no había velas ni nada de eso, pero estábamos juntos por última vez antes de que se fuera por un año. Nuestra reciente separación no hizo nada para apaciguar nuestra pasión. Sólo la hizo más enérgica. Nuestras caricias fueron intensas. Significativas. Persistentes. Quería que lo recordara todo. 

No perdí tiempo quitándole la camisa. No hubo ninguna vacilación en sus manos mientras quitamos torpemente la mía. 

Fueron besos necesitados de aquí y ahora. 

Fue un: lleva esto contigo cuando te vayas. 

Fue un: mantén esto en tu memoria cuando te acuestes por la noche.

Fue un: Tienes todo de mí ahora.

Nuestros dedos se exploraron mutuamente. Lo memorizaba con mis ojos cerrados, y mi cuerpo estalló en piel de gallina mientras se sobrecalentaba a la vez. 

Estudió mi cicatriz y sus dedos se arrastraron sobre la carne levantada de nuevo, tan suavemente... Sabía que recordaba cómo me salvó una vez. Pero la verdad era que me había salvado de nuevo desde entonces. 

Mi toque fue fuerte, como le gustaba. Mis besos eran insistentes, del modo que necesitaban ser. 

Cuando me di cuenta que me encontraba de espaldas sobre su cama, no había pensamiento alguno en mi mente. Saboreé cada caricia. Cada beso. Cada roce de mis labios en su piel, deseando que mi cerebro simplemente recordara. 

Y cuando se apartó de mí, con sus párpados medio abiertos y sus caderas deslizándose hacia adelante como antes, no lo detuve. Observé, fascinada. 

Los libros y las películas lo hacen parecer mucho más fácil, como si tan solo ocurriera. Pero hay más en eso. Solo parecía tomar un poco más de lo que había anticipado. No iba a quejarme, porque en ese momento deseaba estar con él en una última forma. 

Si se iba, él tomaba todo lo que yo tenía para llevárselo con él. 

Su frente se arrugó con... ¿preocupación? ¿Dolor? No podría asegurar cuál, ya que intentaba con todas mis fuerzas no llorar sobre la irrevocabilidad de todo esto. Me sentía demasiado tensa. Era demasiado. 

De repente, se me ocurrió que él debía haber estado experimentando aquello multiplicado por un millón de veces.

—Edward, mira mi rostro —le dije y obedeció, con sus ojos observando mis labios mientras hablaba—. Relájate... —En cuanto lo dije, creo que ambos nos relajamos al mismo tiempo, y por fin, por fin sucedió. 

No fue doloroso con Edward. No apresuró la experiencia. Fue tan abrumador para él que luchaba por respirar. Cambié entonces, sólo minuciosamente, para jalar su cara a la mía con mis manos, agarrando su nuca con fuerza. Luego crucé mis tobillos detrás de su espalda. Y apreté mis muslos contra su torso. 

Duro. 

Creo que ambos tuvimos los ojos cerrados por un momento, pero abrí los míos en un momento dado para verlo mirándome con asombro, con la boca abierta como si estuviera luchando para hablar. 

Pero no necesitábamos hablar. Nos estábamos comunicando muy bien. 

Muchas chicas probablemente pierden su virginidad y es rápido o doloroso, descuidado o molesto. 

La mía no fue así. 

Fue torpe y sí dolió un poquito. Pero estaba con Edward. Era mi primero. Mi único. Y me hizo temblar cuando su cabeza cayó a mi hombro y apretó sus labios contra mi cuello. 

—Bella, Bella —repetía una y otra vez. 

Aflojé mi agarre alrededor de su cintura, y me aferré a él mientras apretaba mi costado con una mano, con toda la fuerza que tenía, sujetándome al colchón, haciendo un sonido de aliento en mi cuello antes de acabar. 

Mis dedos temblorosos tocaron su rostro, esperando a que se relajara. Temía a que enloqueciera. Pero cuando se alejó de mi cuello, sus ojos parecían serenos. 

Las yemas de sus dedos trazaron el costado de mi cabeza y luego bajó a través de mi caja torácica hasta que pude sentirlos en mi cadera. 

Incluso muy suavemente delineó amor contra mi piel. 

* * *

Posteriormente, sólo lo sostuve, recostada sobre su pecho hasta que cayó en un profundo sueño. Mi oído se quedó presionado contra su esternón, escuchando como su respiración se nivelaba y el ritmo cardíaco se ralentizaba. Sólo un par de lágrimas se escaparon cuando cerré los ojos, acariciando su costado y pecho con los dedos. 

Había dicho que me amaba en más de un sentido. 

Le susurré en la habitación a oscuras que lo extrañaría más de lo que jamás entendería. Que lo amaba más de lo que mi corazón podía permitirse. 

Pero no me permití dormirme. No podía justificar desperdiciar ese preciado tiempo. Un rato más tarde escuché a su mamá entrar por la puerta principal y esperé a ver si vendría a su habitación, pero nunca lo hizo. Tal vez el silencio en la casa era suficiente para que supiera que las cosas estaban bien. 

Por mucho que me enfermaba, me obligué a apartarme de su pecho y salir de su cama. Después un último vistazo a su hermoso rostro. Tocar su barbilla con mis dedos. Observar sus ojos moverse detrás de sus párpados.

Besé su nariz. Una vez. 

Antes de que pudiera convencerme de lo contrario, me vestí y me fui de su casa. Sin mirar atrás. No podía acatar la idea de dormir toda la noche y despertar con él despidiéndose. O hacerlo cambiar de opinión y se quedara por mi culpa. 

Tenía que ir. 

No fue hasta que llegué al volante de mi coche que la gravedad de lo que ocurría me golpeó tan duro. Había perdido mi virginidad con el chico que amaba. 

Y se iba en menos de veinticuatro horas. 

Lloré todo el camino a casa, dejándome sentir lo que sucedía y aceptándolo por lo que era. No había vuelta atrás. Estaba decidido, y entre más rápido lamentara la pérdida y superara el dolor, más rápido podía concentrarme en otras cosas. 

* * *

No creo que exista algo el amor convencional. El amor es doblegarse. El amor es esforzarse. El amor es estar constantemente aprendiendo sobre la otra persona hasta que te vuelves loco porque nunca será perfecto, pero no hay ningún mal en intentar. 

Había amado a un chico que era extraordinario más allá de las palabras, ante mis ojos. 

No creo que alguna vez hubiera querido vivir una vida excepcional antes de él. Una vida llena de color y conocimiento y sentirte bella. 

Pero por poco tiempo, lo hice. 

Supongo que pensé que tal vez tanto como aprendí de él, él había aprendido algo de mí, también. No es fácil. No en cualquier medida. Pero no puedo comenzar a desear que nunca haya sucedido. No puedo lamentar ni un solo segundo lo que tuvimos juntos. 

Lo que quería era que él me viera y que deseara que estuviera con él. Lo que quería era que dijera que me amaba —con palabras— y que lo dijera de verdad. 

Necesitaba estas cosas que se hallaban fuera de mi alcance, y sin embargo, seguía teniendo esperanzas. 

Y sucedió. 

Siempre sería tierno y amable. Siempre sería el chico por el que había luchado tanto. Pero cuando hay separación involucrada, no podía tener la certeza de que todo seguiría igual. Me preocupaba el cambio en su rutina. Que no se adaptara a su nuevo entorno. Me alegraba que alguien del museo fuera con él, pero tuve que preguntarme si lo conocían como yo. Si iban a tomar el tiempo y esfuerzo para aprender de verdad, y proporcionarle lo que necesitaba. 

Me pregunté si me extrañaría. 

No hay vergüenza en esto, en sentirse triste y con el corazón roto sobre las cosas que no puedo cambiar. No hay un método mágico. No existe una máquina del tiempo para volver. Es precisamente lo que hemos estado entregando y cómo lidiamos con esto. Cometí errores cuando se trataba de un montón de cosas. 

Pero nadie, en ningún lado, podría decir que no le di lo mejor de mí. 

Cuando me imaginé el rostro de Edward mientras abordaba su vuelo con su mentor, mi corazón se rompió de nuevo. 

Pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Era incontrolable. 

Ojalá hubiera empezado a escribir sobre esto mucho antes, cuando las cosas se hallaban frescas en mi mente, en lugar de con la retrospectiva de lo que estaba por venir. Esto dificulta un poquito ser imparcial. 

Siempre quise que las cosas funcionaran entre nosotros, pero incluso si no es así, puedo asegurar de que estoy agradecida por la posibilidad de haber conocido a alguien como Edward, y ni hablar de haber podido amarlo tanto como lo hago. Sólo tengo que seguir diciéndome eso. Cada día. Los trescientos sesenta y cinco del año. 

Aquí podría ser donde la historia termina. Y duele muchísimo pensar que podría ser así. Que esto es todo. 

Porque, independiente del lugar donde mi corazón vaya, mi cuerpo todavía está aquí. 

De verdad es una vergüenza que más películas no sean como la vida real. 

Quizá así no tendríamos tantas expectativas y no nos sentiríamos defraudados por nuestra propia existencia. 

¿Quién sabe? Tal vez algún día seré suya y él será mío. Y el tiempo ni el lugar importarán, porque estamos destinados a estar juntos. 

Pero no esperaré sentada. La vida no siempre ocurre como lo esperamos.

Más que nada, quiero que sea feliz. Y tal vez, algún día, yo también lo seré.
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jueves, 21 de enero de 2016

Los placeres de la noche * Capítulo 8

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 8

Cuando consiguió dormirse, sus sueños se convirtieron en un calidoscopio de imágenes confusas sin orden ni concierto. Rostros y lugares giraban y desaparecían en su mente, hasta que sintió que el torbe-
llino la arrastraba.

Pasaron unos minutos hasta que todo se tranquilizó y Amanda consiguió ver las imágenes con clari-
dad. Unas personas desconocidas la saludaban al pasar junto a ellas. Todo era increíblemente real; pa-
recía un recuerdo olvidado, más que un simple sueño. Incluso conocía los nombres de todos esos hom-bres sin haberlos visto antes. Sabía cosas sobre ellos de las que sólo un amigo podría estar al tanto.

Escuchó las risas de los soldados entregados a la celebración de la victoria y sintió una curiosa mez-
cla de alegría y tristeza cuando llegó a una tienda de color rojo desvaído, donde estaban reunidos un
buen número de ellos, pertrechados con antiguas armaduras.

–Has estado brillante –le dijo un veterano soldado dándole una palmada en la espalda.

Ella lo reconoció como su lugarteniente. Un hombre en el que podía confiar y que la idolatraba. Dimi-
tri siempre había buscado su consejo y su fuerza. Tenía una herida abierta en el lado izquierdo de la ca-
ra, pero los cansados ojos grises resplandecían. Aunque tenía la armadura cubierta de sangre, no pare-
cía estar herido de gravedad.

–Es una lástima que Julian no esté aquí para ver esta victoria. Habría estado muy orgulloso de ti,
comandante. Toda Roma debe estar llorando.

En ese momento Amanda se dio cuenta de que no era ella la que estaba soñando. Era Kyrian...

El rostro de Kyrian estaba manchado de sangre, sudor y polvo; el cabello, largo y sujeto con una tira
de cuero, no tenía mejor aspecto. De la sien izquierda caían tres finas trenzas hasta la mitad del pecho.

Era un hombre absolutamente devastador y completamente humano. Sus ojos, de un profundo color
verde, resplandecían por la victoria. Su porte era el de un hombre sin igual, un hombre cuyo destino era
la gloria.

Kyrian alzó la copa de vino y se dirigió a los hombres reunidos en su tienda.

–Dedico esta victoria a Julian de Macedonia. Donde quiera que se encuentre, sé que, en estos mo-
mentos, se estará riendo por la derrota de Escipión.

Los hombres le respondieron con un clamoroso rugido.

Kyrian dio un sorbo al vino y miró al veterano soldado que estaba a su lado.

–Es una pena que Valerius no estuviese con Escipión. Estaba deseando enfrentarme con él. Pero no
importa. –Alzando la voz para que todos los presentes pudieran escucharlo continuó–: Mañana marcha-
remos sobre Roma y pondremos a esa puta de rodillas.

Todos gritaron su aprobación.

–En el campo de batalla, con la espada en la mano, eres invencible –le dijo su lugarteniente, con un
tono de voz que delataba su admiración–. Mañana a esta hora serás el gobernador del mundo conocido.

Kyrian meneó la cabeza, expresando su negativa.

–Andriscus será mañana el gobernador de Roma, no yo.

El hombre pareció horrorizado; se inclinó hacia Kyrian y le habló en voz baja, de modo que nadie
más lo escuchara.

–Hay quienes piensan que es débil; los mismos que te apoyarían si...

–No, Dimitri –lo interrumpió de forma educada–. Aprecio el gesto, pero he jurado poner mi ejército a
disposición de Andriscus y así será hasta el día que muera. Jamás lo traicionaré.

La expresión del rostro de Dimitri dejó clara la confusión que sentía. No estaba muy seguro de si de-
bía aplaudir la lealtad de su Comandante o maldecirlo por ella.

–No conozco a ningún otro hombre que dejase pasar la oportunidad de gobernar el mundo.

Kyrian soltó una carcajada.

–Los reinos y los imperios no dan la felicidad, Dimitri. Es el amor de una buena mujer y de unos hijos

lo que hacen a un hombre feliz.

–Y la victoria –añadió Dimitri.

La sonrisa de Kyrian se ensanchó.

–Esta noche, al menos, parece que es cierto.

–¿Comandante?

Kyrian se giró al escuchar que alguien lo llamaba y vio a un hombre que se abría camino entre los

congregados en la tienda. El soldado le tendió un pergamino sellado.

–Un correo trajo esto. Lo llevaba un mensajero romano que fue apresado esta mañana.

Al cogerlo, Kyrian observó el sello de Valerius el Joven. Lo abrió con curiosidad y lo leyó. Con cada

nueva palabra, sentía que su pánico aumentaba. El corazón comenzó a latirle con más fuerza.

–¡Mi caballo! –gritó mientras salía corriendo de la atestada tienda–. Traed mi caballo.

–¿Comandante?

Kyrian se dio la vuelta para mirar a su lugarteniente, que lo había seguido. El hombre fruncía el ce-

ño, visiblemente preocupado.

–Dimitri, quédate al mando hasta que regrese. Que el ejército se repliegue de nuevo hacia las coli-
nas, lejos de los romanos, hasta nueva orden. Si no estoy de regreso en una semana, dirígete con todo

el grueso de la tropa a Punjara y únete a Jasón.

–¿Estás seguro?

–Sí.

En ese momento llegó un muchacho, tirando de las riendas del semental negro de Kyrian. Con el co-
razón desbocado, lo montó de un salto.

–¿Dónde vas? –le preguntó Dimitri.

–Valerius se dirige a mi villa. Tengo que llegar antes que él.

El hombre agarró las riendas, horrorizado.

–No puedes enfrentarte a él tú solo.

–No puedo perder tiempo esperando a que alguien me acompañe. Mi esposa está en peligro. No va-
cilaré. –Y dándole la orden a su montura, atravesó el campamento a todo galope.

Amanda se agitaba en la cama al tiempo que sentía el creciente pánico de Kyrian.

Necesitaba proteger a su esposa a toda costa. Los días pasaban uno tras otro y él seguía cabalgando

velozmente, cambiando de montura cada vez que llegaba a un pueblo. No se detuvo a comer ni a dor-
mir. Parecía que un demonio lo hubiese poseído y un solo pensamiento ocupaba su mente: Theone.

Theone. Theone.

Llegó a su casa en mitad de la noche. Exhausto y aterrorizado, bajó de un salto del caballo y golpeó

con fuerza las puertas de la villa para que lo dejaran entrar.

Un hombre mayor abrió las pesadas puertas de madera.

–¿Su Alteza? –preguntó el sirviente, incrédulo.

Kyrian entró, dejando atrás al hombre mientras recorría con la mirada el vestíbulo, en busca de al-
guna señal del enemigo. No encontró nada fuera de lo normal. Pero seguía intranquilo. Aún no podía re-
lajarse. No se calmaría hasta que no viese a su esposa con sus propios ojos.

–¿Dónde está mi esposa?

El viejo sirviente pareció confundido por la pregunta. Abrió y cerró la boca, como un pez fuera del

agua, antes de hablar.

–En el lecho, Alteza.

Cansado, débil y muerto de hambre, Kyrian se apresuró a cruzar el largo pasillo porticado que con-
ducía a la parte trasera de la villa.

–¿Theone? –la llamó mientras corría, desesperado por verla.

Una puerta se abrió al final del pasillo. Una mujer rubia y menuda, increíblemente hermosa, salió de

la habitación, cerró la puerta a sus espaldas y miró a Kyrian de arriba abajo con una mirada gélida, es-
tudiando su desaliño.

Estaba sana y salva. Y era la imagen más hermosa que sus ojos habían contemplado jamás. Las me-
jillas le brillaban con un rubor rosado y sus largos mechones rubios caían desordenados a ambos lados

del rostro. Había envuelto su cuerpo desnudo con una fina sábana blanca que sujetaba con las manos.

–¿Kyrian? –preguntó, con voz airada.

El alivio lo inundó a la vez que se le llenaban los ojos de lágrimas. ¡Estaba viva! Gracias a los dioses.

Parpadeando para evitar el llanto, la estrechó entre sus brazos y la sostuvo con fuerza. Jamás había es-
tado más agradecido a las Parcas por su misericordia.

–Kyrian –masculló ella, forcejeando para librarse de su abrazo–. Bájame. Hueles tan mal que apenas

puedo respirar. ¿Tienes la más ligera idea de lo tarde que es?

–Sí –le contestó, intentando aflojar el nudo que sentía en la garganta y dejando que la alegría lo

inundara. La dejó en el suelo y le tomó el rostro entre las manos. Estaba tan cansado que apenas si po-
día mantenerse en pie ni pensar, pero no pensaba dormir. No hasta que ella estuviese a salvo–. Y debo

llevarte lejos de aquí. Vístete.

Ella lo miró, frunciendo el ceño.

–¿Llevarme a dónde?

–A Tracia.

–¿A Tracia? –repitió, incrédula–. ¿Te has vuelto loco?

–No. Me ha llegado la información de que los romanos se encaminan hacia aquí. Voy a llevarte a ca-
sa de mi padre para ponerte a salvo. ¡Apresúrate!

Pero no se movió. En lugar de hacerlo, su rostro se ensombreció y los ojos grises chispearon de fu-
ria.

–¿Con tu padre? Hace siete años que no hablas con él, ¿qué te hace pensar que va a acogerme aho-
ra?

–Mi padre me perdonará si se lo pido.

–Tu padre nos echará de su casa a los dos; lo dijo de un modo bastante público. Ya me han aver-
gonzado demasiadas veces en mi vida; no necesito oír cómo me llaman puta en mi propia cara. Además,

no quiero abandonar mi villa. Me gusta vivir aquí.

Kyrian hizo oído sordos a sus palabras.

–Mi padre me quiere y hará lo que yo le pida. Ya lo verás. Ahora, vístete.

Ella miró detrás de Kyrian.

–¿Polydus? –llamó al anciano sirviente que había estado esperando tras Kyrian todo el tiempo–. Pre-
para un baño para el señor y tráele comida y vino.

–Theone...

Ella lo detuvo, tapándole la boca con la palma de la mano.

–Shhh, mi señor. Es más de medianoche. Tienes un aspecto espantoso y hueles aún peor. Déjame

lavarte, alimentarte y prepararlo todo para que duermas y, después, por la mañana, discutiremos lo que

es preciso hacer para protegerme.

–Pero los romanos...

–¿Te has cruzado con alguno de camino hacia aquí?

–Bueno... no.

–Entonces, de momento no hay peligro, ¿o sí?

Demasiado cansado para discutir, le dio la razón.

–Supongo que no.

–Ven, acompáñame. –Lo tomó de la mano y lo llevó hasta una pequeña estancia situada a un lado del pasillo principal.

Amanda vio una habitación iluminada por la luz de las velas y con una pequeña chimenea. Kyrian es-
taba recostado en una bañera dorada mientras su esposa lo bañaba.

Atrapó una de las manos de Theone y la acercó a su mejilla, ensombrecida por la barba.

–No sabes cuánto te he echado de menos. Nada me reconforta más que tus caricias.

Ella le ofreció una copa de vino con una sonrisa que no le llegó a los ojos.

–He oído que has arrebatado Tesalia a los romanos.

–Sí. Valerius estaba furioso. Estoy impaciente por marchar sobre Roma. Y lo conseguiré, recuerda lo

que te digo.

Vació la copa de un trago y la dejó a un lado. Con el cuerpo enfebrecido, atrapó a su mujer y la me-
tió en la bañera con él.

–¡Kyrian! –jadeó ella.

–Shhh –susurró él sobre sus labios–. ¿No vas a darme un beso?

Ella consintió, pero sin mostrarse muy receptiva. Kyrian lo notó de inmediato.

–¿Qué ocurre, amor mío? –le preguntó, echándose hacia atrás–. Esta noche pareces muy distante,

como si tus pensamientos estuvieran en otro lugar.

El rostro de Theone se suavizó antes de colocarse a horcajadas sobre él e introducirse su miembro.

–No estoy distante. Estoy cansada.

Él sonrió y gimió cuando ella comenzó a moverse.

–Perdóname por haberte despertado. Sólo quería saber que estabas bien. No podría seguir viviendo

si algo te sucediera –le dijo tomándole el rostro con ambas manos y acariciándole las mejillas con los

pulgares–. Siempre te amaré, Theone. Eres el aire que respiro.

La besó para saborearla por completo.

Ella pareció relajarse un poco entre sus brazos mientras seguía montándolo. Su mirada jamás se

apartaba de él, como si estuviese esperando algo...

Tan pronto como alcanzó el clímax, Kyrian se echó hacia atrás y la observó. Se sentía tan débil como

un recién nacido, pero estaba en casa y su esposa le daba fuerzas. Estaba a salvo. En cuanto ese pen-
samiento cruzó su mente comenzó a escuchar un extraño zumbido y todo empezó a darle vueltas. Com-
prendió al instante lo que su esposa había hecho.

–¿Veneno? –masculló.

Theone se apartó de él y salió de la bañera. Se envolvió con rapidez en una toalla y le contestó.

–No.

Intentó salir de la bañera, pero estaba demasiado mareado y volvió a caer al agua. Le costaba traba-
jo respirar y apenas si podía hilar dos pensamientos seguidos con la mente tan embotada. Lo único que

tenía claro era que la mujer que amaba lo había traicionado. La misma mujer a cuyos pies había puesto

el mundo.

–Theone, ¿qué me has hecho?

Ella alzó la barbilla y lo contempló con frialdad.

–Lo que tú no eres capaz de hacer. Asegurar mi porvenir. Roma es el futuro, Kyrian, no Andriscus.

Jamás sobrevivirá para ascender al trono de Macedonia.

La oscuridad lo engulló.

Amanda gruñó al sentir un lacerante dolor en la cabeza. Cuando la luz regresó, encontró a Kyrian

tumbado desnudo sobre una fría losa de piedra, inclinada en un ángulo de cuarenta y cinco grados.

Tenía los brazos y las piernas atados con cuerdas a unos tornos. Estaba observando una vieja mesa,
dispuesta al otro lado de la habitación, sobre la que se habían desplegado toda clase de instrumentos de

tortura. Dándole la espalda a Kyrian y estudiando con atención los artefactos, había un hombre alto, de

pelo oscuro.

Se sentía solo, indefenso y traicionado. Sentimientos aterradores para alguien que jamás había sido

vulnerable.

La temperatura de la habitación era sofocante debido al fuego que crepitaba en la chimenea. De al-
gún modo, Amanda supo que era verano. Las ventanas estaban abiertas y la suave brisa del Mediterrá-

neo refrescaba la habitación y traía el aroma del mar y de las flores. Kyrian escuchó las risas en el exte-
rior y se le hizo un nudo en el estómago.

Era un día demasiado hermoso para morir.

El hombre que estaba junto a la mesa ladeó la cabeza. Se giró abruptamente y lo miró con furia.

Aunque era increíblemente apuesto, su rostro estaba contorsionado por la ira, restándole parte de su

belleza. Sus ojos eran crueles y brillantes, semejantes a los de una víbora. Vacíos, calculadores y caren-
tes de compasión.

–Kyrian de Tracia –dijo con una perversa sonrisa–. Por fin nos conocemos. Aunque supongo que esto

no cuadra exactamente con tus planes, ¿no es cierto?

–Valerius –masculló tan pronto como vio el emblema que colgaba de la pared, sobre el hombro de su

captor. Reconocería el águila en cualquier parte.

La sonrisa del romano se ensanchó mientras cruzaba la habitación. Su rostro no mostraba el más

mínimo asomo de respeto. Sólo presunción. Sin pronunciar una sola palabra más, comenzó a girar la

manivela de los tornos a los que estaban unidas las cuerdas. Al estirarse, los músculos de Kyrian se ten-
saron también y los tendones comenzaron a desgarrase al mismo tiempo que las articulaciones se des-
encajaban.

Kyrian apretó los dientes y cerró los ojos ante la agonía que su cuerpo padecía.

Valerius soltó una carcajada y volvió a girar la manivela.

–Eso está bien, eres fuerte. Me resulta odioso torturar a esos jovenzuelos que no paran de llorar y de

gritar. Le resta diversión.

Kyrian no contestó.

Tras asegurar la manivela de modo que el cuerpo de Kyrian se mantuviera dolorosamente estirado,

Valerius se acercó a la mesa de los artilugios y cogió una pesada maza de hierro.

–Puesto que eres nuevo en estos lares, permíteme que te muestre cómo tratamos los romanos a

nuestros enemigos... –regresó junto a él con una insultante sonrisa de satisfacción en el rostro–. En pri-
mer lugar, les rompemos las rodillas. De este modo, sé que no cederán a la tentación de escapar a mi

hospitalidad hasta que sea yo quien decida si están preparados para marcharse.

Con esas palabras, golpeó la rodilla izquierda de Kyrian, destrozando la articulación al instante. Un

dolor inimaginable lo recorrió. Mordiéndose los labios para no gritar, se sujetó con fuerza a las cuerdas

que le rodeaban las muñecas. La sangre se deslizaba, en un cálido reguero, por sus antebrazos.

Una vez hubo roto la otra rodilla, Valerius cogió un hierro candente del fuego y se lo acercó.

–Sólo tengo una pregunta que hacerte. ¿Dónde está tu ejército?

Kyrian lo miró con los ojos entrecerrados, pero no le dijo nada.

El romano le colocó el hierro sobre la cara interna del muslo.

Amanda perdió la cuenta de todas las heridas que Kyrian sufrió a manos del tal Valerius. Hora tras

hora, día tras día, la tortura continuaba con renovado vigor. Resultaba increíble que una persona pudie-
ra continuar viviendo entre tanto sufrimiento. Jadeó al sentir que arrojaban agua fría al rostro de Kyrian.

–No creas que voy a permitir que pierdas el conocimiento para escapar de mí. Y tampoco voy a de-
jarte morir de hambre hasta que me venga en gana.

Valerius lo agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás con crueldad para meterle algo líquido en
la boca. Kyrian siseó cuando el caldo salado cayó sobre las heridas que tenía en las mejillas y en los la-
bios. Estuvo a punto de ahogarse, pero su captor continuó haciéndolo tragar.

–Bebe, maldito seas –masculló Valerius–. ¡Bebe!

Kyrian volvió a desmayarse y de nuevo el agua fría lo despertó.

Días y noches se mezclaban al tiempo que el romano continuaba con la tortura sin la más mínima

compasión. Y siempre la misma pregunta.

–¿Dónde está tu ejército?

Kyrian jamás pronunciaba una sola palabra. Tampoco gritaba. Mantenía las mandíbulas apretadas

con tanta fuerza que Valerius tenía que abrirle la boca a la fuerza para darle de comer.

–Comandante Valerius –lo llamó un soldado, entrando a la estancia mientras el general tensaba las

cuerdas de nuevo–. Perdón por la interrupción, señor, pero ha llegado un emisario de Tracia que pide

audiencia.

El corazón de Kyrian estuvo a punto de dejar de latir. Por primera vez desde hacía semanas sintió un

rayo de esperanza y la alegría lo traspasó.

Su padre...

Valerius arqueó una ceja y miró con curiosidad a su subordinado.

–Esto va a ser muy entretenido. ¡Claro que sí! Lo atenderé.

El soldado se esfumó.

Unos minutos después, un hombre mayor, muy bien vestido, entró en la habitación tras dos soldados

romanos. El recién llegado se parecía tanto a Kyrian que, por un momento, Amanda creyó que se trata-
ba de su padre.

No bien el hombre estuvo lo suficientemente cerca como para reconocer a un sangriento y destroza-
do Kyrian, soltó un jadeo de incredulidad. Olvidando toda dignidad, su tío corrió a su lado.

–¿Kyrian? –balbució, aún incrédulo, tocando con precaución el brazo roto de su sobrino. Los ojos

azules mostraban su dolor y su preocupación–. ¡Por Zeus! ¿Qué te han hecho?

Amanda sintió la vergüenza de Kyrian y el dolor que le producía ser testigo del sufrimiento de Zetes.

Sintió la necesidad de aliviar la culpa que reflejaban los ojos del anciano y el impulso de suplicarle el

perdón de su padre.

Pero cuando abrió la boca, tan sólo salió un gemido ronco. Estaba tan malherido que los dientes le

castañeteaban debido a la intensidad del dolor que padecía. Tenía la garganta tan dolorida y seca que le

costaba trabajo respirar pero, por pura fuerza de voluntad, consiguió hablar con voz trémula.

–Tío.

–Vaya, ¿será posible que realmente pueda hablar? –preguntó Valerius acercándose a ellos–. No ha

dicho nada en cuatro semanas. Nada más que esto...

Y acercó de nuevo el hierro candente al muslo. Apretando los dientes, Kyrian siseó y dio un respingo.

–¡Basta! –gritó Zetes, apartando al romano de un empujón.

Con mucho cuidado, tomó el rostro de su sobrino en las manos mientras las lágrimas le caían por las

mejillas al intentar limpiar la sangre de los labios hinchados de Kyrian.

Alzó la mirada hacia Valerius.

–Tengo diez carros de oro y joyas. Su padre promete aún más si lo liberas. Estoy autorizado a pre-
sentarte la rendición de Tracia. Y su hermana, la princesa Althea, se ofrece como tu esclava personal. Lo

único que tienes que hacer es dejar que me lo lleve a casa.

¡No!

Amanda escuchó el gritó de Kyrian, pero en realidad ningún sonido había salido de su garganta.

–Es posible que permita que te lo lleves a casa... una vez lo ejecute.


–¡No! –exclamó Zetes–. Es un príncipe y tú...

–No es ningún príncipe. Todo el mundo sabe que fue desheredado. Su padre hizo pública su deci-
sión.

–La ha revocado –insistió Zetes, antes de volver a mirar a Kyrian con cariño–. Quiere que sepas que

nada de lo que te dijo era cierto, que debería haberte escuchado y confiado en ti en lugar de actuar co-
mo un imbécil, tonto y ciego. Tu padre te ama, Kyrian. Lo único que quiere es que regreses a casa para

poder daros la bienvenida, a ti y a Theone, con los brazos abiertos. Te pide que lo perdones.

Las últimas palabras le quemaron más que los hierros candentes de Valerius. No era su padre el que

debía implorar perdón. No era su padre el único que había actuado como un imbécil. Había sido él quien

se había mostrado cruel con un hombre que jamás había hecho otra cosa más que amarlo. Era tan dolo-
roso que no podía pensarlo. Que los dioses se apiadaran de ambos, porque los argumentos de su padre

habían resultado ser ciertos.

Zetes echó un vistazo a Valerius.

–Te dará cualquier cosa a cambio de la vida de su hijo. ¡Cualquier cosa!

–Cualquier cosa... –repitió el romano–. Una oferta muy tentadora, pero ¿no sería muy estúpido de mi

parte liberar al hombre que ha estado a punto de derrotarnos? –preguntó mirando con furia a Zetes–.

Jamás. –Sacó la daga de su cinturón, agarró con rudeza las tres trenzas que proclamaban que Kyrian

era comandante y las cortó–. Aquí tienes –dijo ofreciéndoselas a Zetes–. Llévaselas a su padre y dile que

eso es lo único que le devolveré de su hijo.

–¡No!

–Guardias, aseguraos de que Su Alteza se marcha.

Kyrian observó como agarraban a su tío y lo sacaban a la fuerza de la habitación.

–¡Kyrian!

Kyrian forcejeó contra las cuerdas, pero estaba tan malherido y mutilado que lo único que consiguió

fue hacerse aún más daño. Quería llamar a Zetes para que regresara, tenía que decirle lo arrepentido

que estaba por todo lo que les había dicho a sus padres.

No permitas que muera sin que lo sepan.

–¡No puedes hacer esto! –gritó Zetes un momento antes de que las puertas se cerraran con un golpe

seco, sofocando su voz.

Valerius llamó a su sirviente.

–Trae a mi concubina.

Tan pronto el criado se marchó, el romano se acercó a Kyrian y suspiró, como si estuviese muy de-
silusionado.

–Parece que nuestro tiempo de compañía llega a su fin. Si tu padre está tan desesperado por tu re-
greso, es tan sólo cuestión de tiempo que reúna su ejército para marchar contra mí. Obviamente, no

puedo permitir que tenga oportunidad de rescatarte, ¿no crees?

Kyrian cerró los ojos y apartó la cabeza para no ver la expresión triunfal de Valerius. En su mente

volvió a contemplar a su padre, aquel último y aciago día, cuando los dos se enfrentaron en la sala del

trono. Julian había bautizado aquel momento como «el día del Duelo de los Titanes». Ninguno de los

dos, ni él ni su padre, habían estado dispuestos a escuchar al otro, ni a ceder.

Escuchó de nuevo las palabras que dijera a su padre. Palabras que ningún hijo debía decirle a un

padre. El sufrimiento era mil veces más intenso que el que provocaban las torturas de Valerius.

Mientras recordaba con pesar sus pasadas acciones, las puertas de la estancia se abrieron y entró

Theone. Cruzó la habitación con la cabeza bien alta, como una reina ante su corte, y se detuvo junto a

Valerius, mirándolo con una sonrisa cálida e incitante.

Kyrian la contempló mientras la magnitud de la traición de su mujer se abría camino en su mente.

Que sea una pesadilla. Por favor, Zeus, no permitas que esto sea real.

Era más de lo que su mutilado cuerpo y su alma podían soportar.

–¿Sabes Kyrian? –le dijo el romano, con un brazo sobre los hombros de Theone al tiempo que le

mordisqueaba el cuello–. Alabo tu gusto para elegir esposa. Es excepcional en la cama, ¿verdad?

Era el peor golpe que le podía infligir.

Theone lo miró a los ojos, sin asomo de pudor, y dejó que Valerius se colocara a su espalda y le to-
cara los pechos, alzándolos. No había rastro de amor en el rostro de su esposa. Ni remordimiento. Nada.

Lo miraba como si fuese un extraño.

Kyrian sintió que se le desgarraba el alma.

–Vamos, Theone, mostrémosle a tu marido lo que interrumpió la noche que llegó a casa.

El romano desprendió el broche del peplo de Theone, que cayó al suelo. Tomando su cuerpo desnu-
do en brazos, la besó.

El corazón de Kyrian se hizo pedazos al ver cómo su esposa despojaba a Valerius de la armadura, al

ser testigo de que ansiaba sus caricias con vehemencia. Incapaz de soportarlo, cerró lo ojos y volvió la

cabeza. Pero siguió escuchándolos. Escuchó cómo su mujer suplicaba a Valerius que la poseyera. La es-
cuchó gemir de placer. Y, cuando alcanzó el clímax en brazos de su enemigo, sintió que su corazón se

marchitaba y moría.

Al fin, Valerius había acabado con él.

Dejó que el dolor lo inundara. Dejó que lo traspasara hasta que sólo fue capaz de sentir una desola-
ción atroz y absoluta.

Cuando acabaron, el romano se acercó a él y le restregó la mano, aún húmeda, por el rostro. Kyrian

maldijo ese olor que le resultaba tan familiar.

–¿Tienes alguna idea de lo mucho que me gusta el olor de tu mujer sobre mi cuerpo?

Kyrian le escupió en la cara.

Enfurecido, Valerius cogió una daga de la mesa y se la clavó con saña en el vientre. Él jadeó al sentir

cómo el frío metal desgarraba su cuerpo. Con malicia, el romano giró la muñeca e hizo rodar la hoja, in-
troduciéndola aún más profundamente.

–Dime, Theone –dijo Valerius sin dejar de mirar a Kyrian mientras sacaba la daga y lo dejaba tem-
bloroso y débil–. ¿Cómo debería matar a tu esposo? ¿Debería decapitarlo, como corresponde a un prín-
cipe?

–No –contestó ella, arreglándose el peplo y asegurándolo sobre el hombro con el broche que Kyrian

le había regalado el día de su boda–. Es el espíritu y la espina dorsal de los rebeldes macedonios. No

permitas que se convierta en un mártir. Si la decisión estuviese en mis manos, lo crucificaría como a un

vulgar ladrón. Deja que sea un ejemplo para los enemigos de Roma; deja que sepan que no hay honor

ni gloria enfrentándose a Roma.

Valerius sonrió con crueldad y se dio la vuelta para mirarla de frente.

–Me gusta cómo trabaja tu mente. –Le dio un casto beso en la mejilla y comenzó a vestirse–. Despí-

dete de tu esposo mientras lo arreglo todo –le dijo antes de marcharse.

Kyrian luchaba por seguir respirando entre tanto dolor cuando, por fin, Theone se acercó. El sufri-
miento y la ira lo hacían temblar de la cabeza a los pies. No obstante, la mirada de su esposa seguía

siendo vacía. Helada.

–¿Por qué? –le preguntó.

–¿Por qué? –repitió ella–. ¿Tú qué crees? Fui la hija de una prostituta. Crecí pasando hambre y sin

dinero, sin otro remedio que dejar que cualquier hombre usara mi cuerpo cómo le diera la gana.

–Yo te protegí –dijo con aspereza, moviendo apenas los labios partidos y ensangrentados–. Te amé.

Te mantuve a salvo de todo aquél que pudiera hacerte daño.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.


–No iba a permitir que te fueras a luchar contra Roma mientras yo me quedaba en casa, temiendo

que echaran mi villa abajo cualquier día. No quería acabar como la mujer de Julian, asesinada en mi

propia cama, o vendida como esclava. He llegado demasiado lejos como para volver a vender mi cuerpo

o suplicar por unas sobras. Quiero conservar mi seguridad y haré todo lo que sea preciso para que así

sea.

No podía haber encontrado palabras que lo hirieran más. Jamás lo había considerado otra cosa que

un abultado saco de oro. No, no podía creerlo. Se negaba a creerlo. Tenía que haber un momento, uno

solo en el que ella lo hubiese amado. ¿De verdad había estado tan ciego?

–¿Alguna vez me amaste?

Ella se encogió de hombros.

–Si te sirve de consuelo, has sido el mejor amante que jamás he tenido. Ciertamente, te voy a echar

de menos en la cama.

Kyrian dejó escapar un agónico rugido de rabia.

–Maldición, Theone –dijo Valerius al regresar–. Debería haber dejado que lo torturaras tú. Yo no he

conseguido hacerle tanto daño.

Los soldados llegaron en aquel momento con una cruz enorme. La dejaron en el suelo, junto a la

mesa, y cortaron las cuerdas que mantenían atrapado a Kyrian. Al tener las piernas rotas cayó de bruces

al suelo.

Lo levantaron sin muchos miramientos y lo tumbaron sobre el madero.

Kyrian continuó mirando a Theone; ni siquiera sentía lástima. Los ojos de su mujer reflejaban una

fascinación morbosa.

De nuevo, volvió a recordar los rostros de sus padres. Volvió a verlos aquel día que abandonó su ho-
gar, el día de su boda. Y escuchó otra vez la oferta que Zetes le había hecho a Valerius.

Los había traicionado a todos por ella. Y, a cambio, Theone ni siquiera fingía sentirse apenada por lo

que le había hecho. Lo que le había hecho a su familia y a su país.

Él era la última esperanza que tenía Macedonia para librarse del yugo romano. Era lo único que se

interponía entre su gente y la esclavitud. Con un solo acto de traición, Theone había echado por tierra

todos sus sueños de libertad.

Y todo porque él había sido un estúpido...

Las últimas palabras de su padre resonaron en su cabeza.

Ella no te ama, Kyrian. Ninguna mujer te amará jamás y ¡eres un maldito imbécil si no lo ves así!

Uno de los soldados sostuvo un clavo de hierro sobre su muñeca al tiempo que otro alzaba un pesa-
do mazo.

El soldado romano golpeó con fuerza el clavo...

Amanda despertó con un grito, alarmada al sentir el dolor que le atravesaba el brazo. Se sentó y se

agarró la muñeca para asegurarse de que todo había sido un sueño. Se frotó el brazo mientras lo mira-
ba fijamente. No había ninguna herida pero...

El sueño había sido real. Lo sabía.

Empujada por una fuerza que no acababa de entender, salió de su habitación en busca de Kyrian.

Atravesó a la carrera la casa, sin encender ninguna luz. Estaba a punto de amanecer. Subió las escaleras

de caoba y atravesó un largo pasillo. Siguiendo sus instintos, se acercó a unas puertas dobles en el ala

oeste de la casa. Sin dudarlo, las abrió y entró en una habitación dos veces más amplia que la suya.

Junto a la antigua cama con dosel había una vela encendida que proyectaba sombras extrañas sobre

la pared. Las cortinas doradas y marrones estaban sujetas a los postes; sólo unos diáfanos visillos de co-
lor crema protegían el lecho. A través de ellos, veía a Hunter agitándose entre las sábanas rojizas, como

si estuviese en mitad de la misma pesadilla de la que ella había sido testigo.

Con el corazón atronándole los oídos, corrió hacia la cama.

Kyrian se despertó en el mismo instante que sintió la mano de Amanda, tibia y suave, sobre el pe-
cho. Abrió los ojos y la encontró sentada a su lado, con los ojos oscurecidos por el horror y examinándo-
lo con el ceño fruncido.

Él también frunció el ceño al sentir cómo le acariciaba el pecho, como si no pudiese verle y se encon-
trara perdida en una especie de trance. Esperó en silencio, tumbado, asombrado por su presencia.

Amanda apartó la sábana de seda que lo cubría y tocó la cicatriz que tenía en el vientre, justo al lado

del ombligo.

–Te clavó la daga aquí –susurró, acariciando la delgada cicatriz. Al instante lo cogió de las muñecas y

siguió las líneas blanquecinas que las cruzaban–. Aquí te hundieron los clavos. –Sujetando las manos, le

pasó el pulgar sobre las uñas–. Te arrancaron las uñas.

Alargando el brazo, le acarició la mejilla con la palma de la mano. En sus ojos se leían miles de emo-
ciones y a Kyrian esas profundidades de azul cristalino le estaban robando el aliento. Ninguna mujer lo

había mirado así jamás.

–Mi pobre Hunter –murmuró. Las lágrimas le bañaban las mejillas y, antes de saber lo que estaba

haciendo, apartó la sábana por completo, dejando a Kyrian desnudo, sometido a su escrutinio.

Su miembro respondió al instante, endureciéndose y palpitando ante la preocupación que ella de-
mostraba. Amanda le tocó el muslo donde Valerius lo había marcado con el hierro candente.

–¡Dios mío! –jadeó mientras sus dedos trazaban la piel rugosa–. Era real. Te lo hicieron de verdad...

–lo miró con los ojos bañados de lágrimas–. Te vi. Te sentí.

Kyrian la miró frunciendo aún más el ceño. ¿Cómo era posible? Había estado soñando con su ejecu-
ción hasta que ella lo despertó. ¿Se habrían fusionado los poderes de ambos de modo que, de forma in-
consciente, sus mentes se unieran mientras dormían? Era una idea aterradora. Si resultaba ser cierto, la

única explicación posible era que estaban unidos a un nivel mucho más profundo, más allá del mero

plano físico.

Y eso significaba que...

No pudo terminar el razonamiento. No existía esa otra persona a la que llamaban «la otra mitad del

alma», especialmente si uno no tenía alma. No era posible.

Amanda se sentía embargada por un profundo dolor mientras observaba al hombre que tenía delan-
te. ¿Cómo podía haber sobrevivido a una tortura y a una traición semejantes? Y había cargado con ese

fardo durante siglos. Solo. Siempre solo. Sin nada que aliviara su dolor ni su desdicha.

Sin esperanza.

–Tanto dolor –susurró Amanda.

Deseaba con toda su alma la cabeza de Theone en una bandeja por lo que le había hecho. Pero so-
bre todo, deseaba reconfortarlo. Quería aliviar el tormento que habitaba en su corazón. Borrar el dolor

de su pasado. Quería darle esperanza. Quería devolverle su sueño: una mujer y unos hijos que lo ama-
ran.

Y que Dios se apiadara de ella, porque deseaba ser esa mujer.

Antes de poder detenerse, se inclinó y atrapó sus labios. Él gimió ante el contacto y le rodeó la cara

con las manos para devolverle el beso.

Amanda lo saboreó como jamás lo había hecho con ningún hombre. Podía sentir cómo Hunter le lle-
gaba al alma mientras sus lenguas se rozaban. Nunca había sido audaz en la cama, pero es que nunca

había deseado a un hombre como ahora lo deseaba a él.

Con todo su ser.

Enterró los labios en el hueco de su hombro y los ojos se le llenaron de lágrimas de nuevo al encon-
trar el lugar donde Valerius le había clavado el anillo, haciéndolo sangrar y dejándole otra cicatriz.

Tanto coraje. Tanto amor.

Ella daría cualquier cosa por encontrar a un hombre que la amara como él había amado a su esposa.

Pero no a cualquier hombre. Sus deseos iban más allá; quería que Hunter la amara. Quería su corazón.

Quería a este hombre que sabía lo que significaba el amor, que entendía lo que era un compromiso y

que era capaz de mostrar compasión.

Y estuviese dispuesto a admitirlo o no, él la necesitaba a ella.

Ningún hombre debería vagar solo eternamente. Ninguno debería soportar las heridas que él había

soportado; no cuando su único crimen había sido amar a alguien más que a sí mismo.

Su aliento se mezcló con el de Hunter mientras se tumbaba sobre él, a horcajadas sobre su cintura.

Él gruñó al darse cuenta de que no llevaba nada bajo la camiseta. Sentía la piel caliente y húmeda

de los muslos de Amanda mientras se deslizaba sobre su vientre desnudo, encendiendo una hoguera en

su interior que lo aterrorizaba.

Apártala.

No podía. Esa noche no. No con la pesadilla aún tan fresca en su memoria. Estuviese bien o no, ne-
cesitaba consuelo. Quería volver a sentirse amado. Quería sentir la suavidad de unas manos femeninas

sobre su cuerpo. Deseaba que el aroma de Amanda quedase impregnado sobre su piel.

No pudo evitar dar un respingo cuando Amanda tomó su miembro con la mano.

–Por todos los dioses –balbució sin aliento. Nadie lo había tocado de ese modo en dos mil años.

Todo su cuerpo empezó a temblar de deseo mientras ella acariciaba su ardiente y rígida verga.

Hoy sería suya. Ya no había modo de apartarse de ella.

El movimiento de la mano de Amanda, que aferraba su miembro con delicadeza deslizándose arriba

y abajo, desde la punta hasta la base, le erizaba la piel y hacía que le resultase muy difícil respirar. Sus

dedos le rozaron los testículos, endureciéndolo tanto que pensó que estallaría allí mismo.

Mientras tanto, él recorría el cuerpo femenino con las manos, disfrutando de cada curva y cada hue-
co. Disfrutando del tacto suave de su piel bajo la camiseta. Le mordisqueó el cuello y, por primera vez

desde que se convirtiera en Cazador Oscuro, sintió un sobrecogedor deseo de alimentarse de un hu-
mano. El sonido de su sangre latiendo por las venas le rugía en los oídos. La energía de Amanda lo ten-
taba, atrayendo al Cazador Oscuro que ansiaba probarla. Pero estaba prohibido. No les estaba permitido

morder el cuello de un humano. No obstante, mientras pasaba la lengua por el hueco de la garganta de

Amanda, ese profundo deseo se agitaba sin remedio. Sus colmillos la rozaron sin querer y tuvo que em-
plear todo su autocontrol para no tomar un sorbo de esa sangre que corría bajo sus labios. La piel de

Amanda se erizó ante el contacto y el pezón que Kyrian acariciaba se endureció aún más bajo su mano.

Abandonando su cuello con un gruñido, asaltó sus labios y la besó con ansia mientras deslizaba la

mano bajo la camiseta, buscando los oscuros rizos de su entrepierna. Cuando sintió el roce del vello so-
bre los dedos al apartar los húmedos labios y tocarla allí por primera vez, no pudo reprimir un gemido.

Amanda se sobresaltó y dejó escapar un murmullo de satisfacción, aumentando el ritmo de las cari-
cias sobre su miembro.

Kyrian no podía creer que estuviese tan preparada. Por los dioses, cómo la deseaba. Quería saborear

cada centímetro de su cuerpo. Quería hundirse profundamente en ella y comprobar su salvaje pasión.

Pero reprimió esos deseos para saborear el momento. Para explorarla lentamente y con ternura.

Deseaba que ese amanecer durara una eternidad.

–Sabes tan bien... –le susurró al tiempo que desgarraba la camiseta tirando del cuello y se la arran-
caba para arrojarla al suelo. Al instante, trazó un sendero de pequeños besos desde el cuello hasta el

pecho.

Amanda se arqueó hacia él cuando la lengua y los colmillos de Hunter le acariciaron el pezón. La

sensación de esos afilados colmillos rozándole la piel la hacía derretirse como lava ardiente.

De nuevo, Hunter volvió a introducir la mano entre sus cuerpos y la acarició donde más lo deseaba.

Sus dedos comenzaron a trazar lentos círculos, enardeciéndola para al instante reconfortarla, presionan-
do para después acariciarla levemente, hundiéndose en ella profundamente para que el fuego la consu-
miera aún más mientras él le hacía el amor con la mano.

–Te deseo, Hunter –le murmuró sin aliento al oído–. Nunca he sentido algo así por nadie.

Él sonrió, dejando a la vista los colmillos y girando a la vez sobre el colchón para quedar sobre ella

con una facilidad que sorprendió a Amanda. Dejó escapar un gemido al sentir ese cuerpo ágil y duro so-
bre ella. Su peso la dejaba sin aliento. Le rodeó las caderas con las piernas. Hunter irradiaba fuerza, po-
der. Esos músculos fuertes y definidos se contraían a su alrededor con cada pequeño movimiento que

realizaba. Pero lo que más la cautivaba era la contención que demostraba, todo ese poder sujeto bajo

control que le hacía recordar a un león preparado para atacar.

Quería más. Quería sentirlo dentro. Quería hacerlo suyo como ninguna mujer lo había hecho en más

de dos mil años. Quería su corazón. No, más aún. Quería hacerlo suyo como ninguna mujer lo había he-
cho jamás. Quería ser todo lo que él necesitaba. Su aliento, su corazón y, sobre todo, su alma.

Ansiaba devolverle su alma. Rescatarlo de su sufrimiento. Liberarlo de su pasado.

Alzándose un poco, le dio un profundo beso antes de confesar involuntariamente sus pensamientos.

Si Hunter lo descubriera, se alejaría de ella sin ninguna duda. No podía permitir que algo así sucediera;

por eso, invocó los poderes que había reprimido durante más de diez años y los utilizó para resguardar

sus pensamientos en lo más profundo de su mente y de su corazón, por si él aún podía leer en su inte-
rior.

Hoy, ella sería su consuelo.

Kyrian gruñó al sentir a Amanda bajo su cuerpo. Había pasado una eternidad desde que se permitie-
ra confiar en una mujer de ese modo. Una capa de sudor cubría su cuerpo mientras abandonaba sus

pechos para descender por su torso, hasta las caderas y volver a ascender. La deseaba con una intensi-
dad sobrehumana. Deseaba cosas de ella que no se atrevía a nombrar. No debería pensar en hacerla

suya y en mantenerla a su lado. Pero no podía evitarlo.

Amanda enterró la mano en su cabello y lo acercó aún más mientras él descendía, mordisqueándola

desde los labios hasta la garganta y de allí hasta el pecho, donde se entretuvo en saborearla a concien-
cia. Su lengua se movía en círculos alrededor del endurecido pezón, acariciando y atormentando. Parecía

devorarla con un ansia insaciable, como un hambriento que festejara un banquete.

Muy lentamente, descendió dejando que los colmillos la arañaran suavemente, con tanta delicadeza

que Amanda no pudo más que sorprenderse. Su cuerpo ardía en cada lugar donde él posaba las manos

en su camino de descenso hacia las caderas. Allí deslizó la lengua, pasándola por encima de la pelvis

hasta llegar al muslo. Le separó las piernas muy lentamente y siguió lamiéndole la cara interna del mus-
lo.

Amanda contuvo el aliento, estremeciéndose ante lo que estaba por venir. Al percibir su vacilación,

alzó la cabeza para mirarlo y lo descubrió mirándola. La observaba de un modo posesivo e intenso que

la dejó sin respiración. En una especie de trance, observándolo mientras él la sometía a un intenso es-
crutinio, vio cómo, muy lentamente y con mucho cuidado, deslizaba un dedo sobre su sexo y lo retiraba.

Ella se estremeció en respuesta a su caricia. Hunter le separó los labios y la tomó en la boca sin dejar de

mirarla a los ojos.

Amanda gritó ante el salvaje éxtasis que la inundó. Ningún hombre le había hecho eso antes.

Él cerró los ojos y gimió, haciendo que todo el cuerpo de Amanda temblara por la vibración. Deslizó

la lengua dentro y fuera de su vagina trazando lentos círculos; Amanda se revolvía y se agitaba con ca-
da húmeda caricia.

Kyrian se sobresaltó al paladear su sabor. Nunca había sentido un deseo tan intenso como el que

sentía por esa mujer. Algo en ella sacaba a la superficie su lado más salvaje; estimulaba sus poderes de

Cazador Oscuro y hacía que el animal que habitaba en él comenzara a despertarse. Esos poderes eran

los que utilizaba cuando luchaba o perseguía a un objetivo. Gracias a ellos, percibía todo lo que ocurría a

su alrededor a un nivel mucho más profundo. Era consciente de los frenéticos latidos del corazón de

Amanda, de los pequeños temblores que sacudían su cuerpo como respuesta a las caricias de sus labios

y su lengua. Sentía el placer que le estaba proporcionando; sentía en las mejillas cómo corría la sangre

de Amanda a través de los muslos y su miembro latía al ritmo de esa marea. Cerró los ojos, luchando de

nuevo contra el impulso de hundir los colmillos en su carne y dejar que el sabor de su sangre se desliza-
ra por la lengua.

Amanda se aferró a él mientras Hunter seguía haciendo que se estremeciese de placer. El roce de los

colmillos le erizaba la piel. Abrió los ojos y lo contempló, inmerso en lo que estaba haciendo, ajeno a

cualquier otra cosa que no fuese ella. Hunter era la personificación del sexo, pensó ella. Todo su ser es-
taba entregado a darle placer con la misma energía, presumía, que utilizaba para perseguir a los Dai-
mons.

Cuando alcanzó el orgasmo, resultó tan salvaje y sobrecogedor que echó la cabeza hacia atrás y dejó

escapar un grito.

Pero aún no había acabado con ella. Hunter gruñó al sentir su satisfacción, pero no detuvo las cari-
cias de su lengua. Al contrario, aumentó el ritmo y la fricción, como si estuviese degustando un festín.

Amanda siseó de placer.

No se detuvo hasta que ella se corrió dos veces más, apartándose tan sólo cuando dejó de estreme-
cerse. Se incorporó entre las piernas de Amanda y avanzó sobre ella muy lentamente, como un animal

hambriento y poderoso a punto de zamparse la cena. Le brillaban los ojos y los colmillos quedaban cla-
ramente a la vista con cada respiración entrecortada.

–Mírame, Amanda –le ordenó mientras le pasaba la mano por el muslo–. Quiero ver tus ojos cuando

te haga mía.

Tragando saliva, ella cedió a sus deseos.

Hunter acunó su rostro entre las manos y le dio un beso profundo al tiempo que la tomaba de la

mano y la guiaba hacia su hinchada verga.

Sin más palabras, ella comprendió lo que quería. Alzó las caderas y lo guió hasta su interior, despa-
cio, centímetro a centímetro, hasta que todo su miembro la llenó por completo. Un gemido escapó de su

garganta al sentirlo dentro y observar el deseo voraz que reflejaban sus ojos.

Hizo un intento de separar la mano pero él la detuvo cubriéndola con la suya. La pasión de su mira-
da se hizo más patente.

–Quiero que me toques mientras estamos unidos, quiero que lo sientas –le dijo sin aliento.

Amanda volvió a tragar mientras Hunter comenzaba a moverse entre sus dedos y la penetraba aún

más. Dentro y fuera. Era la experiencia más erótica e increíble que había sentido jamás.

Gimieron al unísono.

Vio la expresión satisfecha en el rostro de él mientras la embestía con toda la fuerza de sus caderas.

–Oh, Hunter –balbució.

Deteniéndose, la miró a los ojos.

–No es el Cazador Oscuro el que está dentro de ti, Amanda. Soy yo, Kyrian.

Cuando comprendió lo que le estaba ofreciendo, se sintió en las nubes. La había dejado penetrar en

su coraza, del mismo modo que ella le había permitido que penetrara su cuerpo. Alzando los brazos, le

acarició las mejillas.

–Kyrian –dijo, con un suspiro.

Él sonrió.

–Estar dentro de ti es mucho mejor de lo que había imaginado –le confesó.

Amanda notaba los estremecimientos que sacudían el cuerpo de Kyrian.

Él bajó la cabeza y la besó con ternura mientras la penetraba con envites salvajes, a un ritmo frené-

tico. Con fuerza y hasta el fondo. Sacando su verga para volver a penetrarla una y otra vez. Cada una

de sus embestidas proporcionaban una oleada de puro placer.

–Oh, Kyrian –gimió bajo sus labios al sentir que otro nuevo orgasmo se acercaba.

Tan pronto como dijo su nombre, sucedió algo extraño; algo despertó en su interior y de repente se

sintió sacudida por una descarga erótica.

–¡Dios mío! –jadeó.

¡Podía sentir el placer de Kyrian!, podía sentir cómo su vagina lo rodeaba. Como si fuesen un solo

ser, lo sentía dentro y, al mismo, tiempo alrededor.

Él se esforzó por respirar, sobrecogido ante la experiencia y sosteniéndole la mirada. Amanda le aca-
rició la espalda y sintió el roce de su mano en su propia carne. Era lo más increíble que había experi-
mentado jamás.

Kyrian aumentó el rimo de sus caderas mientras ella se aferraba a sus hombros, ambos perdiendo

todo rastro de cordura, inmersos en un estallido de deseo.

Se corrieron a la vez, compartiendo un sublime a la par que violento placer. Kyrian echó la cabeza

hacia atrás y rugió mientras la penetraba una última vez. Ella gritó, agitándose entre sus brazos.

Cuando él se derrumbó sobre su cuerpo, Amanda lo abrazó con fuerza, acunándolo mientras se re-
cuperaba. Sin muchos deseos de separarse de él, sintió cómo Kyrian salía de ella.

–¿Qué ha sucedido? –preguntó él en voz baja.

–No lo sé, pero ha sido maravilloso. Increíble. Grandioso.

Soltando una breve carcajada, alzó la cabeza y ella frunció el ceño al ver sus ojos a la suave luz de

las velas. Ya no era negros, sino de un peculiar verde azulado.

–¿Kyrian?

Él recorrió la habitación con la mirada e hizo un gesto de dolor.

–Mis poderes han desaparecido –susurró.

Y en ese momento, con él al lado, Amanda lo sintió debilitarse.

Apenas si podía moverse. Su agonía era casi palpable para ella. Kyrian se llevó una mano al rostro e

hizo presión con la palma sobre el ojo derecho, siseando de dolor.

–¡Dios mío! –exclamó Amanda mientras lo veía tendido a su lado, sufriendo–. ¿Qué puedo hacer?

–Llama a Talon –le contestó entre dientes–. Marca el dos y después la almohadilla.

Giró sobre el colchón y se acercó a la mesita de noche para coger el teléfono y marcar sin perder un

instante.

Talon contestó al segundo tono. Por el sonido de su voz, estaba claro que acaba de despertarse.

–¿Qué pasa? –preguntó tranquilamente una vez que Amanda se identificó.

–No lo sé. Le he hecho algo a Kyrian.

–¿Qué quieres decir? –preguntó él, dando a entender que le resultaba muy difícil creer que pudiese

hacerle algo a su amigo.

–No estoy segura. Sus ojos son de un color diferente y está doblado por el dolor.

–¿De qué color son sus ojos?

–Verdes.

Talon permaneció unos segundos en silencio antes de volver a hablar.

–Pásamelo.

Ella le ofreció el teléfono a Kyrian.

Al coger el auricular, una nueva oleada de dolor lo atravesó. Nunca había sentido nada parecido. Era

como si sus dos mitades, el Cazador Oscuro y el hombre, estuviesen luchando la una contra la otra.

–Talon –jadeó.

–Hola, colega –lo saludó Talon–. ¿Estás bien?

–Joder, no. ¿Qué me está pasando?

–Así de repente, se me ocurre que acabas de encontrar el modo de deshacerte de tus poderes de

Cazador Oscuro. Felicidades, tío, acabas de encontrar tu vía de escape.

–Sí, yo también estoy que me salgo de contento.

–No seas imbécil. Recuerda que es temporal... Creo.

Percibiendo la duda en la voz de Talon, Kyrian le preguntó intranquilo:

–¿Cuánto tiempo?

–Ni idea. Nunca he perdido mis poderes.

Kyrian siseó ante otra oleada de dolor.

–Deja de rebelarte, no luches –masculló Talon–. Estás empeorándolo. Relájate.

–Sí, claro. Como si fuese tan fácil.

Talon resopló.

–Confía en mí; hay ocasiones en la que es necesario rebelarse, pero ésta no es una de ellas. Acépta-
lo.

–Que lo acepte... y una mierda. No es tan fácil. Da la casualidad de que me siento como si me estu-
viesen partiendo en dos.

–Ya lo sé –le dijo Talon, con la voz ronca por la preocupación–. ¿Qué estabas haciendo cuando per-
diste los poderes?

Kyrian se aclaró la garganta y echó una tímida mirada a Amanda.

–Yo... esto... –dudó, sin saber cómo explicarlo. Lo último que quería era avergonzarla.

Pero no tuvo porque explicar nada.

–Diarmuid Ua Duibhne –rugió Talon en gaélico–, te acostaste con ella y por eso se esfumaron, ¿no

es cierto?

Kyrian volvió a aclararse la garganta y se dio cuenta de lo inútil que sería ocultar algo a un Cazador

Oscuro capaz de averiguar casi todo lo que se le antojaba.

–No ocurrió nada hasta justo el final.

–¡Aaaaaah! Ya entiendo –le dijo Talon, arrastrando las palabras como si hubiese entendido perfec-
tamente. Cuando volvió a hablar, su voz sonó muy parecida a la de la doctora Ruth17–. Ese momento

justo después de correrte, cuando estás exhausto, saciado e indefenso, ¿me sigues? ¿Te apuestas algo

a que fue por eso por lo que desaparecieron tus poderes?

Pero Kyrian seguía sin entender nada.

–Todos vosotros os acostáis con mujeres cada dos por tres y no os sucede esto.

–Sí, pero cada uno aguanta la presión de un modo distinto y tú lo sabes. En tu mente, debes haber

equiparado ese momento álgido al instante en que te convertiste en Cazador Oscuro. O eso, o fueron los

poderes de Amanda. Quizás se mezclaron con los tuyos hasta absorberlos.

–Eso es una locura.

–Sí, claro. Exactamente igual que el dolor de cabeza que tienes y que, de paso, me está afectando a

mí también. Pásame a Amanda.

Kyrian le hizo caso.

–Quiere hablar contigo.

Ella cogió el teléfono.

–Escucha –comenzó Talon con voz afilada y desagradable–. Tenemos un problema serio. Kyrian está

perdido hasta que sus poderes regresen.

–¿Cuánto tardarán?

–Ni idea. Pero supongo que pasará bastante y, hasta entonces, es humano y, puesto que hace más

de dos mil años que dejó de serlo, está débil. Es vulnerable.

El pánico la atenazó mientras giraba la cabeza para mirar a Kyrian. Aún tenía una mano sobre los

ojos y, por la rigidez de su postura, estaba claro que le dolía bastante.

–¿Volverá a la normalidad con la puesta del sol?

–Eso espero. Porque si no es así, los Daimons lo tendrán muy fácil.

Amanda sintió que se le cerraba la garganta por el pánico. Lo último que quería era que Kyrian aca-
bara herido por su culpa.

–¿No puedes ayudarlo?

–No. Va en contra del Código. Cazamos solos. No puedo ir tras Desiderius hasta que Kyrian esté

muerto.

–¿Qué clase de Código es ése? –gritó ella.

–Uno que normalmente no me perfora el tímpano –siseó Talon–. Joder, nena, con esos pulmones

tendrías un brillante futuro como soprano.

–No tiene gracia.

–Lo sé. Nada de esto la tiene. Ahora, escúchame un segundo. Esto va a ser embarazoso, ¿lo soporta-
rás?

El tono funesto de su voz hizo que Amanda se detuviera a pensar un instante. ¿Qué iba a decirle?

–Creo que sí.

–Bien. Veamos, creo que nuestro problema empieza en el momento en que Kyrian se corre. Es impe-
rativo que no dejes que suceda de nuevo. Porque hay bastantes posibilidades de que vuelva a quedarse

sin sus poderes si ocurre otra vez. Tienes que mantenerte alejada de él.

Amanda sintió que el corazón se le encogía al escucharlo. Alargando una mano, acarició a Kyrian.

–Vale –le contestó en voz baja.

–Bien. Son las siete de la mañana. Haznos un favor a los dos y vigílalo hasta que Nick llegue.

–Lo haré.

Talon se despidió y ella colgó antes de devolver el teléfono a la mesita de noche.

Kyrian la miró y el sufrimiento que reflejaban esos ojos verdes la partió en dos.

–Sólo quería que te sintieras mejor. No fue mi intención hacerte daño.

Él la cogió de la mano y la sostuvo con ternura.

–Lo sé.

Le dio un pequeño tirón para acercarla y la abrazó con fuerza, aunque Amanda aún podía sentir la

rigidez de su cuerpo.

–Me ayudaste, Amanda –le murmuró al oído–. No eches a perder lo que me has entregado por sen-
tirte culpable.

–¿Puedo hacer algo por ti?

–Déjame que te abrace un poco más.

Al escucharlo, el corazón se le subió a la garganta. Se quedó tumbada entre sus brazos, sintiendo el

cálido aliento de él sobre la garganta.

Kyrian enterró el rostro en su pelo y aspiró el ligero aroma que desprendía. Jamás se había sentido

tan débil como en esos momentos; no obstante, había algo en la presencia de Amanda que le daba

fuerzas.

Has encontrado tu vía de escape.

Las palabras de Talon no dejaban de dar vueltas en su cabeza. Cuando un Cazador Oscuro encon-
traba el modo de deshacerse de sus poderes, podía volver a reclamar su alma. Era una opción que nun-
ca antes había considerado. Algo que jamás se había atrevido a soñar.

Podía volver a ser humano. De modo definitivo.

¿Pero para qué? Era lo que era. Un guerrero inmortal. Amaba su estilo de vida. Amaba la libertad y

el poder que le otorgaba.

Pero aun así, allí tumbado con Amanda entre sus brazos, piel contra piel, comenzó a recordar otras

cosas olvidadas hacía siglos. Cosas que había enterrado en lo más profundo del corazón.

Cerró los ojos y rememoró la imagen de Amanda con Niklos en los brazos. Sería una madre estupen-
da. Y, mientras se dejaba vencer por el sueño, una parte de él supo que también sería una esposa ma-
ravillosa.

Amanda se despertó al sentir que alguien la acariciaba, dejando un rastro abrasador alrededor de

sus pechos. Abrió los ojos y bajó la mirada para descubrir la mano de Kyrian tocándola con ternura

mientras uno de sus muslos descansaba enterrado entre sus piernas. El corazón comenzó a latirle con

rapidez al ver que la mano descendía hasta su estómago al tiempo que le mordisqueaba el cuello con los

afilados colmillos.

–¿Vas a morderme? –le preguntó.

La risa de Kyrian reverberó por su garganta.

–No, amor. Voy a devorarte.

Girando hasta quedar de espaldas sobre el colchón, lo miró a los ojos y descubrió que el verde era

aún más intenso que antes. Un verde claro y devastador. Alzó la mano y le acarició la mejilla derecha

con un dedo.

–¿Por qué han cambiado de color?

–Al perder mis poderes de Cazador Oscuro, mis ojos volvieron a ser humanos.

Lo miró con el ceño fruncido e intentó recordar el color de sus ojos durante el sueño.

–¿Éste era su color antes de que perdieras el alma?

Él asintió y bajó la cabeza para darle un lametón en el hueco de la garganta.

–Se supone que no deberías estar haciendo esto –lo reprendió, pasándole la mano por la espalda–.

Talon dijo que tenías que descansar.

–Estoy descansando.

Amanda contuvo el aliento, sobresaltada al sentir que Kyrian separaba los tiernos pliegues de su se-
xo y la acariciaba con los dedos, largos y fuertes.

–No estás descansando. Estás jugando.

La buscó con la mirada.

–Quiero jugar contigo.

–¿Y si te debilitas más?

–No veo cómo.

–Pero, ¿y si...?

La hizo callar con un beso tórrido y abrasador y, al instante, los pensamientos de Amanda perdieron

toda cordura.

Kyrian le mordisqueó los labios y tironeó de ellos con suavidad mientras sus ojos verdes buceaban en

el cuerpo de Amanda, tratando de llegar a su corazón.

–Ya no puedo sentir lo que hay en tu interior, Amanda. Dime que no me deseas y te dejaré ir.


–Te deseo Kyrian. Ni te imaginas cuánto.

Él le sonrió y se hundió en ella, que gimió al sentir cómo la llenaba por completo.

Para Kyrian, todo comenzó a dar vueltas, allí, inmerso en la calidez del cuerpo de Amanda. ¿Cómo

era posible que fuese aún mejor que horas antes? La miró fijamente y le encantó ver sus ojos nublados

por el deseo y las mejillas cubiertas por el rubor. Era realmente hermosa.

Lo asaltó una oleada de posesividad; un sentimiento intenso que había olvidado hacía siglos. No

acababa de entender de dónde había salido, pero le estaba retorciendo las entrañas. Y, en comparación,

dejaba a la altura del betún lo que una vez sintiera por Theone. No lo comprendía y, si era sincero con-
sigo mismo, no se atrevía a profundizar en las razones. Saber con exactitud cuáles eran sus sentimien-
tos sólo le haría más daño.

Amanda entrelazó las piernas con las de Kyrian mientras saboreaba cada una de sus profundas y de-
lirantes embestidas. Ni en sus sueños más atrevidos se había imaginado que hacer el amor pudiese ser

algo así. Jamás había soñado con experimentar un placer tan intenso.

Gritó cuando alcanzó el orgasmo.

Kyrian cubrió sus labios con los suyos y con tres poderosos envites se unió a ella.

La miró, con la respiración agitada.

–Creo que soy un adicto a tu cuerpo.

Ella sonrió y el corazón de Kyrian dio un respingo.

–¡Oye, Kyrian!

Sin apenas tiempo para alzar las sábanas y cubrirse, la puerta de la habitación se abrió de par en par

y un hombre alto y apuesto, de no más de veinticinco años, entró en la estancia. Amanda se quedó he-
lada al encontrarse con la atónita mirada azul-verdosa de Nick. Llevaba el pelo, de color castaño oscuro,

recogido en una coleta y, cuando sonreía, aparecían un par de hoyuelos en sus mejillas.

–Joder, ¿no me digas que te he pillado en la cama?

–Nick –rugió Kyrian–. Sal de aquí.

–Vale, pero las noticias que tengo sobre Desiderius te van a encantar. ¿Por qué no te pones algo de

ropa y te reúnes conmigo en el despacho dentro de unos minutos? –Con actitud desvergonzada, los mi-
ró de arriba abajo sin ocultar lo divertida que le resultaba la escena, y salió rápidamente de la habita-
ción.

–Recuérdame luego que es urgente que lo mate.

Amanda se rió hasta que se encontró con sus ojos.

–Pareces muy distinto con los ojos verdes –susurró mientras le colocaba la mano sobre la mejilla,

áspera por la barba.

Como respuesta, Kyrian volvió a capturar sus labios para entregarse a otro tórrido beso. Su lengua la

atormentaba con burlonas caricias, pero de forma tan posesiva que la dejaba débil y casi sin aliento.

–¿Qué es lo que tienes que me resulta imposible resistirme a ti?

–¿Mi encantadora personalidad? –bromeó ella.

Riéndose, Kyrian depositó un ligero beso sobre su nariz. Amanda lo observó mientras salía de la ca-
ma y se dio un festín con esa espalda desnuda mientras atravesaba la habitación, camino del cuarto de

baño.

Se acurrucó en la cama y escuchó cómo caía el agua de la ducha. No dejaba de recordar lo bien que

se había sentido entre los brazos de Kyrian. Le había dejado su olor impregnado en el cuerpo y la sen-
sación era fascinante, como si ella le perteneciera por completo... aunque sabía que eso jamás podría

suceder.

Él era un Cazador Oscuro y ella era una simple contable. Jamás habían nacido dos personas más dis-
pares. Pero su corazón se negaba a escuchar. Una parte de ella lo deseaba a un nivel que no había co-
nocido hasta entonces.

Y, en el fondo de su mente, no podía evitar pensar en lo maravilloso que sería poder liberarlo del ju-
ramento que lo había convertido en Cazador Oscuro.


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