Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero
de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una
ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio,
traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa
para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador
oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida
normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus
ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de
ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia
hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona
después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a
separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su
contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar
extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un
demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus
acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda
deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que
hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más,
él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le
convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de
su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el
amor que merece...
La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!
Kyrian retrocedió, alejándose de ella, mientras Tabitha se giraba para mirarlo frente a frente. Aún
tenía la cara magullada por la paliza que le habían dado los secuaces de Desiderius y llevaba un apósito
sobre los puntos de sutura. Se agachó, medio cojeando, y adoptó una postura de ataque.
Le dolió verla así.
No había sido capaz de proteger a una de las personas que Amanda más quería y juró que jamás
volvería a suceder.
–¿Quién eres? –exigió saber Tabitha–. ¿Dónde está Esmeralda?
Kyrian echó un vistazo al espejo y, al ver que no se reflejaba, retrocedió un paso más, antes de que
ella lo notara.
–Se le estropeó el coche cuando regresaba y Amanda fue a recogerla.
Se dio cuenta, demasiado tarde, de que debía haber mantenido la boca cerrada porque Tabitha lo
reconoció en cuanto lo escuchó hablar; su acento era inconfundible.
–¡Tú! –chilló–. ¿Qué les has hecho a mis hermanas?
–Nada; están bien.
–¡Y una mierda! –exclamó al tiempo que se abalanzaba sobre él.
Kyrian se dio la vuelta y se alejó corriendo por el pasillo; no quería hacerle daño.
–¡Un vampiro! –gritó Tabitha.
Escuchó ruidos en la planta baja y se dio cuenta de que la hermana gemela de Amanda no estaba
sola.
–¡Abrid las cortinas! –Y mientras gritaba la orden agarró el cordón del riel de las cortinas del pasillo y
tiró con fuerza.
Kyrian siseó cuando la luz del sol lo rozó. Saltó sobre la barandilla y aterrizó en la sala de estar del
primer piso.
Dos pares de ojos lo miraron atónitos, observándolo de arriba abajo. El hombre de pelo oscuro se
quedó muy pálido, pero la chica rubia reaccionó con rapidez y se acercó a la ventana sin perder tiempo
para subir las persianas.
Antes de que pudiera moverse, Tabitha estaba sobre él, lanzándole un golpe con el pie que le dio en
el costado, sobre la herida.
–¡Muere, hijo de puta!
Kyrian siseó, enseñándole los colmillos, y saltó hacia atrás girando en el aire, para escapar hacia la
cocina. Pero tuvo que detenerse al llegar a la puerta y ver que la luz del sol entraba a raudales en la es-
tancia. No había ni un solo sitio en todo el cuarto donde no corriera el riesgo de acabar frito.
En ese momento, algo duro y afilado lo golpeó en el hombro. Con un gruñido, se dio la vuelta y vio a
Tabitha que empuñaba una daga alargada, dispuesta a hundírsela de nuevo. La sujetó por la muñeca en
el mismo instante que sus dos amigos se abalanzaban sobre él. Los cuatro se tambalearon y, de un em-
pujón, logró deshacerse de uno de ellos. Intentó regresar a la sala de estar pero, de algún modo, Ta-
bitha se las arregló para interponerse en su camino.
Blandió la daga directa a su estómago; el odio que sentía por él se reflejaba de forma alarmante en
sus ojos. Kyrian saltó hacia atrás y un rayo de sol le dio en la espalda. El dolor lo fulminó al instante. Si-
seando de nuevo, la esquivó y corrió de vuelta a la sala, intentando permanecer en las sombras.
Tabitha y sus dos amigos se arrojaron sobre él y lo lanzaron contra la puerta. Mientras lo tiraban al
suelo, las palabras de Desiderius resonaron en sus oídos.
Se echarán sobre ti como una manada de perros salvajes.
Tabitha se sentó sobre su pecho, rodeándole el cuello con una mano, y sus dos amigos lo agarraron
por los brazos, extendiéndolos. Si lo hubiesen atacado de ese modo el día anterior, el pánico lo habría
vuelto loco. Pero en ese momento recordó a Amanda mientras lo ataba y sintió una extraña lucidez.
–¿Qué has hecho con mi hermana? –preguntó Tabitha.
–Nada.
–¡No me mientas! He visto las vendas manchadas de sangre en la papelera.
Intentando no hacerle daño, alzó las piernas y la agarró con ellas para lanzarla hacia atrás, en el
mismo momento que intentaba hundirle la daga en la garganta. Falló por milímetros. Le dio un puñetazo
en el estómago al tipo que estaba a su derecha y arrojó a la chica rubia sobre el sofá. Cuando sintió que
Tabitha le mordía en el muslo soltó una maldición, le quitó la daga y la tiró al suelo, donde quedó clava-
da en uno de los listones del parqué.
–Escúchame.
–¡No! –gritó ella mientras se retorcía e intentaba golpearlo con los puños.
Kyrian giró en el suelo y se colocó sobre ella, inmovilizándola. Todos sus instintos le exigían que la
dejara inconsciente, pero, al observar ese rostro tan parecido al de Amanda, se dio cuenta de que jamás
podría hacerle daño.
Ese momento de incertidumbre le costó muy caro. Sus amigos volvieron a atraparlo de nuevo. Los
cuatro rodaron por el suelo y Kyrian consiguió ponerse en pie al tiempo que la puerta de la calle se abría
e inundaba de luz la habitación.
Soltando otro taco, logró llegar como pudo a un rincón oscuro.
El grito agudo de Amanda resonó por toda la casa.
–¡Ya basta!
Tabitha y sus compañeros se quedaron inmóviles al escucharla y Kyrian aprovechó para recuperar el
aliento. Sentía un dolor punzante en las nuevas heridas y la sangre le corría por la espalda. Amanda se
acercó corriendo a él y lo tocó, inspeccionando las heridas.
Su hermana arrancó la daga del suelo y se acercó a ellos con actitud decidida y furiosa, sin dejar de
mirar a Kyrian a lo ojos.
–Apártate de mi camino, Mandy. Estoy a punto de matar a un vampiro.
–Te equivocas –la interrumpió Esmeralda, cerrando la puerta de la entrada y colocándose entre Ta-
bitha y Kyrian–. Estás a punto de matar al novio de tu hermana gemela.
Tabitha la miró con la boca abierta y se detuvo al instante, mirando a Kyrian y a Amanda alternati-
vamente.
–¿Cómo has dicho?
Amanda ignoró a su hermana.
–¿Estás bien?
Kyrian se pasó la mano por la herida abierta del brazo.
–Nunca he estado mejor.
–¿Y le preguntas a él? –masculló Tabitha con incredulidad–. Y los chicos y yo, ¿qué? No veo que es-
tés muy preocupada por nosotros. Ha estado a punto de decapitarnos.
Amanda lanzó una mirada furiosa a su gemela.
–Me parece que no estáis sangrando. Créeme, si hubiese querido haceros daño ninguno de vosotros
estaría de pie ahora mismo.
Tabitha los observó atentamente y soltó un gruñido indignado.
–¿Estás defendiendo a un vampiro?
–Estoy defendiendo a Kyrian –le contestó Amanda con énfasis.
Apretando los labios aún más, Tabitha miró al uno y al otro.
–¿Qué pasa contigo? ¿Es que estás loca? ¿Quieres un novio que bebe sangre, que va a vivir eterna-
mente, que mata para divertirse y que no puede salir a la luz del día? Vaya, Mandy, veo que al final has
encontrado al Rey de los Perdedores. Felicidades. Jamás me imaginé que existiera alguien peor que Cliff.
La parrafada de Tabitha era un torrente de insultos y de groserías.
–¿Y tú hablas de perdedores? La que sale con un hombre que no ha trabajado más de dos semanas
seguidas en los últimos tres años...
–Por lo menos, Eric tiene alma.
–Kyrian tiene corazón.
–¡Venga, por favor! ¿Y tú crees que con eso se soluciona todo? Dime una cosa, Mandy, ¿estás dis-
puesta a renunciar a todo por él? ¿A tu vida, a tu futuro? ¿Qué puede ofrecerle un vampiro a una conta-
ble? Siempre has querido niños, ¿puede dártelos él?
Kyrian se hundía cada vez más en la desesperación mientras las escuchaba discutir. Cada palabra
que salía de la boca de Tabitha confirmaba lo que él había pensado desde un principio. Tabitha tenía ra-
zón.
Echó un vistazo a la luz del sol que entraba por las ventanas. El sol era letal para él y vital para
Amanda. Para los humanos resultaba tan necesario como el aire que respiraban. Y, mientras ella estu-
viese con él, no encontraría la paz porque tendría que sacrificar todos sus sueños.
Y no podía permitir eso.
Con el corazón encogido, se escabulló entre las sombras hasta llegar a la escalera.
–¡Dejad ya de discutir! –gritó Esmeralda.
Kyrian no volvió a prestarles atención mientras subía la escalera.
Pasaron varios minutos, y una nueva andanada de insultos, antes de que Amanda se percatara de la
ausencia de Kyrian.
–¿Kyrian?
–Está arriba –le contestó Esmeralda.
Amanda hizo el gesto de marcharse pero Tabitha la detuvo.
–No puedes hacerte esto.
–No sabes nada de él, Tabby. Es un Cazador Oscuro, no un vampiro.
–Sí, claro. Y Julian Alexander me explicó que, en realidad, no hay ninguna diferencia entre ellos. Los
dos tienen características animales y son asesinos.
–No me creo que Julian te dijera eso.
–Me da igual que lo creas o no, es la verdad. Y mientras reflexionas sobre eso, déjame decirte otra
cosa que me contó Julian: Artemisa matará a tu novio antes de permitir que sea libre.
Amanda se alejó de su hermana, pensando que no era cierto lo que decía. Encontró a Kyrian en la
habitación, recogiendo sus cosas.
–¿Qué estás haciendo?
–Me voy.
–No puedes salir. Es mediodía.
Su rostro tenía una expresión adusta y fría.
–He llamado a Tate.
–Kyrian... –lo llamó, acercándose para tocarlo.
–No me toques –masculló él, enseñándole los colmillos–. Ya has oído lo que te ha dicho tu hermana.
Soy un animal, no un humano.
–Anoche no dormí con ningún animal.
–¿Ah, no?
–No –le contestó ella, poniéndole la mano en la mejilla.
No tardó más de un segundo en borrar la expresión de deleite que su caricia le producía, pero ella
llegó a verla.
–Eso es lo que tú crees, Amanda. ¿Sabes cuántas veces he tenido que controlarme para no hundirte
los dientes en el cuello? ¿Cuántas veces he sentido el flujo de tu sangre bajo la lengua y he deseado
probarla?
Tragó saliva, espantada. Pero se negaba a creerlo. Sólo estaba intentando asustarla.
–Nunca me has hecho daño y sé que darías tu vida antes de hacerlo.
Kyrian cogió la maleta sin decir nada y se marchó. Ella lo siguió por el pasillo y se detuvo al llegar a
las escaleras.
–No puedes marcharte así.
–Sí puedo.
Tiró de él para detenerlo antes de que bajara hasta el recibidor.
–No quiero que me dejes.
Kyrian se paró en seco al escucharla. Sus palabras lo estaban destrozando. Él tampoco quería dejar-
la; en realidad, lo que quería era echársela sobre el hombro, llevarla de vuelta a la habitación y hacerle
el amor durante toda la eternidad. Quería hacerla suya de forma legítima y tener el derecho de gritar
que le pertenecía. Pero no estaba escrito que sucediera. Él era un sirviente de Artemisa. Su vida perte-
necía a la diosa.
–Vuelve a tu mundo, Amanda. Allí estarás a salvo.
Ella le tomó el rostro entre las manos. Esos brillantes ojos azules lo miraban con un anhelo y un do-
lor tan grandes que lo estaban desgarrando.
–No quiero estar a salvo, Kyrian. Te quiero a ti.
Él le apartó las manos, se alejó de sus tiernas caricias y bajó lo que quedaba de las escaleras.
–No digas eso.
–¿Por qué no? –le preguntó Amanda, bajando tras él–. Es la verdad.
–No puedes tenerme –le dijo entre dientes mientras giraba en mitad de las escaleras para mirarla a
los ojos–. Ya tengo dueña.
–Entonces déjame amarte.
Su resolución se vino abajo al escuchar el ruego de Amanda. ¡Por todos los dioses! Qué sencillo sería
confiar en ella. Tomarla entre sus brazos y... verla envejecer mientras él permanecía igual. Abrazarla
cuando muriera, ya anciana, para dejarlo solo durante toda la eternidad. Solo.
La simple idea era suficiente para dejarlo paralizado. La vida sin ella no merecía la pena. Y si dejarla
tras un par de días dolía tanto, ¿qué se sentiría al perderla después de unas cuantas décadas? Era mu-
cho más de lo que su magullado corazón podía soportar.
–No puedes.
–¿Por qué? –preguntó ella.
–Algunas cosas son imposibles.
Le tocó el brazo, suplicándole con la mirada que viera las cosas tal y como ella las veía. Pero no po-
día hacerlo. No se atrevía.
–Quizás esto sí sea posible.
–Te equivocas.
En ese momento llamaron a la puerta.
Amanda vio cómo Essie abría la puerta y Tate entraba con la camilla. La expresión resignada y ator-
mentada de Kyrian al ver la bolsa negra se le quedaría grabada para siempre en la memoria.
–No te vayas, Kyrian –le pidió una vez más, rezando para que la escuchara.
–No tengo elección.
–Sí que la tienes. ¡Joder, Kyrian! Eres demasiado testarudo. Tienes más opciones. No me dejes.
Él se frotó los ojos, como si le doliese la cabeza.
–¿Por qué quieres que me quede?
–Porque te amo.
La furiosa maldición de Tabitha se escuchó en el recibidor, procedente de la cocina, y el silencio que
siguió resultó ensordecedor.
Kyrian cerró los ojos mientras la agonía lo consumía. Había esperado una eternidad para escuchar a
una mujer decirle esas palabras de corazón.
Pero era demasiado tarde.
–La última vez que creí que una mujer me amaba, perdí un imperio y acabé crucificado mientras ella
se reía de mí. No seas tonta, Amanda. El amor no existe. Es una ilusión. No me amas; no puedes amar-
me.
Antes de que ella pudiera protestar, saltó a la camilla y se metió en la bolsa, cerrando la cremallera
desde dentro.
–¡No me dejes! –le gritó Amanda, agarrándolo por el brazo a través del plástico.
–Llévame a casa, Tate.
Tate le sonrió con tristeza y empujó la camilla para salir de la casa. Amanda soltó un gruñido de frus-
tración.
–Eres un gilipollas, Kyrian Hunter. Un gilipollas.
Kyrian la escuchó; su voz le llegaba amortiguada por el grosor de la bolsa. Sus palabras lo estaban
matando. Estaba actuando como un imbécil.
No la dejes, le suplicaba su corazón.
Pero no tenía otra opción. Éste era el camino que había elegido. Había tomado esa decisión teniendo
en cuenta las consecuencias y todos los sacrificios que tendría que hacer.
Amanda era un ser de luz y él formaba parte de las tinieblas. De algún modo, hallaría la forma de re-
cuperar su alma sin implicarla y, una vez lo hiciera, mataría a Desiderius.
Amanda y Tabitha serían libres y él podría retomar su vida. La vida a la que estaba atado por un ju-
ramento. Pero, en lo más hondo de su corazón, sabía la verdad: la amaba. Más de lo que jamás había
amado a nadie.
Y tenía que dejarla marchar.
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Graciias por dejar tus palabras, estas hacen que quiera seguir escribiendo, y que cada día le ponga más ganas!!