Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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jueves, 31 de diciembre de 2015

Los placeres de la noche * Capítulo 5

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 5

Después de que Kyrian se marchara, Amanda llamó a Tabitha y la tranquilizó, asegurándole que se
encontraba a salvo. Se dio una ducha rápida y se vistió con una sudadera y unos pantalones deportivos de Grace. Cuando ésta y los niños se retiraron para dormir, ella se sentó en el sofá con un plato de es-
paguetis.

Julian salió de la cocina y le ofreció una Coca-Cola antes de sentarse en uno de los sillones.

–Bien –dijo–, ¿por dónde empiezo?

Amanda no tuvo que pensarlo.

–Por el principio. Quiero saber exactamente qué es un Cazador Oscuro y qué son los Daimons. De

dónde vienen los apolitas y qué relación hay entre todos ellos.

Julian soltó una carcajada.

–Vas directa al grano, ¿verdad? –Mientras giraba el vaso de té helado entre las manos pareció sope-
sar la mejor forma de contestar sus preguntas–. En momentos como éste me gustaría que la Kynigos-
taia de Homero hubiese sobrevivido al paso del tiempo.

–¿Kyni qué?

Él se volvió a reír y tomó un sorbo de té.

–Recogía el nacimiento de los Kynigstosi, los Cazadores Oscuros, y podría haber respondido a la ma-
yoría de tus dudas. Narraba con detalle el nacimiento de las dos razas que una vez dominaron la tierra: los humanos y los apolitas.

Amanda asintió brevemente.

–De acuerdo. Sé de donde vienen los humanos, pero no sé nada de los apolitas.

–Hace eones, Apolo y Zeus caminaban por la ciudad de Tebas cuando, de repente, Zeus declaró la
grandeza de la raza humana y la llamó «el pináculo de la perfección terrenal». Apolo soltó un bufido y
dijo que podía mejorarse en muchos aspectos. Se jactó de poder crear fácilmente una raza superior y
Zeus lo retó a que lo hiciera. Así es que Apolo buscó una ninfa que estuviese de acuerdo en dar a luz a sus hijos.

»En tres días nacieron los primeros apolitas. Tres días más tarde esos niños habían alcanzado la ma-
durez y tres días después estaban preparados para ser los regentes de la tierra.

Amanda se limpió los labios con la servilleta.

–Entonces, los apolitas son los hijos de Apolo. Lo he pillado. ¿Y por qué algunos de ellos se convier-
ten en Daimons?

–¿Por qué no te esperas? Soy yo el que está contando la historia –le dijo Julian pacientemente, con

la misma voz que Amanda suponía que usaba con sus alumnos de la facultad–. Puesto que los apolitas nacieron con un intelecto, una belleza y una fuerza superiores a los de los humanos, Zeus los envió a vivir a la isla de la Atlántida, donde esperaba que vivieran en paz. No sé si has leído los Diálogos de Platón...

–No te ofendas, pero me pasé toda la carrera evitando las asignaturas de letras...

Julian sonrió.

–Da igual. De todos modos, la mayoría de lo que Platón escribió acerca de la Atlántida es cierto. Eran
una raza agresiva que quería dominar la tierra y, como broche final, también el Olimpo. A Apolo no le importaba ya que, una vez cumplidos sus propósitos, él se convertiría en el dios supremo.


Amanda supo a dónde llevaba todo esto.

–Apuesto a que el viejo Zeus estaba contentísimo con esa idea.

–Estaba encantado –le contestó Julian irónicamente–. Pero no tanto como los pobres griegos que es-
taban siendo abatidos por los apolitas. Los humanos se dieron cuenta de que luchar no los llevaría a
ningún sitio, por lo que idearon un plan para que Apolo cambiara de bando. Eligieron a la mujer más
hermosa nacida entre la raza humana, Ryssa y se la entregaron a Apolo como amante.

–¿Era más hermosa que Helena de Troya?

–Todo esto sucedió muchísimo antes de que Helena naciera y, sí, según las crónicas ella era la mujer
más hermosa que el mundo ha visto jamás. De cualquier forma, Apolo –siendo como es...– no pudo resistirse a Ryssa. Se enamoró de ella y, finalmente, la mujer quedó embarazada. Cuando la reina de los apolitas escuchó lo que sucedía, se enfureció tanto que envió a un grupo de asesinos para que acabaran con la vida de la madre y del niño. La reina dio instrucciones a sus hombres para que el crimen pareciera ser el ataque de un animal salvaje, de modo que Apolo no se vengara de los apolitas.
Amanda soltó un silbido e imaginó lo que ocurrió después.

–Apolo lo descubrió.

–Exacto, y no le sentó muy bien. No sé si sabrás que Apolo es también el dios de las plagas. Destru-
yó la Atlántida y hubiese destruido a todos y cada uno de sus habitantes si Artemisa no lo hubiera detenido.

–¿Y por qué lo hizo?

–Porque los apolitas eran carne y sangre de Apolo. Destruirlos hubiese significado acabar con el pro-
pio dios y eso habría supuesto el fin del mundo tal y como lo conocemos.

–¡Vaya! –exclamó Amanda con los ojos abiertos de par en par–. Qué desastre. Menos mal que lo de-
tuvo.

–Eso pensó el resto del panteón griego. Pero Apolo quería vengarse. Y lo hizo. Prohibió a los apolitas caminar bajo la luz del sol para no tener que verlos nunca más y recordar su traición. Puesto que habían intentado hacerle creer que Ryssa había sido atacada por un animal salvaje, les dio características animales: colmillos, sentidos muy desarrollados...

–¿Y la velocidad y la fuerza?

–Ya la tenían; junto con las habilidades psíquicas que Apolo no pudo quitarles.

Amanda frunció el ceño.

–Pensaba que los dioses podían hacer cualquier cosa que se les antojase. ¿No consiste en eso lo de

ser dios?

–No siempre. Tienen leyes a las que atenerse, igual que nosotros. Pero en el caso de los poderes
psíquicos es diferente; una vez ese canal se abre no puede volver a cerrarse. Por eso Apolo no pudo quitarle a Cassandra el don de la adivinación del futuro cuando ella lo rechazó. Lo que hizo fue enmarañarlo todo, de modo que nadie creyera en sus profecías.

–¡Claro!, eso tiene sentido –dijo Amanda antes de beber un sorbo de Coca-Cola–. Vale, entonces los
apolitas tienen poderes psíquicos, son muy fuertes y, además, no resisten la luz del sol. ¿Y lo de beber sangre? ¿Lo hacen o no?

–Sí. Beben sangre, pero sólo si proviene de otro apolita. De hecho, a causa de la maldición de Apolo,
están condenados a alimentarse los unos de los otros cada pocos días para no morir.

–¡Puaj! –exclamó ella arrugando la nariz–. Eso es asqueroso –dijo, temblando ante la mera idea de
tener que vivir de ese modo–. Algunos de ellos beben sangre humana, ¿no es cierto?

Julian vaciló antes de contestar.

–No exactamente. Si se convierten en Daimons, beberán de los humanos; pero no es la sangre lo
que buscan... es el alma.

Amanda alzó una ceja y sintió un escalofrío en la espalda. Kyrian no había estado bromeando en ese
aspecto. Genial.

–¿Y por qué necesitan robar nuestras almas?

–Los apolitas sólo viven veintisiete años. El día de su vigésimo séptimo aniversario mueren de forma
lenta y dolorosa; sus cuerpos se desintegran, literalmente, y se convierten en polvo en un plazo de veinticuatro horas.

En esta ocasión, Amanda hizo un gesto de dolor.

–Eso es horrible. Supongo que la moraleja de la historia es que no hay que cabrear al dios de las
plagas.

–Sí –contestó Julian sombríamente–. Para evitar su destino, la mayoría de los apolitas se suicidan el
día anterior a su cumpleaños. Otros deciden convertirse en Daimons. Como tales, burlan la sentencia de muerte apropiándose de almas humanas y manteniéndolas en sus cuerpos. En tanto las almas humanas vivan en su interior, podrán seguir existiendo. Pero el problema reside en que el alma de un humano no puede vivir mucho tiempo en el cuerpo de un apolita, y comienza a morir casi en el mismo instante en que es robada de su verdadero dueño. Como resultado, los Daimons se ven obligados a perseguir y matar humanos cada pocas semanas para poder seguir viviendo.

Amanda era incapaz de imaginarse el tormento que debía suponer ser asesinado por un apolita y
perder no sólo la vida, sino también el alma.

–¿Qué sucede con las almas que mueren?

–Están perdidas para siempre. Por eso existen los Cazadores Oscuros. Su trabajo consiste en buscar
a los Daimons y liberar las almas antes de que expiren.

–¿Y lo hacen de forma voluntaria?

–No, más bien son obligados.

Amanda lo miró, ceñuda.

–¿Obligados de qué forma?

Julian bebió otro sorbo de té y miró al suelo con una expresión extraña. Daba la sensación de estar
recordando su pasado. Algo doloroso.

–Cuando alguien sufre una horrible injusticia –explicó en voz baja–, su alma grita tan fuerte que el
sonido llega hasta el Olimpo. Si Artemisa lo escucha, se acerca a la persona que acaba de gritar y le
ofrece un trato: un solo Acto de Venganza en contra de aquellos que hicieron el mal y, a cambio, ella
obtiene un juramento de lealtad y un nuevo integrante para su ejército de Cazadores Oscuros.

Amanda respiró hondo intentando procesar toda la información.

–¿Y tú cómo sabes todo esto?

Julian alzó la cabeza y la abrasó con su intensa mirada.

–Porque mi alma gritó así el día que mis hijos murieron.

Ella tragó saliva al observar el odio y el dolor que reflejaban los ojos de Julian. Eran tan evidentes
que hasta ella se sentía embargada por el sufrimiento.

–¿Fue Artemisa hasta ti para ofrecerte el trato?

–Sí, pero la rechacé.

–¿Y por qué?

Julian apartó la mirada.

–Mi venganza iba dirigida a otro dios y sabía que ella no podía permitirlo.

Amanda sabía que Julian había estado atrapado en un pergamino, conocía muy bien su historia, pero
ahora le interesaba más Kyrian.

–Kyrian vendió su alma a cambio de poder vengarse de su esposa, ¿verdad?

Él asintió.

–Pero no lo juzgues muy duramente.

–No lo hago –le dijo ella con honestidad. No sabía qué le había ocurrido a Kyrian y, hasta que no lo
averiguara, no podía juzgarlo responsable de nada–. Dime una cosa, Julian, ¿hay algún modo de que un Cazador Oscuro recupere su alma?

–Sí, pero casi nadie lo ha conseguido. La prueba es diferente para cada uno de ellos.

–Lo que significa que no puedes decirme el modo de liberar a Kyrian.

–Lo que significa que no tengo la más remota idea de cómo liberar a Kyrian.

Amanda asintió y cambió el rumbo de sus pensamientos.

–¿Los Cazadores Oscuros también tienen que beber sangre?

–No. Puesto que en un principio eran humanos, no tienen necesidad de hacerlo. Además, si tuviesen
que preocuparse de alimentarse de ese modo, sus habilidades para detectar a los Daimons se verían
afectadas.

–¿Y entonces por qué tienen colmillos?

–Para poder detectar a los Daimons y darles muerte se les otorgaron las mismas características que
a éstos. Los colmillos van en el paquete.

Amanda no tuvo problemas en entenderlo.

–¿Por eso les resulta mortal la luz del sol?

–Más o menos. Pero en el caso de los Cazadores Oscuros es más una consecuencia de servir a Arte-
misa, que es la diosa de la luna, y de resultar abominables para Apolo.

–Pero eso no parece justo.

–Los dioses rara vez lo son.

Horas más tarde, Kyrian permanecía sentado en su coche, maldiciendo el rumbo traicionero de sus
pensamientos. Todavía podía ver a Amanda. Escuchar el sonido de su dulce y suave voz. Sentirla contra su cuerpo mientras le acariciaba el pecho.

Habían pasado siglos desde que deseara a una mujer de ese modo. Creía que esa parte de sí mismo
había quedado olvidada el día que se convirtió en un Cazador Oscuro. Según pasaban los siglos, había
ocasiones en que sentía un ligero interés por una mujer, pero había aprendido a controlarlo. A enterrarlo.

Pero todas esas necesidades, olvidadas hacía tanto, habían despertado con las caricias de una hechi-
cera que estaba resultando ser letal para su cordura. Su recuerdo lo distraía. Lo atormentaba.

La deseaba de un modo que rayaba la desesperación.

¿Por qué? ¿Qué tenía Amanda que él anhelaba tanto? No sabía nada de ella, excepto que poseía un
gran sentido del humor y que bajo su fuego se ocultaba una dulzura increíble.

Y la deseaba como jamás había deseado a una mujer. Ni siquiera a su esposa.

No tenía sentido.

Apagó el motor antes de bajarse del coche y entrar en casa. Arrojó las llaves sobre la encimera de la
cocina y se detuvo. La casa estaba en completo silencio, excepto por los sonidos que llegaban del piso
superior.

Kyrian atravesó las habitaciones oscuras y subió la escalera de caoba tallada hasta llegar a la segun-
da planta y detenerse ante la puerta de su despacho. Un haz de luz se derramaba sobre la alfombra
persa, por debajo de la puerta cerrada.

Sin hacer ruido, giró el picaporte y abrió la puerta.

–Nick, ¿qué coño estás haciendo aquí?

Lanzando una sonora maldición, su Escudero se levantó de la silla giratoria de un salto. Kyrian tuvo
que reprimir una carcajada al ver a ese hombre de un metro y noventa y dos centímetros dispuesto a
matarlo. Los ojos azules de Nick lanzaban fuego y un músculo palpitaba en su mandíbula, firmemente
apretada. El joven se mesó la melena castaña que le caía hasta los hombros.

–¡Jesús, Kyrian! ¿Es que nunca vas a aprender a hacer ruido cuando te mueves? Me has dado un
susto de muerte.

Kyrian se encogió de hombros con indiferencia.

–Pensaba que te irías a casa temprano.

Nick enderezó la silla y se sentó de nuevo, tomando impulso para colocarse de nuevo tras el escrito-
rio.

–Tenía intención de hacerlo, pero quise terminar la investigación sobre Desiderius.

Kyrian sonrió. Nick Gautier podía ser un listillo impetuoso y un coñazo la mayor parte del tiempo, pe-
ro se podía confiar en él. Por eso lo había elegido como Escudero y lo había introducido en el reino de los Cazadores Oscuros.

–¿Algo nuevo?

–Podría decirse que sí. He descubierto que tiene doscientos cincuenta años.

Sorprendido, Kyrian alzó una ceja. Que él supiera, ningún Daimon había vivido tanto.

–¿Cómo es posible?

–No lo sé. Todos los Cazadores Oscuros que van tras él acaban muertos. Parece que a tu amiguito

Daimon le gusta haceros sufrir. –Volvió a mirar el monitor–. No hay nada en la base de datos de Acheron sobre su modus operandi y cuando hablé con Ash hace ya un rato me dijo que no tenía ni idea de dónde procedía Desiderius ni de qué buscaba. Pero lo estamos investigando.

Kyrian asintió.

–¡Ah, por cierto! –dijo Nick mirándolo por encima del hombro–. Estás hecho un desastre.

–Ya lo sé, todos os empeñáis en decirme lo mismo.

Nick sonrió hasta que se fijó en la ropa de Kyrian.

–¿Por qué no llevas tu uniforme de tipo-malo-mata-Daimons?

Kyrian no estaba de humor para explicárselo.

–Hablando de eso, necesito que me compres un abrigo de cuero hoy.

La sospecha oscureció los ojos azules de Nick.

–¿Por qué?

–El viejo tiene un agujero en el hombro.

–¿Y eso?

–Me atacaron. ¿Por qué si no?

Nick no pareció muy contento con las noticias.

–¿Estás bien?

–¿Qué aspecto tengo?

–Horrible.

No había modo de esconderse de Nick.

–Estoy bien. ¿Por qué no te vas a una de las habitaciones de invitados a dormir? Ya son las cuatro
de la madrugada.

–Dentro de un rato. Primero quiero dejar esto acabado. Además, estoy a punto de descubrir qué hizo
Sundown para cabrear a Ash.

Kyrian escuchó el sonido que avisaba a Nick de que tenía un nuevo mensaje en el ordenador.

–Dile a Jess que deje de burlarse de Ash si no quiere acabar chamuscado.

Nick frunció el ceño.

–¿Jess?

–El verdadero nombre de Sundown es William Jessup Brady. Creía que lo sabías.

Nick soltó una carcajada.

–Joder, no. Pero conozco a unos cuantos escuderos que pagarían bastante por saberlo –dijo con una
mirada especulativa–. Rogue tampoco es el verdadero nombre de Rogue, ¿verdad?

–No. Se llama Christopher «Kit» Baughy.

Nick soltó una risilla satisfecha.

–Eso sí que me reportaría serios beneficios.

–No –le corrigió Kyrian–. Eso te reportaría una buena patada en el culo si Rogue descubre que lo sa-
bes.

–Tú ganas. Lo guardaré en el archivador de chantajes, para cuando necesite que un Cazador Oscuro
me haga un favor.

Kyrian meneó la cabeza. El chico era incorregible.

–Hasta la noche.

–Vale, que descanses.

Kyrian cerró la puerta y cruzó el largo pasillo que llevaba hasta su cuarto. La enorme y suntuosa ha-
bitación, de colores oscuros y relajantes que no herían los ojos, le dio la bienvenida. Nick había encendido las tres velas del pequeño candelabro de pared y el suave resplandor creaba sombras sobre el papel color borgoña.

Esa estancia era el santuario donde Kyrian se ocultaba de la luz del día.

Había ordenado que sellaran las ventanas y las cubrieran tan pronto como compró la antigua casa
colonial de estilo neoclásico. Ningún Cazador Oscuro dormiría en un lugar donde el sol pudiera penetrar accidentalmente.

Se quitó la ropa y se tumbó en la enorme cama en la que dormía desde el siglo XIV, pero su mente
insistía en seguir dándole vueltas a sus tribulaciones.

Desiderius le había dado esquinazo y, durante los próximos días, estaría fuera de su alcance.

Joder.

No podía hacer nada. Excepto esperar y estar preparado en el momento en que Desiderius emergie-
ra. Al menos estaba tranquilo porque sabía que el Daimon iría primero a por él. Eso le daría algo más de tiempo para mantener a salvo a Amanda y a Tabitha.

Amanda.

El nombre flotaba en su mente, junto con el recuerdo de sus brillantes ojos azules. La entrepierna se
le tensó al instante bajo las frescas sábanas de seda. Gruñó al sentir el dolor del deseo no saciado.

–No es mía –murmuró.

Y, por todos los dioses del Olimpo, jamás lo sería, sin importar lo mucho que lo deseara su destroza-
do corazón.




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