Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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jueves, 25 de febrero de 2016

Los placeres de la noche * Capítulo 13

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 13

–Kyrian, siento molestarte... –Amanda dejó de hablar al abrir la puerta de la habitación y ver la ca-
ma vacía.

–¿Dónde está? –preguntó Nick, que entró al dormitorio tras ella.

–No lo sé. Lo dejé aquí hace un momento.

Nick cogió el móvil, soltó un taco y, de repente, se paró a pensar.

–Joder, si no tiene teléfono.

–No creo que se haya marchado.

Se movió para ir a echar un vistazo al baño, pero la expresión del Escudero le dejó muy claro que es-
taba a punto de hacer una estupidez.

–Claro que se ha largado. –Se acercaron a la ventana y, en ese momento, vieron cómo Kyrian arran-
caba el Jaguar de Nick y se alejaba por la carretera.

La primera parada fue la tienda de muñecas. Tenía intención de encontrar a uno de los secuaces de

Desiderius, y lo último que necesitaba en esos momentos era ir desarmado.

No eran más de las ocho de la tarde cuando abrió la puerta de la tienda y escuchó la campanilla que

avisaba a la dueña. Liza salió al instante de la trastienda, con una expresión amistosa y cálida en su

arrugado rostro. Hasta que se dio cuenta de los moretones que tenía en la cara.

–General... –dijo a modo de reprimenda–. ¿Estás bien?

–Estoy perfectamente, Liza, gracias. Sólo he venido a recoger el pedido.

Ella lo miró y arrugó el ceño.

–Se lo di a Nick ayer, ¿no te lo ha dicho?

Kyrian maldijo en su fuero interno. Tenía que habérselo imaginado. La única ocasión en la que su

Escudero se acordaba de recoger un encargo y daba la casualidad de que era la única ocasión en la que

habría tenido que esperar.

En ese momento, se escuchó un ruido en la trastienda, tras las cortinas color borgoña. Kyrian perci-
bió una extraña vibración; una que hacía mucho tiempo que no sentía.

En cuanto la sensación se desvaneció, dejándole la piel erizada, las cortinas se abrieron solas. Entre

las sombras se adivinaba la silueta de un hombre cuya presencia dominaba toda la estancia. Con sus

dos metros de altura y ataviado por completo de negro, conseguía que todas las criaturas temblaran de

miedo o que se quedaran inmóviles ante su presencia.

O, en el caso de Kyrian, que lo miraran con expresión asesina.

Acheron sonrió, y su rostro adoptó una expresión aún más pícara si cabía. Aunque las Ray-Ban Pre-
dator le ocultaban los ojos, era capaz de hacer que las mujeres se desmayaran tan sólo con mirarlo.

Arrogante y duro, ni hacía prisioneros, ni mostraba compasión por nadie.

Era una criatura con muchas peculiaridades; entre ellas, y la que más llamaba la atención, su pelo,

que no duraba mucho del mismo color. Se lo cambiaba tan a menudo que la mayoría de los Cazadores

Oscuros hacían apuestas sobre el nuevo color de la semana. Esa noche lo llevaba teñido de verde oscu-
ro, recogido hacia atrás en una coleta y con una pequeña trenza que le caía desde la nuca, por encima

del hombro, hasta el pecho.

–Acheron –lo saludó Kyrian, sin ocultar su irritación–. ¿Has venido a vigilarme?

–Nunca, hermanito. Estoy aquí de turismo. ¿Qué te parece?

–Sí, claro. Tienes toda la pinta de un turista. Ese pelo verde oscuro pasaría desapercibido en cual-
quier sitio.

A Ash le hizo gracia el sarcasmo de Kyrian y soltó una carcajada.

–Bueno, supuse que, ya que Talon está protegiendo a... ¿cómo se llama...? Tabitha, y tú vas detrás

de Desi-Desastroso, no os vendría nada mal que os echara una mano.

–La última vez que pedí que alguien me echara una mano, Artemisa me envió una momificada.

Ash sonrió.

–Ya sabes que, tratándose de los dioses, hay que ser muy concreto. Además... tengo información.

–Podías haberla mandado por correo electrónico.

Acheron se encogió de hombros.

–Mi presencia no significa nada. Sabes que no voy a interferir en tu lucha con Desiderius.

¿Y por qué no acababa de creérselo? Claro, porque a Acheron Parthenopaeus le encantaba meter las

narices siempre que aparecía un Daimon interesante.

–Me parece que ya he oído eso antes.

–Muy bien –dijo, encogiéndose de hombros con un gesto indiferente–. Ya que no quieres la informa-
ción que tengo, la guardo y me...

–Sé lo del mensaje de los Oráculos.

–Pero no conoces el resto de la historia –los interrumpió Liza.

Acheron la miró con el ceño fruncido.

–¿Qué historia? –preguntó Kyrian.

Ash sacó un chicle de un bolsillo y comenzó a desenvolverlo de forma meticulosa.

–Has dicho que no te interesaba.

–Muy bien, iré tras él sin necesidad de saber más.

Cuando llegó a la puerta, la voz de Acheron lo detuvo.

–¿No te parece raro que Desiderius tenga poderes que van más allá del alcance de un Daimon?

–¡Vaya! –exclamó Kyrian, dándose la vuelta para mirarlo de frente–. Deja que lo piense... Sí.

A Liza se le escapó una risilla que hizo que Acheron la mirara de soslayo, furioso. La anciana se en-
derezó y soltó una carcajada, disculpándose antes de regresar corriendo a la trastienda, donde siguió

desternillándose de la risa.

Acheron la siguió con la mirada hasta que desapareció tras las cortinas y después volvió a prestar

atención a Kyrian, adoptando una actitud seria.

–Muy bien. Estos son los hechos: parece ser que al viejo Baco le dio un calentón una noche y se lo

montó con una nena apolita. Nueve meses después nació Desiderius.

–Mierda.

–Exacto –comentó Acheron mientras cogía una de las muñecas que Liza había hecho a imagen de

Artemisa. El parecido era tan sorprendente que, por un momento, lo desconcertó. La dejó de nuevo en

la estantería y siguió hablando–. Lo bueno es que a papi Baco le importó un comino ya que, desde el

comienzo de los tiempos, ha ido desperdigando bastardos por el mundo. Lo malo es que Desiderius pilló

un pequeño berrinche cuando los familiares de su papaíto no prestaron la más mínima atención a la lle-
gada de su vigésimo séptimo cumpleaños, que marcaba el fin de sus días. Y, siendo un semidiós, pensó

que se merecía una vida un poco más larga... digamos que... inmortal.

–Y se convirtió en un Daimon.

Ash asintió con la cabeza.

–Con sus poderes de semidiós nos iguala en velocidad, fuerza y destreza. Y, al contrario que noso-
tros, no lo ata ningún Código.

–Eso explica un montón de cosas, ¿no? Si no puedes ir detrás de los dioses, persigue a sus servido-
res.

–Exactamente. Somos el objetivo principal de Desi.

–Una pregunta.

–¿La tengo que contestar?

Kyrian no prestó atención al sarcasmo.

–¿Por qué tiene que ser un Cazador Oscuro con alma el que lo derrote?

–Porque lo dice la profecía y ya sabes cómo funcionan esas cosas.

–¿Y tú cómo sabes todo esto?

Acheron volvió a mirar a la muñeca que había cogido momentos antes.

–Anoche estuve hablando con Artemisa. Me costó un poco, pero al final se lo saqué.

Kyrian se detuvo a pensar un instante. Ash siempre había sido el Cazador Oscuro favorito de la dio-
sa. Que Artemisa lo demostrara de forma tan abierta despertaba la envidia de algunos Cazadores, pero

a él no le importaba. Al contrario, le agradecía mucho a Ash que le arrancara información a la diosa para

poder ayudarlos en su tarea.

–¿Sabes? –le dijo a Acheron–, algún día tendrás que explicarme qué tipo de relación tenéis y por qué

eres el único Cazador Oscuro que puede estar en presencia de un dios y no acabar frito.

–Puede que algún día te lo cuente, pero no será esta noche. –Cogió una espada retráctil y una daga

arrojadiza y se las ofreció–. Ahora mueve el culo y regresa a la cama. Tienes un trabajito que concluir y

necesitas recuperar fuerzas.

Kyrian se acercó a la puerta.

–Oye, por cierto.

Kyrian se dio la vuelta para mirar a Ash.

–No se te ocurra volver solo a casa.

–¿Cómo dices?

–Desiderius tiene tu número. Allí no estás seguro.

–Me importa una mierda que...

–Escúchame, general –le dijo Acheron con tono amenazador–. Nadie está poniendo en duda tu capa-
cidad para hacer de Desiderius el próximo aperitivo del Road Kill Diner, pero no olvides que tienes gente

a la que proteger, incluyendo a un cajun testarudo, igual de dispuesto que tú a seguir órdenes... y a una

bruja con poderes adormecidos. Así que, por una vez en tu vida, ¿podrías hacer lo que se te ordena, sin

rechistar?

Kyrian compuso una sonrisa forzada.

–Sólo esta vez; no vayas a acostumbrarte.

Ash lo siguió con la mirada mientras salía de la tienda. En cuanto la puerta se cerró, Liza regresó de

la parte trasera.

–¿Por qué no le has dicho que Artemisa te ha dado su alma? –le preguntó.

Ash metió la mano en el bolsillo, donde guardaba el medallón.

–Aún no ha llegado la hora, Liza.

–¿Y cómo sabrás que es el momento indicado?

–Confía en mí; lo sabré.

La anciana hizo un gesto de asentimiento y sostuvo las cortinas para que Acheron pasara a la tras-
tienda.

–Y... hablando de gente que no atiende sus heridas, ven aquí y déjame que te ayude. ¡Por amor de

Dios! No he visto en toda mi vida a alguien con la espalda tan destrozada. No entiendo por qué consien-
tes que te hagan algo así; y sé que te prestas a ello, porque un Cazador Oscuro con tus poderes jamás

dejaría que lo maltrataran de este modo sin su consentimiento.

Ash no contestó. Tenía sus razones. Artemisa nunca estaba dispuesta a entrega el alma de uno de

sus Cazadores. El precio a pagar era muy alto. Había consentido en sacrificar parte de su carne para po-

der darle a Kyrian la oportunidad de acabar con Desiderius. Pero más que nada, los moratones y las ci-
catrices de su espalda eran el precio por la felicidad del general. Un ritual sangriento al que se sometía

gustoso cada vez que un Cazador Oscuro –o Cazadora–, quería recuperar su alma.

Un ritual que todos ellos desconocían.

Lo que había entre Artemisa y él era estrictamente privado. Y ya se encargaría él de que siguiera

siéndolo.

Kyrian se dirigió a Bourbon Street, al mismo lugar donde se había encontrado con los dos humanos,

secuaces de Desiderius. El dolor del costado empezaba a disminuir, aunque todavía era horroroso. Tardó

más de media hora en encontrarlos.

La expresión que el imbécil puso al verlo fue impagable.

–¡Coño!

Kyrian lo agarró antes de que pudiera salir corriendo.

–Dile a Desiderius que esto aún no ha acabado.

El muchacho asintió y, cuando Kyrian lo soltó, se alejó corriendo calle abajo.

Sabía que la primera regla en una guerra era la de utilizar el factor sorpresa como garantía de una

victoria casi segura. Acababa de echar por tierra su mejor baza para ganar. Pero no podía mantener esa

ventaja a riesgo de que Amanda, o alguien de su familia, acabaran heridos. Desiderius no iría tras ellos

mientras tuviera un Cazador Oscuro con el que enfrentarse.

Volvió cojeando al coche de Nick y, por fin, y regresó junto a la única persona con la que se sentía

en paz.

–¿Dónde has estado? –le preguntó Amanda nada más llegar.

–Tenía cosas que hacer.

Nick soltó una maldición.

–Has ido en busca de Desiderius, ¿verdad? –Y soltó otro taco–. Le has mandado un mensaje para

que sepa que estás vivo.

Kyrian lo ignoró y fue hasta el sofá para sentarse.

–¿Estás bien? –le preguntó Amanda.

Nick lo miró con cara de pocos amigos. Abría y cerraba los puños mientras se paseaba alrededor del

sofá.

–Joder, Kyrian ¿por qué...?

–Nick, déjalo. No estoy de humor.

La expresión del Escudero se ensombreció aún más y se le dilataron las aletas de la nariz.

–Muy bien. Sal y deja que te maten. ¿A mí que me importa? Así me quedo con la casa, con los co-
ches y con todo. Ve a por Desiderius y dile que estás herido y medio muerto. O mejor aún, ¿por qué no

dejas la puerta abierta y lo invitas a entrar?

–Nick así no vamos a ningún sitio –lo regañó Amanda. Veía el sufrimiento de Nick; quería a su Caza-
dor Oscuro como si fuesen hermanos.

–¿Sabes lo que te digo? –siguió él, hablando entre dientes–. Que me importa una mierda, porque no

necesito a nadie. –Y señalando a Kyrian continuó–: No te necesito y no necesito tu puto dinero. Siempre

me las he apañado solo. Así que si quieres puedes largarte para que te maten, porque me da igual.

Nick se dio la vuelta para marcharse pero, en un abrir y cerrar de ojos, Kyrian se levantó y se plantó

delante de él. Su Escudero lo miró, furioso.

–Quítate de en medio.

La expresión de Kyrian era la misma que adoptaría un padre infinitamente paciente frente a un ado-
lescente rebelde.

–Nick, no voy a morir.

–Sí, claro. ¿Cuántas veces crees que Streigar le dijo lo mismo a Sharon antes de que lo convirtieran

en un Cazador Oscuro extra crujiente? –Se libró de las manos de Kyrian encogiéndose de hombros y sa-
lió de la casa como alma que lleva el diablo.

En la mandíbula de Kyrian comenzó a palpitar un músculo mientras cogía el móvil y marcaba.

–Acheron –dijo tras una breve pausa–, tengo un Escudero renegado que creo que se dirige al Barrio

Francés en un Jaguar nuevo, modelo XKR descapotable de color antracita. ¿Puedes detenerlo antes de

que cometa una estupidez?

Con el ceño fruncido por la preocupación, miró a Amanda a los ojos y siguió escuchando a Acheron.

–Sí, gracias.

Fuera cual fuese el comentario de Acheron, logró irritarlo bastante.

–Sí, ¡oh, amo y señor! Estoy descansando.

Y, al instante, se vio claramente perplejo.

–¿Cómo sabes que estoy de pie?

Tras un momento, soltó un bufido.

–Bésame el culo, Ash. Que tengas suerte con Nick. –Y cortó la llamada.

Aunque Amanda no había escuchado exactamente lo que Acheron había dicho, pudo imaginárselo

fácilmente.

–Tiene razón, necesitas acostarte.

Los ojos negros de Kyrian la fulminaron.

–No necesito que me mimen.

–Muy bien, Nick. ¿También vas a decirme que no necesitas nada ni a nadie antes de marcharte como

una exhalación?

Él la miró con una sonrisa tímida.

–Ahora ya sabes por qué lo soporto. Somos harina del mismo costal.

Amanda soltó una carcajada, aun cuando lamentaba lo que les estaba sucediendo a ambos.

–Deja que adivine... ¿eras igual que él cuando tenías su edad?

–En realidad, Nick es mucho más soportable que yo. Y tampoco es tan testarudo como yo solía serlo.

Amanda se acercó a él y le rodeó la cintura con los brazos.

–Ven, vamos arriba.

Para su sorpresa, Kyrian permitió que lo llevara de vuelta a la cama, a la habitación de invitados.

Mientras lo desvestía, vio las cicatrices rosadas de las heridas, ya casi curadas. Le cogió un brazo y

acarició las pequeñas incisiones provocadas por los clavos.

–No puedo creer que estés en pie tan pronto, después de lo que te ha sucedido.

Él suspiró.

–No puedes mantener a un Cazador Oscuro fuera de juego mucho tiempo.

Amanda apenas escuchaba sus palabras. Mientras le acariciaba las heridas, multitud de imágenes

acudieron a su mente; la rabia de Kyrian, su dolor. Y, en ese momento, vio un esbozo del futuro: Kyrian

encadenado a un muro, con los brazos extendidos, a merced de Desiderius.

La muerte de Kyrian.

Con un jadeo, le soltó el brazo y se alejó de él.

Él la miró, preocupado.

–¿Qué te pasa?

Consumida por el pánico, le dio unos golpecitos en el pecho. Intentó luchar contra el ataque de an-
siedad y adoptar una actitud normal pero, por dentro, el dolor le resultaba insoportable. No podía dejar-
lo morir. Así no.

Lo miró fijamente, obligándose a permanecer calmada.

–Tienes que superar el pasado. Si te sigues aferrando a él, Desiderius acabará contigo.

Él desvió la mirada.

–Lo sé.

–¿Y qué vas a hacer? Si sigues recordando volverá a atraparte.

–Puedo apañármelas, Amanda.

–¿Ah, sí? –le preguntó, luchando contra las lágrimas que le impedían respirar, al recordar la visión.

Dios mío, así no.

No podía soportar perderlo. La idea de pasar un solo día sin sentir sus brazos rodeándola, sin escu-
char su voz, o su risa... era inimaginable. El dolor era insoportable.

–Puedo controlarme –insistió él.

Pero ella sabía la verdad. Había vivido su ejecución en carne propia. Sabía que jamás lo superaría. Se

había limitado a expulsar esa realidad de su mente, en lugar de enfrentarse a ella.

Y, de repente, supo cómo podía liberarlo de sus demonios.

O al menos intentarlo.

–Vuelvo en un momento.

Kyrian observó cómo salía de la habitación, dejándolo hecho un mar de dudas. Sabía mejor que na-
die cuál era su punto débil. Lo único que Desiderius tenía que hacer era encadenarlo con los brazos ex-
tendidos y el pánico lo dejaría fuera de juego. Los recuerdos eran tan dolorosos que no podía luchar

contra ellos. Se pasó una mano por los ojos. Tenía que haber una manera de expulsarlos de su mente.

Tenía que haber algún modo de enfrentarse al Daimon con la cabeza fría.

Mientras consideraba cuál podría ser la mejor solución, los minutos fueron pasando.

Hasta que se dio cuenta de que alguien lo observaba.

Se dio la vuelta en la cama, hasta quedar tumbado de costado, y vio a Amanda en la puerta con una

bandeja en las manos y vestida con una bata blanca de satén larga y vaporosa. Entró en la habitación,

sonriéndole con ternura, y dejó la bandeja sobre la cómoda.

Kyrian la miró, extrañado.

Se acercó a la cama, moviéndose con su característica elegancia, y se apoyó en el colchón, doblando

una rodilla. La bata se abrió con el movimiento. Inclinándose hacia delante, lo empujó hasta dejarlo

tumbado sobre la espalda. Kyrian no dejaba de mirarle la pierna, cubierta con una media y, un poco

más arriba, el trozo de encaje del liguero que la abertura de la bata dejaba a la vista.

La sonrisa de Amanda se ensanchó cuando sacó del bolsillo una larga bufanda de seda.

Kyrian la miró con el ceño fruncido mientras observaba cómo se la enrollaba en la muñeca.

–¿Qué estás haciendo?

–Voy a hacer que mejore.

–¿El qué?

–El pasado.

–Amanda –masculló, mientras le cogía el brazo y lo acercaba al cabecero de la cama. En cuanto se

dio cuenta de sus intenciones se apartó de ella de un brinco–. ¡No!

Ella volvió a cogerlo del brazo y se lo acercó al pecho.

–Sí.

Amanda observó cómo el pánico invadía su mirada.

–No –repitió Kyrian con firmeza.

Humedeciéndose los labios, se acercó la mano de Kyrian a la boca. Separó los labios y comenzó a

chuparle suavemente las yemas de los dedos.

–Por favor, Kyrian. Te prometo que no te arrepentirás.

Al contemplarla, el deseo comenzó a abrirse paso en sus entrañas. Vio cómo la lengua de Amanda le

lamía la piel, recorriéndole los dedos. Y cuando le pasó las uñas por la cara interna de la muñeca y as-
cendió por el brazo, se estremeció de arriba abajo.

Amanda se alejó la mano de los labios y la acercó a la abertura de la bata para dejarla sobre un pe-
cho desnudo.

–Por favor, ¿sí?

Con la respiración entrecortada, Kyrian cerró la mano sobre el pecho. Le costaba mucho trabajo re-
cordar lo que le estaba pidiendo. Su confianza. Algo que no le había entregado a nadie desde hacía dos

mil años.

Aterrorizado por lo que le había sucedido la última vez que cometió el error de confiar en alguien, la

miró a los ojos y, al hacerlo, su voluntad comenzó a resquebrajarse. ¿Sería capaz Amanda de traicionar-
lo algún día? ¿Tendría el suficiente valor como para arriesgarse?

En esta ocasión, cuando ella guió su brazo hasta el poste de la cama, apretó los dientes pero no se

movió y permitió que lo atara al cabecero. No obstante, su corazón empezó a latir más deprisa.

Amanda sabía que acababa de obtener una pequeña victoria. Sin dejar de sonreír, ató la bufanda

con un nudo muy flojo.

–Puedes soltarte en cualquier momento –le dijo–. Sólo tienes que decírmelo y desharé el nudo. Pero,

si lo haces, me detendré al instante.

–¿Te detendrás?

–Ya verás a lo que me refiero...

Le cogió el otro brazo y enrolló otra bufanda alrededor de la muñeca. Kyrian no dejó de observar el

proceso con la respiración acelerada. Cuando lo ató no dijo nada, lo que sorprendió gratamente a

Amanda, aunque tenía la frente cubierta de sudor.

Tiró de las bufandas y el movimiento hizo que los músculos de los brazos se contrajeran y se abulta-
ran.

–No me gusta esto –le confesó, intentando liberarse.

Gateando sobre su cuerpo, Amanda le cogió las muñecas con las manos y lo sostuvo. Bajó la cabeza

y lo besó con suavidad en los labios.

Kyrian se tensó al sentir la lengua de Amanda en la comisura de los labios, buscando la entrada a su

boca. Él se lo permitió de buena gana, separando los labios y gimiendo en cuanto sus lenguas se roza-
ron y probó su sabor.

Sus besos eran lo más cercano al paraíso que un hombre sin alma podía encontrar. El aroma a rosas

le invadía los sentidos, haciéndole perder la cabeza y poniéndolo a cien. Dejándolo sin aliento. El tiempo

se detuvo cuando sus manos le acariciaron el torso y sintió el roce de sus pezones bajo el satén.

Cuando intentó abrazarla, recordó que lo había atado. Con un gruñido de frustración, tiró de las bu-
fandas.

Al escuchar cómo la seda se rasgaba, Amanda interrumpió el abrasador beso y se alejó un poco.

–Recuerda –le dijo con voz ronca–, si te sueltas, lo único que conseguirás será una ducha fría.

Se detuvo de inmediato pero, para su disgusto, vio cómo Amanda se alejaba de él y deslizaba las

manos sobre la bata, desde los pechos hasta el cinturón. Muy lentamente, tomándose su tiempo, lo

desató y apartó la prenda hasta dejar los pechos desnudos a la vista.

Kyrian creyó que iba a estallar en llamas cuando el satén cayó a sus pies.

Y, para su deleite, no estaba completamente desnuda. Se había puesto el liguero azul marino que le

había regalado. Nada más verla se le hizo la boca agua.

Muy despacio y de forma seductora, volvió a la cama y trepó sobre él, con los sensuales movimien-
tos de una gata, dejando que los pezones le rozaran según ascendía desde la cintura hasta el pecho. Ky-
rian siseó al sentir cómo se estiraba sobre su cuerpo.

–¿Cómo vamos, general?

Él tragó saliva antes de contestar.

–Muy bien.

Sonriendo, Amanda le acarició el mentón con los labios y la lengua.

–Mucho mejor cuando haces eso –susurró él con el cuerpo enfebrecido por sus caricias.

Ella se retiró con una carcajada.

–¿Qué te parece entonces si te dejo ciego de placer?

Él tiró de las ataduras.

–Me da la sensación de que soy todo tuyo, cariño.

Amanda deseaba con todas sus fuerzas que eso fuese cierto. Bajó de la cama y se acercó a la ban-
deja. Mientras cogía la jarra de miel templada, recordó el aceite hirviendo que los romanos habían usado

para torturarlo. Recordó la expresión de dolor de su rostro cuando lo vertieron sobre su cuerpo, escal-
dándolo. Con el corazón en un puño, regresó a la cama, donde Kyrian yacía a su merced. Le acercó la

jarra al pecho y observó cómo el recuerdo de esa tortura le ensombrecía la mirada.

Instintivamente, Kyrian se encogió en cuanto la miel lo rozó. Pero allí no había dolor. No se forma-
ban ampollas ni le quemaba la piel. En realidad, era bastante agradable. Se relajó y observó cómo

Amanda derramaba el espeso líquido dorado, trazando pequeños círculos alrededor de sus pezones para

después extenderlos con las uñas y descender hasta el estómago, provocándole continuos escalofríos.

Una vez dejó la jarra a un lado, comenzó a lamer cada gota de miel que había derramado sobre su

cuerpo. Cada lametón le provocaba un estremecimiento de placer. Cuando le introdujo la lengua en el

ombligo su miembro se endureció aún más.

Amanda soltó una risa gutural y lo miró, reclinada sobre su ombligo. En ese momento, se movió ha-
cia arriba, deslizando la lengua desde el vientre hasta la nuez. Siseando de placer, Kyrian echó la cabeza

hacia atrás, facilitándole el acceso a su cuello y, cuando sintió cómo sus dientes lo arañaban, se estre-
meció de la cabeza a los pies.

–Amanda –jadeó.

Sin dejar de sonreírle, volvió a bajar de la cama y cogió un pequeño cuenco. No sabía de dónde ha-
bía salido esa faceta atrevida; jamás se había comportado de ese modo, pero quería salvar a Kyrian a

cualquier precio. Además, algo extraño le estaba sucediendo mientras hacía todo eso por él; como si

una parte de sí misma se estuviese liberando.

Apartando esa idea de su mente, hundió los dedos en el cuenco de nata batida y los acercó a los la-
bios de Kyrian. Con el pulgar, trazó el contorno de esa boca perfecta.

Kyrian lamió la nata mientras ella se sentaba a horcajadas sobre su cintura. Qué maravilla sentir la

humedad de su cuerpo sobre él. Lo estaba volviendo loco. Y cuando se movió hacia abajo y rozó su hin-
chada verga creyó morir de placer.

–Déjame darte de comer, general –le susurró antes de acercarle el dedo a la boca, muy despacio,

para que saboreara la nata batida.

Kyrian tragó saliva al sentir la vorágine de sus emociones. Estaba recreando la crueldad de Valerius.

Pero no había dolor con Amanda, sino un placer tan intenso como jamás había conocido. La miró a los

ojos y le sonrió débilmente.

–¿Por qué estás haciendo esto? –le preguntó.

–Porque me preocupo por ti.

–¿Y por qué?

–Porque eres el hombre más maravilloso que he conocido en mi vida. Claro, que no hay que olvidar

que eres testarudo y exasperante, pero también amable, generoso y fuerte. Y me haces sentir tan...

Él alzó una ceja.

Amanda se sentó sobre su cintura y lo miró.

–¿Qué se supone que significa eso?

–¿El qué? –preguntó él con expresión inocente.

–Esa mirada.

Kyrian frunció el ceño.

–¿Qué mirada? –preguntó mientras intentaba abrazarla, sin recordar que estaba atado. Qué extraño

que lo hubiese olvidado por completo.

Ella bajó la cabeza y lo besó.

Kyrian soltó un gemido al sentir los labios de Amanda sobre los suyos, al sentir esa lengua que en-
traba y salía de su boca, llevándole el sabor de la nata.

Se apartó un poco y le preguntó:

–¿Te gusta?

–Mucho –contestó él.

–Entonces, esto te va a encantar.

La siguió con la mirada mientras descendía por su cuerpo, cogía el cuenco y comenzaba a extenderle

la nata por la entrepierna. Sus dedos le acariciaban el miembro mientras lo cubrían por completo con el

frescor de la crema.

La sensación lo estaba llevando al límite y no pudo evitar gemir.

Amanda le separó las piernas y se detuvo un instante a contemplar su obra de arte. Después, lo miró

a lo ojos y se agachó entre sus muslos para lamerle los testículos.

Kyrian gruñó al sentir las caricias de su lengua en la parte más vulnerable de su cuerpo. Ella cerró

los labios a su alrededor y lo lamió, succionando primero el de un lado con suavidad antes de pasar al

otro y proceder del mismo modo. Se sentía asaltado por continuas oleadas de placer y tiraba de las ata-
duras sin ser consciente de lo que hacía. Jamás había experimentado nada tan placentero como los be-
sos de Amanda y las caricias de su lengua sobre la piel.

Cuando los testículos estuvieron libres de crema, se acercó a su verga. En cuanto se la metió en la

boca, Kyrian se tensó; Amanda lo estaba mirando a los ojos, observando sus reacciones.

Sin apartar la mirada, pasó la lengua por el extremo de su erección, atormentándolo y dejándolo sin

aliento, lamiéndole el glande antes de bajar la cabeza y tomarlo por completo en la boca. Kyrian creyó

que todo comenzaba a darle vueltas cuando bajó la mano y le acarició los testículos a la vez. La sensa-
ción le hizo sisear y arquearse bajo ella, de forma instintiva, hundiéndose aún más en su boca, aunque

Amanda no protestó.

Soltó un gemido cuando notó que su parte animal comenzaba a tomar las riendas. El deseo que des-
pertaba en él rayaba en la obsesión.

–Amanda –balbució con voz ronca y entrecortada–. Quiero saborearte.

Ella le dio un nuevo lametón y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.

–¿Cómo? –le preguntó mientras comenzaba a gatear sobre su cuerpo, haciendo que la respiración de

Kyrian se alterara más.

Se sentó a horcajadas sobre su cintura, colocó las manos sobre sus costados y lo miró.

–Dime qué quieres hacerme –le dijo con las mejillas ruborizadas por su atrevimiento.

Kyrian percibía los sentimientos de Amanda mientras la contemplaba. Estaba asustada e insegura,

pero quería ayudarlo a toda costa. Más emocionado de lo que debería, se humedeció los labios antes de

hablar.

–Quiero probar tus pechos –le dijo entre jadeos.

–¿Así? –le preguntó ella, alzándoselos con sus propias manos a modo de ofrenda.

Él gimió al ver cómo Amanda se tocaba.

–Sí –jadeó–. Y quiero lamerlos.

Sonriéndole, le acercó un pecho a los labios.

Kyrian dio un tirón a las ataduras mientras le chupaba un endurecido pezón, saboreándolo. Los

murmullos de placer de Amanda resonaban en sus oídos, estimulándolo aún más. Volvió a tirar de las

bufandas y la seda se rasgó.

Ella rió maliciosamente.

–Si te sueltas, Kyrian, me pongo la bata y aquí se acaba todo. ¿Eso es lo que quieres?

Él le contestó meneando la cabeza y relajó los brazos.

–¿Qué es lo que quieres, entonces?

–A ti. –La verdad escapó de sus labios antes de poder detenerla.

–¿A mí? –preguntó ella, ilusionada.

Incapaz de darle esperanzas cuando no había un futuro para ellos, Kyrian añadió:

–Quiero estar dentro de ti.

Y, en ese momento, sintió la punzada de desilusión que experimentó ella y se sintió fatal por haberle

hecho daño.

–Amanda...

–Shhh –lo silenció ella, colocándole la mano sobre los labios–. Soy toda tuya –le susurró a la vez que

se empalaba sobre su verga.

Kyrian cerró los ojos en cuanto la deliciosa humedad de Amanda se deslizó contra su miembro. Ella

se inclinó hacia delante y capturó sus labios mientras lo montaba con envites profundos, siguiendo un

ritmo pausado. Le mordisqueó el cuello y, cuando volvió a besarlo a la par que aceleraba el ritmo de sus

caderas, sintió el gemido de Kyrian sobre la lengua. Lo sintió retorcerse entre sus muslos. Lo vio echar la

cabeza hacia atrás y gruñir como un animal enjaulado antes de hundir los pies en el colchón y tomar

impulso para alzar las caderas y hundirse hasta el fondo en ella.

Amanda soltó un grito por la intensidad del orgasmo que experimentó. Pero notó que él se quedaba

tieso como una vara.

–No te muevas –le dijo entre dientes.

Obedeció sin preguntarle las razones. Tenía los ojos cerrados, los dientes apretados y la frente cu-
bierta por una capa de sudor. Su cuerpo temblaba convulsivamente. Tras un minuto, soltó un hondo

suspiro, abrió los ojos y la miró.

–¿Ya puedes desatarme?

Amanda asintió con la cabeza y se dio cuenta de que él no había llegado al orgasmo. Había luchado

con todas sus fuerzas para no hacerlo. Y, aunque entendía el porqué, una parte de sí misma se sintió

herida al ser consciente de que Kyrian no confiaba plenamente en ella.

¡Déjalo ya!, se dijo. Eres una imbécil además de una egoísta. Necesita sus poderes.

En ese momento más que nunca.

Kyrian desgarró las bufandas con una facilidad que la dejó sorprendida y, una vez sus manos estu-
vieron libres, la abrazó con fuerza.

–Gracias, cariño –le dijo, besándola con ternura.

Ella le contestó con una sonrisa.

–Ha sido un placer.

Él soltó una carcajada por lo acertado de la respuesta y la echó sobre la cama, a su lado, colocándo-
la de costado. Se tumbó a su espalda y la abrazó, como si le aterrara el hecho de estar separados. No

tardó mucho en quedarse dormido.

Se limitó a disfrutar del momento mientras el cálido aliento de Kyrian le acariciaba el hombro desnu-
do y deseó con todas sus fuerzas que lo que había hecho esa noche lo ayudara en la próxima confronta-
ción con Desiderius.

Amanda se despertó al escuchar el teléfono. Cuando se incorporó, se dio cuenta que habían dormido

abrazados y al recordar todo lo que le había hecho la noche anterior, se ruborizó intensamente. Jamás

se había comportado de un modo tan desvergonzado, pero con él no se había sentido cohibida.

Se apartó de sus brazos y corrió hasta la habitación de Esmeralda para contestar el teléfono.

–¿Sí?

Era Essie.

–Mandy, gracias a Dios que estás todavía ahí. Mi coche se ha estropeado y he tenido que aparcarlo

en el arcén. ¿Te importa venir a recogerme?

–Claro que no.

Anotó la dirección, se dio una ducha rápida y regresó a la habitación de invitados para vestirse.

Inclinándose sobre Kyrian le dio un beso en la mejilla. Cuando iba a alejarse él la sujetó por la mu-

ñeca.

–¿Dónde vas?

–A recoger a Essie.

–No es seguro.

–Estamos a plena luz del día. No me va a pasar nada.

La mirada de Kyrian era bastante elocuente; no le gustaba nada que saliera.

–¿Cuánto falta para que anochezca?

–Horas.

–De acuerdo, pero vuelve directamente aquí.

–¡Sí, mi comandante!

–No tiene gracia.

Lo besó en los labios y se marchó.

Se despertó poco tiempo después. Al levantarse se dio cuenta de que la mayor parte de las heridas

habían desaparecido. Se quitó las vendas manchadas de sangre y las tiró a la papelera, situada junto a

la puerta.

–¿Amanda? –la llamó, asomándose al pasillo.

Nadie contestó. En la casa no se escuchaba ningún sonido, todo estaba en silencio. Aún estaría fue-

Cogió su ropa y entró al baño. No tardó mucho en ducharse, afeitarse y vestirse. Una vez aseado,

volvió a la habitación. Se detuvo en la puerta al ver a Amanda. Llevaba unos vaqueros muy ajustados y

una sudadera negra que ocultaba esas curvas que él se moría por acariciar. El pelo suelto le daba una

apariencia muy sugerente.

Se acercó en silencio a ella, que estaba de espaldas, y vio que estaba mirando la papelera. Sin ha-
blar, inclinó la cabeza y le mordisqueó el cuello.

En cuanto sus labios la rozaron captó su aroma.

No era Amanda.

Era Tabitha.


miércoles, 24 de febrero de 2016

Odio?




Cuando es que sabemos que es odio lo que sentimos?

Cuando podemos diferenciarlo de el rencor o la decepción?

Hoy mis dulces lectores he sentido algo tan oscuro y tan malo, que no sabría como describirlo..

No le quería mal a esa persona, pero al mismo tiempo no podía dejar de sentir cosas negativas hacia ella... se estava comportando tan mal, y a la vez me estava haciendo tanto daño que solo podía pensar: te odio.

Según wikipedia el odio es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo.

Por lo tanto... es verdad que era odio lo que sentía?

Pero no me juzgueis mis amores, porque que se puede sentir cuando una persona a la que se supone que te ama, que daría la vida por ti, que mataría por ti... te hace tanto daño? de ese daño que luego no puedes ni mirar a la cara, de ese daño que se hace una bola y se inquista en el pecho...

Ya se que la vida es perdón, y que hay que perdonar... pero todo se puede perdonar? sinceramente creo que no...





El comienzo de una nueva vida * Capítulo 35

Summary: Bella trabaja para Edward un antiguo compañero de clase que fue muy especial y es novia de Jacob. ¿Qué sucederá?
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Este fic es completamente propiedad de Mari del blog http://sangreyhielo.com.es 
Los personajes son propiedad de la espectacular Meyer.
Tengo permiso de la autora para publicar su historia en mi humilde rincón que es este blog.
Dicho todo esto, espero que la disfruten!^^
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CAPÍTULO 35: La última semana antes de mi boda

Cuando llegamos a casa con los vestidos, nuestra parejas nos estaban esperando en el comedor

-No vayáis a salir de ahí.- dijo Alice en cuanto entramos a la casa

-Tranquila hermanita.- dijo Edward mirándome desde el comedor

-¿Me necesitáis a mi Alice?

-No Bella tu vete al comedor mientras nosotras dejamos los vestidos colgados arriba

-Vale.- le dije a Alice mientras la veía salir hacia el coche para coger los vestidos junto con Rose y Esme, y yo me dirigía hacia el comedor y saludaba a todos, que estaban muy concentrados jugando con la wi menos mi Edward.

-Hola cariño.- me dijo Edward cuando estuve junto a el, cogiéndome por la cintura y sentándome en su regazo para recibirme con un beso


-Creo que deberíais iros a vuestro dormitorio hermanito

-Emmett solo estoy dándole un beso a mi vida

-Yo creo que a sido mas que un beso

-Emmett si tu y Rose no sabéis controlaros cuando comenzáis a besaros y llegáis hasta el final, puedes estar tranquilo nosotros no vamos a hacer lo que tu piensas, sabemos controlarnos

-Bueno Emmett, Edward ya dejarlo

-Ya estamos aquí .- entro diciéndonos Alice alegremente.- Bella si tienes hambre tienes la cena lista. ¿se la has preparada tu Edward?

-Si, Alice

-Bueno, nosotros nos vamos a nuestro dormitorio, buen provecho Bella y hasta mañana a todos.- nos dijo  Alice cogiendo a Jasper de la mano y yéndose a su dormitorio

-Buenas noches a todos nosotros también nos retiramos. Hasta mañana.- nos dijo Rose saliendo hacia su dormitorio seguida de un Emmett embobado antes sus movimientos de cadera al andar

-Edward, Bella buenas noches. Bella cena un poco, Edward se a esmerado en preparártela.- me dijo Carlisle con una amplia sonrisa como si supiera lo que iba a pasar

-Ahora cenare un poco Dr. Carlisle

-No me digas Dr. dime solo Carlisle, que somos familia

-De acuerdo Dr. Car….. perdón Carlisle. Buenas noches

-Buenas noches chicos.- nos dijo Esme antes de salir del comedor con Carlisle hacia su dormitorio

-Buenas noches Esme.- le dijimos Edward y yo

-Cariño ¿vamos a que cenes?.- me pregunto Edward una vez nos quedamos solos

-también podemos hacer lo que ha pensado o se ha imaginado o recordado Emmett

-Podemos hacerlo después de que cenes algo hoy solo has comido un poco al mediodía y os habéis ido a la modista y no vale la excusa de que os habéis tomado algo en la cafetería antes de volver.

-No te iba a poner la excusa de la cafetería es que con los nervios por la proximidad de la boda, por saber si después de casarnos toda va a seguir igual, si te gustara el vestido que he elegido para la boda….

-Sh… Claro que todo va a seguir igual mi vida, incluso te voy a querer mas si eso es posible y por el vestido de novia no te preocupes tu estas hermosa con todo lo que te pones, es mas me encanta como te sienta el vestido que llevas….tan ajustado…que hace que mi imaginación vuele y ….- me dijo Edward antes de atraerme hacia el y besarme apasionadamente

-Edward…..le dije mientras me sentaba a horcadas sobre el con su ayuda

-Bella……. No deberíamos seguir puede bajar cualquiera y vernos

-No creo que baje nadie, están ocupados ¿no crees? Si no porque este ambiente de excitación por toda la habitación y tan fuerte

-Jasper…..

-Si…….- le dije antes de fundirnos de nuevo en un beso apasionado mientras nos desnudábamos el uno al otro lentamente y nos dejábamos llevar por la pasión y el deseo que nos embargaba.

Nos entregamos demostrándonos nuestro amor con cada beso, con cada caricia, con cada gemido que dejábamos escapar de forma incontrolada una vez el entro en mi hasta que alcanzamos el clímax a la vez y gritamos nuestros nombres.

Una vez que mi respiración se normalizo nos besamos tiernamente acurrucándonos en el sofá y cubriéndonos con la manta que teníamos para taparme cuando me dormía en el, minutos antes de que yo me durmiera abraza a el.



martes, 23 de febrero de 2016

¿Nuestro destino? * Capítulo 3

Summary: Bella y Edward han viajado por muchas vidas, han combatido a centenares de enemigos oscuros, para poder estar juntos. Pero cuando su deseado destino casi esta en sus manos, Edward cae en una maldición poderosa. Un simple contacto entre ellos le causaría la muerte a Edward llevándoselo a Shadowland. Bella desesperada por salvar a Edward, consigue ayuda de un surfo: James. Aunque se acaban de conocer, James le resulta muy familiar. Traicionando a Edward, Bella es atraída por James, con su cabellera rubia, sus ojos verdes, sus poderes mágicos y un pasado muy misterioso. Bella sabe que Edward es su alma gemela y nunca lo olvidara. Pero al pasar del tiempo, su conexión con James crecerá más y será más fuerte, poniendo a prueba su amor por Edward como nunca antes...

N/A:  Los personajes son de la magnifica Meyer. Continuació de "Solos tú y yo". Adapatción del libro de Alison Nöel Shadowland





CAPÍTULO 3



"¿Sabes qué?"

Alice me mira cuando se mete en mi coche, con sus grandes ojos marrones más amplios que lo habitual, como una linda nena, curva su cara en una sonrisa. 

"¿Sabes qué? No lo creo. No voy a decirte, ¡por qué nunca vas a creerlo! ¡Nunca vas a adivinar!"

Sonrío, escuchando sus pensamientos unos momentos antes de que ella pueda hablar de ellos, absteniéndose de decirlos:

¡Vas a ir de campamento a Italia!

Justo antes de que élla diga:

 ―¡Voy a ir de campamento a Italia! No, corrección quise decir a ¡Florencia en Italia! La casa de Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael..."¡Y tu buen amigo Edward Cullen, realmente sabe todo sobre esos artistas
! Durante unas semanas he visto la posibilidad, pero anoche se hizo oficial ¡y todavía no me lo puedo creer! Ocho semanas en Florencia, haciendo nada más que actuar, comer, y acechar a posibles hombres italianos ardientes..."

Lo miro mientras nos salimos del camino. 

―¿Y Jasper es bueno con todo eso?"

Alice me mira. 

-Hey, tú sabes lo que dicen. Lo que sucede en Italia, se queda en Italia

Excepto cuando no pasa. Mis pensamientos se van a la deriva con Tanya y Emmett, preguntándome ¿Cuántos inmortales bribones hay todavía por ahí, esperando aparecer en Laguna Beach y aterrorizarme?

-De todas formas, me voy pronto, justo después de que salga de la escuela. ¡Y tengo tanto que preparar hasta entonces! Ah, y casi se me olvida la mejor parte, bueno, una de las mejores partes. Como todo funciona perfectamente desde mi laca final para el pelo,terminare la semana antes de salir, así que todavía tendré mi última reverencia comoTracy Turnblad, quiero decir, en serio, ¿No es perfecto esto?

-En serio, es perfecto-. Sonrío. -De verdad. Felicitaciones. Esto es genial. Y bien merecido podría añadir. Ojala pudiera ir contigo.

Y en el momento que lo digo, me doy cuenta de que es verdad. Sería tan agradable escapar de todos mis problemas, abordar un avión y volar lejos de todo esto.

Además, echo de menos el tiempo con Alice. Las últimas semanas, cuando ella y Rosalie (junto con el resto de la escuela), estaban bajo el hechizo de Emmett, fueron de los días más solitarios de mi vida. No tener a Edward a mi lado, era más de lo que podía soportar, pero no tener el apoyo de mis dos mejores amigos casi me envió a la locura. Pero Alice y Rosalie, no recuerdan nada de eso, ninguno de ellos lo hace. Sólo Edward puede tener acceso a pequeños trozos, y lo que recuerda lo hace sentir muy culpable.

-Me gustaría que vinieras también-, dice, jugando con el equipo estéreo del coche, tratando de encontrar la banda sonora a la altura de su buen humor.―¡Tal vez después de la graduación podamos ir todos a Europa! Podemos conseguir pases Eurail, para quedarnos en albergues de la juventud‖. Pone su mochila alrededor ―¿Podría ser más genial? Sólo nosotros seis, tu sabes. Tú y Edward, Rosalie y Royce, y yo y cualquiera‖.

-¿Tú y cualquiera?- le echo un vistazo. -¿Qué sucede?

-Soy realista-. Dice encogiéndose de hombros.

-Por favor- hago rodar mis ojos -¿Desde cuándo?
 
-Desde ayer por la noche cuando me enteré de que voy a Italia- Se ríe, pasándose una mano por su recortado cabello castaño.-"Escucha, Jasper es genial y todo, no memalinterpretes. Pero no me engaño. No pretendo que sea nada más de lo que es. Como que tenemos una fecha de caducidad, ¿sabes? Tres actos completos, con un principio definido, clímax y final. No somos como tú y Edward. Ustedes son diferentes. Están condenados a cadena perpetua.‖

-¿Conde nados a cadena perpetua?- Lo miro detenidamente, moviendo la cabeza, cuando me detengo en un semáforo. -Suena más a una pena de prisión que a un felices para siempre.

-¿Sabes lo que quiero decir?- Se inspecciona su manicura, con el tono rosa de Tracy Turnblad. -Es sólo que ustedes están tan en sintonía, de un modo conectados el uno con el otro. Y lo digo literalmente ya que tú casi siempre estás con él.

Ya no.

Tragué con fuerza, la luz cambio a verde, perforando el gas, pase por el cruce con un chirrido de ruedas y dejando un rastro de caucho grueso atrás. Rechazo disminuir lamarcha hasta detenerme en el aparcamiento y busco a Edward que siempre aparca en el segundo mejor espacio al lado del mío

Sin embargo, incluso después de ajustar el freno, no seencontraba en ninguna parte. Y estoy a punto de salir, pensando en dónde podría estar, cuando aparece junto a mí, con sus manos vistiendo unos guantes.

-¿Dónde está tu coche?- Alice le pregunta, echando un vistazo en el mientras cierra la puerta de un golpe y pone su mochila en el hombro. -¿Y qué pasa con tu mano?

-Me deshice de él-, dice Edward, con su mirada fija en la mía. Entonces, mira a Alice y al ver su expresión, agrega, -El coche, no la mano.

-¿Lo entregaste como parte del pago?- Le preguntó. Pero sólo porque Alice está escuchando.

Edward no necesita comprar, intercambiar o vender, como la gente normal. Él puede manifestar cualquier cosa a su voluntad. Sacude la cabeza y me acompaña hasta la puerta, sonriendo mientras él me dice:

-No, lo deje al lado de la carretera, con la llave puesta, y el motor en marcha.

-¿Perdón?- Alice aúlla. -¿Quieres decirme que dejaste tu brillante, BMW M6 Coupe negro al lado de la carretera?

Edward asiente.

―¡Pero es un coche de cien mil dólares!― Los jadeos de Alice como su cara giran al rojo vivo. -Ciento diez. 

Edward ríe. 

-No olvides, fue totalmente personalizado y cargado con opciones.

Alice le mira, con los ojos desorbitados, incapaz de comprender cómo alguien podría hacer una cosa así, ¿por qué alguien haría una cosa así?

-Um, está bien, así que vamos a ver si lo entiendo, sólo despertaste y lo decidiste. Oye, ¡Qué diablos! ¿Crees que nadie va a remolcar tu ridículamente caro coche, dejándolo junto a la carretera, donde cualquiera puede simplemente tomarlo?‖

Edward se encoge de hombros. 

-Algo así.

-Porque en caso de que no lo hayas notado-, dice Alice ahora prácticamente híper ventilando. -Algunos de nosotros tenemos un pequeño coche privado. Algunos de nosotros hemos nacido de padres tan crueles e inusuales que estamos obligados a confiar en la bondad de los amigos ¡para el resto de nuestras vidas!

-Lo siento-. Edward se encoge de hombros. -Supongo que no había pensado en eso. Aunque si te hace sentir mejor, todo fue por una causa muy buena.

Y cuando él me mira, mis ojos se encuentran con los suyos, junto con la ola de calor que siempre obtengo con ese horrible sentimiento, de que el abandono del automóvil es sólo el comienzo de sus planes.

-¿Cómo llegaste a la escuela?- Le pregunto.

―¿Cómo se llega a la puerta principal, donde Rosalie está esperando?‖

-Él vino en el autobús-. Rosalie miraba entre nosotros, con su recién teñido cabello azul marino, golpeando en su cara. -No bromeo. No lo hubier a creído, pero yo lo vi con mis propios ojos. Viéndolo subir de
inmediato en el gran autobús amarillo con todos los demás estudiantes de primer año, que a diferencia de Edward, no tienen otra opción que ir a caballo‖.-Sacude la cabeza. -Y yo estaba tan sorprendida, que parpadee un montón de veces para asegurarme de que realmente era él. Y entonces, cuando todavía no estaba convencida, tome una foto en mi celular y se la envié a Royce quien lo confirmó.-

Ella lo sostuvo para que viéramos.

Miro a Edward, preguntándome qué podría estar usando, y ahí es cuando me doy cuenta de que abandonó el jersey de cachemir habitual, y en su lugar trae una camiseta de algodón, y cómo sus pantalones vaqueros de diseñador han sido reemplazados por otros con bolsillos sin marca. Incluso sus famosas botas negras, habían sido cambiadas por unos flip-flops marrones de caucho. Y aunque él no necesita de ese guión y el flash para mirarse hermoso y devastador como el primer día que nos encontramos, esté no era él. O
al menos no es al que estoy acostumbrada. No sólo es él.
Quiero decir, mientras Edward es sin duda inteligente, amable, cariñoso y generoso, también es un poco extravagante y vano. Siempre obsesionado con su ropa, su coche, su imagen en general. Y aunque no sé nada sobre su fecha de nacimiento exacta, porque para alguien que decidió ser inmortal él tiene un complejo definido sobre su edad. Pero aun cuando yo normalmente no podía preocuparme menos por la ropa que él lleva o como llega a la escuela, cuando lo miro otra vez, consigo este sonido metálico horrible en mi estomago, un empuje insistente, exigiendo mi atención.

Una advertencia definida que esto es simplemente el principio. Aquella transformación repentina va en camino de algo más profundo que una reducción de gastos, altruista, al orden del día ecológicamente consciente. No, esto tiene algo que ver con la noche anterior.

Algo acerca de ser perseguido por su karma. Como si estuviera convencido de que renunciar a sus posesiones más preciadas de alguna manera equilibraría todo.

-¿Nos vamos?- Él sonríe, agarra mi mano y la campana suena al segundo, me alejó de Alice y Rosalie, que pasarán los próximos tres períodos enviándose mensajes de texto, para tratar de determinar qué pasa con Edward.

Lo miro, su mano enguantada sobre la mía mientras nos dirigimos por el pasillo, murmurando:

-¿Qué está pasando? ¿Qué pasó realmente con tu coche?"

-Ya te lo dije.- Se encoge de hombros. -Yo no lo necesito. Es un lujo innecesario, no me preocupa-. Se ríe y me mira.

Pero cuando falla, él sacude la cabeza y dice: 

-No te pongas tan seria. No es un gran problema. Cuando me di cuenta que es algo que no necesito, conduje a una zona abandonada y lo abandone junto a la carretera donde alguien puede encontrarlo.

Aprieto mis labios y miro hacia adelante, deseando poder ascender dentro de su mente y ver los pensamientos que guarda para sí, llegar realmente al fondo de esto. Porque a pesar de la forma en que me mira, a pesar del despectivo encogimiento de hombros queda, nada de lo que dijo tiene el más mínimo sentido.

-Bueno, está bien, quiero decir, si eso es lo que tienes que hacer, entonces bien, diviértete a lo grande.
 Me encojo de hombros, plenamente convencida de que no tiene nada de grande.-Pero, ¿cómo planificas moverte alrededor, ahora que has abandonado tu transporte?, digo, en caso de que no se te hayas dado cuenta, esto es California, no se puede llegar a ninguna parte sin un coche".

Me mira, claramente divertido por mi exabrupto, que no es exactamente la reacción que había planeado. 

-¿Qué pasa con el autobús?, Es gratis.

Me quedo sacudiendo la cabeza, casi sin creer lo que había escuchado. ¿Y desde cuándo te preocupas por el precio, Señor, hace millones en juegos de apuesta de caballos? ¿Y apenas manifiesta lo que además podría querer?

Después me di cuenta de que olvidé poner el escudo en mis pensamientos.

-¿Es así como me ves?-Se detiene apenas por debajo de la puerta del aula, obviamente afectado por mi
evaluación descuidada. -¿Como alguien superficial, materialista, narcisista, impulsado por el consumo patán?

-¡No!- Grito, sacudiendo la cabeza y apretando su mano. Con la esperanza de convencerlo de que a pesar de que en realidad hizo de ese tipo. No lo veo de una mala manera como él piensa. Más como un novio que aprecia las cosas buenas de la vida, y menos como mi novio versión masculina de la especie Jessica. -Yo sólo...-. Yo entrecerré los ojos, deseandopoder ser la mitad de elocuente que él. Pero aún avanzando, cuando digo: 

-Supongo que simplemente no lo entiendo-. Me encojo de hombros. -¿Y qué pasa con el guante?- Yo levante su mano vestida de cuero hacía donde podemos ver.

-¿No es obvio?- Sacude la cabeza y me jala hacia la puerta.

Pero me quedo justo en el puesto, rechazándome a ceder. Nada es obvio. Ya nada tiene sentido. Hace una pausa, con la mano estirada, mostrando una mueca de dolor dice:

-Pensé que era una buen a solución por ahora. ¿Pero tal vez tu preferirías que no te toque en absoluto?

¡No! ¡Eso no es lo que quise decir! Cambio a la telepatía al momento que enfoque a algunos compañeros de clase, recordando lo difícil que ha sido evitar cualquier contacto de piel con piel durante los últimos tres días. Fingiendo que tenía un resfriado, cuando los dos sabemos que no se enferma, y otras técnicas de evasión ridículas que me hizo sentir una profunda vergüenza. Ha sido tortura, pura y simple. Para tener un novio tan bello, tan sexy, tan increíblemente impresionante y no poder tocarlo, es el peor tipo de agonía.

-Quiero decir, sé que no podemos arriesgarnos a cualquier intercambio accidental de sudor de la palma o algo así, pero aún así, ¿no te parece extraño?- Susurro, al segundo estamos solos otra vez.

-No me importa-. Su mirada es abierta, sincera, y fija en la mía. -No me preocupa lo que otra gente piense, yo solo me preocupo por ti. 

Aprieta mis dedos y abre la puerta con su mente, me dirigió derecho a nuestros escritorios pasándome por delante de Jessica. Y aunque yo no la he visto desde el viernes, cuando se despertó del hechizo de Emmett, estoy segura de que su odio hacia mí no ha disminuido un poco. Pero mientras estoy plenamente preparada para su táctica habitual de dejar el bolso en mi camino en una tentativa a mi viaje, hoy estoy demasiado distraída con el nuevo look de Edward y cansada de jugar ese juego viejo. Su mirada fija viaja a la
longitud de él, desde la cabeza hasta los pies, antes de empezar todo de nuevo.

Pero sólo porque ella me ignora no significa que me puede relajar o confiar en que se ha acabado. Porque la verdad es que nunca más podré confiar en Stacia. Esta puede ser la calma que precede a la tormenta.

-No le hagas caso-, susurra Edward, escoltando su escritorio tan cerca que los bordes prácticamente se superponen. Y aunque yo afirmo como si, fuera verdad, no lo creo. Por mucho que me gustaría fingir que es invisible, no puedo hacerlo. Ella está frente a mí y estoy totalmente obsesionada.

Miro detenidamente en sus pensamientos, queriendo saber si algo pasó entre ellos. Cuando aun cuando yo se que Emmett fue responsable de toda la coquetería, besos, y abrazos, yo no tenía ninguna otro opción, sólo mirar. Incluso aunque yo sepa que Edward fue privado completamente de su libertad, no va a cambiar el hecho de que sucedió, que los labios de Edward presionaron contra los suyos mientras sus manos recorrían su piel. Y aunque estoy bastante segura de que no iba más allá de eso, todavía me sentiría mucho
mejor si tan sólo pudiera obtener alguna evidencia para respaldar mi teoría.

Y a pesar de lo loco, hiriente, y completamente masoquista que es, no voy a parar hasta que su memoria me muestre el último, terrible, doloroso, y finalmente revela do detalle atroz.

Estoy a punto de profundizar, viajar a la esencia misma de su cerebro, cuando Edward aprieta mi mano y dice: 

-Algún día, por favor. No te tortures. Ya lo he dicho, no hay nada que ver.- Trago saliva, con la mirada fija en la parte posterior de su cabeza, con Lauren y Mike, apenas escuchando. Él añade:

-No pasó. No es lo que tú piensas.

¿Pensé que tú no podías recordar?

Me doy vuelta, con vergüenza al instante que veo el dolor en sus ojos, él me mira y sacude su cabeza.

-Confía en mí-. Suspira. -O al menos inténtalo, por favor.

Aspiro profundamente, mirándolo, deseando poder hacerlo, a sabiendas de que debería.

-En serio, Bella. ¿En primer lugar no podías soportar los últimos seiscientos años de mi antigüedad, y ahora estás obsesionada con la semana pasada?

Él frunce el ceño y se acerca más, en su voz hay urgencia y persuasión, cuando añade:

-Yo sé que tus sentimientos están increíblemente heridos. La verdad es que lo hice. Pero lo hecho, hecho está. No puedo volver, no puedo cambiarlo. Emmett ha hecho esto a propósito, no podemos dejar que gane.-Trago saliva, sabiendo que es verdad. Estoy actuando de forma ridícula e irracional, dejándome llevar lejos. ―Además piensa,- Edward cambia a la telepatía, ahora que nuestra maestra, el Sra Angela ha llegado-tú sabes que tiene sentido. A la única que he querido esa ti ¿No es eso suficiente?.

Él lleva su dedo enguantado hacía mi, mirándome a los ojos mientras muestra nuestra historia, mis muchas encarnaciones como una joven criada en Francia, una hija puritana de Nueva Inglaterra, una coqueta de la alta sociedad británica, la musa de un artista con el precioso pelo rojo, bostezo con los ojos muy abiertos, nunca había visto antes mi vida en particular.

Sin embargo, sólo hay sonrisas, miradas cada vez más calientes, mientras me muestra los aspectos más destacados de la época, un vídeo corto de ese momento, cuando nos conocimos en una inauguración de una galería en Ámsterdam nuestro primer beso fue en las afueras de la galería esa misma noche. Presentando sólo los momentos más románticos y ahorrando los de mi muerte, que siempre, inevitablemente, viene antes de que podamos avanzar.

Y después de ver todos esos bellos momentos revelados, su amor inalterable por mí al descubierto, le miro a los ojos, respondiendo a su pregunta cuando pienso: 

―Por supuesto que es suficiente. Tú siempre has sido suficiente.-Luego los cierro con vergüenza cuando agrego: ―¿Pero lo soy yo para ti?

Por último, admito la verdad real, mi temor de que pronto se cansará de la mano enguantada, el abrazo telepático, y buscara lo auténtico en una chica normal con el ADN de seguro.

Él asiente con la cabeza, con los dedos con guantes en la barbilla mientras se reúne conmigo en un abrazo mental tan cálida, tan seguro, tan reconfortante, que todos mis temores escapan.

Contestando a la apología en mi mirada fija, él se inclina adelante, con labios en mi oído y dice:

- Bien. Ahora que esto esta arreglado, sobre Emmett...‖


jueves, 18 de febrero de 2016

Los placeres de la noche * Capítulo 12

Sinopsis: Kyrian, príncipe y heredero de Tracia por nacimiento, es desheredado cuando se casa con una ex-prostituta contra los deseos de su padre. El bravo general macedonio, traicionado por la mujer a la que tanto ama, venderá su alma a Artemisa para obtener su venganza, convirtiéndose así en un cazador oscuro. Amanda Deveraux es una contable puritana que sólo ansía una vida normal. Nacida en el seno de una familia numerosa y peculiar, tanto sus ocho hermanas mayores como su madre poseen algún tipo de don, una de ellas es una importante sacerdotisa vodoo, otra es vidente, y su propia hermana gemela es una caza-vampiros. Cuando su prometido la abandona después de conocer a su familia, Amanda está más decidida que nunca a separarse de sus estrambóticos parientes. Pero todo se vuelve en su contra y, tras hacer un recado para su gemela, se despierta en un lugar extraño, atada a un ser inmortal de dos mil años y perseguida por un demonio llamado Desiderius. Por desgracia para ellos, Desiderius y sus acólitos no son el único problema que deben enfrentar. Kyrian y Amanda deben vencer ahora la conexión que los une; un vínculo tan poderoso que hará que ambos se cuestionen la conveniencia de seguir juntos. Aún más, él sigue acosado por un pasado lleno de dolor, tortura y traición que le convirtió en un hombre hastiado y desconfiado. Cuanto más descubre de su pasado, más desea Amanda ayudarle y seguir con él y darle todo el amor que merece...



La autora dice: Este libro es completamente propiedad de Sherrilyn Kenyon. Es el 4º libro de la serie Dark Hunter. Yo lo publico sin ningún tipo de interés económico, solo para que podamos disfrutar de esta increible historia.. y para que la temperatura suba!






CAPÍTULO 12

Amanda se despertó sobresaltada y tardó más de un minuto en darse cuenta de que se había que-
dado dormida, apoyada sobre Nick, en la habitación del hospital donde Tabitha estaba ingresada. Su

madre dormía en la cama plegable, mientras que el Escudero y ella lo hacían en las dos incómodas sillas

cercanas a la puerta.

Tabitha seguía dormida. Los médicos querían que permaneciera en observación hasta el día siguien-
te. Uno de los Daimons le había hecho un corte en la mejilla que le dejaría una fea cicatriz. Tenía todo el

cuerpo lleno de heridas y moratones pero, según los especialistas, no era nada grave y se recuperaría

completamente.

Sus hermanas se habían marchado a sus respectivos hogares, siguiendo órdenes de la señora Deve-
reaux, pero ella había preferido quedarse, por si necesitaban algo. Aún con los nervios de punta, miró

hacia la puerta y vio que su padre regresaba con dos tazas de café, una para él y otra para Nick.

–¿Quieres la mía, gatita? –le preguntó a ella, ofreciéndole su taza.

Amanda respondió al ofrecimiento con una sonrisa, hasta que recordó el sueño.

–¿Estás bien? –le dijo el señor Devereaux.

Ella miró a Nick, notando como el corazón comenzaba a latirle más rápido.

–Kyrian tiene problemas.

El Escudero soltó una carcajada antes de tomar un sorbo de café.

–Ha sido un sueño.

–No, Nick. Está en peligro. Lo he visto.

–Tranquilízate, Amanda; lo que pasa es que has tenido un mal día y estás preocupada por Tabitha.

Es comprensible, pero Kyrian nunca se mete en camisas de once varas. Seguro que está bien. Hazme

caso.

–No –insistió ella–, escúchame Nick. Soy la primera en admitir que odio mis poderes, pero en este

momento no me están mintiendo. Puedo percibir el dolor y el miedo que está sufriendo. Tenemos que

encontrarlo.

–No puedes salir, Amanda –le recordó su padre–. ¿Qué pasa si Desiderius te está esperando? ¿Y si

envía a alguien para que te haga daño, como hizo con Tabitha?

Amanda miró los ojos azules de su padre y le sonrió débilmente.

–Papi, tengo que ir. No puedo dejarlo morir.

Nick suspiró.

–Venga, Amanda. No va a morirse.

Ella cogió el abrigo del Escudero y comenzó a hurgar en los bolsillos.

–Entonces dame las llaves de tu coche y voy yo sola.

Nick le quitó las llaves con un gesto juguetón.

–Kyrian pedirá mi cabeza por esto.

–Si lo matan, no podrá hacerlo.

Amanda vio la expresión indecisa del Escudero. Nick dejó la taza en el suelo, cogió el móvil y marcó.

–¿Lo ves? –le dijo ella–, no contesta.

–A esta hora, eso no significa nada. Puede estar en mitad de una pelea.

–O gravemente herido.

Nick sacó la PDA de la funda del cinturón y la encendió. Tras unos segundos de espera, el color

abandonó su rostro.

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–¿Qué pasa?

–Tiene el dispositivo de rastreo apagado.

–¿Y eso qué significa?

–Que no sé dónde está. Ningún Cazador Oscuro desconecta el transmisor; es su salvavidas. –Se pu-
so de pie de un salto y cogió el abrigo–. Muy bien, vámonos.

El señor Devereaux se interpuso entre ellos y la puerta. Era casi tan alto como Nick y estaba prepa-
rado para pelear.

–No vas a llevarte a mi niña ahí afuera, donde pueden hacerle daño. Antes te mato.

Amanda pasó junto al Escudero y le dio un beso a su padre.

–No pasa nada, papi. Sé lo que estoy haciendo.

La mirada del señor Devereaux dejó muy claras las dudas que tenía al respecto.

–Deja que se vayan, Tom –dijo su madre desde la cama–. Esta noche no corre ningún peligro. Su

aura es pura.

–¿Estás segura? –le preguntó su marido.

La señora Devereaux asintió.

Su padre suspiró, sin estar del todo convencido, y miró furioso a Nick.

–Que no le ocurra nada.

–Puede estar tranquilo –le aseguró él–. He dado mi palabra de que la cuidaré a una persona que me

asusta mucho más que usted.

De mala gana, el señor Devereaux dejó que se marcharan.

Amanda salió del hospital a toda prisa y cruzó el estacionamiento hasta llegar junto al Jaguar de

Nick. Una vez en el coche, hizo todo lo que pudo para recordar el lugar donde había visto a Kyrian en el

sueño.

–Estaba en un patio sombrío y pequeño.

Nick resopló.

–Estamos en Nueva Orleáns, chère. Con esa descripción no hacemos nada.

–Ya lo sé. Creo que tenemos que ir al Barrio Francés, pero no estoy segura. Joder, no lo sé. –

Observaba con atención las calles oscuras por las que pasaban–. ¿No hay algún Cazador Oscuro al que

podamos llamar para que nos ayude a encontrarlo? ¿Y si se lo decimos a Talon?

–No. Está ocupado persiguiendo a su objetivo –le contestó, pasándole el móvil–. Pulsa el botón de

rellamada e intenta localizar a Kyrian.

Lo hizo, repetidas veces, pero no hubo respuesta.

Con la inminente llegada del amanecer, Amanda comenzó a desesperarse. Si no lo encontraban

pronto moriría. Completamente aterrorizada, hizo lo que no había hecho nunca: reclinó la cabeza en el

asiento y recurrió de forma intencionada a sus poderes, dejando que la poseyeran por completo. La re-
corrió una terrorífica descarga, inundándola de calor y dejándola temblorosa. Su mente se vio asaltada

por multitud de imágenes, algunas antiguas y otras imprecisas. Justo cuando estaba segura de que así

no conseguiría nada, vio algo con total claridad.

–St. Philip Street –susurró–. Allí está.

Aparcaron en la calle y salieron del coche. No sabía muy bien por dónde buscar, pero guió a Nick por

los callejones traseros, directa a un patio muy oscuro. Rodearon el edificio sin ver nada.

–Joder, Amanda, no está aquí.

Ella apenas lo escuchaba. Haciendo caso a su instinto, rodeó un seto muy alto y se detuvo, paraliza-
da.

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Kyrian estaba colgado en una valla, tan maltrecho que no se sostenía en pie.

–¡Dios mío! –exclamó mientras corría para acercarse a él.

Con mucho cuidado, le alzó la cabeza y jadeó al ver su rostro ensangrentado. Le habían golpeado

tanto que casi no podía abrir los ojos.

–¿Amanda? –susurró él–. ¿De verdad eres tú o estoy soñando?

Ella sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

–Sí, Kyrian. Soy yo.

Nick soltó una maldición al llegar junto a ellos y extendió un brazo para tocar uno de los clavos que

atravesaban el brazo de Kyrian. Apartó la mano, sin llegar a tocarlo, por si el simple roce pudiera hacerle

más daño. Amanda vio la furia en los ojos del Escudero y lo escuchó maldecir otra vez.

–¡Por amor de Dios! Lo han clavado a una tabla.

Amanda sintió nauseas sólo de pensarlo. Nada más ver a Kyrian supo exactamente lo que Desiderius

había hecho: había recreado su ejecución.

–Tenemos que sacarte de aquí –le dijo.

Kyrian tosió, medio ahogándose con su propia sangre.

–No hay tiempo.

–Tiene razón –confirmó Nick–. Amanecerá en cinco minutos, como mucho diez. No podremos llevarlo

a casa antes de que salga el sol.

–Entonces llama a Tate.

–No llegará a tiempo. –Un músculo comenzó a palpitar en la mandíbula del Escudero mientras toca-
ba la mano de Kyrian, de cuyo centro sobresalía un clavo–. No estoy seguro de cómo vamos a poder li-
berarlo aunque Tate llegue a tiempo.

–No pasa nada –dijo Kyrian, con voz cansada. Tragó saliva y miró a Nick a los ojos–. Lleva a Amanda

con Talon y dile que las proteja, a ella y a su hermana.

Nick se alejó corriendo.

Ignorando al Escudero, Amanda se concentró en Kyrian.

–No voy a dejarte morir –insistió con voz chillona y brusca–. Joder, Kyrian. No puedes morir así y

convertirte en una Sombra. No voy a permitirlo.

La ternura con la que la miró le robó el aliento.

–Siento mucho haberte fallado. Ojalá hubiese podido ser el héroe que mereces.

Amanda le tomó el rostro entre las manos y lo obligó a mirarla a los ojos. Le limpió la sangre que le

manchaba los labios y la nariz con manos temblorosas.

–No te atrevas a rendirte, ¿me oyes? Si te mueres, ¿quién dice que Desiderius no acabará también

con Talon? Lucha por mí, Kyrian, ¡por favor!

Kyrian esbozó una sonrisa.

–Está bien, Amanda. Me alegro mucho de que me hayas encontrado. No quería morir solo... otra vez.

Al escuchar sus palabras, Amanda comenzó a llorar y el corazón se le subió a la garganta. ¡No!, gritó

su alma en ese instante.

No podía dejarlo morir. Así no. No después de que la había protegido y la había cuidado. No cuando

se había convertido en algo tan importante para ella.

Su mente no dejaba de imaginarse a su adorado Cazador Oscuro vagando por la tierra, atrapado en-
tre dos mundos. Siempre hambriento. Siempre solo. No podía permitir que sucediera algo así.

Nick regresó con una barra de hierro.

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–¿Qué es eso?

El Escudero la miró, furioso.

–No voy a dejar que muera de esta manera. Voy sacarlo de ahí. –E intentó arrancar el clavo que in-
movilizaba la mano de Kyrian que, nada más rozarlo, se tensó por el dolor.

–¡No! –gritó Amanda.

Nick siguió intentándolo.

–¿Qué coño...?

Antes de que Amanda fuese consciente de lo que hacía, sus poderes comenzaron a agitarse y surgie-
ron en cascada, escapando a su control. Los clavos salieron disparados de los brazos de Kyrian, que ca-
yó sobre ella al perder el punto de apoyo.

–Ayúdame, Nick –jadeó mientras intentaba mantenerse en pie con todo el peso de Kyrian encima.

Nick se había quedado pasmado, pero hizo un esfuerzo por salir del estupor y se acercó para sujetar

a Kyrian. El peso lo hizo tambalearse, aunque consiguió llegar al coche tan rápido como sus piernas se

lo permitieron.

–No nos dará tiempo a llegar a su casa antes de que amanezca –dijo entrecortadamente, jadeando

por el esfuerzo.

–Podemos llevarlo a casa de mi hermana. Vive muy cerca de aquí.

–¿Cuál de ellas?

–Esmeralda. La conociste hace un rato; la del pelo largo y negro.

–¿La Suma Sacerdotisa de Vudú?

–No; la comadrona.

El Escudero llegó a casa de Essie en un tiempo récord; ninguno de los dos habló durante el camino.

Les costó bastante trabajo pero, al final, consiguieron sacar a Kyrian del coche y llevarlo hasta el

porche en el mismo instante en que el sol se alzaba sobre el tejado del edificio situado enfrente de la

casa de Esmeralda.

Amanda golpeó con fuerza la puerta de la casita victoriana de su hermana.

–¿Esmeralda? ¡Date prisa! ¡Abre la puerta!

Vio la sombra de su hermana a través de las cortinas de encaje victoriano un momento antes de que

el pomo de la puerta girara. Amanda la abrió de un empujón y Nick metió a Kyrian en el recibidor sin

perder un segundo.

–Baja las persianas –le ordenó el Escudero a Esmeralda mientras dejaba a Kyrian en el moderno sofá

verde.

–¿Cómo dices? –le preguntó Essie–. ¿Qué está pasando aquí?

–Hazle caso, Essie, y te lo explico todo en un minuto.

Sin demostrar mucho entusiasmo, Esmeralda siguió las órdenes de Nick.

Amanda acarició el rostro de Kyrian.

–Te han dejado hecho un desastre.

–¿Cómo está Tabitha? –le preguntó él con voz débil.

A Amanda le enterneció que demostrara esa preocupación por su hermana, estando tan malherido.

–Voy a llamar a una ambulancia –anunció Esmeralda mientras cogía el teléfono.

Nick se lo quitó.

–No.

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La mirada que le dedicó Essie hubiese hecho retroceder a la mayoría de los hombres, pero Nick se

limitó a contemplarla con una expresión igual de desagradable.

–No pasa nada, Essie –la tranquilizó Amanda–. No podemos llevarlo a un hospital.

–Pero si no lo trasladáis, va a morir.

–No –le aseguró Nick–. No morirá.

Esmeralda alzó una ceja en un gesto de incredulidad.

–No es humano –le explicó Amanda.

Essie la miró con los párpados entornados.

–¿Y qué es, entonces?

–Un vampiro.

La ira desfiguró el rostro de Esmeralda que, en ese momento, se lanzó a por todos ellos, echando

humo por la nariz.

–¿Has traído a un vampiro a mi casa? ¿Después de lo que le ha sucedido a Tabitha? ¡Por el amor de

Dios, Amanda! ¿Es que no tienes sentido común?

–No va a hacerte daño –insistió Amanda.

–Estás como una puta cabra. Voy a llamar a...

Nick se interpuso entre Esmeralda y el teléfono.

–Si intentas marcar cualquier número, arranco el teléfono de la pared.

–Tío –lo increpó Essie a modo de advertencia–, ni creas qu...

–¡Ya basta! –gritó Amanda–. Kyrian nos necesita, Esmeralda, y, como tu hermana pequeña, te supli-
co que nos ayudes.

–Pero...

–Essie, por favor...

Amanda observó la indecisión en el rostro de su hermana y supo que se debatía entre la negativa a

ayudar a un no-muerto y la imposibilidad de dar la espalda a su hermana.

–Por favor, Es; nunca en la vida te he pedido un favor.

–Eso no es cierto. Me pediste prestado mi jersey favorito cuando estábamos en el instituto, para po-
nértelo el día que Bobby Daniels jugaba aquel partido.

–¡Es!

–De acuerdo –se rindió–, pero si muerde a alguno de los habitantes de esta casa, le clavo una esta-

Kyrian permaneció inmóvil mientras Esmeralda y Amanda lo despojaban de las ensangrentadas ro-
pas. Era tal la agonía que estaba padeciendo que apenas podía respirar. Le resultaba imposible dejar de

ver el momento en que los Daimons lo habían atacado y ansiaba desquitarse exigiendo su sangre.

«Dejemos que el sol acabe con él», seguía diciendo la voz de Desiderius en sus oídos. Ese cabrón iba

a pagarlo con creces. Ya se encargaría él...

Amanda sintió el corazón en un puño al ver las heridas del cuerpo de Kyrian. Tenía los brazos y las

manos agujeradas a causa de los enormes clavos. Nunca había odiado a nadie, pero en ese momento

odiaba a Desiderius con tanta intensidad que, si lo tuviese delante, lo destrozaría tan sólo con las ma-
nos.

Se apartó de Kyrian un minuto para llamar a sus padres y preguntar por el estado de Tabitha. Mien-
tras tanto, Essie siguió vendándole las heridas y Nick continuó paseándose, nervioso, de un lado a otro

de la habitación.

–¿Qué quieres que haga con Desiderius? –le preguntó el Escudero a Kyrian.

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–Que te mantengas alejado de él.

–Pero, mírate...

–Soy inmortal; sobreviviré. Tú no lo harías.

–Sí, claro. Si hubiésemos llegado tres minutos más tarde tú tampoco habrías sobrevivido.

–Nick –lo advirtió Amanda–; tu actitud no nos está ayudando en nada. Kyrian necesita descansar.

–Lo siento –se disculpó, inquieto, pasándose la mano por el pelo alborotado–. Suelo atacar cuando

estoy preocupado; es un mecanismo de defensa.

–No importa, Nick –lo tranquilizó Kyrian–. Vete a casa y duerme un rato.

El Escudero asintió con una expresión tensa. Antes de marcharse, miró a Amanda.

–Llámame si necesitas cualquier cosa.

–De acuerdo.

Esmeralda acabó de atender a Kyrian justo cuando Nick salía por la puerta.

–Debe dolerte mucho. ¿Qué te ha sucedido exactamente?

–He sido un imbécil.

–Muy bien, Imbécil –continuó Esmeralda, con brusquedad–, vamos a tener que entablillar esas pier-
nas y aquí no tengo lo necesario.

–¿Puedo usar el teléfono? –le preguntó Kyrian.

Esmeralda se lo acercó, mirándolo con el ceño fruncido.

Mientras marcaba, Amanda continuó limpiándole la sangre del rostro.

–¿Cómo puedes actuar con tanta normalidad? –le preguntó–. Debes estar sufriendo una agonía.

–Los romanos me torturaron durante un mes, Amanda. Créeme, esto no es nada.

Aún así, ella sufría por él. ¿Cómo era capaz de soportar todo ese dolor?

No pudo evitar escuchar la conversación de Kyrian con la persona a la que había llamado.

–Sí, lo sé. Nos vemos dentro de un rato.

Cuando terminó de hablar, Amanda cogió el teléfono para dejarlo en su sitio y Kyrian cerró los ojos

para descansar, mientras Esmeralda se llevaba a su hermana a la cocina.

–Quiero una explicación. Ahora. ¿Por qué hay un vampiro herido en mi sofá?

–Me salvó la vida. Sólo le estoy devolviendo el favor.

Essie le lanzó una furiosa mirada.

–¿Te has parado a pensar lo que haría Tabitha si lo descubriera?

–Lo sé, pero no podía dejar que muriera. Es un buen hombre, Es.

Esmeralda abrió la boca, totalmente pálida.

–No, Amanda. Esa cara no.

–¿Qué cara?

–Esa mirada emocionada que pones cuando ves a Brendan Fraser en la pantalla.

–¿Cómo dices? –preguntó Amanda, ofendida.

–Estás loca por él.

Amanda sintió que se sonrojaba.

–¡Mandy! ¿Por qué no usas el cerebro?

Ella evitó la mirada inquisitiva de su hermana volviendo la vista hacia el sofá donde yacía Kyrian.

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–Mira, Essie; no soy una estúpida, ni tampoco soy una niña. Sé que nunca podrá haber nada entre

nosotros.

–¿Pero...?

–¿Qué quieres decir con «pero...»?

–Me da la sensación de que hay un pero... al final de esa frase.

–Pues no lo hay –le contestó, empujándola ligeramente hacia las escaleras–. Y ahora, vuelve a la

cama y duerme un poco.

–Sí, claro. ¿Vas a asegurarte que el señor Vampiro no nos utiliza de aperitivo mientras duermo?

–No bebe sangre.

–¿Y cómo lo sabes?

–Porque me lo ha dicho él.

Essie cruzó los brazos delante del pecho y la miró, ofendida.

–¡Ah, claro! Y nosotras nos lo creemos a pies juntillas, ¿no?

–¿Puedes dejarlo ya, Essie?

–Venga, Mandy –la increpó, señalando con la mano hacia el sofá–. Ese hombre es un asesino.

–No lo conoces.

–Tampoco conozco a ningún caimán y estoy segura de que no dejaría entrar a ninguno en mi casa.

¡Joder, Amanda! No puedes domesticar a un animal salvaje.

–No es un animal salvaje.

–¿Estás segura?

–Sí.

Pero Essie seguía mostrándose escéptica; los ojos la delataban.

–Ya puedes estar en lo cierto, mocosa, o vamos a acabar todos bien jodidos.

Horas después, mientras Essie se vestía para ir a trabajar, Amanda preparó a Kyrian un ligero desa-
yuno.

–Te agradezco la intención, pero no tengo hambre –lo rechazó él amablemente.

Ella dejó el plato sobre la mesita y deslizó un dedo, con mucho cuidado, sobre el vendaje que le cu-
bría el brazo; había seguido sangrando y las gasas estaban manchadas.

–Ojalá me hubieses hecho caso y te hubieses quedado en casa.

–No puedo hacer eso, Amanda. He hecho un juramento y tengo obligaciones.

Su trabajo. Eso era todo lo que le importaba y ella comenzaba a preguntarse si la protegía porque su

preocupación era genuina o como parte de su deber como Cazador Oscuro.

–Pero me dijiste que confiabas en mis poderes y cuando te dije que...

–Amanda, por favor. No tenía otra opción.

Ella asintió.

–Espero que lo mates.

–Lo haré.

Amanda le cogió la mano y le dio un apretón.

–No pareces tan seguro como antes.

–Eso es porque he pasado la noche clavado a una tabla y esta mañana no estoy en mi mejor mo-
mento.

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–No tiene gracia.

–Ya lo sé –contestó él–. Es que me molesta que supiese exactamente dónde golpear para hacer más

daño. Directo a...

Ella esperó unos minutos para que continuara, pero Kyrian permaneció en silencio.

–¿Directo a dónde? –lo instó ella.

–A ningún sitio.

–Kyrian, cuéntamelo. Quiero saber cómo consiguió hacerte esto.

–No quiero hablar de eso.

Antes de que pudiera presionarlo más, alguien llamó a la puerta.

–Por favor –le dijo en voz baja–, deja entrar a D’Alerian.

–¿El Guardián de los Sueños?

Kyrian asintió.

Muerta de curiosidad, se levantó para abrir la puerta principal y, al hacerlo, retrocedió unos pasos. El

hombre que estaba en el porche no se parecía en nada a como lo había imaginado. Mucho más alto que

ella, el Guardián de los Sueños tenía el pelo negro como la noche y unos ojos tan pálidos que parecían

resplandecer con luz propia. Vestido por completo de color negro, como si fuese un Cazador Oscuro, lo

habría devorado con la mirada de no ser por la extraña tendencia que tenían sus ojos a apartarse de él.

Era muy raro. Muy curioso. Tenía que esforzarse para mirarlo, ya que sus ojos lo evitaban en contra de

su voluntad, y eso que cualquier mujer ardería de deseo y se quedaría boquiabierta de la impresión con

sólo echarle un vistazo.

Sin pronunciar una sola palabra, el hombre pasó junto a ella y se acercó a Kyrian. La puerta se le es-
capó de la mano y se cerró con un sonoro portazo, impidiendo la entrada a la luz del sol.

D’Alerian se movía con elegancia y agilidad. Al acercarse al sofá, se quitó la chaqueta de cuero y se

alzó las mangas de la camisa negra.

–¿Desde cuándo llamas a las puertas? –le preguntó Kyrian.

–Desde que me preocupo por no asustar a los humanos. –El Guardián de los Sueños observó el

cuerpo de Kyrian de la cabeza a los pies–. Estás hecho un desastre.

–Todo el mundo se empeña en decirme lo mismo.

No había rastro de humor en la expresión de D’Alerian. Ni de cualquier otra emoción. Parecía mucho

más sereno e imperturbable que Talon; como si no tuviese sentimientos.

El Guardián de los Sueños alzó una mano y uno de los sillones se movió hasta quedar justo al lado

del sofá. Sin prestar atención a Amanda, colocó la mano sobre el hombro de Kyrian.

–Duerme, Cazador Oscuro. –Y, antes de que acabara de hablar, Kyrian ya estaba profundamente

dormido.

Amanda observó la escena. D’Alerian no movió la mano que tocaba a Kyrian; tenía los ojos cerrados.

Y, en ese preciso momento, su expresión cambió y su rostro adoptó la rigidez de aquél que está siendo

sometido a una intensa agonía. De hecho, estaba reflejando todo el dolor que Kyrian debía haber sufri-
do.

Tras unos minutos, apartó la mano y se reclinó en el sillón, respirando laboriosamente. Se cubrió la

cara con las manos, como si con ese gesto pudiese alejar la pesadilla. Cuando la miró, la intensidad de

sus ojos hizo que Amanda diera un respingo.

–Nunca, en toda la eternidad, había contemplado algo así –le susurró con voz ronca.

–¿El qué?

Suspirando entrecortadamente, D’Alerian continuó.

–¿Quieres saber cómo logró capturarlo Desiderius?

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Ella asintió.

–A través de sus recuerdos. Jamás he experimentado tanto dolor en otra persona. Cuando esos re-
cuerdos lo inundan, Kyrian se queda indefenso y es incapaz de actuar con cordura.

–¿Qué puedo hacer?

–Nada; a no ser que se te ocurra el modo de erradicar esos recuerdos. Si continúan torturándolo de

este modo, está perdido. –Antes de seguir hablando, miró a Kyrian–. Dormirá hasta que caiga la noche;

no lo molestes. Cuando se despierte, podrá volver a andar, pero aún estará débil. Intenta que no vaya

tras Desiderius durante un par de días. Hablaré con Artemisa y veremos qué se puede hacer.

–Gracias.

D’Alerian le respondió con un leve gesto y desapareció con un destello de luz dorada. Unos segundos

después, su chaqueta también se evaporó.

Amanda se sentó en el sillón que el Guardián de los Sueños acababa de dejar libre y, mirando al te-
cho, lanzó una carcajada. Estaba histérica. Lo único que siempre había deseado era una vida normal. Y

ahora tenía un vampiro por amante y un Guardián de los Sueños –concepto que aún no estaba muy se-
gura de entender–, apareciendo y desapareciendo como por arte de magia de la casa de su hermana,

mientras otro vampiro estaba intentando matarlos a todos.

La vida era una ironía.

Ladeó la cabeza y observó a Kyrian. Se le había normalizado la respiración y el ceño de dolor que le

arrugaba la frente había desaparecido. Las heridas seguían siendo espantosas, pero algunas de ellas ya

empezaban a curarse.

¿Qué le habría hecho Desiderius?

Kyrian despertó y vio que la luz de la luna entraba por las ventanas abiertas del salón. No recordó

dónde estaba hasta que intentó moverse y el dolor lo atravesó. Apretó los dientes y se incorporó lenta-
mente para sentarse. En ese momento, vio a Esmeralda delante de él, con una enorme cruz en una

mano y una ristra de ajos colgada del cuello.

–Tío, no se te ocurra moverte de ahí. Y no intentes el truco de controlar mi mente.

A pesar del dolor, Kyrian soltó una carcajada.

–¿Sabes una cosa? Ni las cruces ni los ajos tienen efecto alguno sobre nosotros.

–Sí, claro –le contestó ella, acercándose un poco más a él–. ¿Dirías lo mismo si te toco con ella?

Cuando estuvo lo bastante cerca, Kyrian extendió un brazo y le quitó la cruz.

–¡Ay, ay, ay! –gritó, fingiendo estar dolorido y acercándosela hasta el pecho–. En serio –le dijo, dán-
dosela de nuevo–, no tiene ningún efecto. Y en cuanto al ajo, si a ti no te molesta el olor, a mí tampoco.

Esmeralda se quitó la ristra de ajos.

–Entonces, ¿a qué eres vulnerable?

–A ti te lo voy a decir...

Essie ladeó la cabeza.

–Mandy tiene razón; eres exasperante.

–Deberías haber tenido una charla con mi padre antes de que me lo comiera.

Esmeralda palideció y retrocedió un par de pasos.

–Está tomándote el pelo, Es. No se ha comido a su padre.

Él se dio la vuelta y vio a Amanda de pie, en el hueco de la puerta que había a sus espaldas.

–¿Estás completamente segura de eso?

Ella sonrió.

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–Sí, completamente. Y supongo que debes sentirte mejor, si tienes ganas de bromear. –Se acercó y

apartó las vendas que le cubrían los brazos para ver las heridas–. ¡Dios Santo! Están prácticamente cu-
radas.

Kyrian asintió, cogió una de las camisas que Nick había dejado allí esa misma tarde mientras él des-
cansaba, y se la puso, al tiempo que les explicaba lo de las heridas.

–Gracias a D’Alerian, en un par de horas más habrán desaparecido por completo.

Amanda lo observó mientras se levantaba del sofá. El único indicio de que aún no estaba en forma

era la lentitud de sus movimientos.

–¿No crees que deberías seguir acostado?

–Necesito moverme para aliviar la rigidez. –Mientras pasaba a su lado, murmuró de forma casi inau-
dible–: Al menos, parte de ella.

Amanda lo ayudó a llegar hasta la cocina.

–Essie, ¿quedan espaguetis?

–¿Es que come espaguetis?

Amanda alzó la cabeza para mirarlo.

–¿Los comes?

Él miró a Esmeralda de forma amenazadora.

–No resulta tan satisfactorio como chupar el cuello de un par de italianas, pero no están mal.

Amanda soltó una carcajada al ver la expresión espantada de su hermana.

–No le tomes más el pelo o te clavará una estaca mientras duermes.

Kyrian se sentó y la miró de arriba abajo con los ojos cargados de deseo.

–A mí sí que me gustaría clavártela mientras estás despierta.

Ella sonrió al escuchar la indirecta mientras le servía el plato de espaguetis.

–Me alegra muchísimo ver que tienes ganas de bromear. Pasé mucho miedo esta mañana; pensé

que iba a perderte a pesar de haberte encontrado.

–¿Cómo está Tabitha?

–Muy bien. Ya le habrán dado el alta.

–Me alegro.

Amanda se dio cuenta de que estaba muy preocupado; tenía una expresión extraña.

–¿Qué te pasa? –le preguntó mientras colocaba el plato en el microondas.

–Desiderius está ahí fuera y volverá a matar de nuevo. No puedo quedarme aquí acostado y esper...

Amanda le tapó la boca con la mano, impidiendo de este modo que siguiera hablando.

–¿Y qué conseguirás dejándote matar?

–Ayudar a Nick, ya que heredará todos mis bienes.

–No tiene gracia.

–Siempre me dices lo mismo.

Ella sonrió débilmente.

–Antes de que vuelvas a salir en busca de Desiderius, tenemos que trazar un plan. En estos momen-
tos te da por muerto, así que contamos con el factor sorpresa.

–¿Contamos?

–No voy a dejar que vuelvas a luchar solo con él. Nos está amenazando a mi familia y a mí y no

pienso quedarme en la retaguardia esperando a que vuelva a atacar.

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Él alargó un brazo y le acarició la cara.

–No quiero que te haga daño.

–Entonces enséñame lo necesario para que pueda ayudarte a darle una buena patada en el culo.

Kyrian sonrió al escucharla.

–Hace dos mil años que lucho solo.

–Bueno, nunca se es lo demasiado viejo para aprender.

Kyrian resopló.

–No puedes enseñarle nuevos trucos a un perro viejo.

–Borrón y cuenta nueva.

–El tiempo es oro.

–Dios ayuda a los que se ayudan.

Él soltó una carcajada.

–No vas a dejarme ganar, ¿verdad?

–No. Voy a acabar de prepararte la comida y después te contaré todo lo que he averiguado mientras

dormías.

Kyrian observó cómo echaba queso sobre la pasta. Nunca había conocido a una mujer como ella.

Después de que Desiderius lo abandonara para que el sol acabara con él, había cerrado los ojos para re-
cordar la imagen de Amanda en su cama y la sensación de tenerla entre sus brazos.

Pensar en ella lo había reconfortado de un modo que no se merecía.

¿Y si fallo de nuevo y no mato a Desiderius?

La idea lo horrorizaba. Ella se quedaría sola. Cerró los ojos y la vio en una cama del hospital, como

Tabitha. O aún peor.

No. Ella tenía razón. Necesitaba enseñarle unas cuantas cosas para que pudiera defenderse. Deside-
rius era demasiado peligroso. Demasiado ladino. Era un cabrón y no se había tirado un farol cuando

afirmó saber dónde atacar.

–¿Kyrian?

Él levantó la vista para mirarla.

Mientras pensaba, Amanda había servido la pasta y la había colocado en la mesa, junto con un plato

de ensalada; se acercó a él y le puso la mano en la frente.

–No le des más vueltas.

–¿A qué?

–A lo de Desiderius. Estabas tan concentrado que casi podía escuchar tus pensamientos.

En ese momento, Esmeralda se asomó a la cocina.

–Cara está de parto y tengo que marcharme. ¿Estás segura de que quieres quedarte sola con él?

–Claro que sí, Essie. Vete; fuera de aquí; ¡largo!

–Muy bien, pero te llamo luego.

Amanda le contestó con un gruñido y miró a Kyrian.

–¿Has intentando alguna vez vivir con nueve madres?

–La verdad es que no.

Una vez que acabó de comer y llamó a Nick, Amanda lo acompañó al aseo del segundo piso, para

ayudarlo a darse un baño.

Kyrian permaneció totalmente inmóvil mientras ella le desabrochaba la camisa, se la quitaba y hacía

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lo propio con los pantalones. Su miembro se endureció con el roce de sus dedos.

–En realidad, hace siglos que no tomo un baño de verdad. Siempre me ducho.

–Bueno, bañarse es mucho más divertido... te lo prometo. –Poniéndose de puntillas le dio un ligero

beso en los labios.

Kyrian se dejó llevar y se metió en la bañera, siguiendo sus órdenes. La sensación del agua caliente

deslizándose sobre su piel, mientras ella echaba jabón en la manopla, era maravillosa. No pudo evitar

trazar el contorno del mentón de Amanda con un dedo.

Ella se quitó la ropa y se metió con él en la bañera. La rodeó con los brazos pero, en cuanto Amanda

comenzó a moverse sobre su cuerpo, los viejos recuerdos se apoderaron de él. Al instante, volvió a estar

en su antiguo hogar y era Theone la que lo bañaba; era su mirada distante la que veía.

Amanda notó que se quedaba rígido.

–¿Te he hecho daño?

–Apártate, déjame salir –le dijo, haciéndola a un lado.

Algo iba mal. Algo malo le estaba sucediendo.

–¿Kyrian?

Estaba evitando mirarla a los ojos y, súbitamente, recordó lo que D’Alerian le dijo. Decidida a librarlo

de sus demonios, lo cogió firmemente por el rostro y lo obligó a mirarla.

–Kyrian; no soy Theone y jamás te traicionaré.

–Déjame...

–¡Mírame! –insistió–. Mírame a los ojos.

Y él lo hizo.

–Te he preparado la comida y no te he drogado. Jamás te haría daño. Jamás.

Kyrian frunció el ceño.

Ella se deslizó sobre él, inclinándose aún más sobre su cuerpo.

–Ámame, Kyrian –lo instó, cogiéndole las manos y colocándolas sobre sus pechos–. Déjame borrar

esos recuerdos.

Kyrian no sabía si eso era posible, pero al sentirla allí desnuda, con su piel húmeda y su cálido alien-
to, comprendió que no quería alejarse de ella. Había estado mucho tiempo privado del consuelo de una

mujer, de la ternura de sus caricias. Amanda volvió a moverse sobre él, acercándose a su rostro y eso le

hizo perder el hilo de sus pensamientos.

–Confía en mí, Kyrian –le susurró al oído, justo antes de trazar con la lengua los sensibles pliegues

de la oreja.

Kyrian creyó arder.

–Amanda –jadeó; el nombre salió de sus magullados labios a modo de oración. Ella era su salvación.

Había intentado con todas sus fuerzas liberarse del pasado, hacerlo desaparecer, pero no lo había

logrado; estaba allí, bajo la superficie, esperando el momento más inesperado para abalanzarse sobre

él.

Pero no iba a permitir que estropeara ese instante. No con Amanda en sus brazos.

Ella percibió cómo caía el velo que ocultaba sus emociones. Por primera vez, vio en sus ojos el alma

de ese hombre que no tenía alma. Y mucho más, vio la pasión y el anhelo. La necesidad de poseerla.

Sonriendo, se inclinó para besarlo con mucha ternura, temerosa de hacerle aún más daño. Para su

sorpresa, él tomó las riendas del beso y lo profundizó, abrazándola con tanta fuerza que comenzaba a

costarle trabajo respirar. La lengua de Kyrian se enredaba con la suya, avivando su deseo. Introdujo la

mano entre ambos y descendió hasta tomar su verga en la mano. La acercó hasta la entrada de su

cuerpo y comenzó a introducírsela centímetro a centímetro, muy despacio, hasta que la sintió dentro en

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toda su longitud y, entonces, comenzó a moverse lenta y suavemente sobre él, por temor a hacerle da-

ño.

Él echó la cabeza hacia atrás y contempló la expresión satisfecha de Amanda mientras lo acariciaba

con todo su cuerpo. Alargó un brazo y la sujetó por la barbilla.

–Eres mucho más de lo que me merezco.

Ella le contestó besándolo con ferocidad, mordisqueándole los labios. ¡Dios Santo! Ese hombre sí que

sabía besar. Le pasó la lengua por los colmillos mientras aumentaba el ritmo de sus movimientos y él

gimió en su boca, haciendo que todo su cuerpo vibrara.

Kyrian alzó las manos y le sujetó la cabeza para profundizar aún más el beso. Abrumada por todas

las emociones que la asaltaban, Amanda se corrió en sus brazos y él siguió besándola con más intensi-
dad.

–Eso es, Amanda –murmuró, cogiéndole un pecho y pellizcándole un pezón con suavidad–. Córrete

por los dos.

Ella abrió los ojos y vio el deseo voraz en esos abismos negros.

–Pero no es justo.

Él sonrió.

–No me importa, de verdad. Con estar dentro de ti es suficiente.

Ella no se dejó engañar, pero lo ayudó a salir de la bañera y lo secó con una toalla. Lo acompañó

hasta la cama de la habitación de invitados y cerró las ventanas, asegurándose de que no quedara ni un

resquicio por donde pudiera pasar la luz del sol. Se quedó allí un rato, observándolo mientras dormía. Su

maltrecho cuerpo se curaba a ojos vista. Si pudiese curar su corazón con la misma facilidad...

¡Maldita fuese su esposa por la crueldad con que lo había tratado!

En ese momento, escuchó que alguien llamaba a la puerta. Echándole un último vistazo a Kyrian, sa-
lió de la habitación sin hacer ruido y bajó para abrir la puerta. Era Nick, con una maleta pequeña.

–Pensé que necesitaría ropa y algunas cosas más.

Amanda lo dejó pasar, sonriendo ante la preocupación que demostraba el Escudero.

–Gracias; estoy segura de que Kyrian apreciará el gesto.

Nick dejó la maleta junto al sofá.

–¿Dónde está?

–Arriba, durmiendo; espero.

–Escúchame –le dijo él con brusquedad–. Talon va con Tabitha de regreso a casa de tu madre para

asegurarse de que llega sana y salva. He puesto a un par de escuderos tras Esmeralda y el resto de tu

familia. Ahora que Desiderius da por muerto a Kyrian, no sabemos qué va a hacer ni a quién va a ata-
car. Dile a toda tu familia que tenga los ojos bien abiertos.

Kyrian los escuchaba desde la cama. Percibía el miedo en la voz de Amanda; la ansiedad. Y sabía

cuál era el modo de que todos sus temores se desvanecieran. Si Desiderius se enteraba de que estaba

vivo, iría tras él y dejaría en paz a Amanda y a sus hermanas. Él era el primer objetivo en la lista del

Daimon. El resto, meros aperitivos.

Dolorido, salió de la cama muy lentamente y se vistió.

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