Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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martes, 27 de julio de 2010

Por y paRa siempRe * CapítuLo 26

Cuando Edward estacionó el coche enfrente de mi casa, salí del auto sin decirle nada, corrí hacía la puerta de la entrada, subí las escaleras que llevaban a mi dormitorio, de dos en dos, y me tiré en la cama, dejando que las lagrimas me mojaran la cara.

-Bella, estas bien?- me preguntó Esme mientras dejaba las bolsas de la compra en el suelo y se arrodillaba a mi lado acariciando mi rostro húmedo con su suave y cálida mano.

Cerré los ojos, y negué con la cabeza. Se, que a pesar del reciente desmayo, del malestar.. no estoy enferma. Al menos de la forma que ella creía. Era algo mas complicado, y que no se curaba con tanta facilidad.

-A veces.. a veces las cosas que pasan, caen sobre mi sin compasión, y aun así, las cosas no mejoran con el tiempo

Me faltaba el aire, por culpa de los sollozos, y los ojos se me llenaban de lagrimas una vez mas.

-No estoy segura que vaya a mejorar nunca- me dijo Esme-Creo que tendrás que aprender a vivir con esa sensación de vació.

Sonrió, y me limpio las lagrimas con sus manos.

Cuando Esme se tumbó a mi lado no me aparte, como había echo muchas veces, solo cerré los ojos, y me permití sentir su dolor y el mio. Nos quedamos ahí, llorando, charlando y compartiendo cosas, como hubiéramos tenido que hacer hacía mucho tiempo. Si yo le hubiera dejado. Si no lo hubiera apartado de mi vida.

Cuando Esme se levanto para ir a hacer la cena, rebusco en las bolsas de la compra y me dijo:

-Mira lo que encontrado en el maletero de mi coche. Te la tomé prestada hace un montón, justo después que te mudaras aquí. No recordaba que la tenía todavía.

Me arrojo una sudadera con capucha de color melocotón.

La misma que no me acordaba que tenía.

La misma que no me puse desde la primera semana de instituto.

La misma que llevaba puesta en la foto que tenía Edward encima de la mesa, aunque por aquel entonces, ni siquiera nos conocíamos.

···································

Al día siguiente en el instituto, lleve el coche mas lejos de Edward, y de ese estúpido sitio que siempre reserva para mi, y aparque en la otra punta del aparcamiento.

-Se puede saber que estas haciendo?- se quejo Alice- Has dejado atrás el sitio! Mira ahora todo lo que tendremos que caminar!

Cerré la puerta del coche con fuerza, y atravesé el estacionamiento a toda prisa. Sin prestar atención a Edward, que me estaba esperando apoyado en su flamante Volvo.

-Hola? Tío guapo a las tres en punto; lo has dejado atrás! Que te pasa?- preguntó Alice cogiéndome del brazo y mirándome a los ojos- Os habéis peleado?

Yo solo negué con la cabeza.

-No pasa nada- le respondí mientras me dirigía hacía el edificio.

·····································

Aunque la última vez que me fije Edward andaba detrás de mi, cuando entre en la clase, él ya estaba sentado en su sitio. Me subí la capucha de mi sudadera, y encendí el mp3, en un intento de ignorarlo mientras la profesora Angela pasaba lista.

-Bella..-susurro Edward- Bella, se que estas enfadada, pero dejame explicarte. Bella, por favor..-suplicó

Sin embargo, me limite a actuar como si él no estuviera ahí.

-Esta bien. Pero recuerda que así lo has querido- dijo suspirando Edward

Y al instante, se escuchó un terrible “PUM” en toda clase, cuando diecisiete cabezas cayeron sobre las mesas.

Las cabezas de todos, menos la de Edward y la mía.

-Esto es lo que quería evitar.

-Que has echo?- le dije mientras observaba los cuerpos inconscientes; una idea terrible se empezó a formar en mi cabeza- Los has matado! Los has matado a todos!

-Venga Bella, por quien me has tomado? Por supuesto que no los he matado. Están.. echándose una cabezadita, solo eso.

Me deslice hasta el extremo de mi silla, con los ojos clavados en la puerta, planeando mi huida.

-Puedes intentarlo, pero no llegaras muy lejos. Ya has visto que he llegado a clase antes que tú, y eso que me llevabas ventaja.

-Puedes leerme la mente?- susurre

-Normalmente, si. Bueno, casi siempre.

-Desde cuando?

-Desde la primera vez que te vi.

-Y cuando fue eso?- insistí con voz débil al recordar la foto de su mesa. Me preguntaba cuando tiempo me llevaba siguiendo.

-No te estoy siguiendo. Al menos de la forma que tú crees.

-Y porque debería creerte?

-Porque nunca te he mentido

-Ahora me estas mintiendo!

-Nunca te he mentido en nada importante.

-De verdad? Me hiciste esa foto mucho antes que te apuntaras en este instituto. Que puesto ocupa eso en tu lista de cosas importantes que hay que compartir en una relación.

-Y que puesto ocupa en la tuya que puedas leer mentes, al igual que yo, y que también puedas saber de las emociones de los demás?

-Cállate. No sabes nada de mi.

Me puse de pie con las rodillas temblorosas y el corazón a ritmo nada normal antes de mirar a todos mis compañeros de clase inconscientes. Jessica tenía la boca abierta. Mike roncaba tan alto que su cuerpo temblaba, y la profesora Angela parecía muy tranquila.

-Esto pasa en todo el instituto o solo en esta clase?

-Supongo que en todo el instituto.

Sin decir nada mas salí del aula, y corriendo como nunca antes lo había echo, atravesé el pasillo y el patio. Corrí por el aparcamiento, hasta llegar a mi Mini, pero Edward ya me estaba esperando ahí, con las mochila colgada en uno de sus hombros.

-Ya te lo había dicho.

Me quedé frente a él. Todos los momentos olvidados aparecieron de nuevo en mi memoria. Su rostro, con los labios llenos de sangre, Rosalie forcejeando en esa habitación.. Sabía que Edward había echo algo para que no pudiera recordar. Y aunque sabía que no podría contra él, no me rendiría sin luchar.

-Bella! Crees que todo lo que he echo es para poder matarte?- me dijo con los ojos llenos de angustia.

-No es eso lo que pretendes? Rosalie cree que lo que le pasó fue solo un sueño provocado por la fiebre. Soy la única que se lo que pasó de verdad. La única que sabe que es lo que hiciste. Lo que no entiendo es porque no nos mataste a las dos cuando tuviste la oportunidad. Porque te molestaste en borrarme la memoria y en mantenerme con vida?

-Yo nunca te haría daño- sus ojos estaban cargados de dolor- Lo malinterpretaste todo. Yo trataba de salvar a Rosalie, no de hacerle daño. Pero tú no quisiste escucharme.

-Entonces.. porque parecía que Rose estaba a punto de morir?

-Porque estaba a punto de morir. Tenía algo en su sangre.. que la estaba matando. Cuando nos viste yo acababa de succionarle el “veneno”.

-Sé lo que vi.

-Sé lo que parece. Y también sé que no me crees. Pero yo quería explicarme, y tú no me dejaste, así que hice todo esto para llamar tu atención. Porque Bella, de verdad, lo interpretaste todo mal.

No me creí ni una sola palabra. Ha tenido muchos años, quizás siglos para perfeccionar ese monólogo; como resultado, una actuación impresionante. Pero seguía siendo una actuación. Y aunque no creía lo que estaba a punto de decir, solo encontraba una posible explicación para lo que había pasado, aunque resultase muy extraña.

-Lo único que quiero es que te vayas de vuelta a tu ataúd, o con tu gente, o donde quisiera que fuera que estabas antes de llegar aquí y.. dejame en paz!

-No soy un vampiro, Bella. Bueno.. no del todo O al menos lo que tú piensas.

-Vaya, de verdad?

Lo mire a los ojos, convencida que lo único que me hacía falta para terminar con todo aquello era un rosario, unos ajos y una estaca de madera.

-No seas ridícula. Los vampiros no existen.

-Sé lo que vi- le repetí, recordando aquella tarde..

Me limite a quedarme de pie, sin respirar apenas. No comprendía nada. Demasiado para mi.
Pero cuando Edward intento coger mi mano, mi instinto hizo que me apartara.

-No soy un vampiro, Bella. Soy un inmortal.

-Vampiro, inmortal, da igual.

-La verdad, es que hay una gran diferencia. Los vampiros son criaturas de ficción, que solo existen en los libros, las películas.. Y yo soy un inmortal. Lo que quiere decir que llevo siglos vagando por este mundo. Aunque, mi inmortalidad, no depende de chupar sangre ni hacer sacrificios con los humanos, como te estas imaginando.

Recordé el extraño líquido de color rojo, ese que siempre estaba bebiendo. Y me pregunte si eso tenía algo que ver con su vida inmortal. Como si fuera un zumo que otorgaba la inmortalidad.

-Un zumo inmortal.. Eso es bueno. Imagina las posibilidades comerciales. Bella por favor, no tienes porque tenerme miedo, no soy peligroso, y jamás haría algo que pudiera lastimarte. Solo
soy un chico que ha vivido muchos tiempo. Puede que incluso demasiados. Pero eso no quiere decir que sea mala persona. Solo una persona inmortal. Y me temo..

-Mientes! Estos es de locos! Tú estas loco!

-Recuerdas la primera vez que me viste? Recuerdas que en el mismo momento que tus ojos se posaron en los míos sentiste algo familiar? Recuerdas que cuando abriste los ojos estuviste a punto de recordar, a punto de recuperar tu memoria antes que se evaporase?

-No!

-Fui yo quien te encontró aquel día del accidente en el bosque. Yo fui quien te trajo de vuelta!
Los ojos que mirabas durante.. tu vuelta.. eran los míos. Bella, yo estaba ahí. Junto a tu lado. Te salvé. Se que lo recuerdas. Está en tus pensamientos.

-No! Para de una vez!

-Bella.. es la verdad. No tienes porque tenerme miedo.

-No tenías derecho a acercarte a mi! Es culpa tuya que sea un bicho raro! Es culpa tuya que este atrapada en esta horrible vida! Porque no me dejaste morir?- le dije gritando e intentando controlar los sollozos.

-No podía soportar perderte de nuevo. Esta vez no. Otra vez no.

No entendía lo que quería decir con eso, pero me daba igual, no quería escuchar mas, no podía soportarlo, dolía. Solo quería que todo terminase.

-Bella.. por favor no pienses eso.

-Así que a mi me trajiste de vuelta porque si, y a mi familia la dejaste que se muriera, no? Porque? Si eso es verdad, si puedes devolver a la vida a los muertos, porque solo me salvaste a mi?

-No soy tan poderoso como tú crees. Y además.. ya era demasiado tarde para ellos, ya habían seguido adelante. Pero tú.. tú te demoraste, no cruzaste el puente. Creí que querías vivir.

-Largate! No quiero verte nunca mas!- le dije mientras me arrancaba la pulsera que me compró y la arrojaba al suelo.

-Bella, no digas eso si no lo dices en serio- me dijo con voz suplicante.

-Has dicho que nuca me harías daño, y mirame. Me has destrozado la vida, y para que? Para que tuviera que estar sola? Para que fuera un bicho raro el resto de mi vida? Te odio.. por lo que me has echo.. odio en lo que me he convertido.. no quiero verte nunca mas!- le dije con toda la rabia que sentía dentro, todo lo que me había guardado, todo, había salido, todo el dolor..

Cuando levante la mirada del suelo, me di cuenta que estaba rodeada de tulipanes. Miles de tulipanes, todos rojos. Los suaves pétalos brillan bajo el sol de la mañana; llenaban el aparcamiento, y cubrían todos los coches.

Me di cuenta que la persona que me los había enviado, se había marchado.

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Hola mis dulces lectores!!
Pues ya veis, aquí teneis una nueva entrega de este fic, espero que me dejes comentarios, ya sabeis que son muy importantes.
también espero haber resuelto alguna de vustras dudas o preguntas, ya que en este capítulo se aclaran muxas cosas, pero no todas. No os lo voy a dar todo de un solo golpe, no? xDxD
Bueno.. recordar los comentarios!!
OsQuiieRo!!^^

Amante de ensueño * Capítulo 11/4

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.
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¡Santo Dios! Una mujer podía acostumbrarse a eso con mucha facilidad. Mucha, mucha facilidad.

Julián se separó.

— ¿Quieres llevarme a casa para que te mordisquee otras cosas?

Sí, eso era lo que quería. Y por eso no se atrevía. De hecho, el beso la había dejado tan trastornada que no podía ni hablar.

Julián sonrió ante la mirada extraviada y hambrienta de Grace. Estaba observando sus labios como si aún pudiese saborearlos. En ese momento, la deseó más que nunca. Deseó poder arrancarle la goma del pelo y dejar que su melena se desparramara sobre su pecho, una vez estuviera tendida sobre él.

Cómo deseaba estar de regreso en su casa donde pudiese quitarle los pantalones cortos y escuchar sus dulces murmullos de placer mientras él le…

— El coche —dijo ella, parpadeando como si despertara de un sueño—. Íbamos a entrar en el coche.

Julián le dio un pequeño beso en la mejilla.

Una vez dentro del coche y con los cinturones de seguridad abrochados, Grace lo miró de soslayo.

— ¿Sabes una cosa? Creo que hay dos cosas en Nueva Orleáns que deberías experimentar.

— En primer lugar, tengo que poseerte en un…

— ¿Es que no vas a parar?

Julián se aclaró la garganta.

— Está bien. ¿Cuál es tu lista?

— Bourbon Street y la música moderna. Y de una de ellas nos podemos encargar ahora mismo. —
Y puso la radio.

Se rió al reconocer Hot Blooded de Foreigner. Qué apropiado, dado su pasajero.

Julián lo escuchó, pero no pareció muy impresionado.

Grace cambió la emisora.

Él frunció el ceño.

— ¿Qué has hecho?

— He cambiado de emisora. Lo único que hay que hacer es apretar los botones.

Él jugueteó y cambió de emisora un rato, hasta que encontró Love Hurts de Nazareth.

— Vuestra música es interesante.

— ¿Te hace añorar la tuya?

— Dado que la mayoría de la música que escuchaba procedía de las trompetas y los tambores que nos acompañaban a la batalla, no. Creo que soy capaz de apreciar esto.

— ¿El qué? —preguntó ella juguetona—. ¿La música o el hecho de que el amor hace daño?

El rostro de Julián adquirió una expresión seria, dejando de lado el humor.

— Puesto que no he conocido nunca lo que es el amor, no sabría decirte si hace daño o no. Pero me imagino que ser amado no debe hacer tanto daño como el no serlo.

El pecho de Grace se encogió ante sus palabras.

— Entonces —dijo ella cambiando de tema—, ¿qué quieres hacer cuando regreses a tu casa?

— No lo sé.

— Probablemente irás a darle una buena patada en el culo a Escipión, ¿verdad?

Él se rió ante la idea.

— Ya me gustaría.

— ¿Por qué? ¿Qué te hizo?

— Se cruzó en mi camino.

Vale, no era eso lo que ella esperaba escuchar.

— Y a ti no te gusta que nadie se cruce en tu camino, ¿cierto?

— ¿Te gusta a ti?

Ella sopesó la pregunta antes de responder.

— Supongo que no.

Para cuando llegaron a Bourbon Street, la calle había sido invadida por la multitud típica de un domingo por la tarde. Grace se abanicó el rostro, luchando contra el intenso calor.

Miró a Julián, que apenas si sudaba; las gotitas de sudor le conferían un nuevo atractivo. El pelo húmedo se le rizaba alrededor de la cara y con esas gafas oscuras… ¡Ooooh, Señor!

Por supuesto que su atractivo quedaba aún más enfatizado gracias a la camiseta blanca, de mangas cortas, que se le adhería a los hombros y a la tableta de chocolate que tenía por abdominales. Mientras dejaba que su mirada vagara hasta el botón de sus vaqueros, deseó haberle comprado unos más anchos.

Pero dado su seductor modo de andar, que decía mucho acerca de su confianza en sí mismo,
Grace dudaba mucho de que unos vaqueros más anchos pudiesen ocultar tan tremenda sensualidad.

Julián se detuvo al pasar junto a un club de striptease. A su favor Grace tuvo que admitir que ni siquiera jadeó al mirar a las mujeres tan escandalosamente vestidas, que se contoneaban tras el cristal, pero su sorpresa fue bastante evidente.

Mirándole como si quisiera devorarlo, una exótica bailarina se mordió el labio inferior y se pasó la lengua por él de forma sugerente, mientras se tocaba los pechos. Le hizo un gesto con un dedo para que entrara al local.

Julián se dio la vuelta.

— Nunca habías visto algo así, ¿verdad? —preguntó Grace, intentando disimular el malestar que sentía ante los gestos de la mujer, y el alivio que la invadió al ver la reacción de Julián.

— Roma —contestó simplemente.

Ella se rió.

— No eran tan decadentes, ¿o sí?

— Te sorprendería saber cuánto. Por lo menos aquí nadie hace una orgía en… —y su voz se perdió al pasar junto a una pareja que se lo estaba montando en una esquina—. Déjalo.

Grace se rió a carcajadas.

— ¡Ooooh Señor! —exclamó una prostituta, al pasar junto a otro club, haciendo un gesto a Julián—. Entra y te lo hago gratis.

Él meneó la cabeza sin detenerse. Grace lo cogió de la mano y lo detuvo.

— ¿Se comportaban así las mujeres antes de la maldición?

Él asintió.

— Por eso el único amigo que tuve fue Kyrian. Los hombres que conocía no podían aguantar la atención que me prestaban; las mujeres me perseguían allí donde estuviésemos, intentando arrancarme la armadura.

Grace se detuvo a pensar por un momento.

— Y tú no estás seguro de que todas esas mujeres te amaran, ¿verdad?

La miró con una chispa de diversión.

— El amor y la lujuria no son lo mismo. ¿Cómo puedes amar a alguien a quien no conoces?

— Supongo que tienes razón.

Siguieron caminando por la calle.

— Cuéntame cosas sobre tu amigo. ¿Por qué no le importaba que las mujeres se quedaran con la boca abierta al verte?

Julián sonrió, mostrando sus hoyuelos.

— Kyrian estaba profundamente enamorado de su esposa, y no le importaba ninguna otra mujer.
Jamás me vio como un competidor.

— ¿Conociste a su esposa?

Julián negó con la cabeza.

— Aunque nunca lo hablamos, creo que los dos intuíamos que sería una mala idea.

Grace percibió el cambio en su rostro. Estaba recordando a Kyrian, seguro.

— Te culpas por lo que le sucedió, ¿verdad?

Él apretó los dientes mientras imaginaba lo que debía haber sentido su amigo al ser capturado por los romanos. Considerando las ganas que habían tenido de atraparlos a ambos, no había duda de lo que lo habían hecho sufrir antes de matarlo.

— Sí —contestó en voz baja—. Sé que tengo la culpa. Si no hubiese despertado la ira de Príapo, habría estado allí para ayudar a Kyrian a luchar contra ellos.

Y sabía con absoluta certeza que la desgracia de Kyrian provenía del hecho de haber sido tan estúpido como para ser su amigo.

Lanzó un suspiro.

— Una vida brillante que no debería haber acabado así. Si tan sólo hubiese aprendido a controlar su osadía, habría llegado a ser un magnífico gobernador —dijo, cogiendo la mano de Grace y dándole un ligero apretón.

Caminaron en silencio, mientras Grace intentaba pensar en el modo de animarlo.

Al pasar por la Casa del Vudú de Marie Laveau, ella se detuvo y lo arrastró al interior.

Le explicó los orígenes del vudú mientras recorrían el museo de miniaturas.

— ¡Uuuh! —dijo cogiendo un muñeco de vudú de una estantería—. ¿Quieres vestirlo como Príapo y clavarle unos cuantos alfileres?

Julián se rió.

— ¿Por qué no imaginarnos que es Rodney Carmichael?

Grace suprimió una sonrisa.

— Eso sería muy poco profesional por mi parte, ¿no es cierto?... Pero me resulta muy tentador.

Dejó el muñeco en su sitio y se fijó en el mostrador de cristal, donde estaban colocados los
amuletos y la bisutería. Justo en el centro, había un collar de cuentas negras, azules y verdes, trenzadas de un modo tan intrincado que daban la sensación de ser un delgado hilo negro.

— Trae buena suerte a quien lo lleva —le dijo la vendedora al percibir el interés de Grace—. ¿Le gustaría verlo de cerca?

Grace asintió.

— ¿Funciona?

— ¡Sí! Está trenzado siguiendo un poderoso diseño.

Grace no estaba muy segura de que debiera creérselo; pero entonces recordó que, hacía apenas una semana, jamás habría creído que dos mujeres borrachas pudieran devolver a la vida a un general Macedonio.

Pagó a la mujer y se acercó a Julián.

— Agáchate —le dijo.

Él la miró con escepticismo.

— ¡Vamos! —le acució ella—. Dame el gusto, anda.

La vendedora se rió al ver a Grace colocarle el amuleto a Julián en el cuello.

— Ese chico no necesita ningún tipo de suerte para aumentar su encanto. Lo que necesita es un hechizo que disperse la atención de todas esas mujeres que le están mirando el trasero ahora que está agachado.

Grace miró por encima del hombro de Julián y observó a tres mujeres que babeaban al mirarle el culo. Por primera vez, sintió un horrible ramalazo de celos.

Pero la sensación se evaporó por completo cuando Julián le dio un cariñoso beso en la mejilla antes de incorporarse. Con una mirada diabólica, le pasó un brazo alrededor de los hombros en un gesto posesivo.

Al pasar junto a las mujeres, Grace no pudo suprimir un travieso impulso. Se detuvo junto a ellas y las interpeló.

— Por cierto, desnudo está muchísimo mejor.

— Y tú que no pierdes oportunidad de comprobarlo, cariño —comentó Julián mientras se ponía
las gafas de sol y comenzaba a andar con el brazo aún sobre sus hombros.

Ella le pasó la mano por la cintura y la metió en el bolsillo delantero del pantalón, mientras él la atraía más hacia su cuerpo.

— ¿Sabes una cosa? —le susurró al oído—. Si bajases la mano un poquito más, no me importaría en absoluto.

Ella le dio un pequeño apretón, pero dejó la mano donde estaba.

Las miradas de envidia de las mujeres los persiguieron mientras se alejaban caminando por la acera.

Para cenar, Grace llevó a Julián a la Marisquería de Mike Anderson. Hizo una mueca al ver que depositaban un plato de ostras para Julián sobre la mesa.

— ¡Puaj! —exclamó ella cuando él se comió una.

Muy ofendido, Julián resopló.

— Están deliciosas.

— Para nada.

— Eso es porque no sabes cómo tienes que comerlas.

— Claro que sé. Abres la boca y dejas que ese bicho viscoso se deslice por tu garganta.

Julián bebió un trago de su cerveza.

— Ésa es una forma de comerlas.

— Así acabas de hacerlo tú.

— Cierto, pero ¿no te gustaría probar otro modo?

Ella se mordió el labio, indecisa. Algo en el comportamiento de Julián le indicaba que podía ser peligroso aceptar su desafío.

— No sé.

— ¿Confías en mí?

— No mucho —resopló ella.

Él se encogió de hombros y dio otro trago a la cerveza.

— Tú te lo pierdes.

— ¡Vale, está bien! —se rindió ella, demasiado curiosa como para continuar negándose—. Pero si me dan arcadas, recuerda que te lo advertí.

Julián tiró de la silla de Grace con los talones hasta colocarla a su lado, tan cerca que sus muslos se rozaban. Se secó las manos en los vaqueros, y cogió la ostra más pequeña.

— Muy bien entonces —le susurró al oído y le pasó el otro brazo por los hombros—. Echa la cabeza hacia atrás.

Grace obedeció. Él deslizó los dedos por su garganta, causándole una oleada de escalofríos. Ella tragó, sorprendida por la ternura de sus caricias. Sorprendida por lo bien que se sentía con él a su lado.

— Abre la boca —le dijo en voz baja, mientras le rozaba el cuello con la nariz.

Ella volvió a obedecer.

Julián dejó que la ostra resbalara hasta su boca. Cuando Grace la tragó y comenzó a bajar por su garganta, Julián pasó la lengua por su cuello en dirección contraria.

Grace se estremeció ante la inesperada sensación. Los pezones se le endurecieron y un millón de escalofríos recorrieron su piel. ¡Era increíble! Y por primera vez, no le importó para nada el sabor de la ostra.

— ¿Te ha gustado? —le preguntó, juguetón.

Ella no pudo evitar sonreír.

— Eres incorregible.

— Eso intento.

— Y lo consigues a las mil maravillas.

Antes de que Julián pudiera responder, sonó su teléfono móvil.

— ¡Puf! —resopló mientras lo sacaba del bolso. Quienquiera que fuese, ya podía tener algo
importante que decirle.

Contestó.

— ¿Grace?

Ella se encogió al escuchar la voz de Rodney.

— Señor Carmichael, ¿cómo ha conseguido este número de teléfono?

— Estaba apuntado en tu Rodolex. Vine a tu casa a verte, pero no estás —y suspiró—. Estaba deseando pasar el día contigo. Tenemos una conversación pendiente. Pero no pasa nada. Puedo reunirme contigo, ¿estás en el Barrio Francés con tu amiga la vidente?

El miedo la paralizó.

— ¿Cómo conoce a mi amiga?

— Sé muchas cosas de ti, Grace. ¡Mmm! —masculló en voz baja—. Perfumas los cajones de tu ropa interior con popurrí de rosas.

El terror la poseyó por completo y no pudo moverse. Comenzaron a temblarle las manos.

— ¿Está en mi casa?

Podía oír cómo abría y cerraba los cajones de su cómoda, a través del teléfono. De repente, el tipo soltó una maldición.

— ¡Zorra! —espetó Rodney—. ¿Quién es él? ¿Con quién coño te has estado acostando?

— Eso es…

La comunicación se cortó.

Grace estaba temblando, tanto que apenas si podía respirar cuando colgó el teléfono.

— ¿Qué sucede? —le preguntó Julián, con el ceño fruncido por la preocupación.

— Rodney está en mi casa —le dijo con voz temblorosa. Marcó de inmediato el número de la policía para notificarlo.

— Nos encontraremos allí —le informó el agente—. No entre en su domicilio hasta que lleguemos.
— No se preocupe, no lo haré.

Julián le cogió las manos.

— Estás temblando.

— ¡No me digas! Resulta que tengo a un psicópata metido en mi casa, olfateando mi lencería e insultándome. ¿Por qué iba a temblar?

Sus ojos de azul profundo la tranquilizaron con una mirada protectora. Le apretó las manos suavemente.

— Sabes que no voy a permitir que te haga daño.

— Te lo agradezco mucho, Julián. Pero este hombre está…

— Muerto si se acerca a ti. Sabes que no te abandonaré.

— Por lo menos no hasta la próxima luna llena.

Julián apartó la mirada y ella asimiló la verdad.

— No pasa nada —dijo ella con valentía—. Puedo hacerme cargo de esto, de verdad. He estado sola durante años. Ésta no es la primera vez que un cliente me acosa. Y dudo mucho que vaya a ser el último.

Los ojos de Julián lanzaron llamaradas azules cuando la miró.

— ¿Cuántos de tus pacientes te han acosado?

— No es tu problema, sino el mío.

Julián siguió mirándola como si estuviese a punto de estrangularla.

Amante de ensueño * CapítuLo 11/3

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.
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Grace miró a la cama con el ceño fruncido.

— ¿Qué hacen aquí?

— No lo sé.

— ¿Y quién los envía?

— No lo sé.

— Pues no me estás ayudando mucho.

Julián no pareció captar su sarcasmo. En lugar de darse por aludido, Grace lo observó contemplar su escudo. Pasaba la mano sobre él como un padre que mira con adoración a un hijo largo tiempo perdido.

Cogió su espada y la depositó en el suelo, debajo de la cama.

— No olvides que está aquí —le dijo muy serio—. Ten mucho cuidado de no tocarla.

Su expresión se volvió más ceñuda al incorporarse. Miró de nuevo el escudo.

— Debe ser obra de mi madre. Sólo ella o uno de sus hijos podrían enviármelos.

— ¿Y por qué iba a hacerlo?

Julián entrecerró los ojos mientras recordaba el resto de la leyenda que rodeaba a su espada.

— Estoy seguro de que ha enviado mi espada por si tengo que enfrentarme con Príapo. La
Espada de Cronos también es conocida como la Espada de la Justicia. No acabará con su vida, pero hará que ocupe mi lugar en el libro.

— ¿Estás hablando en serio?

Julián asintió.

— ¿Puedo tocar el escudo?

— Claro.

Grace pasó la mano sobre las incrustaciones doradas y negras que formaban la imagen de Atenea y el búho.

— Es muy bonito —dijo, maravillada.

— Kyrian lo mandó hacer cuando me nombraron General Supremo.

Grace acarició la inscripción grabada bajo la figura de Atenea.

— ¿Qué dice aquí?

— «La muerte antes que el deshonor» —dijo con un nudo en la garganta.

Julián sonrió con melancolía al recordar a Kyrian junto a él durante las batallas.

— El escudo de Kyrian decía: «El botín para el vencedor». Solía mirarme antes de la lucha, y decir: «Tú te llevas el honor, adelfos, y yo me quedo con el botín».

Grace permaneció en silencio al escuchar el extraño tono de su voz. Intentando imaginar su apariencia con el escudo en alto, se acercó un poco más.

— ¿Kyrian? ¿El hombre que fue crucificado?

— Sí.

— Lo apreciabas mucho, ¿verdad?

Él sonrió con tristeza.

— Le llevó un tiempo acostumbrarse a mí. Yo tenía veintitrés años cuando su tío lo asignó a mi tropa, después de advertirme concienzudamente de lo que me sucedería si dejaba que Su Alteza fuese herido.

— ¿Era un príncipe?

Julián asintió.

— Y no tenía miedo a nada. Apenas si llegaba a los veinte años y luchaba o se metía en peleas sin estar preparado, sin creer que pudiesen hacerle daño. Me daba la sensación de que cada vez que me daba la vuelta, tenía que sacarlo a rastras de algún extraño contratiempo. Pero resultaba muy difícil no apreciarlo. A pesar de su carácter exaltado, tenía un gran sentido del humor y era completamente leal. —Pasó la mano por el escudo—. Ojalá hubiese estado allí para poder salvarlo de los romanos.

Grace le acarició el brazo en un gesto comprensivo.

— Estoy segura de que los dos juntos habríais sido capaces de salir de cualquier atolladero.

Los ojos de Julián se iluminaron al escucharla.

— Cuando nuestros ejércitos marchaban juntos, éramos invencibles. —Tensó la mandíbula al mirarla—. Hubiese sido cuestión de tiempo que Roma fuese nuestra.

— ¿Por qué depreciabais tanto al Imperio Romano?

— Juré que destruiría Roma el mismo día que conquistaron Primaria. Kyrian y yo fuimos enviados para ayudarlos en la lucha, pero cuando llegamos era demasiado tarde. Los romanos habían rodeado la ciudad y habían asesinado salvajemente a todas las mujeres y a los niños.
Jamás había visto una carnicería semejante. —Su mirada se oscureció—. Estábamos intentando enterrar a los muertos cuando los romanos nos tendieron una emboscada.

Grace se quedó helada al escucharlo.

— ¿Qué ocurrió?

— Derroté a Livio y estaba a punto de matarlo en el momento en que intervino Príapo. Lanzó un rayo a mi caballo y caí en mitad de las tropas romanas. Estaba seguro de iba a morir cuando
Kyrian apareció de la nada. Hizo retroceder a Livio hasta que pude ponerme en pie de nuevo.
Livio llamó a sus hombres a retirada y desapareció antes de que pudiésemos acabar con él.

Grace fue consciente de la proximidad de Julián. Estaba detrás de ella, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él. Colocó los brazos a ambos lados de su cuerpo, atrapándola entre él y la cama, y se apoyó sobre su espalda.

Ella apretó los dientes ante la ferocidad del deseo que la invadió. Julián no la estaba tocando, pero sus sentidos estaban tan desbocados como si sus manos la acariciasen. Él inclinó la cabeza y le mordisqueó el cuello.

La sensación de su lengua sobre la piel consiguió que todas sus hormonas cobraran vida. Arqueó la espalda mientras un estremecimiento le recorría los pechos. Si no lo detenía…

— Julián —balbució; su voz no logró trasmitir la advertencia que pretendía.

— Lo sé —susurró él—. Voy de camino a darme una ducha fría.

Mientras salía de la habitación, Grace lo escuchó gruñir una palabra en voz baja:

— Solo.

Después de desayunar, Grace decidió enseñarle a conducir.

— Esto es ridículo —protestó Julián mientras Grace aparcaba en el estacionamiento del instituto.

— ¡Venga ya! —se burló ella—. ¿No sientes curiosidad?

— No.

— ¿Que no?

Julián suspiró.

— Esta bien, un poco.

— Bueno, entonces imagina las historias sobre la gran bestia de acero que condujiste alrededor de un aparcamiento que podrás contarles a tus hombres cuando regreses a Macedonia.

Julián la miró perplejo.

— ¿Eso significa que estás de acuerdo con que me marche?

No, quiso gritarle. Pero en lugar de eso, suspiró. En el fondo, sabía que jamás podría pedirle que abandonara todo lo que había sido para quedarse con ella.

Julián de Macedonia era un héroe. Una leyenda.

Jamás podría ser un hombre de carácter tranquilo del siglo veintiuno.

— Sé que no puedo hacer que te quedes conmigo. No eres un cachorrito abandonado que me ha seguido a casa.

Julián se tensó al escucharla. Tenía razón. Por eso le resultaba tan difícil abandonarla. ¿Cómo podía separarse de la única persona que lo veía como a un hombre?

No sabía por qué quería enseñarlo a conducir pero, de todas formas, notaba que se sentía feliz compartiendo su mundo con él. Y, por alguna razón que no quería analizar demasiado a fondo, le gustaba hacerla feliz.

— Muy bien. Enséñame a dominar a esta bestia.

Grace salió del coche para que Julián pudiese sentarse en el asiento del conductor.

Tan pronto como Julián se sentó, ella hizo una mueca al ver a un hombre, de casi un metro noventa, encogido para poder acomodarse en un asiento dispuesto para una mujer de uno cincuenta y cinco.

— Lo siento, se me ha olvidado mover el asiento.

— No puedo moverme ni respirar, pero no te preocupes, estoy bien.

Ella se rió.

— Hay una palanca bajo el asiento. Tira de ella y podrás moverlo hacia atrás.

Julián lo intentó, pero el espacio era tan estrecho, que no la alcanzaba.

— Espera, yo lo haré.

Echó la cabeza hacia atrás cuando Grace se inclinó por encima de su muslo y apretó los pechos sobre su pierna para pasarle el brazo entre las rodillas. Su cuerpo reaccionó de inmediato, endureciéndose y comenzando a arder.

Cuando ella apoyó la mejilla sobre su entrepierna al tirar de la palanca, Julián pensó que estaba a punto de morir.

— ¿Te has dado cuenta de que estás en la posición perfecta para…?

— ¡Julián! —exclamó ella, retrocediendo para ver el abultamiento de sus vaqueros. Su rostro adquirió un brillante tono rojo—. Lo siento.

— Yo también —contestó él en voz baja.

Desafortunadamente, todavía tenía que mover el asiento, así que Julián se vio forzado a soportar la postura una vez más.

Apretando los dientes, alzó un brazo y se agarró al reposacabezas con fuerza. Era lo único que podía hacer para no ceder a la salvaje lujuria.

— ¿Estás bien? —le preguntó ella, una vez colocó el asiento en su sitio y volvió al suyo.

— ¡Claro! —contestó él con tono sarcástico—. Teniendo en cuenta que he caminado sobre brasas
que resultaron menos dolorosas que lo que está soportando en este momento mi entrepierna, estoy fenomenal.

— Ya te he pedido perdón.

Él la miró fijamente.

Grace le dio unas palmaditas en el brazo.

— Venga, ¿llegas bien a los pedales?

— Me encantaría llegar hasta los tuyos…

— ¡Julián! —exclamó de nuevo Grace. Era un hombre verdaderamente libidinoso—. ¿Quieres concentrarte?

— De acuerdo, ya me estoy concentrando.

— En mis pechos, no.

Julián bajó la mirada hacia el regazo de Grace.

— Ni ahí tampoco.

Para su sorpresa, hizo un puchero semejante al de un niño enfadado. La expresión era tan extraña en él que Grace no tuvo más remedio que reírse de nuevo.

— Vale —le dijo ella—. El pedal que está a tu izquierda, es el embrague; el del medio es el freno y el de la derecha, el acelerador. ¿Te acuerdas de lo que te explicado sobre ellos?

— Sí.

— Bien. Ahora, lo primero que tienes que hacer es apretar el embrague y meter la marcha. —Y diciendo esto, colocó la mano sobre la palanca de cambios, situada entre los dos asientos, y le enseñó cómo debía moverla.

— En serio, Grace. No deberías acariciar eso de esa forma delante de mí. Es una crueldad por tu parte.

— ¡Julián! ¿Te importaría prestar atención? Estoy intentando enseñarte a cambiar de marcha.

Él resopló.

— Ojalá me cambiaras a mí las marchas del mismo modo.

Con un brillo malicioso en los ojos, soltó el embrague antes de la cuenta y el coche se caló.

— Se supone que esto no debería pasar, ¿verdad? —preguntó.

— No, a menos que quieras tener un accidente.

Él suspiró y lo intentó de nuevo.

Una hora más tarde, después que se las hubiera arreglado para dar una vuelta alrededor del estacionamiento sin golpear los postes y sin que el coche se le calara, Grace se dio por vencida.

— Menos mal que fuiste mejor general que conductor.

— Ja, ja —exclamó él sarcásticamente, pero con un brillo en la mirada que indicó a Grace que no estaba ofendido—. Lo único que alegaré en mi defensa es que el primer vehículo que conduje fue un carro de guerra.

Grace le sonrió.

— Bueno, en estas calles no estamos en guerra.

Con una mirada escéptica, él le respondió:

— Yo no diría eso después de haber visto las noticias de la noche. —Apagó el motor—. Creo que dejaré que conduzcas un rato.

— Muy inteligente por tu parte. No puedo permitirme comprar un coche nuevo de ninguna forma.

Salió del coche para cambiar de asiento; pero al cruzarse a la altura del maletero, Julián la sostuvo para darle un beso tan tórrido que ella acabó mareada. Él le cogió las manos y las sostuvo sobre sus estrechas caderas mientras mordisqueaba sus labios.

Amante de ensueño * Capítulo 11/2

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.
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Ella lo sostuvo en alto y sonrió.

— ¡La Ilíada!

Julián se animó al instante y los hoyuelos relampaguearon en su rostro.

— Cántame, ¡Oh Diosa!

— Muy bien —respondió ella, sentándose a su lado—. Y esto te va a gustar todavía más: es una versión bilingüe; con el original griego y la traducción inglesa.

Y se lo dejó para que lo viera.

La expresión de Julián fue la misma que habría puesto si le hubieran entregado el tesoro de un rey. Abrió el libro y, de inmediato, sus ojos volaron sobre las páginas mientras pasaba la mano reverentemente por las hojas, cubiertas con la antigua escritura griega.

Era incapaz de creer que estuviese viendo de nuevo su idioma escrito, después de tanto tiempo.
Hacía una eternidad que no lo leía en otro lugar que no fuese su brazo.

Siempre le habían encantado La Ilíada y La Odisea. De niño, había pasado horas oculto tras los barracones, leyendo pergaminos una y otra vez; o escabulléndose para escuchar a los bardos en la plaza de la ciudad.

Entendía muy bien lo que sentía Grace por sus libros. Él había sentido lo mismo en su juventud.
A la más mínima oportunidad, se escapaba a su mundo de fantasía, donde los héroes siempre triunfaban, los demonios y villanos eran aniquilados, y los padres y las madres amaban a sus hijos.

En las historias no había hambre ni dolor, sino libertad y esperanza. Fue a través de esas historias como aprendió lo que eran la compasión y la ternura. El honor y la integridad.

Grace se arrodilló junto a él.

— Echas de menos tu hogar, ¿verdad?

Julián apartó la mirada. Sólo echaba de menos a sus hijos.

Al contrario que a Kyrian, la lucha nunca le había atraído. El hedor de la muerte y la sangre, los quejidos de los moribundos. Sólo había luchado porque era lo que se esperaba de él. Y había liderado un ejército porque, como bien dijo Platón, cada ser humano está capacitado por naturaleza para realizar una actividad a la cual se entrega. Por su naturaleza, Julián siempre había sido un líder y no podía seguir las órdenes de nadie.

No, no lo echaba de menos, pero…

— Fue lo único que conocí.

Grace le rozó el hombro, pero fue la preocupación que reflejaban sus ojos grises lo que le desarmó.

— ¿Querías que tu hijo fuese un soldado?

Él negó con la cabeza.

— Jamás quise que truncaran su juventud como les ocurrió a tantos de mis hombres —contestó con la voz ronca—. Bastante irónico, ¿no es cierto? Ni siquiera le habría permitido que jugara con la espada de madera que Kyrian le regaló para su cumpleaños; ni le hubiese dejado tocar la mía mientras estuviese en casa.

Grace enlazó las manos en su cuello y tiró de él para acercarlo. Sus caricias eran tan increíblemente relajantes… Hacían que la soledad doliese aún más.

— ¿Cómo se llamaba?

Julián tragó saliva. No había pronunciado los nombres de sus hijos desde el día de su muerte. No se había atrevido pero, no obstante, quería compartirlos con Grace.

— Atolycus. Mi hija se llamaba Calista.

Grace lo miró con una sonrisa triste, como si compartiera su dolor por la pérdida.

— Tenían unos nombres preciosos.

— Eran unos niños preciosos.

— Si se parecían en algo a ti, me lo creo.

Eso había sido lo más hermoso que nadie le había dicho jamás.

Julián le pasó la mano por el pelo, dejando que los mechones se escurrieran sobre su palma.
Cerró los ojos y deseó poder quedarse así para siempre.

El miedo a tener que abandonarla lo estaba destrozando. Nunca le había gustado la idea de ser engullido por aquel desolado infierno que era el libro; pero ahora, al pensar que jamás volvería a verla, que jamás volvería a oler el dulce aroma de su piel, que sus manos jamás volverían a rozar el suave rubor de sus mejillas…

No podía soportarlo. Era demasiado.

¡Por los dioses!, y había creído hasta entonces que estaba maldito…

Grace se alejó un poco, lo besó suavemente en los labios y cogió el libro.

Julián tragó. Ella quería rescatarlo y, por primera vez durante todos aquellos siglos, quería ser rescatado.

Se tendió en el suelo para que Grace pudiese apoyar la cabeza en él. Le encantaba sentirla así.
Sentir su pelo extendiéndose sobre los brazos y el torso.

Estuvieron tendidos en el suelo hasta las primeras horas de la madrugada; Julián la escuchaba mientras leía la Odisea y narraba las historias de Aquiles.

Observaba cómo el cansancio iba haciendo mella en ella, pero continuaba leyendo. Finalmente, cerró los ojos y se quedó dormida.

Julián sonrió y le quitó el libro de las manos para dejarlo a un lado. Le acarició la mejilla con la palma de la mano durante un instante.

No tenía sueño. No quería desaprovechar ni un solo segundo del tiempo que tenía para estar a su lado. Quería contemplarla, tocarla. Absorberla. Porque atesoraría esos recuerdos durante toda la eternidad.

Nunca había pasado una noche así: tumbado tranquilamente en el suelo junto a una mujer, sin que ella montara su cuerpo y le exigiese que la tocara y la poseyera.

En su época, los hombres y las mujeres no solían pasar demasiado tiempo juntos. Durante las temporadas que pasó en su hogar, Penélope le hablaba en raras ocasiones. De hecho, no había demostrado mucho interés en él.

Por las noches, cuando la buscaba, no lo rechazaba. Pero, no obstante, no estaba ansiosa por sus caricias. Siempre había conseguido engatusarla para que su cuerpo le respondiera apasionadamente, pero no así su corazón.

Deslizó las manos por el pelo negro de Grace, extasiado por la sensación de tenerlo entre los dedos. Su mirada se detuvo sobre su anillo. Brillaba tenuemente, captando la escasa luz de la estancia.

En su mente, lo veía cubierto de sangre. Recordaba cómo se le clavaba en el dedo mientras blandía la espada en mitad de una batalla. Ese anillo lo había significado todo para él, y no le había resultado fácil conseguirlo. Se lo había ganado con el sudor de su frente y con las numerosas heridas que sufrió su cuerpo. Le había costado mucho, pero había merecido la pena.

Durante un tiempo fue respetado, aunque no lo amaran. En su vida como mortal, eso había sido esencial.

Suspirando, echó la cabeza hacia atrás para apoyarse en el cojín del sofá que había puesto sobre el suelo y cerró los ojos.

Cuando por fin se deslizó entre las neblinas del sueño, no fueron los rostros del pasado los que poblaron su mente, fue la imagen de unos claros ojos grises que se reían con él, de una negra melena que se desparramaba por su pecho y de una voz suave que leía palabras que le resultaban familiares aunque, de algún modo, extrañas.

······················

Grace se desperezó lánguidamente al despertarse. Abrió los ojos y se sorprendió al darse cuenta de que tenía la cabeza sobre el abdomen de Julián. Él tenía la mano enterrada en su pelo y, por la respiración relajada y profunda, supo que todavía estaba dormido.

Alzó la mirada hacia su rostro. Tenía una expresión tranquila, casi infantil.

Y entonces fue consciente de algo: no había tenido la pesadilla. Había dormido toda la noche.

Sonriendo, intentó levantarse muy despacio para no despertarlo.

No funcionó. Tan pronto como levantó la cabeza, Julián abrió los ojos y la abrasó con una intensa mirada.

— Grace —dijo en voz baja.

— No quería despertarte.

Ella señaló las escaleras con el pulgar.

— Iba arriba a darme una ducha. ¿Debería cerrar la puerta?

La recorrió con ojos ardientes.

— No, creo que puedo comportarme.

Ella sonrió.

— Me parece que ya he oído eso antes.

Julián no contestó.

Grace subió y se dio una ducha rápida.

Una vez acabó, fue a su habitación y se encontró a Julián tumbado en la cama, hojeando su ejemplar de La Ilíada.

La miró con expresión absorta al darse cuenta de sólo llevaba puesta una toalla. Una lasciva sonrisa hizo que sus hoyuelos aparecieran en todo su esplendor, y la temperatura del cuerpo de
Grace ascendió varios grados.

— Me pongo la ropa y…

— No —le dijo con tono autoritario.

— ¿Que no qué? —preguntó incrédula.

La expresión de Julián se suavizó.

— Preferiría que te vistieras aquí.

— Julián…

— Por favor.

Grace se puso muy nerviosa ante la petición. Jamás había hecho algo así en su vida. Y se sentía avergonzada.

— Por favor, por favor… —volvió a rogarle con una leve sonrisa.

¿Qué mujer le diría que no a una expresión como ésa?

Lo miró con recelo.

— No te atrevas a reírte —le dijo mientras abría vacilante la toalla.

Julián miró sus pechos con ojos hambrientos.

— Puedes estar completamente segura de que la risa es lo último que se me pasa por la mente en estos momentos.

Y entonces, se levantó de la cama y se acercó a la cómoda, donde Grace guardaba la ropa interior, con los movimientos gráciles de un depredador. Un extraño escalofrío recorrió la espalda de Grace mientras observaba cómo la mano de Julián rebuscaba entre sus braguitas hasta encontrar las de seda negra que Selena le había regalado de broma.

Julián las sacó y se arrodilló en el suelo delante de ella, con toda la intención de ayudarla a ponérselas. Sin aliento y totalmente entregada a la seducción, Grace miró sus rizos rubios mientras elevaba una pierna para dejar que él le pasara las braguitas por el pie.

Tras sus manos, que deslizaban la seda ascendiendo por su pierna, sus labios dejaban un reguero de besos que la hicieron estremecerse. Para mayor devastación de todos sus sentidos, abrió las manos y las colocó sobre sus muslos con los dedos totalmente extendidos. Y lo que fue aún peor, una vez las braguitas estuvieron colocadas en su sitio, la acarició levemente entre las piernas antes de apartarse.

A continuación, sacó el sujetador negro a juego.

Como una muñeca sin voluntad propia, dejó que se lo pusiera. Las manos de Julián rozaron los pezones, mientras abrochaba el enganche delantero; una vez cerrado, las deslizó bajo el satén y la acarició con deleite, erizándole la piel.

Julián inclinó la cabeza y capturó sus labios. Podía sentir el fuego consumiéndolo, exigiéndole que la poseyera. Exigiéndole que aliviara el dolor de su entrepierna aunque fuese por un instante.

Grace gimió cuando él profundizó el beso y se dejó llevar por completo. Julián la alzó en brazos para tenderla sobre la cama. De forma instintiva, ella le rodeó la cintura con las piernas y siseó al sentir los duros abdominales presionando sobre su sexo.

Julián le pasó las manos por la espalda. La visión de su cuerpo húmedo y desnudo estaba grabada a fuego en su mente. Había llegado a un punto sin retorno cuando un destello de luz cegadora iluminó la habitación.

Con los ojos doloridos por el resplandor, Julián se separó de ella.

— ¿Has sido tú? —le preguntó ella sin aliento, mirándolo arrobada.

Risueño, Julián negó con la cabeza.

— Ojalá pudiera atribuírmelo, pero estoy bastante seguro de que tiene otro origen.

Echó un vistazo a la habitación y sus ojos se detuvieron sobre la cama. Parpadeó.

No podía ser…

— ¿Qué es eso? —preguntó Grace, girándose para mirar la cama.

— Es mi escudo —contestó Julián, incapaz de creerlo.

Hacía siglos que no veía su escudo. Atónito, lo contempló fijamente. Estaba en el mismo centro de la cama y emitía débiles destellos bajo la luz.

Conocía cada muesca y arañazo que había en él; recordaba cada uno de los golpes que los habían producido.

Temeroso de estar soñando, alargó el brazo para tocar el relieve en bronce de Atenea y su búho.

— ¿Y tu espada también?

Julián le agarró la mano antes de que pudiera tocarla.

— Ésa es la Espada de Cronos. No la toques jamás. Si alguien que no lleva su sangre la toca, su
piel quedará marcada para siempre con una terrible quemadura.

— ¿En serio? —preguntó, bajándose de la cama para alejarse de la espada.

— En serio.

Amante de ensueño * CapítuLo 11/1

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.
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Selena observaba cómo Julián se paseaba nervioso, por delante de su puesto, mientras hacía una tirada para un turista. ¡Dios santo!, podría pasarse todo el día observándolo caminar. Ese modo de andar hacía saltar los ojos de las órbitas, y a ella le entraban unos deseos terribles de salir corriendo a casa, agarrar a Bill y hacerle unas cuantas cosas pecaminosas.

Una y otra vez, las mujeres se acercaban a él, pero Julián no tardaba en quitárselas de en medio.
Era ciertamente divertido ver a todas esas chicas pavoneándose a su alrededor mientras él permanecía ajeno a sus estratagemas. Nunca le había parecido posible que un hombre actuara así.

Pero claro, hasta ella podía llegar a aborrecer el chocolate si se daba un atracón.

Y por el modo en que las mujeres respondían a la presencia de Julián, dedujo que él ya había sufrido más de un dolor de tripa causado por un empacho. La verdad es que parecía muy preocupado.

Y Selena se sentía fatal por lo que les había hecho a ambos, a él y a Grace. Su idea parecía bastante sencilla en un principio. Si hubiese reflexionado un poco más…

¿Pero cómo iba a saber quién era Julián? Claro, que su nombre podía haber hecho sonar algún timbre en su mente; de todos modos, su especialidad era la Edad de Bronce griega que, hasta para la época de Julián, era la Prehistoria.

Y tampoco había creído que el tipo del libro fuese realmente humano. Pensaba que era alguna clase de genio o criatura mágica, sin pasado ni sentimientos.

¡Señor!, cuando metía la pata lo hacía hasta el fondo.

Meneando la cabeza, observó cómo Julián rechazaba otra oferta, esta vez procedente de una atractiva pelirroja. El hombre era un verdadero imán de estrógenos.

Acabó la lectura.

Julián esperó unos minutos y se acercó a la mesa.

— Llévame con Grace.

No era una petición, no. Estaba segura de que era el mismo tono de voz que empleaba para dirigir a su ejército en mitad de una batalla.

— Dijo que…

— No me importa lo que dijese. Necesito verla.

Selena envolvió la baraja en el pañuelo negro de seda. ¿Qué demonios? Tampoco es que necesitara que su mejor amiga volviera a hablarle.

— Vas directo a tu funeral.

— Ojalá —dijo en voz tan baja que ella no pudo estar segura de haber escuchado correctamente.

La ayudó a recoger sus trastos para meterlos en el carrito, y llevarlo todo hasta la pequeña caseta que tenía alquilada para guardarlo.

Sin pérdida de tiempo, llegaron a casa de Grace.

Aparcaron en el camino del jardín justo cuando Grace estaba guardando sus maletas.

— ¡Hola, Gracie! —saludó Selena—. ¿Dónde vas?

Ella miró furiosa a Julián.

— Me marcho por unos días.

— ¿Dónde? —le preguntó su amiga.

Grace no contestó.

Julián salió del coche y se acercó a ella. Iba a arreglar las cosas, costase lo que costase.

Grace arrojó una bolsa al maletero y se alejó de Julián.

Él la cogió por un brazo.

— No has contestado a la pregunta.

Ella se zafó de su mano.

— ¿Y qué vas a hacer, pegarme si no lo hago? —le dijo, mirándolo con los ojos entrecerrados.

Julián se encogió ante el evidente rencor.

— ¿Y te extrañas de que quiera marcharme? —Entonces se dio cuenta. A Grace le estaba
costando horrores contener las lágrimas. Tenía los ojos húmedos y brillantes. La culpa lo asaltó—.
Lo siento, Grace —murmuró mientras cubría su mejilla con la mano—. No pretendía hacerte daño.

Grace observó la batalla que mantenían el arrepentimiento y el deseo en el rostro de Julián. Su caricia era tan tierna y tan suave… Por un instante, estuvo a punto de creer que, en realidad, él se preocupaba por ella.

— Yo también lo siento —susurró—. Ya sé que no tienes la culpa.

Él soltó una brusca y amarga carcajada.

— En realidad, todo lo que sucede es culpa mía.

— ¡Eh! ¿Me puedo fiar de vosotros? —preguntó Selena.

Julián miró a Grace con ardiente intensidad, atrapando su mirada y haciéndola temblar.

— ¿Quieres que me vaya? —le preguntó.

No, no quería. Ésa era la base de todo el problema. Que no quería que volviera a abandonarla.
Jamás.

Grace cogió las manos de Julián entre las suyas y las apartó de su rostro.

— Todo está solucionado, Selena.

— En ese caso, me voy a casa. Nos vemos.

Grace apenas si fue consciente de que su amiga ponía en marcha el coche y se alejaba. Toda su atención estaba puesta en Julián.

— ¿Ahora me vas a decir dónde vas? —le preguntó.

Por primera vez, desde que la policía se marchó, Grace sintió que podía respirar. Con la
presencia de Julián, el miedo se desvaneció como la niebla bajo el sol.

Se sentía segura.

— ¿Recuerdas lo que te conté sobre Rodney Carmichael?

Él asintió.

— Estuvo aquí hace un rato. Él… él me inquieta.

La expresión gélida y severa que adoptó el rostro de Julián la dejó atónita.

— ¿Dónde está ahora?

— No lo sé. Se esfumó al llegar la policía. Por eso me marchaba. Iba a quedarme en un hotel.

— ¿Todavía quieres marcharte?

Grace negó con la cabeza. Con él allí, se sentía completamente a salvo.

— Cogeré tu bolsa —le dijo. La sacó y cerró el maletero.

Grace se encaminó hacia la casa.

Pasaron el resto del día en una apacible soledad. Al llegar la noche, se tumbaron delante del sofá, reclinados sobre los cojines.

Grace apoyó la cabeza en el duro vientre de Julián mientras acaba de leerle Peter Pan y hacía todo lo posible para no distraerse con el maravilloso olor que desprendía su cuerpo. Y con lo maravillosamente bien que estaba, apoyada sobre sus abdominales.

Tenía que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no darse la vuelta y explorar los firmes músculos de su torso con la boca.

Julián le acariciaba lentamente el pelo mientras la observaba. Señor, sus manos hacían que le ardiera la piel. Le hacían desear arrancarle la ropa y saborear cada centímetro de su cuerpo.

— Fin —dijo ella, cerrando el libro.

La abrasadora mirada de Julián le quitó el aliento.

Se estiró y arqueó levemente la espalda, apoyándose con más fuerza sobre él.

— ¿Quieres que te lea algo más?

— Sí, por favor. Tu voz me relaja.

Ella lo miró fijamente por un instante y, después, sonrió. No recordaba que ningún otro cumplido hubiese significado tanto para ella como aquél.

— Tengo la mayoría de los libros en mi habitación —le dijo mientras se ponía en pie—. Vamos, te enseñaré mi tesoro escondido y encontraremos algo que nos guste.

La siguió escaleras arriba.

Grace notó que Julián observaba la cama con deseo y después la miraba a ella.

Fingió no darse cuenta y abrió la puerta del enorme vestidor. Encendió la luz y pasó una mano con cariño por las estanterías que su padre había colocado tantos años atrás.

Su padre y su mejor amigo se lo habían pasado en grande mientras colocaban las estanterías. Los dos eran profesores, y tenían la habitación hecha un desastre. Su padre acabó con dos uñas negras antes de que todo estuviese terminado. Su madre no había dejado de reírse y de llamar a su marido «carpintero profesional», pero a él no parecía importarle. La expresión de orgullo en su rostro cuando todo estuvo terminado, y los libros de Grace colocados en las estanterías, quedó impresa para siempre en el corazón de su hija.

Cómo adoraba esa estancia. Aquí era donde realmente sentía el amor de sus padres. Aquí se refugiaba y huía de los problemas y sufrimientos que la perseguían.

Cada libro guardado allí era un recuerdo especial, y todos ellos formaban parte de su mundo.
Miró a su izquierda y vio Shanna, con la que había comenzado su afición a la novela romántica. The Wolfling, la había introducido en la ciencia ficción. Y su adorado Bimbos del Sol Muerto, su primera novela de misterio.

También estaban allí las viejas novelas de sus padres, y las tres copias de los libros de texto que su padre había escrito antes de que ella naciera.

Éste era su santuario y Julián era, sin contar a sus padres, la primera persona que ponía un pie en él.

— Llevas tiempo coleccionando libros —comentó él mientras echaba un vistazo a las estanterías.

Ella asintió.

— Fueron mis mejores amigos mientras crecía. Creo que el amor por la lectura es el mejor regalo
que mis padres me han dado —alzó el libro de Peter Pan—. Éste era de mi padre, de cuando era niño. Es mi posesión más preciada.

Lo devolvió a una de las estanterías y cogió un ejemplar de Belleza Negra.

— Mi madre me leía éste una y otra vez.

Hizo un pequeño recorrido, mostrándole sus libros.

— Rebeldes —susurró con adoración—. Era mi libro favorito en el instituto. ¡Ah!, junto con éste,
¿Puedes demandar a tus padres por abuso de autoridad?

Julián se rió.

— Ya veo que significan mucho para ti. Se te ilumina el rostro cuando hablas de ellos.

Algo en su mirada le dijo a Grace que él estaba pensando en otro modo de hacer que se iluminara…

Tragando saliva ante la idea, se dio la vuelta y rebuscó en la estantería de la derecha, donde guardaba los clásicos, mientras Julián seguía mirando los de la izquierda.

— ¿Qué te parece éste? —le preguntó él, con una de sus novelas románticas en la mano.

Grace soltó una risita nerviosa al ver a la pareja que se abrazaba medio desnuda en la portada.

— ¡Señor!, me parece que no.

Él miró la portada y alzó una ceja.

— Vale —dijo Grace quitándole el libro de la mano—. Has descubierto mi más profundo secreto.
Soy una adicta a las novelas románticas, pero lo último que necesitas es que te lea una apasionada escena de amor en voz alta. Muchísimas gracias, pero no.

Julián le miró fijamente los labios.

— Preferiría recrear una apasionada escena de amor contigo —dijo en voz baja, acercándose a ella.

Grace comenzó a temblar. Tenía la espalda pegada a la estantería y no podía retroceder más.
Julián colocó un brazo sobre su cabeza y acercó su cuerpo al suyo, hasta dejarlos unidos.
Entonces, bajó la cabeza y se acercó a su boca.

Grace cerró los ojos. La presencia de Julián inundaba todos sus sentidos. La rodeaba de una forma extremadamente perturbadora.

Por una vez, él mantuvo las manos quietas y se limitó a tocarla tan sólo con los labios. Daba igual.
La cabeza de Grace comenzó a girar de todos modos.

¿Cómo había podido su esposa elegir a otro hombre teniéndolo a él? ¿Cómo podía rechazarlo una mujer en su sano juicio? Este hombre era el paraíso.

Julián profundizó el beso, explorando su boca con la lengua. Grace sentía los latidos de su corazón mientras él se acercaba aún más y sus músculos la envolvían.

Jamás había sido tan consciente de la presencia de otro ser humano. Él la ponía al límite, le hacía experimentar sensaciones que no sabía que pudiesen existir.

Julián se retiró un poco y apoyó la mejilla sobre la de Grace. Su aliento caía sobre su pelo y le erizaba la piel.

— Tengo unos deseos horribles de estar dentro de ti, Grace —murmuró—. Quiero sentir tus piernas alrededor de mi cuerpo, sentir tus pechos debajo de mí, escucharte gemir mientras te hago el amor lentamente. Quiero que tu aroma quede impreso en mi cuerpo y que tu aliento me queme la piel.

Todo su cuerpo se tensó antes de separarse de ella.

— Pero ya estoy acostumbrado a desear cosas que no puedo tener —susurró.

Ella le tocó el brazo. Julián cogió su mano, se la llevó a los labios y depositó un rastro de pequeños besos sobre los nudillos.

El deseo que se reflejaba en su apuesto rostro hacía que a Grace le doliera todo el cuerpo.

— Busca un libro y me comportaré.

Tragó saliva mientras él se alejaba. Entonces, se fijó en su viejo ejemplar de La Ilíada. Sonrió. Le iba a encantar, estaba segura.

Lo cogió y bajó las escaleras.

Julián estaba sentado delante del sofá.

— ¡Adivina lo que he encontrado! —exclamó Grace excitada.

— No tengo la más remota idea.

miércoles, 21 de julio de 2010

Por y paRa siempRe * CapítuLo 25

Hola mis dulces lectores!!
Aquí les dejo otra entrega de este fic :):)
Bella aunqeu no se de cuenta, cada vez desconfía mas de Edward jajaja
¿Un adelanto? en el próximo capítuLo, Bella lo descubre todo!! xDxD
Dejen comentarios!! aunque sea por lastima :P
OsQuiieRo^^
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Al día siguiente cuando salí del coche en el aparcamiento del instituto, me fui hacía Rosalie que esperaba en la verja de la entrada, y pasé por delante de Edward sin decirle nada. Y aunque normalmente evitaba a toda costa el contacto físico, esa vez, abrace a Rosalie.

-Vale, vale, yo también te quiero- dijo riendo Rose

El cabello de mi amiga, no tenía el brillo de siempre, sus uñas, no estaban bien pintadas, las ojeras que adornaban sus ojos, hacen perder la habitual luminosidad de su rostro. Y aunque
Rosalie me aseguró que estaba bien, no pude evitar volverla a abrazar.

-Como estas?

-Oye, que te pasa? Que es toda esta demostración de amor? La verdad, es que es raro viniendo de ti, la que siempre lleva el mp3 a tope, y la capucha subida.

-Es que.. yo.. me entere de que estabas enferma, y como no viniste a clase..

-Ya se lo que pasa- contesta Rosalie riendo- es culpa tuya- dijo señalando a Edward- has transformado a mi fría amiga en una sentimental- dijo levantando los brazos teatralmente.

Todos juntos nos dirigimos a las puertas del edificio, pero hubo un momento en ese recorrido, que me quede paralizada, mis pies se quedaron clavados en el suelo. Y todo fue culpa de los pensamientos de Rosalie, no podía evitar leer su mente. Ella estaba pensando en una de las veces que se desmayo por culpa de la fiebre, y se dio un golpe en la cabeza, se había echo una herida en la cabeza, y había sangre..

Odiaba esa sustancia viscosa de color rojo, que olía a oxido y sal. Las rodillas me empezaron a flojear solo de pensar en.. sangre

Antes de caer al suelo, unos brazos me sujetaron. Edward, era él quien estaba impidiendo que mi trasero chocara contra el duro suelo, y en ese momento, me sentí protegida.

-Bella?- preguntó Edward con preocupación

-Deberías llevarla a casa- dijo Alice

-No hace falta, ya estoy bien

-Bella, Alice tiene razón, tienes un aspecto horrible- apoyo Rosalie- Deberías ir a descansar. No querrás coger lo mismo que yo, verdad?

Aunque insistí que quería ir a clase, nadie me escuchaba. Poco después, Edward rodeó con su brazo mi cintura, y me condujo hasta el coche.

·························

-Esto es una tontería- me queje dentro del coche de Edward, cruzando los brazos igual que una niña pequeña- nos van a castigar por haber faltado otra vez a clase..

-Nadie nos va a castigar Bella. ¿Tengo que recordarte que casi te desmayas y que por no ser por mi, hubieses caído al suelo?

-Si.. bueno.. pero me cogiste, no? Ahora ya estoy bien, de verdad. Y si tan preocupado estabas, me hubieras tenido que llevar a la enfermería del instituto. No tenías porque raptarme.

-No te estoy raptando, solo quiero cuidar de ti, y asegurarme que estas bien.

-Vaya ¿ahora eres medico?

Edward no me contesto, guardó silencio. Se limito a conducir y a pasar sin detenerse, la calle que lleva a mi casa. Al final se detuvo frente a una enorme verja.

-Donde vamos?

-A mi casa- murmuró a la vez que saludo con la cabeza a un vigilante, que me resultaba familiar.

Aparcó el coche dentro de un enorme garaje, y Edward, me ayudo a salir del coche, agarrándome la mano, y dirigiéndome dentro de una cocina bien amueblada, para pasarla y subir unas escaleras, que llevaban a un estudio, donde me pare en seco, para observar los hermosos muebles, que no tenían nada que ver con el estilo que me esperaba de Edward. Algo mas chic, si. Eso, no.

-Cuando me hiciste esta foto? - le pregunte al tiempo que cogía mi fotografía, que estaba enmarcada y descansaba encima de una pequeña mesa.

-Sabes, te comportas como si nunca hubieras estado aquí

-Es que nunca he estado aquí

-Si que has estado. No te acuerdas del último domingo? El día en la playa? Aún tengo tu traje de neopreno tendido arriba. Pero ahora siéntate y descansa.

Me deje caer sobre el cómodo sofá, preguntándome cuando me hizo esa foto. En la imagen, tenía el pelo largo y suelto, y llevaba puesta una sudadera que no recordaba que tenía, y aunque parezca que estaba riendo, mis ojos están tristes.

-Te la hice un día en el instituto sin que te dieras cuenta. E gustan las fotos inesperadas, son las únicas que captan la esencia de la persona- dijo Edward antes de quitármela, y devolverla a su sitio- Ahora cierra los ojos, mientras yo te voy a preparar un té.

Cuando el té estuvo listo, Edward, me puso la taza entre las manos, y me colocó una chaqueta de lana por encima de los hombros.

-Esto esta muy bien, pero no hace falta. De verdad. Estoy bien. Deberíamos regresar al instituto- le dije mientras dejaba la taza encima de la mesa

-Bella, te desmayaste- dijo mientras se sentaba a mi lado, y me acariciaba el pelo.

-Esas cosas pasan

-No en mi mundo- Edward se me quedó mirando fijamente a los ojos- ¿que pasa?

-No quiero que pilles tú también la gripe

-Yo no me pongo enfermo- contesto mientras reía

-Así que tu no te pones enfermo ¿eh?

Edward no contesto, simplemente me dedico una de esas sonrisas torcidas que tanto me gustaban.

-Recapitulemos- le dije- no te pones enfermo, no tienes problemas por faltar a clase, sacas sobresalientes aunque no se te ve el pelo por el instituto; coges un pincel, y pintas un Picasso mejor que Picasso. Sabes cocinar como los mejor chefs, y solías trabajar de modelo.. y todo eso fue antes que vinieras aquí, a donde te mudaste, después de haber estado viviendo en Londres, Rumanía, París.. No trabajas y estas emancipado, aunque te las apañas para vivir en una casa lujosamente decorada, que sería el sueño de cualquier multimillonario, conduces en coche caro y..

-Roma-dijo Edward mirándome con seriedad

-Que?

-Has dicho que viví en Rumanía cuando donde viví fue en Roma

-Da igual la cuestión es..

-Si? Cual es la cuestión?

Trage saliva con fuerza, y aparte la mirada. Había algo que hacía tiempo que me daba vueltas en la cabeza, algo sobre Edward..

-Bella. Bella, yo..

-Llévame a casa.

Amante de ensueño * Capítulo 10/3

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.
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Se esforzó por seguir respirando, aguantando la agonía. Las Parcas seguían burlándose de él.

Debían tener un día aburrido en el Olimpo.

— ¿Quieres que te lea las cartas? —le preguntó Selena, devolviéndolo al presente.

— Claro, ¿por qué no? —contestó. No iba a decirle nada que no supiera ya.

— ¿Qué quieres saber?

— ¿Alguna vez…? —se detuvo antes de formular la misma pregunta que hiciera, siglos atrás, al
Oráculo de Delfos— ¿…conseguiré romper la maldición? —preguntó en voz baja.

Selena barajó las cartas, y sacó tres de ella. Abrió unos ojos como platos.

Julián no necesitaba que las interpretara. Ya lo veía por sí mismo: una torre destrozada por un rayo, un corazón atravesado por tres espadas, y dos personas encadenadas y arrastradas por un demonio.

— No pasa nada —le dijo a Selena—. Jamás he pensado que pudiese salir bien.

— Eso no es lo que nos dicen las cartas —susurró—. Pero tienes toda una batalla por delante.

Julián soltó una amarga carcajada.

— Manejo bien las batallas —era el dolor que sentía en el corazón lo que iba a acabar con él.

Grace se limpió las lágrimas de la cara mientras entraba en el camino de acceso al jardín. Apretó los dientes al bajarse del coche, y cerró la puerta con un fuerte golpe.

Al infierno con Julián. Podía quedarse atrapado en el libro para toda la eternidad. Ella no era un trozo de carne a su entera disposición.

¿Cómo pod…?

Buscó en el bolsillo las llaves de la entrada.

— ¿Y cómo no iba a hacerlo? —murmuró. Sacó la llave y abrió la puerta.

La ira la consumía. Estaba siendo irrazonable, y lo sabía. Julián no tenía la culpa de que Paul hubiese sido un cerdo egoísta. Como tampoco era culpable de que ella temiese ser utilizada.

Estaba culpando a Julián por algo en lo que no había participado, pero aún así…

Sólo quería a alguien que la amara. Que alguien quisiera quedarse a su lado.

Y había esperado que al ayudar a Julián se quedara cerca y…

Cerró la puerta y meneó la cabeza. Por mucho que deseara que las cosas fuesen distintas, nada iba a cambiar, puesto que no estaba escrito que fuesen de otro modo. Había escuchado lo que
Ben contó acerca de la vida de Julián. La historia que el mismo Julián contó a los niños sobre la batalla.

Recordaba el modo en que había cruzado la calle como una exhalación para salvar al niño.

Él había nacido para liderar un ejército. No pertenecía a esta época. Pertenecía a su mundo antiguo.

Era muy egoísta por su parte intentar mantenerlo a su lado, como si fuese una mascota que acabase de rescatar.

Subió las escaleras penosamente, con el corazón destrozado. Tendría que alejarse de él. Era todo lo que podía hacer. Porque, en el fondo, sabía que cuanto más supiese acerca de Julián, más cariño le cogería. Y si él no tenía intención de quedarse, acabaría muy herida.

Había subido la mitad de la escalera, cuando alguien llamó a la puerta principal. Por un instante, se le levantó el ánimo al pensar que podía ser Julián; hasta que llegó a la puerta y vio la silueta de un hombre bajito esperando en el porche.

Entreabrió la puerta y emitió un jadeo.

Era Rodney Carmichael.

Llevaba un traje marrón oscuro, con una camisa amarilla y corbata roja. Se había peinado hacia atrás el pelo corto y negro, y le dedicaba una radiante sonrisa.

— ¡Hola Grace!

— Señor Carmichael —lo saludó glacialmente, aunque el corazón le latía a toda prisa. Había algo definitivamente espeluznante en este tipejo delgado—. ¿Qué está haciendo aquí?

— Pasaba por aquí y me detuve para saludar. Se me ocurrió que pod…

— Tiene que marcharse.

Él frunció el ceño.

— ¿Por qué? Sólo quiero hablar contigo.

— Porque no atiendo a mis pacientes en casa.

— Vale, pero yo no soy…

— Señor Carmichael —le dijo con brusquedad—. Tiene que marcharse. Si no lo hace, llamaré a la
policía.

Sin hacer mucho caso a la ira de Grace, asintió con la cabeza, demostrando tener la paciencia de un santo.

— ¡Vaya! Entonces debes estar ocupada. Puedo pasar por aquí más tarde. Yo también tengo mucho que hacer. ¿Vengo luego entonces? Podemos cenar juntos.

Totalmente muda de asombro, Grace lo miró fijamente a los ojos.

— No.

Él sonrió ante la negativa.

— Vamos, Grace. No seas así. Sabes que estamos hechos el uno para el otro. Si me dejas…

— ¡Márchese!

— Muy bien; pero volveré. Tenemos mucho de qué hablar —se dio la vuelta y bajó la escaleras del porche.

Con el corazón martilleando en el pecho, ella cerró la puerta y echó el seguro.

— Voy a matarte, Luanne —dijo mientras se dirigía a la cocina. Al pasar por la salita de estar, una sombra en la ventana llamó su atención.

Era Rodney.

Aterrada, cogió el teléfono y llamó a la policía.

Tardaron casi una hora en llegar. Rodney permaneció en el jardín todo el tiempo, de ventana en ventana, observándola a través de las rendijas de las persianas. Hasta que no vio que el coche de policía subía por el camino de entrada no desapareció por el patio trasero.

Grace tomó una profunda bocanada de aire para calmar sus nervios y abrió la puerta para que pasaran los agentes.

Se quedaron el tiempo suficiente para informarle de que no podían hacer nada para mantener a
Rodney alejado de ella. Lo mejor que podía hacer era conseguir una orden de alejamiento, pero puesto que era ella la que debía encargarse del tratamiento de Rodney hasta que Luanne regresara, era algo totalmente inútil.

— Lo siento —se disculpó el policía en la puerta, mientras los acompañaba—, pero no ha incumplido ninguna ley que nos permita ayudarle a librarse de él. Podría solicitar una orden de detención por allanamiento, pero a menos que tenga antecedentes no servirá de nada.

El agente, un hombre joven, la miró compasivo.

— Sé que no le va a servir de mucho consuelo, pero podemos intentar patrullar la zona con más frecuencia. Aunque el verano es una época especialmente ajetreada para nosotros. A modo personal, le aconsejo que se marche a casa de un amigo durante un tiempo.

— De acuerdo, muchas gracias —tan pronto como se marcharon, corrió por toda la casa, asegurando puertas y ventanas con los cerrojos y pestillos.

Intranquila, lanzaba miradas en torno a su propio hogar, esperando ver a Rodney entrar a través de un agujero en la pared, como si se tratara de una cucaracha.

Si tan sólo supiera realmente si el tipo era o no peligroso… Su informe del hospital psiquiátrico mencionaba un comportamiento desviado y persecutorio hacia mujeres, a las que acosaba pero jamás hería físicamente. Se limitaba a aterrorizar a sus víctimas imponiéndoles su presencia continuamente, por lo cual había sido enviado al hospital para comenzar a tratarlo.

Como psicóloga, Grace sabía que no había nada especialmente peligroso en Rodney, pero como mujer estaba asustada.

Lo último que quería era acabar como una estadística más.

No, no podía quedarse allí esperando que el tipo regresara y la encontrara sola.

Se apresuró a subir las escaleras para hacer el equipaje.

Amante de ensueño * capítulo 10/2

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.
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Julián asintió.

— Sí.

— ¿Le importa si le echo un vistazo?

Julián se lo quitó y se lo ofreció. El doctor Lewis contuvo el aliento.

— ¿Macedonio? Creo que del siglo II AC.

— Exacto.

— Es una reproducción increíble —comentó Ben, mientras se lo devolvía.

Julián se lo puso de nuevo.

— No es una reproducción.

— ¡No puede ser! —jadeó Ben, incrédulo—. No puede ser original, es excesivamente antiguo.

— Lo tenía un coleccionista privado —apuntó Selena. Ben no dejaba de mirarla para, al momento, volver a centrar su atención en Julián.

— ¿Cómo lo consiguió? —le preguntó.

Julián tardó en contestar mientras recordaba el día en que se lo dieron. Kyrian de Tracia y él habían sido ascendidos a la vez, después de salvar, prácticamente los dos solos, la ciudad de
Temópolis de las garras de los romanos.

Había sido una batalla larga, sangrienta y brutal. Su ejército se había desperdigado, dejándolos solos a Kyrian y a él para defender la ciudad. Julián había esperado que Kyrian lo abandonara también, pero el idiota le había sonreído, sosteniendo una espada en cada mano, y le había dicho:
«Es un hermoso día para morir. ¿Qué te parece si matamos unos cuantos bastardos romanos antes de pagar a Caronte?»

Kyrian de Tracia, un lunático total y absoluto, siempre había tenido más agallas que cerebro.

Cuando todo hubo acabado, bebieron hasta acabar debajo de las mesas. Y a la mañana siguiente, los despertaron con la noticia del ascenso.

¡Por los dioses! De todas las personas que había conocido en Macedonia, Kyrian era a quién más echaba de menos. Era el único que siempre le guardó las espaldas y lo defendió.

— Fue un regalo —contestó Julián a Ben.

Él echó un vistazo a la mano de Julián, con los ojos cargados de codicia.

— ¿Consideraría usted la posibilidad de venderlo? Yo estaría a dispuesto a pagar lo que pidiese.

— Nunca —contestó Julián, recordando las heridas que había recibido durante la batalla de
Temópolis—. No sabe por lo que pasé para conseguirlo.

Ben meneó la cabeza.

— Ojalá alguien me hiciese alguna vez un regalo como ése. ¿Tiene la más ligera idea de lo que le darían por él?

— La última vez que lo comprobé, me ofrecieron mi peso en oro.

Ben soltó una carcajada y dio una palmada sobre la mesa de Selena.

— Muy bueno. Ése era el precio para liberar a un general capturado, ¿verdad?

— Para aquellos cobardes que no eran capaces de morir luchando, sí.

Los ojos de Ben mostraron un nuevo respeto al observar a Julián.

— ¿Sabe a quién perteneció?

Selena contestó.

— A Julián de Macedonia. ¿Has oído hablar de él en alguna ocasión, Ben?

Él se quedó con la boca abierta y los ojos como platos.

— ¿Estás hablando en serio? ¿Es que no sabes quién fue?

Selena puso una expresión extraña. Asumiendo que no lo sabía, Ben continuó hablando.

— Tesio dijo de él que iba a ser el nuevo Alejandro Magno. Julián era hijo de Diocles de Esparta, también conocido como Diocles el Carnicero. Ese hombre haría que el Marqués de Sade pareciese
Ronald McDonald. Según los rumores, Julián nació de una relación entre Afrodita y el general, después de que Diocles salvara uno de los templos de la diosa de ser profanado. La opinión más extendida hoy en día es que su madre fue una de las sacerdotisas del templo.

— ¿De verdad? —preguntó Grace.

Julián puso los ojos en blanco.

— A nadie le interesa quién pudo ser el tal Julián. Ese tipo murió hace siglos.

Ben lo ignoró y siguió alardeando de sus conocimientos.

— Los romanos lo conocían como Augusto Julio Punitor… —miró a Grace y añadió para que ella lo entendiera: — Julián, el Ejecutor. Él y Kyrian de Tracia dejaron un rastro sangriento a lo largo de todo el Mediterráneo, durante la cuarta guerra macedonia contra Roma. Julián despreciaba a los romanos, y juró que vería la ciudad arrasada bajo su ejército. Él y Kyrian estuvieron a punto de conseguir que Roma se arrodillara ante ellos.

La mandíbula de Julián se relajó un poco.

— ¿Sabe qué le ocurrió a Kyrian de Tracia?

Ben dejó escapar un silbido.

— No tuvo un final agradable. Fue capturado; los romanos lo crucificaron en el año 47 a.C.

Julián retrocedió al escucharlo. Con una mirada apesadumbrada y jugueteando con el anillo, dijo:

— Ese hombre era, sin duda, uno de los mejores guerreros que jamás han existido. Amaba la lucha como ningún otro que haya conocido —movió la cabeza—. Recuerdo que una vez Kyrian condujo su carro hasta atravesar una barrera de escudos, rompiendo los cuellos de los soldados romanos y permitiendo que sus hombres los derrotaran con tan sólo un puñado de bajas —frunció el ceño—. No puedo creer que lo capturaran.

Ben encogió los hombros con un gesto indiferente.

— Bueno, una vez desaparecido Julián, Kyrian era el único general macedonio digno de dirigir un ejército; por eso los romanos fueron tras él con todo lo que tenían.

— ¿Qué le sucedió a Julián? —preguntó Grace, intrigada por lo que los historiadores opinaban del tema.

Julián la miró furioso.

— Nadie lo sabe —le respondió Ben—. Es uno de los grandes misterios del mundo antiguo. Aquí
tenemos a un general al que nadie puede derrotar en el campo de batalla y, de repente ¡puf!
Desaparece sin dejar rastro —tamborileó con un dedo sobre la mesa de Selena—. La última vez que se le vio fue en la batalla de Conjara. En un brillante movimiento táctico, engañó a Livio, que perdió su, hasta entonces, inexpugnable posición. Fue una de las mayores derrotas en la historia del Imperio Romano.

— ¿Y a quién le importa? —se quejó Julián.

Ben ignoró la interrupción.

— Tras la batalla, se supone que Julián mandó decir a Escipión el Joven que le perseguiría, en venganza por la derrota que acababa de infligirle al ejército macedonio. Aterrorizado, Escipión abandonó su carrera militar en Macedonia y se marchó como voluntario a la Península Ibérica, para seguir luchando allí —el profesor agitó la cabeza—. Pero antes de que Julián pudiese llevar a cabo la amenaza, se desvaneció. Encontraron a toda su familia asesinada en su propio hogar. Y ahí es donde la cosa se pone interesante —miró entonces a Selena. Los escritos macedonios que han llegado hasta nuestros días, afirman que Livio lo hirió de muerte durante la batalla, y que en mitad de un increíble dolor, regresó cabalgando a casa para asesinar a su familia y evitar, de este modo, que su enemigo los tomara como esclavos. Los textos romanos aseguran que Escipión envió a varios de sus soldados, que atacaron a Julián en mitad de la noche. Supuestamente, lo mataron junto al resto de su familia, lo descuartizaron y ocultaron los pedazos de su cuerpo.

Julián resopló ante la idea.

— Escipión era un cobarde y un fanfarrón. Jamás se habría atrevido a atacarm…

— ¡Bueno! —exclamó Grace, interrumpiendo a Julián antes de que se delatase—. Hace un tiempo
espléndido, ¿verdad?

— Escipión no era ningún cobarde —le respondió Ben—. Nadie puede discutir sus éxitos en la Península Ibérica.

Grace vio como el odio se reflejaba en los ojos de Julián.

Pero Ben no pareció notarlo.

— Joven, el valor de ese anillo que lleva es incalculable. Me encantaría saber cómo puede conseguirse algo así. Y a ese respecto, mataría por saber qué le ocurrió a su dueño original.

Grace miró incómoda a Selena.

Julián hizo una mueca sarcástica a Ben.

— Julián de Macedonia desató la ira de los dioses y fue castigado por su arrogancia.

— Supongo que esa podría ser otra explicación —en ese momento, sonó la alarma de su reloj—.
¡Joder! Tengo que recoger a mi esposa.

Se puso en pie y le ofreció la mano a Julián.

— No nos han presentado adecuadamente. Soy Ben Lewis.

— Julián —le contestó, aceptando el saludo.

El doctor Lewis se rió. Hasta que se dio cuenta que Julián no bromeaba.

— ¿En serio?

— Me pusieron el nombre de su general macedonio, se podría decir.

— Su padre debe haber sido como el mío. Dos amantes de todo lo griego.

— En realidad, en mi caso su lealtad iba para Esparta.

Ben se rió con más ganas. Echó una mirada rápida a Selena.

— ¿Por qué no lo traes a la próxima reunión del Sócrates? Me encantaría que los chicos lo conocieran. No es muy frecuente encontrar a alguien que conoce la historia griega tan profundamente como yo.

Dicho esto, volvió a dirigirse a Julián.

— Ha sido un placer. ¡Nos vemos! —le dijo a Selena.

— Bueno —comenzó a decir Selena una vez que Ben hubo desaparecido entre el gentío—, amigo mío, has logrado lo imposible. Acabas de dejar impresionado a uno de los investigadores de la
Antigua Grecia más importantes de este país.

Julián no pareció impresionarse demasiado, pero Grace sí lo hizo.

— Lanie, ¿crees que es posible que Julián pueda trabajar como profesor en la facultad una vez acabemos con la maldición? Estaba pensando que pod…

— No, Grace —la interrumpió él.

— ¿Que no qué? Vas a necesitar…

— No voy a quedarme aquí.

La mirada fría y vacía que tenía en aquel momento era la misma con la que la había mirado la noche en que lo convocaron. Y a Grace la partió en dos.

— ¿Qué quieres decir? —inquirió ella.

El desvió la mirada.

— Atenea me ha hecho una oferta para devolverme a casa. Una vez rompamos la maldición, me enviará de nuevo a Macedonia.

Grace se esforzó por seguir respirando.

— Entiendo —dijo, aunque se estaba muriendo por dentro—. Usarás mi cuerpo y después te irás.

—Y siguió con un nudo en la garganta: — Al menos no tendré que pedir a Selena que me lleve a casa después.

Julián retrocedió como si lo hubiese abofeteado.

— ¿Qué quieres de mí, Grace? ¿Por qué ibas a querer que me quedara aquí?

Ella no conocía la respuesta. Lo único que sabía era que no quería que se marchara. Quería que se quedara.

Pero no en contra de su voluntad.

—Te voy a decir algo —le dijo. Comenzaba a enfadarse ante la idea de que él desapareciera—; no quiero que te quedes. De hecho, se me está ocurriendo una cosa, ¿qué tal si te vas a casa de
Selena por unos días? —y entonces miró a su amiga—, ¿te importaría?

Selena abría y cerraba la boca como un pez luchando por respirar. Julián alargó un brazo hacia Grace.

— Grace…

— No me toques —le advirtió apartando su propio brazo—. Me das asco.

— ¡Grace! —exclamó Selena—. No puedo creer que tú…

— No importa —dijo Julián con voz fría y carente de emoción—. Al menos no me ha escupido a la cara con su último aliento.

Lo había herido. Grace podía verlo en sus ojos; pero ella también se sentía muy herida.
Terriblemente herida.

— Hasta luego —le dijo a Selena y se marchó, dejando allí a Julián.

Selena dejó escapar el aire lentamente mientras observaba a Julián, que contemplaba cómo
Grace se alejaba de ellos. Su cuerpo estaba totalmente rígido y tenía un tic en la mandíbula.

— Donde pone el ojo, pone la bala. Un golpe directo al corazón. Una herida en carne viva.

Julián la dejó clavada con una mirada francamente hostil.

— Dime, Oráculo. ¿Cuáles deberían haber sido mis palabras?

Selena barajó sus cartas.

— No lo sé —le contestó melancólicamente—. Imagino que no te habría ido tan mal si hubieses sido honesto.

Julián se frotó los ojos y se sentó en la silla, frente a Selena. No había tenido intención de herir a Grace.

Y jamás podría olvidar esa mirada, mientras le escupía las horribles palabras: «No me toques. Me das asco.»

Amante de ensueño * CapítuLo 10/1

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.
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Algo iba mal. Grace lo notaba en el ambiente mientras conducía hacia el Barrio Francés. Julián iba sentado junto a ella, mirando por la ventana.

Había intentado varias veces hacerlo hablar, pero no había modo de que despegara los labios.
Todo lo que se le ocurría era que estaba deprimido por lo sucedido en el cuarto de baño. Debía ser duro para un hombre habituado a mantener un férreo control de sí mismo perderlo de aquel modo.

Aparcó el coche en el estacionamiento público.

— ¡Vaya, qué calor hace! —exclamó al salir y sentirse inmediatamente asaltada por el aire cargado y denso.

Echó un vistazo a Julián, que estaba realmente deslumbrante con las gafas de sol oscuras que le había comprado. Una fina capa de sudor le cubría la piel.

— ¿Hace demasiado calor para ti? —le preguntó, pensando en lo mal que lo estaría pasando con los vaqueros y el polo de punto.

— No voy a morirme, si te refieres a eso —le contestó mordazmente.

— Estamos un poco irritados, ¿no?

— Lo siento —se disculpó al llegar a su lado—. Estoy pagando mi mal humor contigo, cuando no tienes la culpa de nada.

— No importa. Estoy acostumbrada a ser el chivo expiatorio. De hecho, lo he convertido en mi profesión.

Puesto que no podía verle los ojos, Grace no sabía si sus palabras le habían hecho gracia o no.

— ¿Eso es lo que hacen tus pacientes?

Ella asintió.

— Hay días que son espeluznantes. Pero prefiero que me grite una mujer a que lo haga un hombre.

— ¿Te han hecho daño alguna vez? —El afán de protección de su voz la dejó perpleja. Y encantada. Había echado mucho de menos tener a alguien que la cuidase.

— No —contestó, intentando disipar la evidente tensión de su cuerpo. Esperaba que nunca le hiciesen daño, pero después de la llamada de Rodney, no estaba muy segura, y era bastante posible que ese tipo acabase con su buena suerte.

Estás siendo ridícula. Sólo porque el hombre te ponga los pelos de punta no significa que sea peligroso.

La expresión del rostro de Julián era dura y muy seria.

— Creo que deberías buscarte una nueva profesión.

— Tal vez —le dijo evasivamente. No tenía ninguna intención de dejar su trabajo—. A ver, ¿dónde vamos primero?

Él se encogió de hombros despreocupadamente.

— Me da exactamente igual.

— Entonces, vamos al Acuario. Por lo menos hay aire acondicionado —y cogiéndolo del brazo, cruzó el estacionamiento y se encaminó por Moonwalk hacia el lugar.

Julián permaneció en silencio mientras ella compraba las entradas y lo guiaba hacia el interior.
No dijo nada hasta que estuvieron paseando por los túneles subacuáticos, que les permitían observar las distintas especies marinas en su hábitat natural.

— Es increíble —balbució cuando una enorme raya pasó sobre sus cabezas. Tenía una expresión infantil, y la luz que chispeaba en sus ojos la llenó de calidez.

Súbitamente, sonó su busca. Soltó una maldición y miró el número. ¿Una llamada desde el despacho un sábado?

Qué raro.

Sacó el móvil del bolso y llamó.

— ¡Hola, Grace! —le dijo Beth, tan pronto como descolgó—. Escucha, estoy en mi consulta.
Anoche entró alguien al despacho.

— ¡No!, ¿quién haría algo así?

Grace captó la mirada curiosa en los ojos de Julián. Le ofreció una sonrisa insegura, y siguió escuchando a Beth Livingston, la psiquiatra que compartía la consulta con Luanne y con ella.

— Ni idea. Hay un equipo de la policía buscando huellas y todo está acordonado. Por lo que he visto, no se han llevado nada importante. ¿Tenías algo de valor en tu consulta?

— Sólo el ordenador.

— Está todavía allí. ¿Algo más? ¿Dinero, cualquier otra cosa?

— No, nunca dejo objetos de valor ahí.

— Espera, el oficial quiere hablar contigo.

Grace esperó hasta escuchar una voz masculina.

— ¿Doctora Alexander?

— Sí, soy yo.

— Soy el oficial Allred. Parece que se llevaron su organizador Rodolex y unos cuantos
archivadores. ¿Sabe de alguien que pudiera estar interesado en ellos?

— Pues no. ¿Necesita que vaya para allá?

— No, no. Estamos buscando huellas, pero si se le ocurre algo, por favor, llámenos —y le pasó el teléfono a Beth.

— ¿Quieres que vaya? —le preguntó.

— No. No hay nada que puedas hacer. En realidad, es bastante aburrido.

— Vale, avísame al busca si necesitas algo.

— Lo haré.

Grace colgó el teléfono y lo devolvió al bolso.

— ¿Ha pasado algo? —preguntó Julián.

— Alguien entró anoche en mi despacho.

Él frunció el ceño.

— ¿Para qué?

— Ni idea —la pausa de Grace hizo que el ceño de Julián se intensificara, mientras ella pensaba en los posibles motivos—. No puedo imaginarme para qué iba a querer alguien mi Rodolex.
Desde que me compré el Palm Pilot, ni siquiera lo he usado. Es muy extraño.

— ¿Tenemos que irnos?

Ella agitó la cabeza.

— No hace falta.

Julián dejó que Grace lo guiara alrededor de los diferentes acuarios, mientras le leía las extrañas inscripciones que explicaban detalles sobre las distintas especies y sus hábitats.

¡Por los dioses!, cómo le gustaba escuchar el sonido de su voz al leer. Había algo muy relajante en la voz de Grace. Le pasó un brazo por los hombros mientras paseaban. Ella le rodeó la cintura y enganchó un dedo en una de las trabillas del cinturón.

El gesto consiguió debilitarlo. Se dio cuenta de que pasaba las horas deseando sentir el roce de su cuerpo. Y la sensación sería mucho más placentera si ambos estuviesen desnudos en ese mismo momento.

Cuando ella le sonrió, el corazón se le aceleró descontroladamente. ¿Qué tenía esta mujer que despertaba algo en él que jamás había sentido?

Pero en el fondo lo sabía. Era la primera mujer que lo veía. No a su apariencia física, ni a sus proezas de guerrero. Ella veía su alma.

Jamás había pensado que podía existir una persona así.

Grace lo trataba como a un amigo. Y su interés en ayudarlo era genuino. O al menos, eso parecía.

Es parte de su trabajo.

¿O era de verdad?

¿Podía una mujer tan maravillosa y compasiva como ella preocuparse realmente por un tipo como él?

Grace se detuvo delante de otra inscripción. Julián se quedó tras ella y le pasó ambos brazos por los hombros. Ella le acarició distraídamente los antebrazos mientras leía.

Con el cuerpo en llamas por el deseo que despertaba en él, inclinó la barbilla hasta apoyarla sobre su cabeza y escuchar de ese modo la explicación, mientras observaba cómo nadaban los peces. El olor de su piel invadió sus sentidos y anheló volver a su casa, donde podría quitarle la ropa.

No era capaz de recordar cuándo había sido la última vez que deseó tanto a una mujer como le ocurría con Grace. De hecho, no creía posible que algo así le hubiese ocurrido antes. Deseaba perderse en su interior. Sentir sus uñas arañándole la espalda mientras gritaba al llegar al clímax.

Que las Parcas se apiadasen de él. Grace se le había metido bajo la piel.

Y estaba aterrado. Ella ocupaba un lugar en su corazón que acabaría destrozándolo si le faltaba.
Sólo ella podía acabar realmente con él. Hacerlo pedazos.

Era casi la una del mediodía cuando salieron del Acuario. Grace se encogió tan pronto como volvieron a la calle, asaltada por la oleada de calor. En días como éste, se preguntaba cómo podría la gente sobrevivir antes de que se inventara el aire acondicionado.

Miró a Julián y sonrió. Por fin había encontrado a alguien a quien preguntar.

— Dime una cosa, ¿qué hacíais para sobrevivir en días tan calurosos como éste?

Él arqueó una ceja con un gesto arrogante.

— Hoy no hace calor. Si quieres saber lo que es el calor, intenta atravesar un desierto con todo tu ejército, llevando la armadura y con sólo medio odre de agua para mantenerte.

Ella hizo un gesto compasivo.

— Abrasador, supongo.

Él no respondió.

Grace echó un vistazo a la plaza, atestada de gente.

— ¿Quieres que vayamos a ver a Selena y demos una vuelta por la plaza? Debe estar en su tenderete. El sábado suele ser uno de sus mejores días.

— Vamos.

Agarrados de la mano, bajaron la calle hasta llegar a Jackson Square. Como era de esperar,
Selena estaba en su puestecillo con un cliente. Grace comenzó a alejarse para no interrumpir, pero Selena la vio y le hizo un gesto para que se acercara.

— Oye, Gracie, ¿te acuerdas de Ben? Bueno, mejor del doctor Lewis, de la facultad.

Grace dudó en acercarse al reconocer al tipo corpulento, entrado ya en los cuarenta.

¿Que si lo recordaba? Le había puesto una nota bajísima en su asignatura, con lo cual, le bajó la media de todo el curso. Sin mencionar que el hombre tenía un ego tan grande como el territorio de Alaska, y le encantaba hacer pasar un mal rato a sus alumnos. De hecho, aún recordaba a una pobre chica que se echó a llorar cuando él dio el sádico examen final que había preparado. El tío se rió, literalmente a carcajadas, cuando vio la reacción de la chica.

— ¡Hola! —saludó, Grace intentando no demostrar su antipatía. Suponía que el hombre no podía evitar ser detestable. Como buen licenciado por la universidad de Harvard, debía pensar que el mundo giraba a su alrededor.

— Señorita Alexander —la saludó con el mismo tono despectivo tan insoportable que ella recordaba a la perfección.

— En realidad debería llamarme doctora Alexander —lo corrigió, encantada al ver cómo abría los ojos por la sorpresa.

— Discúlpeme —le dijo con un tono de voz que distaba mucho de parecer arrepentido.

— Ben y yo estábamos charlando sobre la Antigua Grecia —explicó Selena, dedicándole una diabólica sonrisa a Julián—. Soy de la opinión de que Afrodita era hija de Urano.

Ben puso los ojos en blanco.

— No me cansaré de decirte que, según la opinión más extendida, era hija de Zeus y Dione.
¿Cuándo vas a aceptarlo y a unirte a nosotros?

Selena lo ignoró.

— Dime, Julián, ¿quién tiene razón?

Ben recorrió a Julián de arriba abajo con una arrogante mirada. Grace sabía que lo único que veía en él era a un hombre excepcionalmente apuesto, que parecía sacado de un anuncio de automóviles.

— Joven, ¿ha leído usted alguna vez a Homero?, ¿sabe quién es?

Grace suprimió una carcajada ante la pregunta. Estaba deseando escuchar la respuesta de Julián.

Él se rió con ganas.

— He leído a Homero en profundidad. Las obras que se le atribuyen no son más que una amalgama de leyendas, fusionadas con datos reales a lo largo de los siglos, y cuyos verdaderos orígenes se han perdido en las brumas del tiempo. Muy al contrario que la Teogonía de Hesíodo, la cual escribió con la ayuda directa de Clío.

El doctor Lewis dijo algo en griego clásico.

— Es más que una simple opinión, doctor —le contestó Julián en inglés—. Es un hecho probado.

Ben volvió a mirarlo con atención, pero Grace sabía que aún no estaba muy dispuesto a creer que
alguien con el aspecto de Julián pudiese darle una lección en su propio campo.

— ¿Y usted cómo lo sabe?

Julián le respondió en griego.

Por primera vez desde que conocía a aquel hombre, hacía ya más de una década, Grace le vio totalmente sorprendido.

— ¡Dios mío! —jadeó—. Habla griego como si fuese su lengua materna.

Julián miró a Grace con una sonrisa sincera; se estaba divirtiendo.

— Ya te lo dije —le dijo Selena—. Conoce a los dioses griegos mejor que cualquier otra persona.

El doctor Lewis vio entonces el anillo de Julián.

— ¿Es eso lo que creo que es? —inquirió—. ¿Un anillo de general?
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