Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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jueves, 8 de julio de 2010

Amante de ensueño * capítuLo 9/5

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.
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Salió como pudo de debajo de él, agarró la toalla y corrió hacia la puerta. Pero no pudo abandonarlo.

Se detuvo en la entrada y miró hacia atrás. Vio cómo Julián se agachaba hasta quedar apoyado en las manos y las rodillas, y se agitaba como si lo estuviesen torturando.

Lo escuchó golpear la bañera con el puño cerrado mientras gruñía de dolor.

El corazón de Grace martilleaba frenético al verlo luchar. Si supiese qué podía hacer…

Finalmente, cayó exhausto a la bañera.

Aterrorizada, y sin poder dejar de temblar, Grace entró en el cuarto de baño de nuevo y dio tres cautelosos pasos hacia la bañera, preparada para salir corriendo si él intentaba agarrarla.

Estaba tendido de costado, con los ojos cerrados. Respiraba con dificultad y parecía débil y agotado mientras el agua caía sobre él, aplastando los mechones dorados sobre su rostro.

Cerró el grifo.

Julián no se movió.

— ¿Julián?

Abrió los ojos.

— ¿Te he asustado?

— Un poco —le contestó con franqueza.

Él respiró hondo, entrecortadamente, y se sentó despacio. No la miró. Tenía los ojos clavados en algo que estaba a su espalda, por encima de su hombro.

— No voy a ser capaz de luchar contra eso —dijo, tras una larga pausa. Entonces la miró—. Nos estamos engañando, Grace. Déjame poseerte mientras estoy calmado.

— ¿Eso es lo que quieres de verdad?

Julián apretó los dientes al escuchar su pregunta. No, no era lo que quería. Pero lo que deseaba estaba más allá de su alcance.

Quería cosas que los dioses no habían dispuesto para él. Cosas que ni siquiera se atrevía a nombrar, porque el simple hecho de pronunciarlas hacía su ausencia aún más insoportable.

— Me gustaría poder morirme.

Grace retrocedió ante la sincera respuesta. Cómo deseaba poder consolarlo. Alejar su sufrimiento.

— Lo sé —le dijo, con la voz ronca por las lágrimas que no se atrevía a derramar. Le pasó los brazos alrededor de los fuertes y esbeltos hombros, y lo abrazó con fuerza.

Para su sorpresa, Julián apoyó la mejilla sobre la suya. Ninguno de los dos pronunció una palabra mientras se abrazaban. Finalmente, él se apartó.

— Es mejor que nos detengamos antes de que… —no acabó la frase, pero no era necesario que lo hiciese. Grace ya había sido testigo de las consecuencias, y no tenía ningún deseo de repetir la experiencia.

Lo dejó en el cuarto de baño y fue a vestirse. Julián salió lentamente de la bañera y se secó con una toalla. Escuchaba a Grace en su habitación; estaba abriendo la puerta del armario. En su mente, se la imaginó desnuda y la visión lo enardeció.

Una demoledora oleada de deseo lo asaltó, golpeándolo con tal fuerza que estuvo a punto de caer de espaldas al suelo.

Se agarró al lavabo mientras luchaba consigo mismo.

— No puedo seguir viviendo así —balbució—. No soy un animal.

Alzó los ojos y se contempló en el espejo. Era la viva imagen de su padre. Miró su rostro con odio.

Podía sentir los latigazos en la espalda, mientras su padre lo golpeaba hasta que casi no podía tenerse en pie.

«No te atrevas a llorar, niño bonito. Ni un solo sollozo. Puede que seas el hijo de una diosa, pero éste es el mundo en el que vives, y aquí no mimamos a los niños bonitos como tú.»

En el fondo de su mente, veía la mirada de desprecio de su padre mientras lo golpeaba con el puño hasta arrojarlo al suelo, y después lo levantaba por el cuello hasta casi asfixiarlo. Él pateaba e intentaba defenderse con los puños, pero a los catorce años era demasiado joven e inexperto como para eludir los golpes del general.

Con el rostro desfigurado por una mueca de desprecio, su padre le había cortado en la mejilla con una daga, hundiéndola hasta el hueso. Y todo porque había pescado a su esposa mirándolo mientras comían.

«Veamos si ahora te desea.»

El lacerante dolor del corte fue insoportable, y la hemorragia no se detuvo en todo el día. A la mañana siguiente, la herida había desaparecido sin dejar huella.

La ira de su progenitor había sido inconmensurable.

— ¿Julián?

Sobresaltado, dio un pequeño brinco al escuchar una voz olvidada desde hacía dos mil años.

Echó un vistazo a la estancia, pero no vio nada.

Sin estar muy seguro de haber escuchado la voz, habló en voz baja.

— ¿Atenea?

La diosa se materializó delante de él, justo en el hueco de la puerta. Aunque llevaba ropas modernas, tenía el pelo negro recogido sobre la cabeza, al estilo griego, con mechones rizados que le caían sobre los hombros. Sus pálidos ojos azules se llenaron de ternura al sonreír.

— Vengo en representación de tu madre.

— ¿Todavía no es capaz de enfrentarme?

Atenea apartó la mirada.

Julián sintió el repentino impulso de reírse a carcajadas. ¿Por qué se molestaba en esperar que su madre quisiera verlo?

Debería estar acostumbrado.

Atenea jugueteaba con uno de sus rizos, envolviéndoselo en el dedo, mientras lo observaba con una extraña expresión de melancolía en el rostro.

— Que conste que te habría ayudado de haber sabido esto. Eras mi general favorito.

De repente, comprendió lo que había ocurrido tantos siglos atrás.

— Me utilizaste en tu pulso contra Príapo, ¿verdad?

Vio la culpa reflejada en los ojos de la diosa antes de que ella pudiese ocultarla.

— Lo hecho, hecho está.

Con los labios fruncidos por la ira, la miró furioso.

— ¿Ah, sí? ¿Por qué me enviaste a esa batalla cuando sabías que Príapo me odiaba?

— Porque sabía que podías ganar, y yo odiaba a los romanos. Eras el único general que tenía que podía deshacerse de Livio, y así lo hiciste. Jamás me he sentido más orgullosa de ti que aquel día,
cuando le cortaste la cabeza.

Cegado por la amargura, era incapaz de creer lo que estaba escuchando.

— ¿Ahora me dices que estabas orgullosa?

Ella ignoró su pregunta.

— Tu madre y yo hemos hablado con Cloto para que te ayude.

Julián se paralizó al escucharla. Cloto era la Parca encargada de las vidas de los humanos. La hilandera del destino.

— ¿Y?

— Si consigues romper la maldición, podremos devolverte a Macedonia; regresarás al mismo día en que fuiste maldecido a permanecer en el pergamino.

— ¿Puedo regresar? —repitió, anonadado por la incredulidad.

— Pero no se te permitirá volver a luchar. Si lo haces, podrías cambiar el curso de la historia. Si te enviamos de vuelta, deberás jurar que vivirás retirado en tu villa.

Siempre había una trampa. Debería haberlo recordado antes de pensar que podían ayudarlo.

— ¿Con qué propósito, entonces?

— Vivirás en tu época. En el mundo que conoces —diciendo esto, echó un vistazo al cuarto de baño—. O puedes permanecer aquí, si lo prefieres. La elección es tuya.

Julián resopló.

— Menuda elección.

— Es mejor que no tener ninguna.

¿Sería cierto? Ya no estaba seguro de nada.

— ¿Y mis hijos? —preguntó. Quería, no, deseaba volver a ver a su familia, a las dos únicas personas que habían significado algo para él.

— Sabes que no podemos cambiar eso.

Julián maldijo a Atenea. Los dioses siempre conseguían atormentarlo quitándole todo lo que le importaba. Jamás le habían concedido nada.

Atenea alargó el brazo y lo acarició ligeramente en la mejilla.

— Elige con cuidado —susurró, y se desvaneció.

— ¿Julián?, ¿con quién hablas?

Parpadeó al escuchar a Grace en el pasillo.

— Con nadie —contestó—. Hablo solo.

— ¡Ah! —exclamó ella, aceptando la mentira sin problemas—. Estaba pensando en llevarte de nuevo al Barrio Francés esta tarde. Podemos visitar el Acuario. ¿Qué te parece?

— Claro —respondió él, saliendo del baño.

Grace frunció el ceño, pero no dijo nada mientras se dirigía hacia las escaleras.

Julián fue a cambiarse a la habitación. Mientras se ponía los pantalones, se fijó en las fotografías que Grace tenía en el vestidor. Parecía una niña tan feliz… tan libre. Le gustaba especialmente una en la que su madre le pasaba los brazos alrededor del cuello y ambas se reían a carcajadas.

En ese momento, supo lo que debía hacer. No importaba lo mucho que deseara otras cosas, jamás podría quedarse con ella. Se lo había dicho ella misma la noche que lo invocaron.

Tenía su propia vida. Una en la que él no estaba incluido.

No, Grace no necesitaba a alguien como él. A alguien que sólo atraería la indeseada atención de los dioses sobre su cabeza.

Rompería la maldición y aceptaría la oferta de Atenea.

No pertenecía a esta época. Su mundo era la antigua Macedonia. Y la soledad.

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