Hola a todo aquel que se tome su tiempo para pasar por este humilde rincón. En este blog, se publicarán mis fics, esos que tanto me han costado de escribir, y que tanto amo. Alguno de estos escritos, contiene escenas para mayores de 18 años, y para que no haya malentendidos ni reclamos, serán señaladas. En este blog, también colaboran otras maravillosas escritoras, que tiene mucho talento: Lap, Arancha, Yas, Mari, Flawer Cullen, Silvia y AnaLau. La mayoría de los nombres de los fics que encontraras en este blog, son propiedad de S.Meyer. Si quieres formar parte de este blog, publicando y compartiendo tu arte, envía lo que quieras a maria_213s@hotmail.com

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lunes, 23 de agosto de 2010

Un amante de ensueño * capítulo 15/2

Esta novela no me pertenece, es de Sherrilyn Kenyon. Yo solo la publico para que disfruteis tanto como yo. Los capítulos, estan divididos en varias partes, para que sea mas fácil su lectura. Esta novela es de Rated M, contenido para adultos, y lemmon.

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Tan pronto como abrió la puerta supo que algo iba mal. Julián no salió a recibirla.


— ¿Julián? —lo llamó.

— Arriba.

Grace dejó las llaves y el correo sobre la mesa, y subió los escalones de dos en dos.

— No vas a creerte quién pasó hoy por la… —su voz se desvaneció al llegar a la puerta de su dormitorio y ver a Julián con una mano encadenada a los barrotes de la cama, tendido en el centro del colchón, sin camisa y con la frente cubierta de sudor.

— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó muerta de miedo.

— No puedo luchar más, Grace —le contestó respirando entrecortadamente.

— Tienes que intentarlo.

Él meneó la cabeza.

— Necesito que me encadenes la otra mano. No llego.

— Julián…

Él la interrumpió con una amarga y brusca carcajada.

— ¿No es irónico? Tengo que pedirte que me encadenes cuando todas las demás lo hacían libremente a las pocas horas de presentarme ante ellas. —La miró directamente a los ojos—. Hazlo, Grace. No podría seguir viviendo si te hiciese daño.

Con el corazón en un puño, ella cruzó la habitación hasta llegar junto a la cama.

Cuando estuvo bastante cerca, Julián alargó el brazo y acarició su mejilla. La acercó hasta él y la besó, tan profundamente que Grace pensó que iba a desmayarse.

Fue un beso feroz y exigente. Un beso que hablaba de deseo. Y de promesas.

Julián mordisqueó sus labios y la alejó.

— Hazlo.

Grace pasó el grillete de plata por los barrotes del cabecero.

El alivio de Julián fue evidente. Hasta ese momento, Grace no se había dado cuenta de lo tenso que había estado durante la semana anterior. Apoyó la cabeza en la almohada y, con dificultad, respiró hondo.

Grace se acercó y le pasó una mano por la frente.

— ¡Dios santo! —jadeó. Estaba tan caliente que casi le hizo una quemadura—. ¿Qué puedo hacer?

— Nada, pero gracias por preguntar.

Grace fue hacia el vestidor en busca de su ropa. Cuando empezó a desabrocharse la blusa, Julián la detuvo.

— Por favor, no lo hagas delante de mí. Si veo tus pechos… —Echó la cabeza hacia atrás como si alguien le hubiese aplicado un hierro candente.

Grace fue consciente en ese momento de lo acostumbrada que estaba a su presencia; no había pensado en desnudarse en otro lado.

— Lo siento —se disculpó.

Se cambió en el cuarto de baño y mojó unas toallas para colocárselas en la frente.

Volvió a la habitación para refrescarlo.

Le acarició el pelo, empapado de sudor.

— Estás ardiendo.

— Lo sé. Me siento como si estuviese en un lecho de brasas.

Siseó cuando Grace le acercó la toalla fría.

— No me has contado qué tal te ha ido el día —le dijo sin aliento.

Grace jadeó al sentir que el amor y la felicidad la invadían. Todos los días Julián le hacía esa pregunta. Todos los días contaba las horas para regresar a casa junto a él.

No sabía lo que iba a hacer cuando se marchara.

Obligándose a no pensar en eso, se concentró en cuidarlo.

— No hay mucho que contar —susurró. No quería agobiarlo con lo que su madre le había confesado. No mientras estuviese así. Ya lo habían herido bastante, y no sería ella la que aumentara su dolor—. ¿Tienes hambre? —le preguntó.

— No.

Grace se sentó a su lado. Pasó toda la noche leyéndole y refrescándolo.

Julián no durmió. No pudo. Sólo era consciente de la piel de Grace cuando lo tocaba y de su dulce perfume floral. Invadía sus sentidos y hacía que la cabeza le diera vueltas. Todas las fibras de su cuerpo le exigían que la poseyera.

Con los dientes apretados, tiró de las cadenas de plata que apresaban sus muñecas y luchó contra la oscuridad que amenazaba con devorarlo. No quería rendirse.

No quería cerrar los ojos y desaprovechar el poco tiempo que le quedaba para estar junto a Grace mientras aún estuviese cuerdo. Si dejaba que la oscuridad lo consumiera no se despertaría hasta estar de vuelta en el libro. Solo.

— No puedo perderla —murmuró. La simple idea de perderla hacía pedazos lo poco que le quedaba de corazón.

El reloj de pared dio las tres. Grace se había quedado dormida hacía muy poco rato. Tenía la cabeza y la mano apoyadas sobre su abdomen y su aliento le acariciaba el estómago.

Podía sentir su cabello rozándole la piel, la calidez de su cuerpo filtrándose por sus poros hasta llegarle al alma.

Lo que daría por poder tocarla…

Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se permitió soñar por primera vez desde hacía siglos. Soñó con pasar noches enteras junto a Grace.

Soñó que llegaba el día en que podía amarla como se merecía. Un día en que él sería libre para poder entregarse a ella. Soñó en tener un hogar junto a Grace.

Y soñó con niños de alegres ojos grises, y dulces y traviesas sonrisas.

Aún estaba soñando cuando la luz del amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas y el reloj dio las seis. Grace se despertó.

Frotó la mejilla sobre su pecho, acariciándolo de tal modo que para Julián supuso una tortura.

— Buenos días —lo saludó sonriente.

— Buenos días.

Grace se mordió el labio al pasear la mirada sobre su cuerpo y arrugó la frente por la preocupación.

— ¿Estás seguro que tenemos que hacer esto? ¿No te puedo liberar un ratito?

— ¡No! —exclamó con énfasis.

Grace cogió el teléfono y marcó el número de la consulta para hablar con Beth.

— No iré en un par de días, ¿puedes hacerte cargo de algunos de mis pacientes?

Julián frunció el ceño al escucharla.

— ¿Es que no vas a ir a trabajar? —le preguntó en cuanto colgó.

Grace no podía creer que le hiciese esa pregunta.

— ¿Y dejarte aquí tal y como estás?

— Estaré bien.

Ella lo miró como si se hubiese vuelto completamente loco.

— ¿Y si pasara algo?

— ¿Cómo qué?

— Puede haber un incendio o alguien puede entrar y hacerte cualquier cosas mientras estás ahí indefenso.

Julián no discutió. Le entusiasmó el hecho de verla tan dispuesta a quedarse junto a él.

A media tarde, Grace fue testigo de que la maldición empeoraba. Cada centímetro del cuerpo de Julián estaba cubierto de sudor. Los músculos de los brazos estaban totalmente tensos y apenas hablaba; cuando lo hacía, apretaba los dientes.

Pero seguía mirándola con una sonrisa, y sus ojos eran cálidos y alentadores mientras sus músculos se contraían con continuos espasmos y soportaba el sufrimiento que amenazaba con devorarlo.

Grace siguió refrescándolo, pero tan pronto como acercaba la toalla a su piel se calentaba tanto que apenas era capaz de tocarla después.

Para cuando llegó la medianoche Julián deliraba.

Observó impotente cómo se agitaba y maldecía como si un ser invisible estuviese arrancándole la piel a tiras. Grace nunca había visto algo así. Estaba forcejeando tanto que casi temía que echara abajo la cama.

— No puedo soportar esto —susurró. Bajó corriendo las escaleras y llamó a Selena.



Una hora después, Grace abrió la puerta a Selena y a su hermana Tiyana. Con el pelo negro y los ojos azules, Tiyana no se parecía en nada a Selena. Era una de las pocas sacerdotisas blancas de vudú; regentaba una tienda de artículos mágicos y hacía de guía turística por el cementerio los viernes por la noche.

— No sabéis cuánto os agradezco que hayáis venido —les dijo Grace al cerrar la puerta, una vez pasaron al recibidor.

— No es nada —le contestó Selena.

Tiyana llevaba un timbal bajo el brazo e iba vestida con un sencillo vestido marrón.

— ¿Dónde está?

Grace las llevó al piso superior.

Tiyana puso un pie en la habitación y se quedó paralizada al ver a Julián sobre la cama presa de continuas convulsiones y maldiciendo a todo el panteón griego.

El color abandonó su rostro.

— No puedo hacer nada por él.

— Tiyana —la increpó Selena—. Tienes que intentarlo.

Con los ojos abiertos como platos por el miedo, Tiyana meneó la cabeza.

— ¿Quieres un consejo? Sella esta habitación y déjalo hasta que regrese de donde vino. Hay algo tan maligno y poderoso observándolo que no me atrevo a hacerle frente. —Miró a Selena—. ¿No percibes el odio?

Grace comenzó a temblar al escuchar a Tiyana, y su corazón empezó a latir cada vez más rápido.

— ¿Selena? —llamó a su amiga. Necesitaba desesperadamente que alguien aliviara el sufrimiento de Julián de algún modo. Tenía que haber algo que ellas pudiesen hacer.

— Sabes que no puedo ayudarlo —le dijo Selena—. Mis hechizos nunca funcionan.

¡No!, gritó su mente. No podían abandonarlo de aquel modo.

Miró a Julián mientras éste forcejeaba por liberarse de los grilletes.

— ¿Hay alguien a quien pueda acudir en busca de ayuda?

— No —contestó Tiyana—. De hecho, ni siquiera puedo permanecer aquí. No te ofendas, pero todo esto me pone los pelos de punta. —Lanzó una mirada categórica a su hermana—. Y tú sabes muy bien a qué tipo de atrocidades me enfrento diariamente.

— Lo siento, Grace —se disculpó Selena, acariciándole el brazo—. Investigaré y veré lo que puedo descubrir, ¿de acuerdo?

Con el corazón en un puño, Grace no tuvo más remedio que acompañarlas a la puerta.

Cuando la cerró, se dejo caer sobre ella con cansancio.

¿Qué iba a hacer?

No podía limitarse a aceptar que no había ayuda posible para Julián. Tenía que haber algo que pudiese aliviar su dolor. Algo en lo que ella aún no hubiese pensado.

Subió las escaleras y volvió junto a él.

— ¿Grace? —Julián la llamó con un gemido tan agónico que su corazón acabó de hacerse pedazos.

— Estoy a tu lado, cariño —le dijo, acariciándole la frente.

Él dejó escapar un gruñido salvaje, como el de un animal atrapado en un cepo, y se lanzó sobre ella.

Aterrorizada, Grace se alejó de la cama.

Se dirigió al vestidor, con las piernas temblorosas, y cogió el ejemplar de La Odisea.

Acercó la mecedora a la cama y comenzó a leer.

Pareció relajarlo. Al menos no se revolvía con tanta fuerza.

Con el paso de los días, la esperanza de Grace se marchitaba. Julián estaba en lo cierto al afirmar que no había modo alguno de romper la maldición si no lograba superar la locura.

No podía soportar verlo sufrir, horas tras hora, sin ningún momento de alivio. No era de extrañar que odiara a su madre. ¿Cómo podía Afrodita dejarlo pasar por esto sin mover un solo dedo para ayudarlo?

Y había sufrido de aquel modo durante siglos…

Grace estaba totalmente fuera de sí.

— ¡Cómo podéis permitirlo! —gritó enfadada, mirando al techo.

— ¡Eros! —le llamó—. ¿Me oyes? ¿Atenea? ¿Hay alguien? ¿Cómo permitís que sufra así? Si lo amáis un poco, por favor, ayudadlo.

Tal y como esperaba, nadie contestó.

Dejó descansar la cabeza sobre la mano e intentó pensar en algo que pudiera ayudarlo. Seguramente habría algo que…

Una luz cegadora atravesó la habitación.

Perpleja, alzó la vista y se encontró con Afrodita que acababa de materializarse junto a la cama. Si se hubiese encontrado con un burro en la cocina no se hubiese sorprendido tanto.

La diosa perdió el color del rostro al contemplar cómo su hijo se revolvía, agitado por los espasmos, sufriendo una horrible agonía. Alargó una mano hacia él y la retiró con brusquedad, dejándola caer mientras apretaba el puño.

En ese momento miró a Grace.

— Le quiero —dijo en voz baja.

— Yo también.

Afrodita clavó la mirada en el suelo, pero Grace fue testigo de su lucha interior.

— Si lo libero, lo apartarás de mí para siempre. Si no lo hago, las dos lo perderemos. —Afrodita la miró a los ojos—. He estado pensando acerca de lo que me dijiste y creo que tienes razón. Lo hice fuerte y jamás debí castigarlo por eso. Lo único que deseaba es que me llamara madre. —Miró a su hijo.

— Sólo quería que me quisieras, Julián. Un poquito nada más.

Grace tragó saliva al ver el dolor en el rostro de Afrodita cuando acarició la mano de Julián.

Él siseó, como si el roce le hubiese quemado la piel.

Afrodita retiró la mano.

— Prométeme que lo cuidarás mucho, Grace.

— Tanto como él me lo permita; lo prometo.

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